¡Vuela, pensamiento!
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¡Vuela, pensamiento! - Alejandra Erbiti
© Letra Impresa Grupo Editor, 2020
Guaminí 5007, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Teléfono: +54-11-7501-1267 Whatsapp +54-911-3056-9533
contacto@letraimpresa.com.ar / www.letraimpresa.com.ar
Erbiti, Alejandra
¡Vuela, pensamiento! / Alejandra Erbiti. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Letra Impresa Grupo Editor, 2016.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-1565-84-9
1. Inclusión Social. 2. Educación en Valores. 3. Literatura Infantil y Juvenil Argentina. I. Título.
CDD 863.9282
Reservados todos los derechos.
Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin permiso escrito de la editorial.
Hecho el depósito que marca la Ley 11.723
VUELA, PENSAMIENTO!
Ni una inteligencia sublime,
ni una gran imaginación
ni las dos cosas juntas forman el genio;
amor, eso es el alma del genio.
Wolfgang Amadeus Mozart
Dedico esta novela
a cada persona especial que conocí,
que provocó un cambio extraordinario
en mi modo de ver las cosas y me dejó
su huella grabada para siempre.
A. E.
/ CAPÍTULO 1
LA SEÑORA OLGA
–¡Vamos, ya es tarde!
–Un ratito más, un ratito más.
–¡No, vamos, tenemos que almorzar, papi nos espera!
–¡Ufa! Ya voy. Un poquito más y voy.
–¡No puede ser! ¿Todos los días lo mismo?
–¡Ya voy, en serio! ¡Cuento hasta veinte y nos vamos! ¡No, mejor hasta treinta! Uno… dos… treeees…
–¡No, basta, basta! ¡Mirá la hora que es!
–¡Sí, es re tarde! ¡Vamos a casa con papá!
–¡Estamos cansadas, tenemos hambre, vamos!
–¡Dale, mami, vamos a casa!
La mamá se hace la distraída.
–Treees… cuaaaatro… cinnnnnnnnnncoooo…
Insistir y explicar y todas esas cosas no funcionan con la señora Olga. No queda otra. Las chicas tienen que dejar sus mochilas en el piso y empezar a despegar a su mamá de la hamaca. No es nada fácil. Olga está más agarrada que un huevo frito pegoteado en el fondo de la sartén.
La tironean una de cada brazo, pero sin exagerar con la fuerza. No quieren lastimarla. Solo quieren sacarla de la hamaca para irse a casa. En esta parte, a Olga siempre le da un ataque de risa.
–¡Me hacen cosquillas! ¡Me hacen cosquillas! –grita y estalla en unas carcajadas muy ruidosas. Parecen cacareos de gallina.
Sus risotadas viajan a la velocidad de la luz y rebotan en todos los rincones del colegio. Y como se ríe tanto, el cuerpo se le afloja y, sin darse cuenta, las manos se le sueltan solitas de esas cadenas gordas y gastadas que sostienen los asientos de las hamacas viejas. Así, con mucho esfuerzo, las hijas consiguen poner a su mamá de pie y llevársela. No es que la convenzan de abandonar el patio de juegos, es que Olga no puede ganar ninguna batalla cuando le dan esos ataques de risa.
La más chica, que ya cumplió once años, echa un último vistazo y, como siempre, descubre algo.
–Mami, otra vez dejaste tu cartera en el macetero.
–Traela vos –dice la hermana mayor, que tiene doce–. Si va mamá, sonamos.
La de once corre, rescata la cartera, le sacude la tierra y las hojas secas que se le pegaron y regresa veloz.
–Tomá –se la entrega a su mamá–, colgátela del hombro y cuidado, porque está abierta y podés perder algo importante.
La mamá obedece. Cierra muy bien la cartera, se acomodaba la correa en el hombro y vuelve a tomarse de las manos de sus hijas.
La mayor se esmera por arreglarle un poco el pelo. Está todo alborotado y tiene pegadas unas pelusas rojizas que sueltan las casuarinas, y otras blancas de… no me acuerdo de cómo se llama el árbol. También trata de secarle el sudor de la cara con un pañuelito de esos que les dan a las nenas y que no sirven para nada, porque son demasiado chiquitos y con adornos de puntillas en los bordes. Pero son muy femeninos
, les repite siempre la abuela Tota, que es fanática de esos pañuelos. Es inútil: Olga está hecha un desastre y sigue sonriendo, como si todavía volara en la hamaca.
Cada vez que nos cruzamos con ellas a la salida del colegio, después de presenciar esta misma escena, Olga nos saluda a los gritos pelados:
–¡Hasta mañana, lindas! ¡Pórtense bien!
–¡Hasta mañana, señora! –le respondemos. Y nos reímos con ella. Es muy graciosa y simpática y tiene voz de trompeta.
Las nenas van apretadas contra el cuerpo de su mamá, una a cada lado, sin soltarle las manos (no sea cosa que se les escape y regrese a las hamacas). Olga, siempre agitada, la cara enrojecida y alegre, nos echa una mirada cómplice y, sin dejar de sonreír, casi sin aliento, nos dice:
–¡Ay, estas chicas! ¡Cómo me hacen renegar!
Nosotras nos reímos otra vez. Las chicas nos miran y también se ríen. Tienen las caras cansadas, pero con un gesto feliz, amoroso. Sus ojos dicen: Seguro que mañana nos va a hacer lo mismo
.
–¡Ay, ay, ay! –vuelve a suspirar Olga–. Me hacen renegar, pero yo no me enojo, porque mis nenas son muy estudiosas.
Ahora, es ella la que se acomoda el pelo hacia atrás, se lo ata con una hebilla llena de adornos brillantes y toma de las manos a sus hijas, lista para regresar a casa.
Puede parecer una tarea bastante agotadora. Sin embargo, para las hijas de Olga no es nada grave. Solamente se trata de comprender y tenerlo siempre presente. Ellas lo saben perfectamente: Hay que estar alertas, preparadas. Mamá no puede resistirse a las hamacas
.
/ CAPÍTULO 2
¡VUELA, PENSAMIENTO!
–¡Por favor, chicas, un poco de silencio! –pide el director del coro, pero el cotorreo sigue implacable.
Por momentos, parece que se apaga, que las voces van callando y bajando el volumen poco a poco, pero vuelve a crecer la cháchara y el salón de música se llena de palabras todas amontonadas, unas encima de las otras, y no se entiende nada. El director cierra los ojos y creo que se imagina que está en la taberna de alguna novela inglesa, una novela de marineros y sus novias (las novias que tienen en ese puerto, claro). ¡Sí! Nuestro director debe creer que está en una de esas tabernas poco iluminadas, envuelto por espesas nubes de humo, alegre pero aturdido porque todos hablan, fuman sus pipas, brindan y ríen al