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Tú eres mi elección
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Tú eres mi elección
Libro electrónico263 páginas3 horas

Tú eres mi elección

Por Rocío

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Información de este libro electrónico

Coral es una chica independiente que, por casualidades del destino, conoce por separado y en distintos lugares de la geografía española, a tres chicos por los que empieza a sentir cosas diferentes.

No tienen nada que ver entre ellos, ni siquiera se parecen, y eso hace que le atraigan todos por igual. El problema viene cuando ella siente que no lo está haciendo bien al creer que los está engañando, y decide que lo mejor es tomar una decisión. Esa decisión es elegir a uno de los tres.

¿Podrá escoger a uno solo sin que su vida se ponga patas arriba? ¿Será más fácil de lo que ella cree o, por el contrario, le traerá problemas? ¿Elegirá al correcto?

ACLARACIÓN SOBRE LA NOVELA:

Esta historia tiene tres finales diferentes que puede elegir el lector, según sus preferencias, yendo a una página u otra dependiendo de lo que se escoja.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 may 2023
ISBN9788419545459
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    Tú eres mi elección - Rocío

    Prólogo

    Explicar en pocas palabras cómo me he metido en este lío es bastante difícil, entre otras cosas, porque ni yo misma lo sé. Quizá debería haber usado más la cabeza y menos el corazón, pero ya es tarde para andarme con reproches. Lo hecho, hecho está.

    Si ya es complicado elegir entre dos amores, hacerlo entre tres es tan tremendo que creo que voy a necesitar desaparecer durante un tiempo y resetearme. Ojalá pudiera apagarme como si fuera un teléfono móvil o, quizá, lo que me vendría estupendamente en estos momentos es reiniciarme como un ordenador, empezar de cero con la cabeza completamente vacía o, mejor dicho, con el corazón completamente vacío.

    Estoy sentada en una cafetería preciosa del barrio donde vivo en Barcelona y tengo delante de mí a Checo, a Yago y a Valerio mirándome con cara de no entender absolutamente nada. ¿Por qué no tenemos un botón en nuestro cuerpo que nos haga desaparecer como por arte de magia? Si así fuera, lo apretaría tan fuerte como para que me mandara en un instante a Australia.

    ¿Que por qué los he citado a los tres? Porque he tenido una relación tan especial con todos ellos que siento la necesidad de serles sincera. Ahora, que los tengo delante, me doy cuenta de que esto es una locura. ¿Cómo les voy a explicar que mi única intención es la de elegir a uno y a los otros «adiós, muy buenas, ha sido un placer conocerte»? Sus miradas, sin haberles dicho nada aún, son de auténtico asombro, y se miran entre ellos sin entender muy bien qué hacen aquí. Lo único que les he pedido en cuanto han llegado es que no digan nada, que me dejen hablar y que, cuando termine, tendrán tiempo de preguntarme y comentar lo que quieran. He escogido esta cafetería porque, aparte de que me siento muy a gusto cada vez que vengo, tiene asientos grandes en forma de u; ahí les he pedido a los tres que se sienten, y yo estoy en una silla justo enfrente y los tengo a todos a la misma altura. Lo que tengo que decirles les afecta a todos por igual.

    Mientras los miro —hay que ver lo guapos que son—, mi mente vuela hasta el momento en el que los conocí: A Checo en Valencia, a Yago en Galicia y a Valerio en Cádiz. Parezco un marinero, de esos que dicen que tienen un amor en cada puerto…

    · 1 ·

    Cómo conocí a Checo

    Vivo en Barcelona pero, en cuanto puedo, me hago alguna escapada «para conocer mundo», como se suele decir. Pues en una de esas fui a Valencia donde, además de ver un sitio impresionante, conocí a Checo.

    Nos encontramos por casualidad en La Ciudad de las Artes y las Ciencias. Yo llevaba tiempo con ganas de ir y siempre lo iba postergando por eso de que, como estaba dentro de la península, pues podía esperar. Así que, aprovechando que el día de La Virgen de La Merced caía en viernes y no tenía que trabajar por ser festivo, me fui sin pensármelo dos veces.

    Se suponía que, para ser últimos de septiembre, haría menos calor, pero ese mismo viernes llegué a Valencia bajo un sol abrasador. El trayecto duró casi cuatro horas desde el barrio de Gracia, que es donde vivo desde hace varios años. Es un barrio con un encanto especial, desde la primera vez que lo visité me enamoré tanto de la variedad de gente con la que me encontraba dando un paseo como de su ambiente bohemio. Desde que pisé sus calles, supe que ese barrio era para mí.

