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Respiración de fuego
Respiración de fuego
Respiración de fuego
Libro electrónico133 páginas1 hora

Respiración de fuego

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Información de este libro electrónico

No es lo que imaginas.

Nella salió de casa sola, en plena noche. Ha desaparecido.

Electra trepó por el tronco de un roble y caminó hasta el extremo de una de sus ramas. Allí se quedó, de pie. La rama no se partió.

Ellas no se conocen, pero tienen algo en común. Las dos recibieron el enlace a un vídeo de ocho horas en el que solo se ve una tormenta. Se supone que la lluvia y los truenos te ayudan a conciliar el sueño. Casi nadie duerme bien últimamente.

Pruébalo.
Mira este vídeo.
Si aún así sigues sin dormirte, tal vez aguantes despierto hasta la sexta hora de tormenta.

Entonces verás algo terrorífico y oirás la respiración de fuego.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 may 2021
ISBN9798201146825
Respiración de fuego

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    Respiración de fuego - Tamara Romero

    Respiración de fuego

    Edición digital: Mayo 2021

    Publicado por Sociedad Júpiter

    Copyright © Tamara Romero, 2021

    Barcelona // www.tamararomero.com

    Todos los derechos reservados. Quedan prohibidos, sin la autorización escrita del titular del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra. Si necesita reproducir algún fragmento de esta obra, póngase en contacto con la autora.

    Respiración de fuego

    Tamara Romero

    1. LA BATIDA Y LA RAMA

    Desde hace siete años nadie que tenga responsabilidades de adulto duerme bien.

    Nadie que Emma conozca, al menos, aunque entenderíamos que su círculo es reducido. Y que esa mañana aún se iba a reducir un poco más.

    Aquel sábado su marido, Ernesto —Erni—, se sentó en el borde de la cama y la despertó con una horrenda noticia:

    —Es tu amiga Nella —le dijo, arrastrando un poco las palabras, odiando a cada segundo que le hubiese tocado a él comunicárselo—. Parece ser que lleva tres días desaparecida. Salió de su casa a las seis y media de la mañana del miércoles, cuando empezaba a despuntar el sol. Iba en pijama, caminando por la acera. Sola. Nadie sabe dónde está.

    Erni sostenía su teléfono móvil delante de ella, mostrando un cartel de esos que elabora la policía cuando no queda más remedio, con la foto de una Nella feliz y despreocupada debajo de la imponente palabra DESAPARECIDA. Emma se sentó en la cama durante unos segundos, calibrando aquel despertar bruto y preguntándose si aún soñaba. 

    —Me he apuntado a una batida en grupo por los alrededores de la presa —dijo Erni—.  He pensado que tal vez querrías venir.

    Emma asintió por inercia, confiando en que una dosis de cafeína la ayudaría a asimilar la noticia. Se levantó de un salto y bajó a la cocina, pensando que la posibilidad de una batida fuera de la ciudad tiene mucho que ver con que algo malo le hubiese pasado a Nella. La palabra batida suena a mirar a fondo entre los arbustos, con mucho detenimiento. 

    Se sirvió un café mientras Erni se colocaba detrás, con una taza vacía en la mano. Emma nunca había conocido a nadie que hubiese desaparecido de forma oficial. 

    —¿Hacía mucho tiempo que no hablabais? —le preguntó su marido.

    —La verdad es que no. Le envié un e-mail la semana pasada. Lo típico. Llevábamos unas tres semanas comentando que teníamos que vernos para tomar algo, pero ninguna de las dos concretaba una fecha y un lugar.

    —¿Un e-mail?

    —Erni. Sí. Le envié un link por e-mail, sí. Nella me había dicho que tampoco podía dormir…

    —Tú y tus links

    —¿Me estás echando la bronca? Es muy temprano para todo esto...—le dijo Emma, incrédula. Dejó la taza sobre el mármol con demasiado ímpetu, evidenciando un súbito cabreo.

    Erni se acercó al instante. Rodeó su cintura con los brazos.

    —No, cariño. Por supuesto que no. ¿Le enviaste una de tus tormentas para dormir?

    Emma asintió.

    —¿Y después? ¿Te contestó?

    —Solo me dijo que ya le echaría un vistazo. Y que me llamaría esta semana para concretar y vernos por fin.

    El asunto del link pasó a un segundo plano durante unas horas, hasta que regresaron de la batida. Aquella mañana Emma se plantó delante de su armario incapaz de decidir qué ponerse para una actividad de ese tipo. Ropa cómoda, claro. Unos leggings y una sudadera, y unos calcetines gruesos y contundentes, porque no hay sitio más húmedo que los alrededores de una presa. 

    En el punto de encuentro vio a Max, el esposo de Nella, y a uno de sus hijos preadolescentes, uno de los gemelos. Ni rastro del otro. Emma saludó a Max desde la distancia, pues estaba flanqueado por mucha gente, y pensó que no era el momento de agobiarlo teniendo en cuenta lo mucho que se había debilitado su amistad con Nella en los últimos tiempos. No había pasado nada en concreto. Simplemente ambas estaban siempre ocupadas. La rutina te coloniza muy despacio.

