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Las aventuras de Chispa y Sombra
Las aventuras de Chispa y Sombra
Las aventuras de Chispa y Sombra
Libro electrónico197 páginas2 horas

Las aventuras de Chispa y Sombra

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Chispa y Sombra son dos niños que viajan con su patinete por las islas Canarias y viven aventuras cargadas de magia, emoción, cultura y sentimientos. Con mucho esfuerzo y un gran respeto por la naturaleza y el deporte, se encuentran en su camino con valores como la amistad, el tesón y la responsabilidad. Las aventuras de Chispa y Sombra están basadas en personajes e historias reales. Páginas llenas de misterio y viajes increíbles en patinete por Canarias y en bicicleta atravesando Europa en una fascinante aventura hasta Santiago…
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 dic 2018
ISBN9788417643461
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    Las aventuras de Chispa y Sombra - Susana Gómez Castiñeira

    Contraportada

    1. Chispa y Sombra en la isla de los volcanes

    «Eran las diez de la noche cuando la tierra se abrió de pronto cerca de Timanfaya, muy cerca del pueblo sureño de Yaiza, en la isla de Lanzarote, y una enorme montaña se elevó del seno de la tierra escupiendo llamas cual dragón, y continuó ardiendo sin tregua durante diecinueve días, e intermitentemente durante más de cinco años…».

    Hacía calor y estaba atrapada en medio de la tierra en llamas. Miró para un lado, para el otro, y no había escapatoria. Su piel notaba el calor que se acercaba. Corría como una descosida cuando algo golpeó su cabeza y cayó al suelo.

    Cuando abrió los ojos ya era demasiado tarde, miró hacia atrás y… ¡nooo! ¡La lava! ¡La lava! ¡Estaba ahí, rozando su pies!

    —¡Socorro! ¡Mamá! ¡Mamáaa! —gritó.

    Abrió los ojos sobresaltada, miró hacia los lados, empapada en sudor, y se dio un susto terrible que hacía palpitar su corazón tan fuerte que parecía que se le clavasen cuchillos en el pecho.

    —¡Uf! —suspiró más tranquila—. Todo ha sido un sueño.

    Chispa se sentó en su cama, recogió una carta que se le cayó al suelo al quedarse dormida y la volvió a leer.

    Era una nota de Sombra, su amigo, su compañero de juegos, su alma gemela. Unas letras escritas que despertaron en ella un hormigueo en el estómago, una idea que la llevó a un duermevela volcánico, donde su imaginación voló sin límites.

    La carta era muy clara, como siempre:

    —¿Un viaje en patinete? —Palabras con sonido salieron de la boca de Chispa a pesar de estar sola en la habitación—. ¿Recorrer mundo? Eso bien podía llamarse una linda aventura. ¿Aventura? ¿He dicho aventura?—, dijo Chispa tapándose la boca.

    A partir de ese pensamiento en alto, nada podría parar ese sustantivo, esa palabra mágica para Chispa: aventura.

    Sólo al escucharla Chispa se sentía nerviosa, curiosamente intranquila, como si toda su energía y todas sus ganas se marchasen corriendo para disfrutarla.

    ¡Aventura!

    ¡Sí!

    Estaba decidida, lo tenía claro.

    Objetivo de la tarde establecido: «Acudir al punto de encuentro: esquina de la plaza. Hora: después de las clases de música».

    Todo lo que ocurrió tras esa charla con Sombra no fue nada fácil.

    Antes de salir en patinete había que tachar todas las tareas de una lista preparada tras una tarde larga de trabajo en equipo.

    «Lista de cosas que hay que hacer antes de salir a soñar en patinete».

    ¡Uf! ¡Qué difícil fue convencer a su papá y a su mamá!

    ¡Casi tuvo que prometer que se portaría bien hasta que tuviese sesenta y cinco años! Lo intentó de mil maneras: que si hacía todos los días del resto de su vida la cama y recogía su habitación, que si prometía sacar sobresalientes hasta que terminase la universidad, que sacaría al perro por la mañana, por la tarde, por la noche, hasta que los perros pudiesen hablar y salir solos a donde ellos quisiesen…

    Y así con todo lo que se le ocurrió.

    Tras mucho pensar, aceptaron con una condición, sólo una, pero que para ella fue como si se cargase la mochila con el mundo entero:

    —Chispa —dijo su mamá—, confiamos plenamente en ti y te dejaremos salir en busca de tus sueños. Por ello sólo te pedimos una cosa: debes ser responsable.

    Vaya… «responsable»…

    Ella creía que podría cumplir con la promesa aunque la palabra esa tuviese muchas letras y mucha importancia de la seria. Pero importancia como las palabras importantes de los mayores, por ejemplo: impuestos, democracia, lista de la compra, corrupto y alguna más que no recordaba.

    Bueno, al lío: ¡permiso concedido! ¡Ahora a por el resto de la lista!

    Tras semanas de nervios, entrenamientos, esfuerzos sobre el patinete (bajar en él es genial pero subir, subir es terriblemente difícil) y los preparativos, la lista de tareas se completó y se convirtió en una lista con todos los deberes hechos y tachados. ¡Y qué gusto da poder tachar lo que tanto trabajo cuesta conseguir!

    Y así, el viernes soñado llegó y las ganas de los dos niños y el trabajo hecho estaban bien guardados en sus alforjas y les acompañarían durante todo el viaje.

    Se despidieron hasta dentro de dos días. Su papá soltó, por lo menos, 50 «tencuidados» y su mamá le recordó muy seria esa palabra con tantas letras: «Sed responsables».

    Con cincuenta y una palabras más en sus mochilas, emprendieron el viaje que les llevaría a atravesar la isla de Lanzarote como verdaderos conquistadores en patinete.