    En cuanto aparqué el coche, lo primero que vieron mis ojos fue un edificio espectacular con una parte superior en forma ovoide —que ya había visto en Internet—, era el Hemisfèric, una gran esfera en cuyo interior albergaba una sala de proyecciones, pero eso lo vi después. Mis pasos me llevaron hasta el Museo de las Ciencias, donde varios grupos de pequeños colegiales ocupaban gran parte del recinto. La verdad es que me pareció un buen sitio para venir de excursión con el colegio y aprender sobre ciencia, ya que les mostraban experimentos e incluso podían interactuar con muchos de ellos. Ya me hubiera gustado que mis profesores me hubieran llevado allí cuando era más joven o incluso de pequeña. Recorrí todas las zonas asombrándome de cuanto veía y disfrutando tanto como cualquiera de aquellas criaturas. De ahí me fui al Oceanogràfic, que había sido lo que más había atraído mis ganas de venir hasta Valencia. Sí, mi ilusión era ver medusas; nunca me había encontrado con alguna en la playa como la mayoría de la gente, solo las había visto en la tele o en Internet y siempre me habían parecido impresionantes. Así que, tras recorrer pasillos y ver infinidad de tipos de peces y animales marinos, me topé con ellas. Me quedé embobada de ese baile despreocupado con leves movimientos ondeantes, esas formas tan diferentes…

    —Nunca había visto a nadie mirar así a las medusas —sonó una voz a mi espalda sacándome de mi ensimismamiento.

    —Son fascinantes —afirmé sin darme la vuelta—. Aunque prefiero verlas desde aquí a bañarme con ellas.

    —Con esa de ahí no tendrías apenas problemas, la llamamos, comúnmente, medusa de puntos blancos, apenas resultaría urticante si te rozara. —El dueño de la voz se fue aproximando, rodeándome, hasta quedar frente a mí.

    —Pues sí que sabes de medusas… —Madre mía, ¡qué chico más guapo tenía delante! Me arreglé el pelo con una mano de manera instintiva.

    —Trabajo aquí, algo debería saber, ¿no crees?

    Su tono no dejaba lugar a dudas de que era simpático, además de guapo; pero de esto último me di cuenta sin necesidad de que dijera nada. Alto, de complexión no muy fuerte, pelo oscuro y bastante corto y ojos color ¿miel? Tampoco se le veían bien con la poca luz que había en la sala.

    —¿Eres profesora? —preguntó sonriendo, mostrando una fila de dientes blancos y perfectos—. Quiero decir… ¿vienes con algún grupo de niños?

    —No, no, he venido por mi cuenta, soy de Gracia, quiero decir, de Barcelona. Llevaba tiempo con ganas de venir y aquí estoy. —No sé por qué le expliqué todo eso sin venir a cuento, quizá porque me puse un poco nerviosa y, cuando me pasa, hablo sin parar.

    —En una hora termino mi turno, si me dejas, me gustaría enseñarte todo esto. —Se ofreció sin perder ni un segundo la sonrisa.

    —Pues no sé qué decirte…

    —Di que sí y no te arrepentirás, tendrás el mejor guía de toda esta ciudad —aseguró riendo, haciendo que me uniera a su risa.

    —De acuerdo, acepto. Pero si me piensas cobrar, ya te digo que te vayas olvidando —bromeé para quitarme un poco los nervios que se me estaban acumulando en el estómago.

    —Ya me siento pagado después de verte observar a las medusas; esa mirada no la veo todos los días.

    Sus palabras hicieron que me ruborizara al instante, menos mal que gracias a la poca luz que nos envolvía, es posible que ni se diera cuenta. Estuve un rato más en una sala donde se podían ver invertidos a esos animales prácticamente transparentes y gelatinosos, con esa forma de dejarse llevar y, desde luego, era todo un espectáculo.

    Después de algo más de una hora, fui hacia la entrada donde había quedado con… el chico de las medusas; aún no sabía su nombre. Cuando llegué ya estaba esperando.

    —Creí que habías cambiado de opinión.

    —Me entretuve más de la cuenta, ¡es todo tan bonito! —Llevaba otra ropa, ahora iba mucho más informal que cuando lo vi, claro, antes vestía el uniforme de trabajo.

    —Aquí hay muchas cosas bonitas, a parte de las medusas. —Noté su mirada cargada de intenciones, pero me gustó—. Por cierto, me llamo Sergio, pero todos me llaman Checo desde que era nano.

    —¿Nano? —pregunté con curiosidad.

    —En Valencia usamos mucho esa palabra para referirnos a los más pequeños —explicó riéndose, reconociendo que era algo chocante para los que no lo sabíamos—. ¿Qué te apetece que hagamos?

    —Pues si no te importa, me gustaría comer algo y beber, sobre todo beber. Desde que he llegado no he parado y estoy sedienta. Mataría por una cerveza fresquita —bromeé de nuevo haciendo que su sonrisa continuara.

