El Narrador De Historias
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El Narrador De Historias - Eduardo García-Teruel Okie
Copyright © 2014 por Eduardo García-Teruel Okie.
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Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.
Fecha de revisión: 08/01/2014
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522990
ÍNDICE
EL NARRADOR DE HISTORIAS…
EL SECUESTRO
EL REENCUENTRO.
EL PRESAGIO.
LA FUGA…
A los buenos recuerdos, grandiosos acompañantes…
EL NARRADOR DE HISTORIAS…
Cierto día, de cierto año, en un muelle de un país incierto y sin ningún nombre; un barco, que venía de otro país incierto y también sin nombre, atracó aparatosamente en el gran embarcadero que le correspondía. Las personas que esperaban para abordarlo suspiraron aliviadas y un murmullo generalizado invadió el ambiente que -dicho sea de paso- era tranquilo y relajado.
La mayoría de los futuros pasajeros emprendían un viaje aparentemente de placer y su mayor preocupación consistía en abordar rápidamente, instalarse en sus respectivos camarotes y salir a curiosear en las tiendas del interior del impresionante navío. Ese enorme barco, los llevaría hacia un lugar que era famoso por la alegría que reinaba en él y por la cordialidad con que sus habitantes trataban a todos las personas que llegaban hasta allí para convivir con ellos. Ese lugar, a pesar de estar situado en un punto minúsculo del mapa, tenía un cupo sorprendente y daba cobijo a todo aquel que huyera de algún mal que lo aquejara o de un bien al que por necesidad tuviera que abandonar. Era el país perfecto para todo aquel que deseara gozar, además de alegría, de completa paz y tranquilidad.
Entre todos los pasajeros que ansiosos se arremolinaban junto a la escalera para subir a la nave, había una pareja joven que parecía dudar en abordarlo. Se veían preocupados y parecía que querían ser los últimos en subir la escalinata que los llevaría directo a la cubierta del barco. Ella, que se veía muy joven, tenía un rostro enmarcado por la tristeza, mientras que él, escasamente mayor que la joven, simulaba ser seguro de sí mismo aunque no lo conseguía del todo. El rostro de la joven, además de reflejar tristeza, parecía guardar un remordimiento en lo más profundo de ella y era la que parecía tener menos ganas de abordar el navío, pues a la primera oportunidad, miraba hacia atrás y por momentos parecía querer regresar sobre sus pasos.
El muchacho, aunque no se veía del todo convencido, quería seguir adelante como lo expresaban sus movimientos ansiosos, siempre mirando hacia el frente y queriendo ganar un lugar al principio de la fila. Él jalaba a la joven hacia el barco, mientras ella parecía querer detenerlo. En definitiva, ambos ocultaban algo.
Cerca de ellos, había un hombre que parecía que viajaba solo y con simplemente mirarlo, se percibía que era una persona feliz; era joven, aunque no tanto como la pareja, y poseía el don de contagiar su alegría a todo aquel que se le acercaba.
El hombre observó a la pareja y sintió un interés especial por ellos, así que decidió acercarse. En cuanto se colocó a su lado, de inmediato les dirigió una sonrisa y los dos jóvenes, al recibirla, sintieron un alivio como no lo habían sentido en varios días. Su sonrisa los había desarmado, pero eso no fue todo, cuando los miró de frente, la serenidad que irradiaba desde dentro de sus pupilas hizo que la tristeza de ella la abandonara y la ansiedad del joven desapareciera como por arte de magia.
La mujer, ahora alejada de sus temores fue la primera en dirigirle la palabra. Con gran curiosidad se le acercó y le preguntó si lo conocía de tiempo atrás, a lo que el hombre le respondió que no creía que así fuera. Al escuchar la respuesta, el ahora relajado acompañante también se unió a la charla, preguntando al extraño a qué se dedicaba pues también le parecía conocido…
El hombre, derrochando sinceridad, los miró a los ojos y simplemente contestó…
– Soy un narrador de historias… y no creo que me conozcan… aunque siempre hay que tener en cuenta que algunas veces por el simple hecho de pasar junto a alguien, inconcientemente las personas gravan la imagen del que pasó a su lado; por eso al presentarse una situación parecida, los rostros que se fijaron en la mente se recuerdan, confundiéndolos con los de personas conocidas… y siendo así, tal vez sin que lo sepan, alguna vez estuve cerca de ustedes.
– ¿Narrador de historias?… preguntó la joven que parecía que le habían acicateado su curiosidad.
–Así es… respondió el hombre. …Mi profesión es esa… acostumbro viajar por diversos lugares contando historias a todo aquel que esté dispuesto a escucharlas, y créanme, nunca me ha faltado trabajo…
– Que extraña profesión… —dijo el joven— supongo que para dedicarse a eso se necesita tener un amplio repertorio de historias… ¿no es así?…
–Lo tengo… ciertamente lo tengo. Luego, frunciendo el ceño y como si meditara profundamente continuó…
–Tanto viajar por el mundo me ha mostrado un sinnúmero de historias; las archivo en mi cabeza y en cuanto se ofrece, me pongo a contarlas y con eso brindo un poco de entretenimiento a las mentes que están aburridas y no tienen en ciertos momentos nada mejor que hacer…
–Supongo que nos contará usted alguna… —dijo la mujer— porque creo que nos veremos durante la travesía…
–Si están dispuestos a escucharlas, con mucho gusto lo haré. Pero mire… está llegando nuestro momento de abordar y creo que es mejor movernos hacia adelante. Para contar historias… creo que tendremos suficiente tiempo…
–Muy bien señor narrador… —dijo seguro el joven— nos veremos a bordo.
