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El orfanato 2, Los hijos de Sariel: Los hijos de Sariel, #2
El orfanato 2, Los hijos de Sariel: Los hijos de Sariel, #2
El orfanato 2, Los hijos de Sariel: Los hijos de Sariel, #2
Libro electrónico93 páginas1 hora

El orfanato 2, Los hijos de Sariel: Los hijos de Sariel, #2

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Continuación de El orfanato, Los hijos de Sariel.
Tristán llega al pueblo en el que se encuentra el orfanato al que parecen guiarle sus fantasma. Allí, junto a la ayuda de una chica, comenzará a descubrir toda la historia que se encuentra tras los muros derruidos del orfanato.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 nov 2020
ISBN9781393609315
El orfanato 2, Los hijos de Sariel: Los hijos de Sariel, #2

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    El orfanato 2, Los hijos de Sariel - Laura Pérez Caballero

    1.

    Primero tomó un autobús, después lo que llamaban un coche de línea, y se apeó en Cuñera. Desde que se sentó en el asiento del primero, los fantasmas desaparecieron como por arte de magia.

    Cuando se apeó del coche de línea en Cuñera, eran cerca de las ocho de la tarde y tiraba un aire frío. Tristán dejó su mochila en el suelo y se puso su cazadora mientras un corrillo de ancianas arropadas en chales de lana le observaban sin ningún tipo de disimulo.

    Tristán volvió a colgar su mochila de los hombros y se dirigió hacia el grupo de señoras.

    —Buenas tardes —murmuró.

    Las señoras contestaron de la misma forma, algunas solo movieron la cabeza en señal de saludo, pero ninguna de ellas le quitó un ojo de encima.

    —Estoy buscando el antiguo orfanato —continuó Tristán.

    El gesto de las señoras se tornó de la expectación a la sorpresa y una de ellas se santiguó.

    —¿El antiguo orfanato? —preguntó ella, como si no entendiese a lo que Tristán se refería.

    —Sí, Hijos de Sariel creo que se llamaba.

    La única anciana que había abierto la boca hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

    —Sí, sé a qué orfanato te refieres. Pero, ese lugar se incendió hace muchos años, apenas quedan las ruinas. ¿Para qué quieres ir a allí?

    Tristán apuntó su mochila.

    —¡Oh! Estudio en la universidad, tengo que hacer un trabajo sobre algún lugar abandonado cuya historia me resulte interesante y este orfanato llamó mi atención.

    La anciana señaló el lado derecho de la carretera ante la mirada estupefacta de sus paisanas.

    —Tienes que seguir recto la carretera. A unos quinientos metros hay una desviación a la derecha, un sendero que pronto acaba en un pequeño bosque. Tienes que atravesar el bosque y en seguida verás el edificio.

    Tristán hizo una anticuada reverencia.

    —Muchas gracias, señoras, han sido muy amables.

    Cuando se disponía a ponerse en marcha, la misma anciana le detuvo.

    —¿Piensas ir ahora? Apenas hay luz, antes de llegar se te hará de noche y por esa  zona no hay luz eléctrica. No me parece una buena idea.

    Tristán volvió a apuntar su mochila.

    —No se preocupe, vengo preparado, traigo una linterna.

    Las ancianas le miraban espantadas. Algunas se habían puesto en pie y una de ellas volvió a santiguarse.

    —Pobre hijo —le escuchó susurrar Tristán.

    El muchacho comenzó a alejarse sintiendo sobre él las miradas de las ancianas. Abrochó la cazadora y aceleró el paso. No tardó en llegar a la salida del pueblo. Allí el frío se notaba todavía más y Tristán se frotó las manos y se adentró en las sombras del crepúsculo. Como bien habían predicho las ancianas, cuando llegó a la desviación que conducía a un bosque, la oscuridad era casi completa. Ni siquiera había luna para poder alumbrarle con su luz blanca. Tristán se detuvo y buscó la linterna en su mochila. Notó que le temblaban las manos, y no era de frío.

    No tenía ni la menor idea de con lo que se iba a encontrar en aquel lugar. Desde que tomara el autobús, los fantasmas habían dejado de acompañarle y aquello era casi más terrorífico después de su compañía continua a lo largo de tantos años.

    Tampoco Josué había vuelto a dar señales de vida.

    Se adentró en el bosquecillo y se detuvo a escuchar. El silencio era absoluto, como si no hubiese un solo animal habitando entre los árboles y arbustos. Tampoco corría el aire, sin embargo el frío le calaba los huesos.

    Con la ayuda de la linterna fue sorteando entre los árboles hasta que el número de estos se fue reduciendo y de nuevo apareció un estrecho sendero de tierra. Tristán apuntaba con la linterna frente a él y prestaba atención al suelo para no tropezarse, hasta que pudo observar que había llegado ante una verja de hierro negro cerrada con una cadena.

    Maldijo en voz alta y comenzó a recorrer el muro de piedra que imposibilitaba la visión del edificio que se encontraba en su interior. Cuando llevaba recorridos unos trescientos metros, descubrió que el muro se había semiderruido en uno de sus tramos y que apenas saltara conseguiría subirse a lo alto para saltar al otro lado.

    Sujetó la linterna con la boca y saltó al tiempo que la mochila le golpeaba en la cabeza impidiéndole alcanzar la zona alta del muro y haciéndole caer hacia atrás.

    Le pareció escuchar una risa y durante un momento se mantuvo en el suelo. El miedo comenzaba a atenazarle. Estaba tan cerca del lugar al que todos aquellos fantasmas parecían quererle llevar...

    Se puso en pie y se sacudió el polvo de la ropa. Se quitó la mochila y con un arrebato de furia la tiró por encima del muro. Nada ni nadie le detendrían ahora que estaba tan cerca. No iba a dejar que aquellos fantasmas le siguieran arruinando la vida. ¿Le querían allí? Pues ahí le tendrían.

    Volvió a saltar y esta vez, sin la mochila, consiguió asirse de la parte alta y escaló por la pared hasta sentarse en el borde.

    No había luz, pero adivinaba la forma del edificio. Tenía al menos dos plantas y era rectangular, pero por uno de los lados el tejado se había hundido llevándose con él parte de las paredes.

    Tristán saltó al suelo y recogió la mochila. Ya tendría tiempo de ver el exterior por la mañana, cuando hubiese luz. Se acercó a la puerta principal, una enorme puerta de madera de dos hojas, pensando que también esta estaría cerrada, pero para su sorpresa descubrió que no era así.

    Le recibió un espacio amplio, cuadrado, de techo alto y una escalera al frente de la puerta. A los laterales se veían puertas altas, antiguas, del lado del que se había hundido el techo podía observarse un hueco enorme que dejaba ver parte de una cocina y lo que debían ser habitaciones en la parte superior.

    Tristán sintió un escalofrío al pensar en los niños que dormirían en aquellas habitaciones, posiblemente los mismos niños que ahora se le aparecían a él y cuyo objetivo desde un principio había sido el guiarle a él hasta allí.

    Se volvió hacia el otro lado, el que parecía que había salido mejor librado del incendio. Se acercó a una de las puertas y la abrió. Aquel lugar parecía un antiguo

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