    —Pues eso tiene fácil solución, vamos a la cafetería. —Señaló hacia el lado derecho—. ¿Sabías que el organismo de las medusas está formado por un noventa y cinco por ciento de agua?

    —Ni idea. En realidad siempre me han llamado mucho la atención, sobre todo su forma de moverse. Por cierto, me llamo Coral. —Ni siquiera me había acordado de presentarme. ¿Por qué estaba tan nerviosa?

    —¿Qué zonas has visto? —preguntó muy interesado mientras caminábamos hacia la cafetería.

    —Pues el Museo de las Ciencias y el Oceanográfico —respondí recordando lo grande que era todo aquello.

    —Por hoy quizá debería valer. Ver todo esto en un solo día es imposible, ten en cuenta que esto es como una ciudad de trescientos cincuenta mil metros cuadrados, acabarías hecha polvo y ni siquiera podrías descubrirlo todo.

    —Sí, la verdad es que, hasta el domingo que me vuelva a casa, tengo tiempo de sobra para verlo todo bien.

    Me quedé maravillada al salir de la cafetería y ver el lago artificial que tenía todo el recinto. Ya me hubiera gustado darme un bañito allí y refrescarme un poco; me lo tuvo que notar en la cara, porque enseguida me ofreció otro plan.

    —¿En qué hotel te alojas? —preguntó sacando unas llaves del bolsillo de su pantalón vaquero.

    —Pues, si te soy sincera, aún no tengo, pero ahora miraré alguno en Internet que esté cerca de aquí.

    —¿Tienes hambre? Conozco un sitio donde se come muy bien. Vamos, te invito a comer.

    Sus palabras sonaron a gloria en mis oídos, después de tanta visita, tanto paseo y tanto calor, mi cuerpo me pedía a gritos otra cerveza y un bocadillo de lo que fuera. Pero fue aún mejor. Caminamos hasta el aparcamiento donde estaba estacionada su moto, una Honda CBR 300 negra con algún detalle en rojo, que me llamó la atención nada más verla. Su intención era llevarme en moto, pero aunque el chico me gustó nada más verle y su moto también, preferí ir en mi coche por lo que pudiera pasar después. ¿Y si me dejaba tirada en cualquier sitio y luego no podía volver? ¿Y si por lo que fuera sentía la necesidad de alejarme corriendo de él? Como dice el refrán, «mujer precavida vale por dos». Y otra cosa puede que no, pero, precavida, siempre lo he sido, sobre todo porque llevo muchos años viviendo sola y ya no tengo la inocencia de una adolescente, aunque también he de reconocer que peco de ser bastante impulsiva. Así que me metí en mi coche, y le seguí hasta un restaurante en el paseo marítimo donde nos comimos una paella valenciana buenísima, acompañada de un vino blanco muy fresquito, que enseguida me subió a la cabeza.

    Después fuimos a su casa con la excusa de que tenía que poner una lavadora con la ropa del trabajo. No era un piso muy grande, más o menos como el mío, pero parecía mucho más luminoso, quizá por la orientación o porque el bloque de pisos que tenía enfrente estaba bastante alejado de este. La cocina y el salón estaban unidos en una misma estancia, y hacía más grande el espacio. Tenía dos habitaciones: una con cama de matrimonio, que me explicó que era la suya, y otra con una cama pequeña que tenía por si se quedaba algún amigo a dormir.

    —Creo que no deberías buscarte ningún hotel —comentó despreocupadamente levantándose del sofá donde nos habíamos sentado.

    —¿Por qué lo dices? —pregunté haciéndome un poco la tonta, aunque sabía por dónde iba y me extrañó que me fuera a proponer algo así sin apenas conocernos.

    —Puedes quedarte aquí. —Según lo dijo, desapareció por el pasillo que daba a las habitaciones.

    —No creo que sea buena idea, apenas me conoces y yo… —dije levantando el tono para que me oyera desde donde estaba.

    —No me gustaría que me dijeras que no, además solo van a ser dos noches y hay sitio de sobra. —Me cortó la frase con naturalidad volviendo a aparecer por donde se había ido, mostrándome su sonrisa.

    Eché la cabeza hacia atrás y valoré qué debía hacer, quizá no era tan mala idea pasar allí el fin de semana, total, solo sería para dormir, el resto del día quería visitar lo que había traído planeado desde casa; además, se había ofrecido a enseñarme todo aquello, así que… ¿por qué no? Alojamiento y guía, todo en uno.

