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Poseída
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Libro electrónico246 páginas3 horas

Poseída

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Información de este libro electrónico

Mary Hades se ve arrastrada de nuevo al mundo de lo macabro al mudarse junto a su familia a la misteriosa y antigua casa conocida como Ravenswood. Tan solo mencionar su nombre hace que los lugareños caigan presas del miedo. Cuando empiezan a suceder cosas extrañas, Mary y Lacey deciden llegar hasta el fondo del secreto que se esconde en el histórico edificio de una vez por todas.

La vida de Mary se ve conectada con los terribles sucesos que vivió Liza Blair, de once años, en 1847 cuando el poder oscuro va tomando fuerza. Conforme va conociendo la historia de la niña, va cayendo en la cuenta de que alguien cercano está en serio peligro a causa de la energía siniestra de Ravenswood.

Como telón de fondo, un bosque siniestro y una extraña vecina llamada Emmaline Delacroix, obsesionada con la muerte y las sesiones espiritistas. Poseída te transportará todavía más a los oscuros confines de la inusual vida de Mary Hades.

Este libro contiene lenguaje fuerte y escenas de terror, por lo que su lectura no se recomienda a menores de quince años.

Libro II de la saga Mary Hades.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento6 mar 2017
ISBN9781507176474
Poseída

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    Poseída - Sarah Dalton

    Poseída

    ––––––––

    Depositphotos_11905104_l

    de

    Sarah Dalton

    Otras obras de la autora:

    Orden recomendado de lectura para la saga de Mary Hades:

    Prólogo

    Capítulo I

    Capítulo II

    Capítulo III

    Capítulo IV

    Capítulo V

    Capítulo VI

    Capítulo VII

    Capítulo XVIII

    Capítulo IX

    Capítulo X

    Capítulo XI

    Capítulo XII

    Capítulo XIII

    Capítulo XIV

    Capítulo XV

    Capítulo XVI

    Capítulo XVII

    Capítulo XVIII

    Capítulo XIX

    Capítulo XX

    Capítulo XXI

    Capítulo XXII

    Capítulo XXIII

    ~ Unas palabras de la autora ~

    Sobre la autora

    Otras obras de la autora:

    La saga de Mary Hades - Terror gótico para jóvenes adultos

    Monstruos a plena luz del día (la precuela de Mary Hades)

    Mary Hades (Libro I de Mary Hades)

    Sombra (un relato corto de Mary Hades)

    Hermana (un relato corto de Mary Hades)

    Poseída (Libro II de Mary Hades)

    Nocturnes (Libro III de Mary Hades, pendiente de traducción al español) - ¡reserva disponible para la versión inglesa!

    La saga Marcados – Distopía para jóvenes adultos

    Marcados (Libro I de la saga Marcados)

    The Vanished (Libro II de la saga Marcados, pendiente de traducción al español)

    The Unleashed (Libro III de la saga Marcados, pendiente de traducción al español)

    The Fractured: Elena (Libro 2,5 de la saga Marcados) (Fractured I), pendiente de traducción al español

    The Fractured: Maggie (Libro 2,5 de la saga Marcados) (Fractured II), pendiente de traducción al español)

    Estuche con toda la saga Marcados

    Saga White Hart (pendiente de traducción al español) - Fantasía para jóvenes adultos

    White Hart (Libro I de la saga White Hart, pendiente de traducción al español)

    Red Palace (Libro II de la saga White Hart, pendiente de traducción al español)

    Black Crown (Libro III de la saga White Hart, pendiente de traducción al español)

    Saga White Hart: estuche con la obra completa

    Sigue a la autora:

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    Website

    Lista de distribución

    Tsu

    Orden recomendado de lectura para la saga de Mary Hades:

    Monstruos a plena luz del día (novela)

    Mary Hades (novela)

    Sombra (relato corto)

    Hermana (relato corto)

    Poseída (novela)

    Próximamente:

    Nocturnes (novela pendiente de traducción al español)

