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La luz entre los mundos: The Light Between Worlds (Spanish edition)
La luz entre los mundos: The Light Between Worlds (Spanish edition)
La luz entre los mundos: The Light Between Worlds (Spanish edition)
Libro electrónico371 páginas5 horas

La luz entre los mundos: The Light Between Worlds (Spanish edition)

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Este libro es un debut lírico e hipnotizador para los fans de The Raven Boys y The Magicians. La historia narra las aventuras de dos hermanas, unidas por la sangre y el destino, mientras luchan por encontrar su lugar en nuestra tierra después de pasar años gobernando como reinas en un mundo de mitos y magia.

Una reina coronada en los bosques es una reina por siempre. Este es el lema de Evelyn Hapwell. Hace seis años, Evelyn fue llevada a un reino extraño y hermoso, donde ella gobernó junto a su hermano y hermana durante décadas. Pero los niños Hapwell fueron enviados de regreso a sus antiguas vidas en nuestro propio mundo, y cada día, Evelyn despierta esperando regresar a los bosques. A medida se hace cada vez más evidente que no habrá un regreso triunfal a casa, y que ella es en realidad una reina en exilio, Evelyn lucha con conformarse, vivir en este mundo, y cómo construir un reino aquí. La política exterior y gobernar un país son bastante simples, pero los muchachos, y el internado y los amigos en una Inglaterra posguerra son totalemnte otro asunto. Su hermana ha desaparecido. Cuatro palabras son todo lo que se necesita para hacer añicos el autoexilio de Len Hapwell en Estados Unidos. Tras desistir de la lucha por mantener a Evelyn en la realidad, Len regresa a Londres y se entera que su hermana ha desaparecido. Abrumada con la culpa por haber abandonado a Ev, Len busca respuestas mientras enfrenta las consecuencias de la desaparición de Evelyn. Para descubrir la verdad de lo sucedido a su hermana, Len debe enfrentar cuán profundamente perturbada Evelyn estaba realmente, y lo que ella estaba dispuesta a hacer para volver a su querido reino.

 

IdiomaEspañol
EditorialHarperCollins
Fecha de lanzamiento11 dic 2018
ISBN9781418598518
La luz entre los mundos: The Light Between Worlds (Spanish edition)
Autor

Laura E. Weymouth

Laura E. Weymouth was born and raised in Ontario; she now lives in western New York, along with her husband, two wild-hearted daughters, a spoiled cat, and an indeterminate number of chickens. She is the author of the critically acclaimed The Light Between Worlds and can be found online at www.lauraeweymouth.com.

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    La luz entre los mundos - Laura E. Weymouth

    Evelyn

    SEPTIEMBRE, 1949

    1

    ESTAMOS ENTERRANDO A OLD NICK EN EL JARDÍN TRASERO. Estamos solo Jamie y yo, llueve y por su postura ahí de pie, con la cabeza gacha y los hombros tensos, sé que está preocupado.

    —Puedes llorar, Ev—me dice, cogiéndome la mano. Nadie me ha sujetado la mano así durante tanto rato y casi me pongo a llorar, porque él siempre es muy bueno conmigo. Pero si algo he aprendido en la vida es que tengo que ahogar las lágrimas y sonreír.

    Jamie no me mira a los ojos. Tiene la vista fija en la tierra removida y da golpes con el zapato a un terrón. La tierra da contra el lateral de metal corrugado de nuestro refugio Anderson, de los tiempos de la guerra, y Jamie hace una mueca de dolor. Una vez oí que Philippa y él le preguntaron a mamá y papá si lo iban a quitar. Era ya tarde y todos pensaban que estaba enfrascada en mi libro. Mis hermanos siempre andan cuchicheando a mis espaldas llenos de preocupación, aunque ya tengo dieciséis años, solo dos menos que Philippa. Se preocupan más por mí que mis padres, pero a pesar de sus intentos, nunca llegaron a llevarse el refugio antiaéreo de allí. Sigue al fondo del jardín, lleno de margaritas ahora, para recordarme lo que fue en su día.

