Mozart, el niño genio
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Mozart, el niño genio - Carlos Villanes Cairo
Villanes, Carlos
Mozart, el niño genio / Carlos Villanes Cairo e Isabel Córdova Rosas ; ilustraciones de Antonia Santolaya – 1a. ed. – México : Ediciones SM, 2020 El Barco de Vapor. Naranja
ISBN: 978-607-243-855-2
Literatura peruana. 2. Mozart, 1756-1791 – Literatura infantil.
Dewey M863 V55
A Juan Carlos Villanes Córdova,
con todo nuestro cariño
●1
NACE UN NIÑO EN LOS ALPES
ESTA noche, la nieve ha caído lentamente, como si una gran mano la espolvoreara sobre la ciudad de Salzburgo. Son copos menudos, que el viento mece y difunde por los rincones más ocultos.
Pero este 27 de enero amanece con sol, y los niños se atreven a salir. En la fuente, el agua se ha congelado y penden como velas largos trozos de hielo que los niños convierten en espadas con las que juegan a pelear.
Desde su ventana, Nannerl los contempla pero no sale. Tiene cuatro años y mira a su padre y a la señora Karin entrar y salir muy nerviosos de la habitación de mamá. Es un día especial, hoy va a nacer un hermanito.
Las horas pasan y llega la noche. Y de pronto, todo parece agitarse más, hasta que se lanza al mundo el llanto de un recién nacido. «Una hermanita», piensa la niña; será como una muñeca para jugar con ella.
Poco después aparece la señora Karin y se dirige al padre:
—Maestro Leopold, enhorabuena, tiene un hermoso hijo. —Y luego mirando a la niña—. Y tú, un hermanito. Ha nacido a las ocho en punto de la noche.
«Es un llorón», piensa Nannerl, porque el pobrecillo no cesa de berrear hasta que de pronto calla. Papá la toma de la mano y penetra con ella hasta el lecho de la madre.
—Mira, es tu hermanito.
—¿Cómo se llamará? —pregunta Nannerl.
Padre y madre entrecruzan sus miradas. Oh, no lo saben todavía. El hombre busca afanosamente un calendario y luego el santoral, cierra los ojos como si quisiera recordar y, finalmente, dice:
—Johann Chrysostomus Wolfgang Gottlieb Mozart.
—¡Qué largo! —protesta la niña—. Yo solo le diré Teté.
—Recuerda que tú te llamas María Anna Walburga Ignatia —dice su padre.
—Yo soy Nannerl, y nada más.
—Tendremos que cuidarlo mucho —dice la madre.
—¡Este crío vivirá! —pliega las manos el maestro Leopold, como si rezara, y recuerda con nostalgia a sus cinco primeros niños, unos angelitos buenos que volvieron al cielo poco después de nacer.
Y la vida sigue su camino.
El desnudo invierno se vistió de flores en la desbordante primavera, y el verano encontró al pequeño Mozart ya empezando a gatear, ante la mirada cariñosa de sus padres y los arrumacos de su hermana.
Corre a cuatro patas, de un lado a otro como un felino, y se detiene junto al clavecín, donde su hermana Nannerl recibe las primeras lecciones de su padre.
Anna, la madre, lo sienta sobre su regazo. El niño chapotea las teclas del instrumento y cuando arranca algunas notas sonríe feliz.
—Le encanta oír —susurra Leopold, dichoso de ver los ojos brillantes y encandilados del pequeño.
—¿Y tú sabes por qué? —pregunta la madre.
El hombre niega con la cabeza. Mira cariñosamente a su mujer.
—Este niño ya oía música desde antes de nacer —puntualiza ella, muy dichosa.
El hombre se emociona, deja el arco y toma al pequeño, lo suspende en el aire y lo besa.
—¡Sera músico como yo!
—Ojalá, pero no siempre pasa lo mismo, ya ves, tú ibas para encuadernador, como tu padre, pero se te interpuso la música y lo dejaste todo.
—Y mi madre y mis hermanos nunca me lo perdonarán.
—Sí, pero a veces, bienvenidas sean las rebeldías. Ahora eres alguien; de lo contrario habrías sido, simplemente, un ilustre pero desconocido maestro «coselibros».
Ambos lo celebran a carcajadas y el niño tambien está muy contento.
Y después de la comida, el pequeño Mozart apenas duerme un poco. Se despierta cuando llegan los alumnos de su padre y, sin hacer el menor ruido, los oye ensayar y repetir los toques de clavecín que pretenden ser música, hasta que por fin se van.
Como para restaurar la belleza, el maestro Leopold coloca el violín entre hombro y mejilla y toca un delicado arpegio que el niño parece entender, porque lo mira muy serio y, como si apreciara el compás, da golpes con el pie.
Poco después, su hermana Nannerl volverá al clavecín y sus deditos movedizos y pequeños correrán de arriba abajo con un minueto que ensaya desde hace varios días, y el niño, como si le cantaran una nana, sonríe lleno de felicidad.
—Es la hora —dice de pronto Leopold, y su mujer trae su levitón, le arregla el cabello y el hombre corre a despedirse del pequeño, y sale camino de la iglesia.
El padre de Mozart es maestro de capilla en la catedral de Salzburgo a las órdenes del príncipe arzobispo, que lo mismo atiende asuntos eclesiásticos como civiles y políticos.
Es allí donde también enseña a tres diáconos y ensaya el coro para los diferentes tipos de misas cantadas: pontificales, diaconadas, de jubileo o de difuntos.
Algunas veces, el mismo príncipe arzobispo le invita a cenar y él acepta emocionado.
Pero Leopold no se sienta a la mesa de su eminencia ni a las de sus ocasionales invitados. Él come en la cocina, sobre un rudo tablón, con los criados de librea, y, al concluir, se despide agradeciendo, una y otra vez, el agasajo.
●2
TOCA Y ADEMÁS COMPONE
A LOS trece meses, Mozart salió del parquecillo por sus propios pies y corriendo.