    Messenger (novela pendiente de traducción al español)

    Prólogo

    Un suspiro recorrió la casa. Surgió de algún lugar desconocido, un lugar oscuro y ancestral, y avanzó con decisión; se abrió paso en medio de la noche, acarició las hojas de los árboles que se alineaban al lado del camino y atravesó el gran jardín principal haciendo que el columpio del árbol se moviese hacia delante y hacia atrás. Hacia delante y hacia atrás. Dudó durante un brevísimo instante mientras aguardaba ante la alta casa de campo, que se alzaba ante él y cuyas ventanas brillaban a la luz de la luna llena. Subió la escalera principal como un largo sollozo y se coló hasta el recibidor a través de la cerradura. Si alguien hubiese estado despierto se habría percatado del palpitar de las paredes y de la forma en que la presencia iba llenando las habitaciones. Se habría dado cuenta de la profunda exhalación.

    Subió y subió desde los cimientos, moviéndose entre los ladrillos, bajo las baldosas del suelo, introduciéndose por las grietas, pasando al lado de las arañas que acechaban en los rincones oscuros. Voló sobre las pilas de libros y juguetes infantiles, sobre el hervidor de cobre y el paño de encaje. Parecía que estuviese en todos los sitios y en ninguno a la vez. Parecía eterno, sempiterno e inexistente.

    En sus dormitorios, los habitantes se dieron la vuelta. Olisquearon el aire entre sueños, medio conscientes del cambio que se había producido. Un hombre torció el labio y estornudó; el bigote le había hecho cosquillas en la nariz. A su lado, su esposa se dio la vuelta y dejó que el brazo le cayese por el lateral de la cama. Una chica de dieciocho años estaba tumbada boca arriba con la boca abierta, respirando en calma. No obstante, en el momento en que una corriente fría le rozó los dedos, su garganta se cerró y tragó el aire amargo, engullendo el suspiro junto al oxígeno. Se dio la vuelta y su respiración volvió al estado rítmico de siempre. Abajo, junto a la cocina, dormía el ama de llaves. Era una mujer de mediana edad cuyo cabello comenzaba a blanquear. Tenía un cordel de cuentas entrelazado entre los dedos. Cuando el suspiro pasó a su lado las cuentas cayeron al suelo arrastrando el crucifijo con ellas.

    Y por último, una pequeña niña de once años estaba sentada en la cama. Se frotó los ojos y parpadeó en la oscuridad. Era una oscuridad no bien recibida; de alguna forma era una cosa viva que palpitaba con energía. Alcanzó una vela y la caja de cerillas que había al lado de su cama. Al encender la llama, se tranquilizó; sus músculos y su pecho se relajaron. Colocó la vela en la mesilla de noche y cogió una pequeña caja que había debajo de la cama. Sacó una libreta pequeña y un lápiz de un cajoncito que había dentro de la caja.

    12de mayo de 1847. «Esta noche es nuestra primera noche en Ravenswood», escribió.

    *

    Esta tarde me he quedado dormida. La luz del sol se filtraba a través del tragaluz y he decidido quedarme en mi habitación y relajarme. He recostado la cabeza en la almohada y he intentado leer un libro. Era una novela romántica sobre una chica que se enamoraba de un chico, ya sabes, lo típico: un amor a primera vista, clases distintas, besos secretos. Sus padres no lo veían con buenos ojos, por supuesto. Era una novela del tipo Romeo y Julieta, pero sin tantas puñaladas ni tanto veneno. Mamá me lo ha prestado y parecía una lectura amena para un domingo. Lo único es que me he quedado dormida después de dos capítulos.

    Y entonces llegó la ansiedad.

    Cada vez que me despierto, mis sueños son confusos. Recuerdo escenas cortas, pero la narrativa se diluye tan pronto como abro los ojos. Sin embargo, esta vez la imagen que permanece clara en mi mente es la de un enjambre.