    Consigo sonreír sin ganas y me pregunto que será eso que tanto preocupa a mi hermano. Más que la muerte de nuestro perro, una de las últimas criaturas que me recordaba tal y como era antes del bombardeo, cuando todavía era una niña a la que no le faltaba nada. Lo que sea, le preocupa incluso más que saber que la próxima semana tiene que volver a la universidad. Cuando él vuelva a la universidad y Philippa se vaya a Estados Unidos, sí que estaré sola de verdad. Los tres hemos estado siempre juntos, él en St. Joseph, el colegio de chicos que está cerca del nuestro, y Philippa al otro lado del pasillo en la residencia del colegio femenino al que íbamos las dos. Ahora seré solo yo, Evelyn Hapwell, una niña atrapada entre dos mundos, que, por fin, podrá hacer lo que le dé la gana.

    Conozco el miedo secreto que inspira mi sonrisa en Jamie y Philippa, una preocupación que ellos jamás reconocerán ante el otro, ni siquiera ante ellos mismos. Les da miedo verme sonreír a pesar del dolor porque significa que me niego a darme por vencida. Mientras que ellos se han resignado a un destino que yo no aceptaré nunca. Los dos han escrito el final de nuestra historia compartida, derrotados bajo el peso de una conclusión que ellos consideran inevitable. Las grietas se ceban en ellos; las fallas, las fisuras, puntos en los que han empezado a resquebrajarse.

    Y les preocupa porque yo siempre estaré completa, no puede ser de otra manera. Creen que un día también me romperé como ellos y estallaré como una bomba porque me niego a ir resquebrajándome poco a poco. Es posible. Pero cada mañana al despertar contemplo el amanecer y escucho a los pájaros cantar, y sé que hoy no será ese día. Mi historia, aún no ha terminado.

    Las palabras de Jamie quedan suspendidas en el aire mientras sus cálidos dedos se aferran a los míos. Me mira y yo le devuelvo la mirada.

    —No lloraré hasta que llegue a casa—contestó. Mis palabras son una plegaria, una promesa, y requieren una fe tan intensa que me abrasa la lengua.

    —Ay, Ev—masculla Jamie, echando a andar hacia la casa con paso firme, los hombros caídos.

    Lo que no ve, lo que tanto Philippa como él son incapaces de ver, es que cuando mis palabras queman, dejan un reguero de cenizas en mis labios.

    La esperanza no consigue que la separación sea menos amarga.

    No suaviza el dolor de la pérdida.

    Es una especie de dolor en sí misma, pero me rompería si no lo sintiera.

    —¿Tienes todo lo que te hace falta para ir al colegio, Ev? —pregunta mamá mientras desayunamos. Papá, Jamie y ella no dicen nada de Old Nick. Hablan con mucho cuidado, como si sus palabras se me fueran a clavar como cuchillas si no fueran cautelosos. No hace falta que se esfuercen. Jamás he sido tan frágil como ellos creen.

    —Solo me hacen falta unos cuantos calcetines más—contesto mientras me como la tostada—. Pero ya lo he guardado todo. Podemos parar a comprar unos pares de camino a la estación.

    —Menos mal que ya está racionada porque al ritmo que gastáis la ropa no sé qué haría—comenta mamá con un suspiro.

    —Yo llevaré a Ev a la estación—se ofrece Jamie.

    Sigo bebiéndome mi té con la mosca detrás de la oreja. Mi hermano ya debería estar de camino a la universidad. Estudia derecho en el Christ Church College, en Oxford, con una beca. Lo miro fijamente, pero él no me devuelve la mirada. Sabe que sé que debería estar en otra parte en ese momento. No me gusta nada todo esto. No me gusta que me traten como si fuera una figurita de cristal fino solo porque un perro callejero que un día se me pegó a los talones haya muerto a tres días de que empiecen las clases, solo porque Philippa se haya ido a estudiar a Estados Unidos y todo un océano como el Atlántico nos separe.

    Al menos nadie sabe que tengo la culpa de que se haya marchado. Los suspiros, los gestos de comprensión y el trato amable me habrían sentado mucho peor si lo supieran.

    Mamá y papá se miran. Están hechos con el mismo molde, los dos tienen el pelo de un vulgar color castaño y las arrugas de sus rostros dejan ver su preocupación, como un par de sujetalibros angustiados. No les hace falta hablar para entenderse. Ojalá pudiera entender lo que significa la ceja enarcada de papá o el breve temblor en los labios de mamá que para ellos es como una conversación.

