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Chapulín: El Pequeño Navegante
Chapulín: El Pequeño Navegante
Chapulín: El Pequeño Navegante
Libro electrónico143 páginas1 hora

Chapulín: El Pequeño Navegante

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Información de este libro electrónico

Es una historia conmovedora, llena de cierta expectacin, donde la relacin entre un experimentado marino y un nio nativo de una isla desconocida se hace cada vez ms interesante, el pequeo navegante cuenta de su visita a siete islas, donde enfrenta a los siete pecados capitales, discutindose y analizando con profundidad aspectos de la vida cotidiana en un ambiente de misterio, canciones y ocurrencias, que te harn meditar.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento1 jul 2014
ISBN9781463387563
Chapulín: El Pequeño Navegante
Autor

Lazaro O. Garrido

Ciudadano Norteamericano nacido en Cuba, reside en Miami y es Licenciado en Ciencias Sociales. Tiene publicados y a la venta en Amazon los libros: El Apátrida, Contando te Cuento, La Invasión de los Verdes, Aventura en Tasquen, Chapulín ( el pequeño navegante), Deportado, Isabel, Misterios del Calendario, Remembranza, M’Bindas el africano, El Tigre y el Pájaro Azul (en inglés y en español), Cuentos Callejeros, Pesadilla, Crimen en el High School, Tres en un Zapato, Y ahora ponemos a su disposición:

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    Chapulín - Lazaro O. Garrido

    Copyright © 2014 por Lazaro O. Garrido.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2014911497

    ISBN:   Tapa Dura               978-1-4633-8754-9

                 Tapa Blanda            978-1-4633-8755-6

                 Libro Electrónico   978-1-4633-8756-3

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 30/06/2014

    Palibrio LLC

    1663 Liberty Drive, Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Gratis desde EE. UU. al 877.407.5847

    Gratis desde México al 01.800.288.2243

    Gratis desde España al 900.866.949

    Desde otro país al +1.812.671.9757

    Fax: 01.812.355.1576

    ventas@palibrio.com

    649869

    D e niño siempre me gustaron los papalotes, cuando los lanzaba por los aires tenía la sensación que volaba por el azul del cielo, disfrutando del paisaje visto desde las alturas y sintiendo la caricia de la brisa en mi rostro.

    Hace unos años, siendo ya mayor, visité México, y en la explanada del Zócalo vi volando unos papalotes que tenían forma de palomas; eran tan buenos, que hasta movían sus alas mezclándose con verdaderas aves, las que confundidas, volaban junto a ellos; sentí deseos de comprar uno y ponerme a volarlo allí, pero me avergoncé tan sólo de pensarlo porque las personas mayores somos así, nos limitamos pensando preocupados por lo que dirán los demás y dejamos a un lado muchas veces nuestros gustos y preferencias.

    En aquella época, cuando era un niño, me hubiera gustado ser piloto de avión; no mejor de una nave espacial, para visitar planetas, estrellas y constelaciones y contemplar, desde lo más infinito del espacio nuestro globo terráqueo.

    Eran mis tiempos de sueños y planes ingenuos para el futuro, pero la realidad pronto se impuso y mi padre comenzó a llevarme con él en las travesías que hacía en su embarcación de pesca, para que aprendiera los secretos del oficio al que me he dedicado desde entonces.

    Fue en uno de mis viajes de rutina, hace ya algún tiempo.

    Debo disculparme, porque realmente no sé cuanto exactamente, y me perdonan las personas mayores que gustan tanto de la precisión de fechas y lugares, pero esas no son cosas importantes y mucho menos en este caso, del cual lo más trascendental es el recuerdo de las horas vividas aquellos días; desde entonces siempre me ha acompañado su pequeña imagen en la mente, con una mezcla de tristeza nostalgia y alegría.

    Había salido en la madrugada del día anterior y ya era por la tarde, siempre me he lamentado por no haber calculado a qué distancia me encontraba de tierra firme, pero como he dicho, no soy dado a las cifras y las precisiones de este tipo, aunque se perfectamente que estaba muy lejos mar adentro.

    Aquella tarde me sorprendió ver en la lontananza una mancha oscura sobre el ondulante movimiento de las aguas; primero pensé que se trataba de un tronco o quizás de un barril de madera arrastrado por la corriente; venía directamente hacía mí, y pronto comprobé que se trataba de una pequeña canoa, de esas que aún hoy utilizan algunos aborígenes de las islas de Centroamérica, del Pacífico y otras partes del mundo, en lugares donde aún habitan personas que viven como lo hacían sus ancestros hace miles de años.

    Me pareció inconcebible que una embarcación tan frágil y endeble hubiera llegado hasta ese punto mar adentro, por lo que reduje la potencia al motor de mi embarcación para acercarme lo más posible a ella.

    Al verlo sobre la cubierta de la pequeña canoa, sentí un golpe de tristeza en el corazón; era un niño de diez o doce años cundo más.