    Un tipo que ayudaba en la investigación les dio unas vagas indicaciones aptas para no profesionales y Erni, que se había perdido durante un par de minutos, apareció a su lado de nuevo, contento por la excelente calidad de los palos que había encontrado. Le extendió uno a Emma, orgulloso de su hallazgo. 

    —Para la batida —le dijo—. Son muy robustos. 

    —Gracias. 

    —Para mirar bien entre las ramas —aclaró.

    Emma observó a Erni mientras se adelantaba. Juraría que su marido estaba disfrutando cada segundo de aquella experiencia improvisada y turbia. 

    Caminaron por los alrededores de la presa durante unas cuatro horas sin encontrar rastro alguno de Nella, empleándose a fondo con todos los arbustos y charcos que se cruzaron. No encontraron nada. Y eso, a pesar de todo y por el momento, era la mejor de las noticias.

    Al cabo de dos días Emma recibió un curioso vídeo de una compañera de trabajo de la agencia de comunicación en la que trabajaba. Observó su móvil, incrédula ante las imágenes que se desplegaban en la pantalla y que no parecían tener trampa ni cartón. 

    En ellas se mostraba a otra de sus compañeras, Electra, subida la rama de un árbol enorme, haciendo equilibrios sobre ella. Electra no estaba abrazada a la rama, ni se arrastraba con cuidado sobre una de las extensiones del árbol para no estamparse contra el suelo. No. Estaba de pie, completamente recta y con los brazos pegados al cuerpo sobre el extremo de uno de los brazos de madera del roble. En la base que rodeaba el árbol se había agolpado un grupo de curiosos que apuntaban hacia ella con sus teléfonos móviles. 

    Se oía un ruido de fondo, un murmullo de incredulidad ante la insólita y terrorífica visión de la mujer, paralizada sobre la rama. Emma creyó conveniente interrumpir a Erni para enseñarle aquellas imágenes y preguntarle su opinión.

    Él estaba viendo una serie policiaca en el salón. Una de las que Emma no seguía con él. Se sentó a su lado y le plantó el móvil delante de la cara.

    —Mira esto. Es Electra. Subida de pie a la rama de un árbol. 

    Erni se colocó las gafas de ver de cerca. 

    —Electra, ¿la de tu oficina?

    —Sí, claro. No conozco más Electras.

    Reprodujo de nuevo el vídeo, que tenía varios cortes en los que se iba congregando cada vez más gente. Cada vez más murmullos. Erni le quitó el teléfono de la mano y se lo acercó aún más.

    —¿Qué es esto? ¿Tiene truco?

    —Creo que no. 

    —Es que me parece imposible. Esa rama está demasiado alta y ella demasiado cerca del extremo. ¿Cuánto mide Electra? Es imposible que no se haya partido con su peso. 

    El vídeo duraba un minuto aproximadamente. Terminaba de forma abrupta sin mostrar el final de la historia. La imagen de Electra, que debía medir casi un metro ochenta, de pie y vestida de negro en el extremo de la rama, era terrorífica por incomprensible y por escaparse de cualquier lógica terrenal. 

    —¿Y bien? ¿Qué pasó después? —Erni alcanzó el mando y puso la tele en mute, interesado por aquel nuevo misterio.

    —Alguien llamó a los bomberos para que la ayudaran a bajar, pero cuando llegó la ayuda y ya estaban desplegando una escalera ella se giró y caminó con toda la calma hasta el tronco del árbol, como si fuera una equilibrista con mucha experiencia.

    —Pero, ¿y ese vídeo? ¿Quién lo grabó? ¿Dónde pasó esto? ¿Y cuándo?

    A Erni le gustaba que lo situasen siempre bien, dentro de unas coordenadas espacio-tiempo, cuando alguien le explicaba cualquier cosa.

    —El vídeo lo grabó alguien del departamento, y se ha movido hoy por la oficina. No sé qué pensar al respecto. Sobre que esto circule, quiero decir. Un grupo fue a comer el viernes al merendero que hay junto al embalse. Al parecer, de repente, Electra se levantó del pícnic que habían organizado como si fuera una sonámbula, se abrazó a un árbol durante un par de minutos y después empezó a trepar.

    —¿Tú no estabas? 

    Emma negó con la cabeza.

    —Te acompañé a comprar la barbacoa, ¿no te acuerdas?

    —¿Y qué pasó después?

    —No sé mucho más. Esta historia no ha circulado hasta hoy. Ella no se acuerda de nada. Tampoco recuerda haberse subido a un árbol en su vida. El caso es que se sentó en una de las ramas, que como ves no es precisamente la más baja del árbol. Tardó unos minutos en afianzar su posición. Después se levantó y empezó a caminar hasta el extremo, hasta que salió de la copa. Y allí, al parecer, se quedó quieta unos quince minutos, ignorando a todo el mundo que le gritaba para que bajase de inmediato, pues como bien dices corría el riesgo de partirse por su peso. 

    Erni volvió a ver el vídeo.

    —¿Y ella lo ha visto?

    —¿El vídeo? Sí, claro.   

    —¿Y?

    —Pues eso, no recuerda nada. Solo dice que durante un rato sintió que no pesaba. Le han aconsejado que visite a un neurólogo. O a un psiquiatra, ahora no sé muy bien. Esta mañana yo la he visto bien. Estaba normal en la oficina, con sus tonterías de siempre.

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