    —Gracias por ofrecerte, James—le dice papá a mi hermano para a continuación alargar el brazo por encima de la mesa y meterme algo en la mano—: Por si necesitas alguna cosa en el camino, Patito.

    Es un billete nuevecito de cinco libras. Trago saliva. Cuando las personas se muestran amables conmigo siempre tengo la sensación de que me voy a venir abajo, y mis padres no pueden permitirse este dinero. No es mucho, pero nunca hemos sido ricos y han tenido que trabajar mucho para darnos un futuro a mis hermanos y a mí. He visto la inmensa cantidad de pequeños sacrificios que han venido haciendo a lo largo de los años para reunir el dinero necesario para los colegios caros, el tipo de lugares que, según ellos, abren puertas.

    Ojalá quisiera yo abrir la clase de puerta en la que ellos piensan. Ojalá quisiera ir a alguna parte que no fuera casa, ser una persona distinta de la que era.

    Acepto el billete porque no soy capaz de decir: Te quiero, pero soy como soy y jamás seré la persona que queréis que sea, o no soy capaz mientras desayunamos y con la maleta en la puerta esperando a que me despida de ellos en menos de una hora.

    En su lugar, me guardo el dinero en el bolsillo de la falda del uniforme y sonrío.

    —Gracias, papá. Eres el mejor.

    Las palabras me salen con naturalidad, no denotan preocupación, y consiguen borrar parte de la angustia de los rostros de mis padres. Jamie centra la mirada en los huevos que tiene en el plato, sin decir palabra.

    Mientras se supone que voy a mi habitación para asegurarme de que no se me olvida nada, aprovecho para salir al jardín. No tengo más que unos minutos, o me echarán de menos, y me alejo bajo la lluvia, más allá de la tumba de Old Nick, hasta el refugio antiaéreo, y me arrodillo para mirar las sombras del interior oxidado.

    Los camastros astillados y destrozados por las polillas que una vez atestaran el interior del refugio ya no están. No es más que un refugio metálico vacío que huele a tierra y óxido. Pego la frente a una de las paredes de aluminio y cierro los ojos, mientras dejo que entre en mi interior la luz radiante de la Tierra de los Bosques. La luz de un mundo lejano. La luz de un lugar que es un mito y un prodigio.

    —Cinco años y medio—susurro en la oscuridad, a nadie en particular—. Ese es el tiempo que hace que nos trajiste de vuelta. ¿Acaso no he esperado ya suficiente? Te lo juro, Cervus, si me haces un corte, brotará sangre de los bosques. En mi interior late el corazón de un habitante de la Tierra de los Bosques.

    No obtengo respuesta, claro. Nunca la obtengo. La lluvia sigue golpeando el suelo y vuelvo corriendo a la casa.

    En un abrir y cerrar de ojos es hora de irse. Mamá y papá me dan un beso en la puerta y me subo al coche de Jamie. Siempre me sorprende que Jamie tenga coche. Recorrimos tanta distancia a lomos de un caballo o a pie que sigo teniendo una sensación extraña, ajena diría, cuando me subo al asiento del copiloto mientras él maneja la palanca de cambios con soltura.

    Hacemos gran parte del camino en silencio, pero no me importa. Los Hapwell nunca hemos tenido la necesidad de llenar el aire con conversaciones vacías. Hacemos una parada para comprarme los calcetines y después ya no paramos hasta que llegamos a la estación.

    —¿Seguro que estarás bien, Ev? —me pregunta, mientras saca mi equipaje del maletero. Sus ojos denotan incertidumbre, su tono de voz es de súplica. Quiere que esté bien. Yo también quiero que él lo esté, aunque ninguno de los dos sabe qué significa estar bien para el otro.

    Pero sé de algo que le servirá.

    —Por supuesto—digo con una gran sonrisa, una chica normal a la que su hermano también normal lleva a la estación de vuelta al colegio. Se demora un poco más de lo habitual cuando me abraza y vuelve al coche como si no pudiera soportar estar allí o verme entrar en la estación sola.

    Mi sonrisa desaparece cuando veo que ya no está.