    Por su figura, color y aspecto general, no me quedaron dudas de ningún tipo, se trataba seguramente de un indígena de las proximidades.

    En un primer instante pensé que se encontraba dormido, quizás desmayado o inconsciente por la falta de agua y alimentos, así como por la inclemencia del sol, pero pronto pude ver que bajo su pequeño cuerpo, un poco más arriba de la cintura, había una mancha casi negra: era sangre ya seca, la cual había salido de algún lugar de su pequeño torso.

    Maniobré lo necesario con mi barco para acercarme aún más. Con un gancho logré arrimar la canoa lo suficiente como para amarrarla a mi embarcación, y posteriormente, con mucho cuidado, lo cargué y lo trasladé a mi camarote, donde lo acosté en una litera.

    Pese a no tener señales claras de vida, tenía buen pulso y respiraba.

    Observé con detenimiento la herida: era profunda, pero a simple vista no parecía le hubiese interesado ningún órgano vital importante.

    Le puse unas compresas de agua fría sobre la frente para bajarle la fiebre, y salí a cubierta para subir al barco la pequeña canoa, amarrándola a uno de los mástiles. Regresé a mi camarote a observar al herido.

    Más tarde le humedecí los labios con agua dulce y le diluí una aspirina en agua, la que con mucha paciencia le hice beber, con el propósito de ayudar a bajarle la fiebre, que parecía alta, y mitigar en algo los dolores que pensé debía tener.

    A partir de ese momento curé sus heridas con agua oxigenada, yodo y polvo de antibiótico, elemento que comúnmente yo utilizaba cuando sufría alguna cortada durante mis trayectos por el mar.

    Mientras lo atendía y esperaba por su recuperación, intranquilo, pensando que tal vez debía llevar varios días sin ingerir alimentos, preparé un espeso caldo de pollo con la intensión de hacérselo beber al momento que despertara.

    Pasaron cuatro angustiosas horas antes que diera de sí, durante este tiempo habló de manera enredada y confusa con una dulce voz, en lo que me pareció una jerga, o quizás un dialecto, que era para mí totalmente desconocido, aunque bien pudo ser una especie de delirio provocado por la alta temperatura.

    Estaba yo sentado a su lado poniéndole una compresa de agua en la frente cuando abrió los ojos que me parecieron de un negro intenso, me miró sonriente durante un breve momento y como si me conociera de toda la vida preguntó:

    —¿Sabes cantar?

    De momento, la pregunta me sorprendió, pero después comprendí, los niños siempre dicen lo que piensan: no son como las personas mayores que se cuidan de expresar lo que deben o más bien lo que se espera que digan, y siempre lo hacen en el lugar y el momento adecuados.

    A muchos les he oído decir que cuando no lo hacen de esta manera siempre les trae dificultades.

    —Bueno… —comencé a decirle… pero él, sin esperar mi respuesta insistió:

    —Cántame una canción.

    Aún sin entender bien que estaba sucediendo me enderecé en mi asiento y comencé a cantar.

    "Estas son las mañanitas

    Que cantaba el rey David

    Y por ser día de tu santo

    Té las cantamos a…"

    Me interrumpió diciéndome

    —No, no, esa es una canción de mayores, cántame una para niños.

    Entonces, sin decir palabra alguna, comencé a entonar la primera canción infantil que me vino a la mente.

    "arroz con leche se quiere casar

    Con una viudita de la capital…"

    —No, esa tampoco es demasiado infantil.

    Entonces con ánimo de complacerlo, entoné una canción que había oído en una ocasión y me pareció bonita, entoné mi voz y:

    —"Barquito de papel

    Mi amigo fiel

    Llévame a navegar

    Por el ancho mar…"

    —No, no, nada de barcos ni de mar, te debes imaginar que ahora no estoy de ánimo como para eso.

    Lo miré, seguramente con cara de asombro y me acordé de la melodía de la cucaracha y se la entoné:

    "La cucaracha

    La cucaracha

    Ya no puede caminar

    Porque le falta…"

    Así comenzó para mí, una breve pero intensa relación con aquel niño navegante de los mares, que marcó de manera definitiva mi vida.

    No pasaron tres días y ya estaba completamente curado. Me llamó la atención la manera en que había cerrado aquella herida, sin dejar cicatrices, pero no le pregunté, pensando que se trataba de un asunto del cual lo más probable fuera que ni él mismo me pudiera dar una buena explicación.

    —¿De dónde vienes? — le pregunté esa noche cuando lo vi parado en la cubierta de mi barco, mirando para el horizonte en la oscuridad, como si buscara algo en la inmensidad del mar.

    —De una isla —me respondió, de manera entretenida, como si no le interesara mucho el tema de la conversación.

    —¿De qué isla? Le insistí lleno de curiosidad.

    —De la isla de mi papá —me respondió, esta vez mirándome con aquellos ojillos negros y brillantes.

    —Pero

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