Tan amada
Por Poldy Bird
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"No hay una sola huella
que indique que te has ido
a ordenar las estrellas.
Al ángel encargado,
por una distracción,
se le cerró la puerta".
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Tan amada - Poldy Bird
Tan amada
Tan amada
Poldy Bird
Índice de contenido
Portadilla
Legales
Carta de ricardo montaner
Estás
Todo lo nombra su nombre
El día que se inventó el amor
El gobelino
La cita
Agua del recuerdo
Una planta llamada Verónica
Caja de voces
Babau avión
Hablame de papá
Luz del mundo
La palabra que cure las heridas
En alto vuelo
Son los sueños
Manitos gordas
Poder llorar oyendo unas canciones
El alma de la casa
Casi un trébol de cuatro hojas
Navidad
Otro año
Una caricia
Hasta que vuelva tu ángel
Alguien cuidará mis plantas
Las fiestas
Cosas valiosas
La jirafa de azúcar
Los reyes magos
No te olvides de mí, corazón
Último árbol del milenio
Srchibaldo y perfumada
La muerte del jardín
Mi abuela dice
La que no fue invitada
El tiempo tiene plumas aceitadas
Tan amada
© Poldy Bird, 2010
© Editorial del Nuevo Extremo S.A., 2014
A. J. Carranza 1852 (C1414COV) Buenos Aires, Argentina
Tel/Fax: (54-11) 4773-3228
e-mail: editorial@delnuevoextremo.com
www.delnuevoextremo.com
Imagen editorial: Marta Cánovas
Diseño de tapa: Sergio Manela
Diseño de interior: m&s estudio
Primera edición en formato digital: junio de 2015
Digitalización: Proyecto451
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright
, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.
Inscripción ley 11.723 en trámite
ISBN edición digital (ePub): 978-987-609-581-5
carta de ricardo montaner
Querida Poldy:
¿Por qué tú?
¿Y quién iba a contarnos del dolor, con tanta realidad y verso, si no tú?
¿Y quién podría darle forma de poesía a una lágrima perdida, si no tú?
¿Y quién mejor para Dios que tú para hablarles a los comunes del dolor que Él sintió el día que vio a su hijo morir por nosotros?
¿Por qué tú?
Porque en medio de la devastación, tú sigues siendo preferida.
Sólo a alguien como tú puede escoger Dios para transmitirnos su dolor con palabras del corazón.
Te amamos.
Nos dueles.
estás
(Para Verónica)
No es verdad,
no estás muerta,
no hay una sola huella
que indique que te has ido
a ordenar las estrellas.
Estás aquí,
mirando,
dando vueltas.
susurrando no llores,
no llores, estoy cerca.
No es verdad,
no estás muerta.
Al ángel encargado,
por una distracción,
se le cerró la puerta.
todo lo nombra su nombre
Porque ella usaba zapatitos de charol con medias blancas
porque se tentaba de risa
porque siempre se comía las uñas
y nunca las tuvo largas ni pintadas de rojo
porque era mi chiquitita desde chiquitita pero nunca conocí una madre tan madre para criar a su hijo
porque se teñía nuevamente de negro las remeras negras descoloridas
porque era mi princesa
pero no le pude hacer ningún regalo costoso en estos últimos años
porque viajaba en colectivo ella que nunca había salido sin viajar en auto
porque tuvo que cuidarme un mes en terapia intensiva
y se aterrorizó cuando me operaron el corazón
porque creo que se murió por tanto miedo de que me muriera
porque no tenía faltas de ortografía y era la mejor editora que conocí
porque era ocurrente y sagaz
porque era tan linda
porque nunca dejó de luchar
porque es mi princesa
porque a nada quise más que a ella
porque no querré a nadie como la quiero
porque no teníamos que hablar para decirnos las cosas
porque quiero que vuelva
porque quiero irme con ella
porque todo en el mundo y todo en el alma tiene su nombre
y es el único nombre que todo lo nombra
Verónica
y es el misterio que mantiene las estrellas encendidas
el día que se inventó el amor
Todos los días se inventa alguna cosa.
Una vez, quién sabe cuántos miles de años hace, una planta sonrió y se le abrieron cinco pétalos amarillos; era un veintiuno de septiembre y ese día se inventó la primavera.
Y otro día, fue el verano, esa enorme envoltura azul del mundo, debajo de la que nos movemos como peces caprichosamente vestidos por Dior o la señora de la vuelta de casa.
A mí me dan menos pena los niños en verano.
Aunque siempre me dan un poco de pena, no sé muy bien por qué, quizá porque yo era una niña triste y golpeada, temerosa de hablar, y me puse a escribir porque escribir era una manera de decir las cosas a los gritos sin que los grandes se dieran cuenta. Verano. Infancia. Pena.
Pero hubo también otro día. El día que se inventó el amor.
No, por más que te hagas el que lo sabés, no lo sabés.
No fue la tarde aquella que me invitaste a tomar un café y los dos revolvimos los pocillos interminablemente mientras buscábamos palabras que no tuvieran los bordes desflecados.
Tampoco fue la primera vez que me besaste y mi sangre creyó que era Año Nuevo porque un montón de estrellas prendieron sus fuegos artificiales en su cauce rojo.
No. Tampoco fue el día en que decidimos que queríamos vivir juntos para siempre, impregnar con nuestro olor una misma cama, correr hacia los pies la misma sábana en las noches de calor, levantar hasta el cuello una misma frazada, a cuatro manos, las narices heladas y unas ganas locas de que no existan los despertadores.
Ni el día que nos quedamos en silencio, mirando ese departamento de un ambiente dividido en dos por un tabique que tapizamos con reproducciones de Picasso, De Vlamink, Matisse, y con dibujos y acuarelas de algunos amigos nuestros que pintaban. Teníamos que hacer malabarismos para movernos de un lugar a otro, y sin embargo queríamos invitar a todo el mundo para que conociera nuestro primer hogar. Me complicaba con recetas exóticas para demostrarles a las visitas que no me iba tan mal como ama de casa...
A los tres meses empezamos a buscar un departamento más grande, porque ese estaba bien para dos, pero tres..., ¿adónde íbamos a poner la cuna? ¿Adónde íbamos a colgar los pañales para que se secaran? ¿Y los juguetes, en dónde los pondríamos?
No. Tampoco fue ese el día que se inventó el amor.
Ahora voy a decírtelo: lo recuerdo perfectamente. Habíamos discutido por alguna pavada. Los dos nos sentíamos un poco prisioneros de esa situación nueva que vivíamos: con un contrato a perpetuidad a causa de esa niña que reclamaba su mamadera cada dos horas. O a causa del miedo que provocan siempre las cosas nuevas, aunque sean hermosas. O a causa de haber tenido infancias solitarias que se nos aparecían como fantasmas en los momentos de alegría, para enturbiarlos, y los momentos de tristeza, para acuciar nuestro dolor.
Habíamos discutido, nos habíamos herido y no nos atrevíamos a dar el brazo a torcer, a reconocer que la ofensiva en la que nos habíamos embarcado era una manera