    Camino nerviosa por el andén. Es la primera vez que vuelvo al colegio yo sola, sin Philippa, aunque hace ya mucho tiempo que soy responsable de mí misma, independientemente de la profundidad de mi pesar.

    El búnker vacío sigue persiguiéndome. Han pasado ya cinco años y medio desde que tuvimos que escondernos en su oscuro interior, atentos al sonido metálico de los aviones que se acercaban o a la reverberación de las explosiones a poca distancia. Han pasado ya cinco años y medio desde que algo inexplicable ocurrió en mitad de aquella oscuridad, aquella espera, aquel miedo. La verdad persigue también a mis hermanos, lo sé. Pobre Jamie, tan cariñoso, esforzándose siempre tanto pese a sentir que no hace lo suficiente. Pobre Philippa, tan dulce, allá lejos, en Estados Unidos, huyendo de nuestro pasado.

    En cuanto a mí, me niego a que los demás me tengan lástima. Me niego a no ser Evelyn Hapwell, la que camina entre los mundos y dice siempre la verdad, amiga de la Tierra de los Bosques y enemiga de los tiranos, predilecta de Cervus, Guardián del Gran Bosque.

    Las palabras de Cervus están grabadas a fuego en mí, escritas en cada milímetro de piel de mi cuerpo.

    «El corazón que pertenece a la Tierra de los Bosques siempre encuentra el camino a casa».

    Lo dices tú, Cervus, no yo. Me da igual el tiempo que pase, pienso hacer que lo cumplas.

    2

    EN PLENA NOCHE, EL AULLIDO DE UNA SIRENA ROMPE el silencio y la normalidad: así comienza un ataque aéreo.

    Estamos en febrero de 1944, y Londres lleva sufriendo el ataque enemigo más de un mes. Si hubieran podido enviarnos a alguna parte a pasar las vacaciones de mitad de curso ahora que los bombardeos han empezado nuevamente, mamá y papá nos habrían sacado de la ciudad. Pero esta vez no lograron encontrar un sitio al que enviarnos.

    Sé bien lo que es un simulacro y hemos pasado más tiempo en Londres que la mayoría de los niños. Pero no estábamos en la ciudad cuando tuvo lugar el Blitz a comienzos de la guerra, estábamos con familiares lejanos y amigos de amigos dispuestos a alojarnos en su casa cuando no teníamos clases. A mamá y papá no les gusta la idea de tener que enviarnos a casa de unos desconocidos, por lo que no se nos puede considerar evacuados realmente, tan solo somos escolares que pasan las vacaciones fuera de casa. Las cosas se han calmado un poco los últimos dos años y nos han dejado volver a Londres una semana.

    Pero ningún simulacro me ha preparado para esto, para el alarido salvaje de las sirenas que se prolongan en el aire en un grito sostenido. Me levanto de la cama. Philippa ya está levantada a mi lado, lívida, y me extiende la mano. Yo me aferro a ella como si fuera un salvavidas y las dos salimos al encuentro de Jamie en el pasillo.

    Nuestros padres nos han enseñado bien y hemos cumplido las instrucciones de cabo a rabo en todos los simulacros que hemos hecho en el colegio: buscad a vuestros hermanos. Manteneos siempre juntos. No esperéis a nadie más.

    Ni siquiera a mamá y papá.

    De modo que salimos al jardín por la puerta de atrás, la hierba mojada nos pincha en los pies. Es raro salir a la calle a esas horas de la noche. Las acechantes sombras alargadas hacen que el césped de sello postal y el seto cubierto de escarcha nos resulten misteriosamente desconocidos. Jamie nos ayuda a Philippa y a mí a entrar en el refugio y permanece en la entrada, mirando hacia la casa con los hombros encogidos mientras golpetea el suelo con la punta del pie. Philippa me envuelve en una manta húmeda y nos sentamos la una junto a la otra, temblando de frío.

    El aullido de la sirena continúa. Las bombas comienzan a caer en algún lugar a lo lejos.

    —¿Los ves? —pregunta Philippa con nerviosismo. Jamie niega con la cabeza.

    —No . . . Espera—añade con tono de alivio—. Ahí está papá.

    Nuestro padre aparece en la entrada del refugio y de repente todo parece menos aterrador que antes. Hasta que mira a Jamie con el ceño fruncido.