    No hablo de abejas, ni pájaros, ni mariposas. No se trataba de ninguna criatura de este mundo. Se asemejaba a un grupo de grandes partículas de polvo, pero muy oscuras, similares a pedazos de goma negra o copos de carbón. Se congregaban y movían como si fuesen uno solo. Al principio estaban separadas. No las vi porque desaparecieron entre las nubes del cielo. Era como estar en la penumbra del ocaso. Sin embargo, cuando comenzaron a moverse me quedé paralizada.

    Se fue formando un visible bulto oscuro conforme se iban acercando y una sensación de incomodidad se apoderó de todo mi ser; se me erizó todo el vello del cuerpo. Se me secó la garganta. El estómago se me encogió.

    A lo mejor piensas que suena ridículo. Puede que pienses que soy hipersensible o estúpida. Pero no era por la visión del enjambre, era por lo que me hacía sentir.

    Viene a por mí.

    Soy tan consciente de ello como lo soy de mi propio reflejo. El enjambre viene a por mí y no parará hasta encontrarme. Esa idea me viene a la cabeza cada vez que pienso en el sueño y no puedo quitármela de encima. Esa sensación seguía conmigo, incansable, mucho después de despertarme sobre mi almohada empapada de sudor y mucho después de haberme dado una ducha para tranquilizarme. Cada vez que me giro espero encontrarme con ese mismo enjambre negro que me aguarda. Y cada vez, su ausencia me sorprende y me decepciona como si una oscura parte de mí lo echase de menos.

    Capítulo I

    ––––––––

    Agarro el Athamé con los dedos helados y entumecidos mientras corro tan rápido como puedo. Ahí está, percibo los crujidos y parpadeos de un cuerpo etéreo moviéndose por la oscuridad. Estamos en una calle tranquila persiguiendo a un espíritu que ha estado aterrorizando a la gente que vive cerca de la iglesia abandonada. Lo hemos seguido fuera del cementerio que hay a pies de la colina, hemos corrido mientras se escabullía entre los coches y atravesaba las viviendas. Es tarde y la noche es de un color azul medianoche; las farolas reflejan la luz amarilla y sedosa sobre el pavimento como si fueran lunares de la urbe. Lacey es eléctrica; se aparece por delante y por detrás de mí, lucha con la sombra gris y se cae cuando fracasa en sus intentos por detenerla. El cabello rubio le sobresale de la capucha. Es la misma de siempre, nunca cambiará. Está atrapada en un bucle temporal.

    El silencio inunda el aire. Los coches no se mueven. Sólo nos movemos nosotras, que corremos sin parar. Nuestros zapatos golpean el granito. El sonido de un murciélago atraviesa el cielo aleteando a la misma velocidad que mi respiración. Ahora mismo podría detenerme al lado de la reconfortante luz de la casa adosada; podría irme, volver a mi cálido hogar, tras dos trasbordos de autobús y una caminata de diez minutos. Nos hemos adentrado mucho en la ciudad para esto, podríamos regresar cualquier otro día. El fantasma seguiría aquí, por lo menos eso es lo que creo yo. ¿A dónde más iría? Destierro el pensamiento tan rápido como ha llegado. Sigo corriendo. Ahora mismo, esta es la única opción.

    Lacey aparece cerca de mí con su imagen crepitante. «Ha tomado la siguiente a la derecha». Su voz es un silbido.

    Un gato aúlla cuando me tropiezo con su cola y mis patosos pies se enredan con su torso. «Lo siento, gatito». Echo un vistazo por encima del hombro y alcanzo a entrever sus ojos, brillantes y entornados, junto con su pelaje erizado.

    Esta calle es aún más tranquila. Las casas se alinean creando paredes medio derruidas de piedra seca y enredaderas. Hemos corrido hasta llegar a estar a caballo entre la ciudad y el campo, en donde pequeños prados se entremezclan con calles de casas semiadosadas.

    «¿A dónde ha ido?», digo mientras me detengo a recuperar el aliento. Puede que esté delgada, pero ni por asomo estoy en forma.