    Me metí en el cuarto de baño para darme una ducha, no era tan pequeño como se podría pensar después de ver las habitaciones, y tenía una mampara con un vinilo opaco que me dio toda la intimidad que necesitaba. Tras ducharme y cambiarme de ropa —elegí otros vaqueros y una camiseta negra ajustada, tampoco había metido mucha ropa en la maleta puesto que solo sería un fin de semana, aunque sí soy de las que echa algo más por si acaso—, me llevó de nuevo a la Ciudad de las Artes y las Ciencias para enseñarme algo que, según él, me iba a impresionar tanto que haría que quisiera volver otra vez a su ciudad. Esta vez sí que accedí a que fuéramos en moto, después de haber comido juntos, le había conocido un poquito más y parecía que era un chico de fiar; además, nunca había montado en una moto como aquella y estaba loca por saber cómo sería la experiencia. Lo más incómodo de todo fue el casco, sobre todo porque se ajustaba demasiado a mi cara aunque, según Checo, así debía ser para tener mayor protección en caso de accidente. Y también porque el pelo no se quedaba como antes de colocártelo. Pero por lo demás, me gustó.  Y mucho.

    Esperó a que fueran las ocho de la tarde para que el sol no estuviera tan visible y nos metimos en el Hemisférico, que fue lo que me llamó tanto la atención al salir del coche cuando llegué por la mañana, pero antes fuimos a dar un paseo por una zona ajardinada desde donde se podían ver todos los edificios y el estanque. Una vez dentro, me di cuenta de que la bóveda se convertía en una gran pantalla de cine oval y pude ver, como si fuera algo muy real e incluso tangible, todas las estrellas y constelaciones que forman parte de nuestro Sistema Solar.

    —Esto es impresionante —susurré, completamente embelesada, con cara de niña pequeña.

    —Sí que lo es. La primera vez que lo vi me quedé sin palabras —aseguró con brillo en los ojos, imaginé que era porque la luz del espectáculo de las estrellas se reflejaba en sus ojos.

    —Parece tan real…

    Tal vez fui demasiado impulsiva en ese momento, pero al girar mi cabeza para hablarle me encontré con sus labios tan cerca que no pude evitar acercarme un poco más y besarle. Quizá era muy pronto para pensar en eso, pero me pareció un momento tan romántico que lo que pegaba en ese momento era besarnos bajo el manto de estrellas. Echando la vista atrás, creo que lo mejor hubiera sido no hacerlo y seguir viviendo ese fin de semana tal y como lo tenía planeado, pero no fue así…

    Después, nos fuimos a cenar a un sitio que Checo frecuentaba muy a menudo. Aparte de que me lo dijera él, también me di cuenta por la cercanía con la que le saludaban los camareros. No parecía un restaurante muy grande, posiblemente por eso me sentí bastante cómoda; además, la música reggae hacía que el ambiente fuera de lo más acogedor. Cenamos varias raciones y después fuimos a tomar unas copas a varios locales a los que también solía acudir con asiduidad. Bailamos y bebimos hasta casi el amanecer y volvimos a su casa bastante perjudicados por el alcohol. No hizo falta quedarme en ningún hostal como tenía pensado en un principio. Me volvió a ofrecer su casa y, como no me encontraba en condiciones en esos momentos para ponerme a buscar alojamiento y mucho menos para hablar con la persona que estuviera en la recepción, terminé aceptando su proposición sin ningún problema.

    A la mañana siguiente, me desperté con una reseca tremenda, el techo me daba vueltas y en la cabeza tenía un martillo golpeándome por dentro. La habitación era de un tamaño suficiente para poner una cama individual y una mesita de noche. Tenía un armario empotrado bastante estrecho y, junto a este, una ventana con cortinas de color verde claro. Agradecí despertarme sola y en diferente habitación, aunque le besé varias veces, pero no quería que pensara que yo era la típica chica fácil y que con dos besos me podía llevar a la cama. Tenía vagos recuerdos de las últimas horas antes de meterme en la cama, pero estaba segura de que no nos habíamos acostado; sin embargo, se me pasó por la cabeza varias veces a lo largo de la noche.

    · 2 ·

    Checo

    Después de una semana de mierda, apareció ante mis ojos una morena de ojos azules que hizo que se me olvidara tanto la discusión con mi superior por las vacaciones que aún no había disfrutado, como la charla de mi madre porque llevaba quince días sin ir a visitarlos.

    ¡Menuda semanita llevaba! Mi mal humor iba en aumento desde que salí del despacho de mi jefe. Se empeñaba en aplazarme las vacaciones para octubre, que era cuando menos gente venía al acuario, y no le importaba que yo tuviera vida personal aparte de mi trabajo. Claro, él vivía por y para su trabajo y pretendía que los demás hiciéramos lo mismo. Pero, ¿no podía entender que necesitaba irme de vacaciones y desconectar como todo el mundo? Pues no, claro que no lo entendía; según él, me había hecho encargado y tenía que dar la talla en todos los aspectos. ¡Y claro que la daba! ¿No me tenía ahí trabajando más horas a la semana de las que venían en el contrato? Sí, reconozco que al principio no me

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