    —¿Y vuestra madre no ha salido?

    Sin esperar a que Jamie responda, papá atraviesa corriendo el césped. El sonido amortiguado de las explosiones es ahora más fuerte, suena más cerca. Me muerdo el labio inferior. Jamie se acerca a nosotras. Los tres nos abrazamos y esperamos. Daría lo que fuera por estar lejos de aquí, lejos de la oscuridad, del peligro, del miedo.

    —¿Dónde . . . ? —pregunta Philippa, pero el miedo le impide decir nada más. Una bomba cae muy cerca, ahogando sus palabras y haciendo que se estremezcan las paredes de nuestro pequeño refugio.

    —En cualquier lugar menos aquí—le susurro. Philippa me abraza más fuerte, como si pudiera protegerme de todo daño con su presencia. Cierro los ojos con fuerza deseando que el presente desaparezca y me imagino en un lugar tranquilo y sosegado, un oasis de silencio envuelto en una luz dorada—. En cualquier lugar menos aquí. En cualquier lugar menos aquí.

    Y, de repente, el silencio. La oscuridad se hace más densa en el refugio, hasta el punto de que no soy capaz de distinguir las facciones de los rostros pálidos de mis hermanos.

    Al cabo de un momento empiezan a oírse ruidos. No es la sirena que avisa de un ataque aéreo ni tampoco una explosión. Atraviesa el aire, es un sonido bajo pero insistente, una mezcla entre el bramido de un toro y el berrido de un alce. Siento la llamada muy dentro de mí, en la sangre y los huesos, no deseo otra cosa que responder a ella. Jamie, Philippa y yo nos miramos con los ojos como platos.

    —Sujétame a mí—me ordena Jamie. Se le nota el pánico en la voz. Nos damos la mano y siento que no puedo respirar, estoy asustada. Sin embargo, a pesar del miedo siento algo más, algo nuevo e inesperado, expectación.

    La llamada va cobrando fuerza y con las primeras luces del día estalla a nuestro alrededor. Parpadeo varias veces seguidas y entorno los ojos húmedos. Seguro que no habrá más que escombros y devastación cuando se me aclare la vista. Pero la luz es constante, no se parece a las ráfagas acompañadas de un chisporroteo de los bombardeos. Al final resulta que es la luz de la tarde y el corazón me da un vuelco cuando veo que estamos en mitad de un bosque. No doy crédito.

    Después del confinamiento en el búnker, siento que voy a estallar de alegría al ver la luz del sol y los árboles, respirar aire fresco. Noto el penetrante olor de las plantas que me rodean y oigo el bullicioso canto de los pájaros ahogado por el sonido de una corriente de agua. El viento me despega el pelo de la frente, pero no es una ráfaga helada de febrero, sino más una brisa primaveral.

    Jamie y Philippa se miran boquiabiertos como si fueran fantasmas.

    —¿Hemos . . . ? —empieza a decir Philippa y Jamie se encoge de hombros.

    Delante de nosotros, una figura alta y esbelta sale de entre los árboles. Es un ciervo macho, con el pelaje del color de las hojas del otoño, más denso y de un tono rojizo alrededor de los poderosos hombros. Porta la cornamenta ramificada como si fueran una corona.

    Philippa me protege instintivamente tras de sí, pero yo me aparto. Hay algo en este lugar, en la tierra que piso y las ramas que se extienden sobre mi cabeza y en el ciervo que avanza hacia nosotras y en la perfección salvaje que lo impregna todo. Hace un momento me sentía asustada, rota por dentro, y ahora me siento como si los añicos desperdigados en mi interior empezaran a pegarse entre sí.

    Avanzo hacia delante, al encuentro con el ciervo justo delante de una roca cubierta de musgo.

    —Hola—digo en voz baja—. Me llamo Evelyn.

    En respuesta, la criatura da un paso hacia delante. Baja la enorme cabeza y me acaricia la mejilla con su hocico aterciopelado. Noto un soplo de aire que huele a hierba, a hojas y a flores silvestres. Cuando habla, lo hace con una voz profunda que le sale del centro del pecho y desprende una alegría salvaje.

    —Pequeña. Bienvenida a la Tierra de los Bosques.