    El fantasma que estamos persiguiendo es antiguo. Se trata de una joven mujer victoriana vestida con faldas harapientas y de pechos abultados que sobresalen por encima de su corsé. Escuchamos la historia de su aparición en una cafetería. Los camareros estaban hablando de un «colega» suyo que fue al cementerio para «tirarse a una tía» una noche ya muy tarde. Según su colega, la chica gritó todo lo que le permieron los pulmones, chilló algo sobre una mujer y empezó a arañarle la cara hasta hacerle sangre mientras exclamaba que los hombres eran «demonios en los que no había que confiar».

    «¿A dónde crees tú?», responde Lacey. Señala con la cabeza hacia el prado que se extiende a nuestra derecha.

    Dejo escapar un lamento. Claro que se ha metido en el prado. ¿A qué otro lugar iba a llevar un fantasma a su presa? Justo a la zona más profunda, oscura y aislada que pudiese encontrar. «Esto me recuerda demasiado a Nettleby».

    Lacey me dedica una sonrisa torcida. «No se parece a un páramo ni lo más mínimo. Apenas es más grande que un parque; deja de comportarte como una gallina». Sus ojos brillan con fuerza en medio de la noche, han vuelto a la vida a causa de la persecución. El resto de ella es un ente pálido que recuerda a un cadáver descolorido.

    Se me escapa una risa. «Oye, no soy una gallina. Tú eres la que te has quedado atrás».

    Se encoge de hombros: «Sólo estaba intentando ser educada. Las señoritas primero... Dios sabe que yo no soy ninguna señorita».

    Sacudo la cabeza al escucharlo y coloco las manos sobre la caliza. Las paredes de piedra seca siempre están bien construidas y son sorprendentemente robustas. No me resulta difícil escalar el muro, aunque me raspo los brazos desnudos en el proceso. Mis pies se encuentran con un suelo ligeramente encharcado al otro lado y hacen un ruido húmedo al encontrarse con la suave hierba de la superficie.

    Salir de la ciudad parece exagerar el silencio del aire. Es una cálida noche de verano y tengo la nuca húmeda a causa de la carrera. Llevo el pelo recogido en una larga cola de caballo que va balanceándose detrás de mí. Me he puesto una camiseta, unos vaqueros y unas zapatillas de deporte para darle caza al fantasma. Cuando salí de casa hace dos horas y media le dije a mis padres que iba a la fiesta del dieciocho cumpleaños de una amiga del instituto. Mi madre frunció el ceño al ver la ropa que llevaba puesta y me preguntó que por qué no me había ni maquillado. La verdad es que no me han invitado a la fiesta.

    «Escucha», digo en medio de la noche. «Sabemos que estás dolida. Hemos leído tu historia, que lo sepas. Hemos leído los noticiarios y lo que te sucedió no fue justo. Morir en la calle de esa forma, atacada por esos hombres... No me importa de qué forma te ganaras la vida, no debería haberte pasado eso. A nadie debería pasarle eso. Lo siento por el dolor que sientes. Lo siento por la dura vida que te tocó vivir. Trabajar en las calles debió ser duro, pero necesitas liberarte de tu ira. Necesitas mirar hacia delante. Elizabeth, ¿verdad? Me refiero a tu nombre. Lo siento, Elizabeth. Lo siento muchísimo».

    Siento una punzada fría en la muñeca que se va extendiendo por el brazo hasta llegar a la nuca. Lacey está a mi lado, emitiendo la electricidad propia de un espíritu ansioso. Tiene la mandíbula encajada y una expresión contraída. Ella también la siente. Mis instintos me dicen que me gire. Cuando cedo a ese instinto veo que algo me espera. Me está avisando.

    Es un Monstruo. Esta vez es un niño, y eso hace que se me congele el aliento en la garganta. Abro la boca de par en par. En algún momento este pequeño llevaba su adorable pelo rubio cortado al cazo y tenía los ojos azules. Pero ahora, mientras se coloca el dedo sobre los labios, sus iris de color rojo brillan en la oscuridad, la piel le cuelga de la mandíbula. Su cabello está grasiento, descolorido, gris y sucio.

