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La puntualidad de los delfines
La puntualidad de los delfines
La puntualidad de los delfines
Libro electrónico121 páginas1 hora

La puntualidad de los delfines

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Esta es la historia de la persecución de un sueño, aunque sea un sueño tan sencillo como seguir adelante. Pero precisamente esos sueños tan sencillos son los más difíciles. La protagonista de "La puntualidad de los delfines" ha llegado a la isla de Tenerife huyendo de un negocio fracasado, de una relación fallida, al final de un camino que parece errado. Sin más perspectiva, en principio, que sobrevivir, pronto encontrará en la Isla personas, paisajes, oficios que la van reintegrando a la ilusión y a la vida que al final rompe en su interior.
Narrada con una sencillez magnética y mediante unos personajes que realmente “viven” en las páginas y con los que no nos cuesta identificarnos, esta primera novela de la sevillana Reyes Vaccaro supone un canto sincero, sin estruendos ni empalagos, a la esperanza y a la fe en nosotros mismos.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 ago 2012
ISBN9788415414438
La puntualidad de los delfines
Autor

Reyes Vaccaro

Participante en varias antologías de poemas solidarios y relatos, como «Versos para derribar muros» o «Mujeres en el espejo», presentados en la feria del Libro de Sevilla, y en eventos literarios como el I Recital de poetas del Aljarafe. Reyes Vaccaro escribe, con la misma asiduidad con la que vive, en el blog «Tiempo sin verte», una bitácora personal donde comparte vivencias en complicidad con lectores y amigos, e intenta explicar sus días como si fueran olas; esto es: a veces desde arriba, y otras desde abajo. Reciente finalista del I concurso de Relatos Alberto Fdez Ballesteros, ha prometido seguir escribiendo por si, después de aprender tantas cosas y tan inútiles, este pudiera ser un buen oficio.

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    La puntualidad de los delfines - Reyes Vaccaro

    La puntualidad de los delfines

    Reyes Vaccaro

    1ª Edición Digital

    Agosto 2012

    Smashwords edition

    © Reyes Vaccaro, 2010

    © de esta edición:

    Literaturas Com Libros

    Erres Proyectos Digitales, S.L.U.

    Avenida de Menéndez Pelayo 85

    28007 Madrid

    http://lclibros.com

    ISBN: 978-84-15414-43-8

    Diseño de la cubierta: Benjamín Escalonilla

    Fotografía: Virginia González Dorta

    Smashwords Edition, License Notes

    This ebook is licensed for your personal enjoyment only. This ebook may not be re-sold or given away to other people. If you would like to share this book with another person, please purchase an additional copy for each person. If you’re reading this book and did not purchase it, or it was not purchased for your use only, then please return to Smashwords.com and purchase your own copy. Thank you for respecting the hard work of this author.

    ÍNDICE

    Copyright

    Dedicatoria

    Introducción

    La puntualidad de los delfines

    Sobre la autora

    Dedico esta historia a Antonio Vega,

    por haberla comenzado el día de su muerte.

    A mi perra Lily.

    A los blogueros que me leen hace tiempo.

    A todos y todas los que trabajan de pie.

    Y, por supuesto, a Selene.

    INTRODUCCIÓN

    Mi novela y yo bailamos abrazadas, recordando todo lo que nos ha pasado desde que comenzó el cuento de esta vida, que es similar a muchas otras.

    Dicen que no hay nada más fácil que morir, porque para ello basta con estar vivo; sin embargo, el verdadero milagro sigue siendo que amanezca cada día y que nosotros estemos ahí para verlo.

    No nos extraña vivir un día más, aunque muchas más veces se altera la ruta prevista del barco que nos lleva; y de repente se descubre un agujero en la bodega y no tarda ni dos días en llenarse todo de agua, entonces ya no sirven ni salvavidas ni cuerdas.

    La espera de mejores tiempos y el romanticismo del pasado se hunden en el remolino donde también naufragan las ideas como ropa vieja, y sin equipo de supervivencia hay que lanzarse al mar, cada uno que coja lo que tenga y bracee, o que lance sus labios al aire o arroje puñados de palabras si los tiene, si es que acaso los pudo acumular en treinta, cuarenta o cincuenta años de vida, o si no son palabras serán abrazos o ideas, que en los naufragios lo único que no sirve para nada es el dinero.

    Mi novela y yo nos enredamos como amantes que no quieren separarse, estamos hechas quizá de la misma materia, ella conserva para mí todos los recuerdos, el brillo de los ojos de cada personaje que se cruzó en el camino como una madre cuidadosa que dejara notas de ánimo en los bolsillos del pantalón de sus hijos para cuando les lleguen esos momentos de soledad y desesperación ahí fuera, en la tierra de nadie donde todo el mundo vive alguna vez.

    Hemos pasado tantas horas juntas respirando el mismo aire que ella tuvo lágrimas y yo páginas; a veces me sorprendí con un marcapáginas entre las piernas que era suyo, mientras entre sus hojas de papel blanco sonaban mis recuerdos.

    Y así hemos llegado hasta hoy, enredadas en un sitio que no tiene tiempo ni nombre, a trompicones perdiendo aviones y autobuses, desmadejadas como mujeres locas, con poco que ofrecer pero toda la vida metida en una caja de regalo, calladita y taimada, siempre con la esperanza de estallar irremediablemente entre las manos de alguien aficionado a las historias, esas historias que (también) se olvidarán un día.