    —Esto no puede estar pasando de verdad—oigo que Philippa le dice a Jamie en un susurro tras de mí—. O estamos muertos o hemos sufrido un ataque de gas o algo que provoca alucinaciones.

    —No sé—contesta Jamie. Parece confundido—. A mí me parece muy real, Philippa.

    —Pero no puede ser real. Y aunque lo fuera, ¿dónde están mamá y papá? ¿Qué les ha pasado? Se han quedado atrapados en el bombardeo.

    Percibo la pena en las palabras de Philippa, pero el ciervo sigue mirándome con unos insondables ojos oscuros y por primera vez que yo recuerde tengo la repentina y absoluta sensación de que todo va a ir bien.

    En cualquier lugar menos aquí, había dicho. Bueno, pues mi deseo se ha cumplido.

    —Si de verdad hemos viajado vete tú a saber adónde y se dan cuenta de que no estamos en el refugio, se imaginarán lo peor. Jamie, se les partirá el corazón.

    Yo no me doy la vuelta, pero sé que Philippa está a punto de echarse a llorar. Lo noto en su voz.

    El ciervo pasa junto a mí. Me giro para mirarlo y veo a Philippa de pie abrazándose la cintura; es el único elemento de infelicidad en este maravilloso paraíso verde. Pero cuando el animal se le acerca, ella se endereza, echa los hombros hacia atrás y levanta el mentón.

    —Me da igual quien seas o lo que seas, tienes que mandarnos de vuelta—le espeta Philippa con voz temblorosa—. Tenemos una familia y estamos en plena guerra. Nos necesitan.

    La tristeza se me atasca en la boca del estómago porque quiero a nuestros padres, pero son casi unos desconocidos para mí. Apenas los he visto en los últimos cuatro años. Lo único que deseo es quedarme aquí, lejos del ruido de las bombas.

    El ciervo ladea la cabeza.

    —Nuestro mundo sufre sus propias guerras, y os he llamado porque vosotros me habéis llamado a mí. ¿Acaso ha sido un error?

    Philippa y Jamie se miran inquisitivamente. Yo entrelazo las manos, deseando que me trague la tierra. Cuando mis hermanos se vuelven hacia mí, me pongo roja como un tomate de pura vergüenza.

    —Evie, ¿qué . . . ? —pregunta Jamie, dejando la pregunta en el aire.

    —He sido yo—digo sin poder contenerme—. Cuando estábamos en el refugio, deseé estar en otra parte y pensé en un lugar donde reinara la paz. Lo deseé con toda mi alma. Lo siento.

    —Es imposible—insiste Philippa. Tiene la mirada perdida entre los árboles y los labios muy apretados.

    El ciervo sigue ahí de pie, observándonos con curiosidad.

    —¿Qué te dicen tus ojos? —pregunta—. ¿Y tus oídos? ¿Y tu nariz? ¿Y tu piel? La Tierra de los Bosques es bastante real, y aunque es la primera vez que hago una llamada entre mundos, es algo que puedo hacer.

    —Se trata de un error. Tienes que mandarnos de vuelta—dice Philippa, y Jamie asiente con desgano.

    Siento que se me congela la sangre en las venas. No puedo. No puedo. Los problemas a los que tenga que enfrentarse este mundo, sean los que sean, parece que se encuentran mucho más lejos que los que hemos dejado atrás.

    —Por favor, Philippa—le susurro—. ¿No podemos quedarnos aquí? solo un poquito.

    —¡Evie! —replica Philippa, escandalizada por mi petición. Hace que me sienta diminuta—. ¿Y qué pasa con mamá y papá?

    El ciervo acude en mi ayuda. Se coloca junto a mí de nuevo, y hundo las manos en el denso pelaje de sus hombros.

    —Puedes quedarte el tiempo que quieras. Cuando estés lista para regresar, te enviaré de vuelta al momento preciso del que te saqué—me dice, bajando la cabeza—. Será como si no hubieras estado fuera. Pero no te quedes buscando escapar de los problemas. Tal vez se esté librando una guerra en este mismo momento en vuestro mundo, pero en la Tierra de los Bosques vivimos bajo la amenaza de una guerra que con toda seguridad tendrá lugar.

    Philippa guarda silencio un momento.