    Una larga subida desde el mar hasta la zona más alta de la isla, las temibles Peñas del Chache, a 670 metros de altura, hizo que la lengua de Chispa, su corazón y su miedo al fracaso, a no poder conseguirlo, estuviesen todo el rato, en cada impulso, recordándole que nada es fácil si lo que quieres conseguir es algo grandioso. Y estaba claro que para ella este viaje en patinete era lo más grandioso que sus piernas podían soñar, al menos por el momento.

    Antes de embestir la última subida hacia las Peñas descansaron en la plaza de Haría, allí les esperaba Coke con cara de preocupación y misterio.

    —¿Cómo vais, chicos? ¡Ya falta poco para conseguir llegar a la cima! ¡Es genial! —intentó animarles con un tono tan extraño que Sombra y Chispa dijeron a la vez:

    —¿Te pasa algo, Coke?

    Él cerró un poco los ojos, con mirada como de agente secreto, y se acercó a ellos girando la cabeza hacia los lados, como buscando soledad y ningún oído chismoso.

    —Necesito que me hagáis un favor. Es de vital importancia. Tan, tan importante, que si me decís que no, mi abuelo tendrá graves problemas. —Esto último lo dijo tan bajito y tan cerquita del oído de Chispa que se puso nerviosa.

    —¡Claro, Coke! —dijo Sombra—. ¡Cuenta con nosotros! ¿Qué ocurre?

    Y fue así como Coke les explicó que su abuelo, que vive en Uga —al sur de la isla—, le acababa de llamar diciéndole que necesitaba urgentemente que alguien le llevase las dos cajas que tenía en el almacén de la casa de Coke. La roja y la verde. Sólo esas. Y que a nadie se le ocurriese abrirlas bajo ningún concepto.

    Les contó también que su abuelo tenía una voz nerviosa, seria y preocupada, algo nada normal en su abuelo, y que si no tenía esas cajas antes de esa mañana…, pues algo ocurriría con unos bichos que envenenarían todo el agua.

    —¿Qué dices, Coke? —preguntó Chispa—. Explica bien eso. ¿Qué te dijo tu abuelo exactamente?

    —No lo sé, Chispa, mi abuela lo llamó y tenía que irse a toda prisa a hablar con el laboratorio de no sé dónde porque el agua está en peligro por culpa de un monstruo-bicho o unos bichos-monstruosos. Eso es lo único que entendí.

    La voz de Coke era como un elástico que estiras y estiras hasta llegar a pensar que en un centímetro más de tensión se rompería sin más: parecía que iba a estallar en la siguiente palabra.

    —Tranquilo, Coke, estamos contigo. Te ayudaremos. ¿Tienes las cajas? ¿Tus padres no pueden llevarlas? El coche sería más rápido.

    —No, Sombra —dijo con una voz lastimera—, ellos hoy no llegan a casa hasta tarde. Me está cuidando Julia.

    Julia: vecina de Coke.

    —¡Pues venga! ¡Dejémonos de cháchara! ¿Dónde están esas cajas? —habló con prisa Chispa— ¿Qué tienen dentro? —preguntó, exclamó, apuró.

    —Ni idea —dijo Coke—. Sólo sé que no se pueden abrir, que dentro hay algo que está vivo. Al menos en la caja roja. En la verde ni idea. Sólo he comprobado que es más pesada. Pero tiene que ser algo muy importante para necesitarlo el abuelo para liberarse de ese peligro de los monstruos o lo que sea… ¡Por favor, llegad rápido! ¡Estoy preocupado!

    Las cajas no eran muy voluminosas ni muy pesadas, pero el misterio que había dentro era más grande que sus patinetes, eso estaba claro.

    Chispa se encargó de la caja roja. La caja viva.

    Sombra de la verde. La caja más pesada y silenciosa.

    Emprendieron de nuevo la «patinetada», subiendo hacia la montaña y pensando a mil por hora, cosa que su vehículo no hacía, ya que su velocidad sería como de menos de diez por hora con la tremenda cuesta que tenían bajo sus pies.

    Su plan inicial había cambiado en un suspiro y el recorrido que tenían pensado realizar pasó a un segundo plano. Ahora lo importante era ayudar a su amigo Coke.

    —¡Aaagh! ¡Sombra! —se sobresaltó Chispa—. ¡Esta caja hace muchos ruidos extraños! ¿Y si lo que hay dentro se muere por ir en patinete? ¿Y si no puede estar la caja al sol? ¿Y si tiene que comer o algo así?

    Cuando uno no está seguro de algo, es lo que suele pasar, que aparecen como por arte de magia muchas más dudas de las que se tienen al principio.

    No sabían qué había dentro. No tenían ni idea. Lo único claro era que tenían que ser responsables e ir a toda mecha a casa del abuelo de Coke.

    Objetivo: llegar a Uga lo antes posible.

    Subir a las Peñas del Chache, la zona más alta de la isla de Lanzarote, es algo fácil para un senderista, para un explorador, para un motorista o incluso un ciclista. Pero para dos «patinetistas» es algo mucho más complicado, sobre todo si tenían la prisa de Chispa y Sombra.

    Sus corazones iban a mil por hora y sus piernas parecía que iban a estallar.

    «¡Venga, Chispa, tú puedes!», pensaba la niña para darse ánimos.

    Sombra, un poco más adelante, avanzaba al ritmo de una tortuga en patinete, y ella, más atrás, avanzaba al ritmo de una tortuga más pesada aún en patinete. ¡Y el abuelo de Coke en un peligro monstruoso!

    ¡Menudos rescatadores fue a buscar Coke!

    Una hora después, con millones de gotas de sudor derramadas sobre la carretera, derretidos de cansancio y sedientos de más energía, alcanzaron

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