    I. LA NIÑA

    La niña se ha dormido viendo la tele, ahora la miro y veo su cara sucia de chocolate; se me encoge el corazón, es una criatura tan tierna pero tan agotadora que, cuando cae dormida, al igual que todos los demás con los que me peleo a diario, es como si me dejara sola, siento que la fiesta termina, dejándome a mí despierta.

    La vida tiene eso de ruido que, cuando se detiene, quisieras oírlo de nuevo, porque el ruido es normalidad y el silencio muerte.

    Yo siempre me quedo sola en el castillo donde el maleficio de la bruja ha dormido a todos los habitantes menos a mí, y eso es porque de noche me gusta pensar en todo lo que ha ocurrido, aunque luego ya no pueda dormir hasta bien entrada la madrugada.

    Lo llamo «tranquilidad», aunque a menudo me levanto del sofá para comprobar la respiración de la niña, porque ella es el centro del universo, y sin ella mi carne se volvería piedra.

    Hay otras mujeres que se olvidan de los niños cuando el marido las deja, pero yo la he agarrado contra mi pecho blando, a la niña digo, y la he sujetado por encima del mar para que las olas no la alcanzaran, aunque en ocasiones me he dado cuenta con sorpresa que era ella la que me sostenía a mí como una tabla. Espero que nunca me lo reproche: «Pues tú, madre, no te quejes tanto que estás aquí por mí, que yo vine de no sé dónde para hacer de ti una guerrera, tú que eras una simple oficinista que se entretenía comprando chucherías y perfumes, en aquellos tiempos en los que la tarjeta de crédito te permitía oler a princesa aunque fueras una simple oficinista con sobrepeso».

    —Pues sí —le diré—, mi vida fue más bella gracias a ti, y también más llena de color, porque te diré: había tantas cosas que yo no sabía hasta que llegaste… Para empezar, no creía en misterios y tú me demostraste que lo maravilloso existe.

    Y es que la niña apareció una mañana de abril como una sospecha, creció en mi vientre de tal manera que a los dos meses ya tenía sombra, aunque era una sombra del tamaño de una almendra, o quizá menos, cuando salí de la farmacia donde una chica me había dicho «POSITIVO». Aunque no hacía falta que me lo dijera nadie, porque ese día había visto miles de niñas por la calle, una de cabello rizado y abundante, otra de coletas, todas pequeñas y bonitas, y yo ya sabía que llevaba dentro una niña como aquellas.

    Aunque no quisiera llevar niños dentro de mí, no me parecía el momento. Yo nunca he tenido momentos para nada, las hojas bailarinas que se caen de los árboles no suelen clasificar sus vidas por momentos, viven cayendo y nada más, a lo que les toque, y yo pensaba que no me tocaba llevar una niña dentro, por bonita que fuera.

    Y menos en mi situación, con aquella vida hecha a retales y la casa a cuestas.

    La gente no se plantea estas cosas cuando reciben el positivo en la farmacia, a lo mejor ni siquiera las hojas que bailan con el viento, quizá tendría que replantearme la metáfora. Digamos que yo era una viajera, eso es, una viajera que a los treinta y tres años todavía no había encontrado su sitio, que ya desconfiaba de encontrarlo algún día, y que habitaba un cuerpo femenino como otros viven en una caravana, haciendo lo justo para permitir el repliegue de medios y emociones. Me conformaba con poco: una puertecita desvencijada con la que cerrar mi vida en las narices de la gente, leer mis libros cada semana y poner las piernas encima de una silla mientras comía chocolate y veía por la tele cómo los demás destrozan el mundo, ese mundo que habitamos pero que nunca mejoraremos.

    Algunas mujeres que leen tampoco suelen emocionarse ante la idea de llevar niños en la barriga; está muy visto, sale en todas las películas y en todas las novelas como la cosa más natural y menos mágica, no es el sentido de la vida si has leído lo suficiente.

    Aquella mañana, sin embargo, yo supe que estaba embarazada, y me eché a llorar.

    Llamé a Rebeca para decírselo y también a mi madre, las llamé desde una cabina azul con pintadas en tinta negra que había hecho gente más feliz que yo.

    Rebeca dijo que era una gran alegría, y mi madre que hiciera lo que yo quisiera, pero que mejor no fuera a perder el bebé, que ya con una vez había sido suficiente, y entonces me eché a llorar más fuerte.

    La niña estaba dentro y condicionaba toda mi vida, la pintaba de nuevo con un pincel invisible, cambiando de sitio las prioridades y los deseos; la niña arañaba con sus deditos las posibilidades de ser otra cosa muy distinta, que era para lo que había llegado a aquella isla tres meses antes, para trabajar y poder pagar mis deudas, para tomar el sol en largos días de sol africano que doraban la piel hasta hacerla un escudo. Casi tenía el convencimiento de que en aquella isla podría ser feliz, porque había palmeras y un mar azul repleto de delfines que nunca vi, pero que, me aseguraban, existían alegres a pocos metros de la orilla; me gustaba pensar en los delfines, incluso cuando

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