    —Júralo. Jura que mamá y papá estarán bien. Jura que no nos echarán de menos y que todos encontraremos el camino a casa—dice finalmente.

    El ciervo se inclina hacia delante.

    —Por mi nombre y por mi honor, yo, Cervus, Guardián del Gran Bosque, nacido a medianoche de Afara, la cierva blanca como la leche, custodio del sagrado corazón de la Tierra de los Bosques, capaz de comunicarme entre los mundos, te lo juro.

    —¿Qué juras? —insiste Philippa.

    —Que no le pasará nada a tu familia. Que no os echarán de menos.

    —Y que encontraremos el camino a casa.

    Cervus baja la cabeza aún más en señal de asentimiento.

    —Y que encontraréis el camino a casa.

    —Todos nosotros—dice Philippa con voz acerada—. Que todos encontraremos el camino a casa.

    El ciervo golpea el suelo con una pata. No sabría decir si lo hace con enfado o diversión, o una mezcla de ambas cosas.

    —Juro por mi poder y mi orgullo que todos encontraréis el camino a casa.

    Pero Philippa sigue sin convencerse hasta que atravieso el claro y le doy la mano.

    —Philippa, todo saldrá bien. Yo creo en él.

    Cuando se vuelve hacia mí, sonrío, la sonrisa más alegre que he esbozado desde hace años. Mi hermana me estrecha contra ella y siento el gesto de asentimiento del ciervo, aunque a mi hermana le tiemblan las manos.

    Cervus se vuelve hacia Jamie, que nos observa a las dos.

    —¿Y tú? ¿Te quedarás en la Tierra de los Bosques de momento o quieres que te devuelva a tu casa?

    Jamie tiene esa mirada suya seria, de hermano mayor responsable, pero veo la emoción expectante que se oculta en sus ojos.

    —Creo que Philippa ya ha expuesto cualquier objeción que pudiera tener yo. Así que si esperas que se declare una guerra y estás en el bando de los buenos, cuenta conmigo. Ya he esperado bastante en mi mundo para ayudar.

    —¿Y tú, pequeña? —me pregunta el ciervo—. ¿Te quedarás en el Gran Bosque ahora que lo has visto, ahora que sabes lo que nos espera?

    Dudo un momento antes de responder.

    —¿Puedo hablar con usted, señor? ¿A solas?

    Por toda respuesta, Cervus abandona el claro, por debajo del arco que forman los árboles sobre nuestras cabezas.

    —No te alejes mucho, Ev—me advierte Philippa. Yo respondo con un gesto de la mano mientras sigo al ciervo, que me espera pacientemente a la distancia justa para que mis hermanos no puedan oír lo que digo si hablo en voz baja.

    Me muerdo el labio y me quedo mirándome los pies, sucios de barro del jardín de nuestra casa en Londres.

    —¿Cómo ha ocurrido esto? ¿Cómo he podido llamarte si ni siquiera te conocía ni sabía de la existencia de este lugar?

    Cervus me mira sin pestañear y yo levanto la vista para mirarlo.

    —Niña, en el Gran Bosque decimos que el corazón que pertenece a la Tierra de los Bosques siempre encuentra el camino a casa. Lo decimos ante nuestros hijos recién nacidos. Lo decimos ante nuestros muertos. Nos lo decimos los unos a los otros en vida también. Puede que sea el Guardián del bosque, pero no me corresponde a mí cuestionar en qué cuerpos se alojan los corazones de la Tierra de los Bosques o cuándo son llamados al hogar.

    Ojalá pudiera ofrecerte un mundo sin guerras, pero aquí, en la Tierra de los Bosques, también existen. No vivimos en paz en el Gran Bosque, aunque sí existe en cierta medida bajo estos árboles para aquellos que saben dónde mirar. ¿Quieres buscarla conmigo?

    —Me asustaba nuestra guerra—confieso—. Y supongo que me asustaré con cualquier otra guerra, pero estar aquí es como si me hubieran puesto del derecho cuando ni siquiera sabía que estuviera del revés. Creo, bueno, sé, que te seguiría allá donde fueras, y haría lo que fuera por ti.

    —En ese caso, pisa donde yo pise, y sígueme a paso ligero—dice Cervus, lo bastante alto como para que Philippa y Jamie lo oigan—. Tengo una cita a la

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