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Brebaje
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Libro electrónico97 páginas1 hora

Brebaje

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Si crees que estás pasando una mala racha deberías contárselo a la ilusionista Balbina Vital.

Sus palomas han atacado al público durante uno de sus espectáculos de magia, se ha encontrado una pluma negra sobre la almohada y un ser indeseable del pasado reaparece en el día más inoportuno. Todo ello en el momento en que un equipo de científicos ha demostrado que, efectivamente, el karma existe.

¿Quién le iba a decir que la solución a sus problemas iba a estar en un brebaje cuyos ingredientes estrella son una medusa y dinero en efectivo?

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 dic 2017
ISBN9781386598497
Brebaje

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    Brebaje - Tamara Romero

    Brebaje

    Edición digital: Diciembre 2017

    Publicado por Sociedad Júpiter

    Copyright © Tamara Romero, 2017

    Barcelona // www.tamararomero.com

    Diseño de cubierta: CL Smith

    ISBN de la edición impresa:  978-1979893664

    Todos los derechos reservados. Quedan prohibidos, sin la autorización escrita del titular del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra. Si necesita reproducir algún fragmento de esta obra, póngase en contacto con la autora.

    Brebaje

    Tamara Romero

    PRIMERA PARTE

    La pluma negra

    1. Rutina con palomas

    Balbina Vital debería haber imaginado que las cosas todavía no habían vuelto a su cauce cuando, al despertarse, encontró una pluma negra sobre su almohada. Una pluma aún caliente, como recién desprendida de un pájaro de mal agüero. Y a juzgar por su tamaño, se trataba de uno bastante grande. Solo la vio cuando encendió la luz, ya que todavía era de noche. Le extrañó, no solo porque jamás traía las palomas a su habitación, sino porque entre ellas no había ninguna de color negro.

    Se incorporó en la cama y enseguida entendió que no podría volver a dormirse, al menos en un buen rato. Lo cual era un problema, porque solo eran las once de la noche del lunes. La siesta se le había ido de las manos. Aunque allí no existieran, o más bien no importaran, los días de la semana, Balbina era una recién llegada y seguía siendo consciente de ellos. Necesitaba salir un rato de la habitación.

    Se levantó y se vistió rápidamente, se lavó la cara y se aplicó máscara de pestañas. Pasó del pintalabios porque tenía intención de tomarse un café y le provocaba cierto asco ver marcas rojas de labios en las tazas blancas. Cogió la tarjeta magnética que abría la puerta de la habitación, la cerró y se internó en el laberinto de pasillos que la conduciría al patio del edificio Tucán, uno de los tres que albergaban las habitaciones del servicio, al que ella pertenecía.

    Al salir del edificio y dejar atrás el aire acondicionado recibió con cierto disgusto el calor artificial que envolvía el Recinto y que propiciaba aquel microclima tropical para el que, según mucha gente le había dicho, necesitaría al menos un mes para aclimatarse.

    Desde allí tenía que atravesar dos jardines hasta llegar al bar de la piscina que ya consideraba su favorito. No tenía nada especial: era un bar exterior con techo de juncos, luces de colores y objetos decorativos de supuesta inspiración hawaiana y dudoso gusto. A su alrededor había una terraza con cinco mesas, pero ella siempre se acomodaba en la barra. Había varios bares similares en el Recinto en torno a sus tres piscinas y también dentro del edificio principal, pero había decidido frecuentar aquel porque le hacía cierta gracia el camarero, Rómulo, que actuaba y se movía por allí como si el negocio fuera suyo.

    Él ya le estaba sonriendo cuando la vio acercarse. Aunque allí no existieran los días de la semana debía haber cierta conciencia de ellos, porque el bar estaba casi vacío. Solo había otro cliente en la barra, aquel que siempre estaba leyendo El Príncipe de Maquiavelo sin pasar las páginas.

    Era imposible que Rómulo no se hubiera enterado de lo que había pasado hacía un par de noches durante su rutina con palomas. Lo sabía todo el mundo. Ya le había quedado claro que las noticias volaban en aquel lugar.

    —Hola, Balbina. ¿Otra vez insomnio? —le preguntó.

    Ella asintió.

    —Quiero un café con leche.

    —¿Descafeinado?

    —No, normal.

    Él le dio la espalda y se dirigió enseguida hacia la máquina de café y por un momento temió que no fuera a ofrecerle conversación. Cuando volvió con la taza Balbina le echó un rápido vistazo y le dijo con tono triste:

    —Hoy no me has dibujado un corazón con la espuma.

    Él soltó una carcajada.

    —Es cierto, espera.

    Lo retiró y aplicó la espuma como siempre hacía. Después, para su regocijo, Rómulo se apoyó en la nevera que quedaba delante de ella. Tuvo la delicadeza de no preguntarle de inmediato por el asunto de las palomas. Lo observó mientras volcaba la mitad del sobre de azúcar en la taza. Era un tipo muy apuesto: moreno, con la piel oscura y los ojos muy verdes, tal vez algo más joven que ella. Nunca le había dicho su nombre y ella jamás había confirmado con él si se llamaba Rómulo, que era lo que decía la placa metálica clavada en su camiseta, a la altura del pecho. Pero juraría que se había dirigido a él como Rómulo en alguna ocasión y él no la había corregido, así que todo estaba bien.

    Ella tampoco le había dicho nunca su nombre, pero no hacía falta. Desde hacía un par de semanas proliferaban por el Recinto carteles con su foto y su nombre que anunciaban la llegada del nuevo espectáculo de ilusionismo. Por allí todos la conocían ya como Balbina, la maga.

    Déjame explicarte cómo funciona todo este asunto del Recinto para que te hagas una idea:

    Está situado bien al norte, donde esta temperatura artificial no es para nada la habitual. Más bien lo contrario. En el caso de que quisieras —o más bien pudieras— abandonarlo, encontrarías una inmensidad helada que jamás podrías atravesar por ti mismo. Y sin embargo allí, en aquella extensión vallada, han logrado construir un resort en el que es posible estar de vacaciones eternamente. Bien, no siempre. ¿Quién no se aburriría de tal cosa? En el Recinto se alterna un año de trabajo y uno de vacaciones. Hay multitud de tareas a las que puedes optar. Administración, limpieza, restauración, cocina, o aquella a la que se dedicaba Balbina y que estaba englobada en algo más genérico: OCIO. Animación, entretenimientos varios, espectáculos y cualquier cosa que se te pase por la cabeza y que pueda estar relacionada con el asueto de los clientes. Pasado un año, se intercambian los papeles: los clientes se ponen a trabajar y los empleados disfrutan de su año de relax. ¿Quién no querría vivir en este bucle vacacional eterno?

    Puedes imaginarte la lista de espera que hay para acceder al Recinto. Y en parte se debe a que casi nadie quiere abandonarlo. Se liberan muy pocas plazas al año, y si quedan vacantes —sí, imaginas bien—, es cuando alguien muere. Por eso el número de clientes y de personal debe estar bastante compensado, y ese es el

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