    «¿Qué sucede?», susurro.

    Lacey me mira con el ceño fruncido en actitud interrogante.

    «Creo que el fantasma está a punto de atacar», le digo. Los Monstruos, estos seres sacados de Los Muertos Vivientes, siempre me avisan de un peligro.

    Todo sucede simultáneamente. Se produce una corriente de aire, me giro y el chico ya ha desaparecido. En su lugar, Elizabeth corre hacia mí. Lleva un vestido que ondula tras ella. Mientras vuela hacia mí, su cuerpo aparece y desaparece como si fuera la imagen de una televisión con mala recepción. Lleva los brazos extendidos y deja ver sus uñas largas y en forma de garra; todas ellas ensangrentadas. Su mandíbula, tan grande y mortífera como la de un tiburón, está completamente desencajada y las articulaciones dislocadas. Sus dientes afilados brillan en la oscuridad. La sangre se me hiela en el rostro mientras se va acercando a mí. Su cabello flota detrás de ella como si estuviera sumergido en agua. Sus ojos son orbes blancos teñidos de vasos sanguíneos enrojecidos.

    «¡Mary! ¡El círculo de protección!», grita Lacey.

    Estoy paralizada, impotente por el miedo, por la conmoción. Una imagen se apodera de mi mente: los inabarcables páramos y una niña fantasma que me aterroriza. Dejo que el miedo me trepe por el cuerpo y que se extienda como un veneno.

    Lacey me empuja y una descarga eléctrica me sube por la espalda. De repente vuelvo a la vida y me pongo en marcha: alzo el Athamé en el mismo instante en que las garras de Elizabeth bajan hacia mí. Blando el cuchillo contra ella y el fantasma retrocede. Se mira el corte de la mano, entristecida y confusa. No tenía ni idea de que el Athamé pudiese hacer eso hasta ahora.

    «El círculo», me recuerda Lacey.

    Muevo la daga ceremonial en grandes arcos mientras dibujo el símbolo en el aire. Tengo que realizar cuatro de ellos antes de poder atrapar al espíritu dentro del círculo. Y tengo que ser rápida. Lacey y yo solo hemos hecho esto una vez antes. Fue en los páramos cerca de Nettleby, un pequeño pueblo en North Yorkshire. Amy, una niña asesinada se volvió vengativa y su forma fantasmal comenzó a matar a hombres en aquella zona. Esa vez me quedé paralizada, se me olvidaron los símbolos y dejé que Amy se escapara. Esta vez tengo que ser rápida. No puedo dudar.

    Pero el espíritu se recupera y se gira hacia mí con todo el odio de este mundo emanando de su ser mientras emite vapor por la boca. La hierba a su alrededor se marchita y muere. Bajo mis pies, el suelo tiembla con su ira y me hace caer. El Athamé se me cae de las manos.

    Un borrón con capucha gris y pelo amarillo vuela en medio de la oscuridad y tira al espíritu vengativo al suelo. Recojo la daga, me pongo en pie y salgo corriendo hacia ellas. El fantasma lanza atrás a Lacey, pero esta vez no me pilla desprevenida. Dibujo el segundo símbolo. A continuación, el tercero.

    «Maldita seas», dice. «Vete al infierno, escoria. ¿Cómo te atreves?».

    «Te estoy ayudando», respondo. «No puedes quedarte aquí. Esto no es vida, ya no lo es».

    Lanza sus garras hacia mi rostro, pero consigo agacharme a tiempo. Sin embargo, me golpean en el hombro y me rasgan la camiseta. Lacey se abalanza detrás de ella para agarrarle de las muñecas.

    «Hazlo ya», me ordena.

    El tercer símbolo ilumina el cielo nocturno con un brillo color ámbar; se parece a una bengala en medio

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