Los tres subieron al barco y después de recibir instrucciones de un hombre alto que revisaba atentamente el control de ascenso de los pasajeros, cada quien tomó por diferentes caminos hacia su camarote. Una vez instalados, la joven pareja abandonó el cuarto y se dirigió hacia la barandilla de cubierta a observar cómo se llevaban a cabo las maniobras para soltar el barco del muelle y dirigirse finalmente hacia altamar.
Mientras los dos jóvenes estaban recargados en la barandilla observando la maniobra del barco, ella miró hacia el muelle, al que esperaba encontrar vacío, ya sin ninguna persona, pero sorprendentemente no fue así, pues sobre él, habían quedado varados un buen número de pasajeros; algunos de ellos, gente que —según pensó ella— no pasaban de los veinte años. También habían quedado en el embarcadero algunos adultos, pero en general eran muy pocos y la mujer supuso que eran pasajeros de última hora que seguramente no habían encontrado un lugar en el barco. El viaje que iniciaban siempre era muy concurrido y al abordar ella había escuchado que había tanta clientela que pensaban construir más barcos para que los auxiliaran en el transporte de los pasajeros.
El barco finalmente se hizo a la mar y la joven nuevamente con su cara triste miró a su acompañante. Desde que se separaron del narrador de historias, ella comenzó a sentir nuevamente la angustia y el remordimiento; y aunque la promesa de llegar a un lugar donde reinaba la alegría la hacía pensar que iba a ser feliz y olvidaría sus penas, parecía que no podría lograrlo. El joven, notando su tristeza, la abrazó para consolarla pero la seguridad con que debía hacerlo para tranquilizarla, no apareció del todo y se dio cuenta de que había sido un abrazo inútil. También la tranquilidad y la confianza en sí mismo, que le había transmitido el extraño hombre en la escalinata, había disminuido al menos parcialmente. Al final del día decidieron retirarse a su camarote.
Esa, su primera noche a bordo, transcurrió entre vueltas sobre la cama y pequeños sobresaltos provocados por dormir en un lugar extraño. La mujer se pasó la mitad de la noche envuelta en un halo de culpabilidad y recordando paso a paso si lo que habían hecho ambos días atrás, era del todo correcto, pues a ella no le gustaba lastimar a otras personas. El joven, más tranquilo, únicamente despertó dos veces durante la noche, y eso fue porque ella le transmitió -mientras mal dormía- parte de su angustia. El sentir la inquietud de ella sobre su cuerpo, provocó que recordara también los desafortunados sucesos que pasaron juntos; pero teniendo un carácter menos complicado, en lugar de profundizar en ellos, volvió a dormirse de inmediato.
Al otro día muy temprano, los dos jóvenes se levantaron y fueron hacia cubierta. Aunque no lo habían hablado entre ellos, ambos llevaban la clara intención de encontrase con el narrador de historias. Dentro de su cabeza algo les decía que debían encontrarlo para recuperar su perdida seguridad y para borrar definitivamente su angustia. Recorrieron casi todo el barco; buscaron en los restaurantes, caminaron por la zona comercial y alrededor de la alberca; finalmente, ya muy cansados, decidieron sentarse en una mesa que había colocada en la proa y desde donde se admiraba el mar en toda su maravillosa inmensidad. Allí quedaron absortos, admirando los diferentes colores de las aguas a su alrededor y cómo los delfines navegaban en ellas; siempre iban hacia adelante y saltando en el agua a un lado del barco. Era como si lo escoltaran en su camino hacia donde el mar y el cielo parecían unirse. Al descubrir el horizonte a lo lejos, llamó de inmediato su atención, que al unirse el cielo y el mar, formaban frente a ellos una línea rebosante de colores azules; y sorprendentemente, del lado de estribor del barco, se veía lleno de luz, mientras que a babor, aparecía una nube muy oscura que amenazaba con nublarlo. Definitivamente era un espectáculo grandioso y extraño, de un lado luz y del otro lado oscuridad.
Ellos, extasiados por el paisaje, no notaron cómo llegó hasta allí, pero relativamente cerca de donde se encontraban y también recargado sobre la barandilla, se encontraba el narrador de historias que parecía admirar la luz y sombra que tenía frente a él. Al percibir desde lejos su alegría contagiosa, a los dos jóvenes les cambió el semblante; y ella, que fue la primera en descubrirlo, con una seña llamó su atención a la cual el hombre contestó con un saludo y se dirigió hacia donde se encontraban…
El joven después de saludarlo lo invitó a sentarse y en seguida el hombre, que aun poseía la mirada brillante y su gesto tranquilo, les dijo destilando amabilidad…
– Escogieron un lugar maravilloso para su primer día en altamar… yo creo que éste es el mejor lugar en