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La selva (Forest World)
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Libro electrónico200 páginas2 horas

La selva (Forest World)

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Ahora disponible en español, la animada novela juvenil en verso de la galardonada autora Margarita Engle sobre un niño cubanoamericano que visita el pueblo de su familia en Cuba por primera vez y conoce a una hermana que no sabía que tenía.

A Edver no le hace ninguna gracia que lo envíen a Cuba a ver al padre que apenas conoce. Sin embargo, ahora que las leyes de viaje han cambiado y es mucho más fácil reunir a las familias divididas, su mamá piensa que es hora de que padre e hijo pasen tiempo juntos.

Edver no se imagina lo que le depara el verano, ¡pero definitivamente no espera conocer a la hermana que ni siquiera sabía que existía! Luza es un año mayor y está muy entusiasmada por conocer a su hermanito, hasta que se da cuenta de cuán diferentes han sido sus vidas. A la busca de cualquier cosa que puedan tener en común, se meten en internet y accidentalmente atraen la atención de un peligroso cazador de animales salvajes. Edver ha luchado contra muchísimos villanos en los videojuegos. Ahora, para salvar la selva que tanto quieren, ¡Luza y él tendrán que encontrar un modo de derrotar a un villano real!
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 feb 2019
ISBN9781534429314
La selva (Forest World)
Autor

Margarita Engle

Margarita Engle is the Cuban American author of many books including the verse novels Rima’s Rebellion; Your Heart, My Sky; With a Star in My Hand; The Surrender Tree, a Newbery Honor winner; and The Lightning Dreamer. Her verse memoirs include Soaring Earth and Enchanted Air, which received the Pura Belpré Award, a Walter Dean Myers Award Honor, and was a finalist for the YALSA Award for Excellence in Nonfiction, among others. Her picture books include Drum Dream Girl, Dancing Hands, and The Flying Girl. Visit her at MargaritaEngle.com.

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    La selva (Forest World) - Margarita Engle

    VERANO DE 2015

    Tiempo de cambios

    Desastre familiar

    EDVER

    Miami, Florida, EE.UU.

    Y yo que pensé que estaba preparado

    para cualquier emergencia. Incendios, inundaciones,

    huracanes, canallas armados, bombas

    y cosas peores: las hemos ensayado todas

    en espantosas prácticas de entrenamiento

    de emergencia para estudiantes.

    Hemos cerrado la escuela a cal y canto,

    nos hemos pintado las caras con sangre falsa

    y hemos practicado cargarnos los unos a los otros

    hasta un helicóptero imaginario, gimiendo

    y gritando con un miedo casi real,

    mientras simulábamos sobrevivir catástrofes

    sin sentido.

    En medio de toda esta locura, jamás

    se me habría ocurrido imaginar que mamá

    me enviaría a conocer a mi padre ausente,

    a la jungla remota en donde nací

    en una isla que nadie en Miami

    jamás menciona sin suspiros,

    sonrisas, maldiciones o lágrimas…

    pero las leyes de viaje de repente han cambiado,

    la Guerra Fría terminó y ahora es mucho más fácil

    que se reúnan las familias cubanas

    divididas: mitad en la isla, mitad en tierra firme.

    Mamá está con un entusiasmo tan raro

    que parece sospechoso.

    Desde el momento que anunció

    que me enviaba a conocer a mi papá,

    noté lo aliviada que se sentía de tener

    un reconfortante descanso de su hijo salvaje,

    el revoltoso: yo.

    Si me escuchara, le diría

    que no es mi culpa que una bicicleta de carrera

    se metiera en mi camino mientras jugaba

    en mi teléfono y montaba la patineta a la vez.

    Para eso se hicieron los juegos, ¿no?, ¿para entretenerse?

    Un escape, de modo que todos esos minutos que paso patinando

    de la casa a la escuela no sean tan vergonzosos.

    Mientras mire fijamente a una pantalla privada,

    nadie que me vea

    sabrá

    lo solitario que estoy.

    Pulsa aquí, aprieta un botón allá, teclea…

    el teléfono me hace lucir ocupado,

    como si tuviera muchos amigos,

    un muchacho al que le gustan los deportes

    en lugar de las ciencias.

    En ese sentido, soy más como mamá, que en raras ocasiones

    levanta la cabeza de su computadora portátil en los fines de semana.

    Lo único que hace es trabajar como una maníaca,

    buscando redescubrir especies extintas.

    Es criptozoóloga, una científica que busca

    criaturas escondidas, ya sean las legendarias

    como el yeti, u otras que ya nadie ve,

    tan solo porque son tan extrañas

    y tímidas que se esconden mientras las aterrorizan leñadores

    y cazadores declarados y furtivos, quienes venden sus partes

    disecadas o atravesadas por agujas a los coleccionistas.

    Asco de gente.

    Pero ¿y si hay gato encerrado?

    ¿Y si el verdadero motivo que tiene mamá para asomarse

    a su secreto mundo en la red

    es flirtear para conocer a tipos raros

    que a lo mejor ni son los héroes apuestos

    que muestran sus fotos de perfil…?

    ¿Y si busca novio

    y por eso tiene

    que deshacerse de mí, para poder salir

    con indeseables

    cuando no estoy por estos lares?

    Nuestras vidas agitadas

    LUZA

    La selva, Cuba

    El verde

    me rodea por todas partes,

    el azul en las alturas,

    ¡y ahora mi hermanito

    por fin viene

    de visita!

    He oído hablar de Edver toda mi vida,

    a través de abuelo, que echa de menos a su hija

    —mi mamá—

    y de papá, que habla con tanta tristeza de la época

    en la que vivíamos todos juntos en familia, enraizados

    en nuestra selva y con las alas

    de los sueños compartidos.

    Ahora, al poner un pie en un lodazal en el que se han posado

    nubes de mariposas azules, hay una brillantez que late

    cuando los radiantes insectos beben a sorbos los minerales oscuros del fango

    mientras bailan una danza del hambre

    llamada encharcamiento.

    Las mariposas me recuerdan

    a ángeles en miniatura, en pleno vuelo, brillantes,

    mágicos y naturales a la vez.

    ¿Acaso saben lo frágiles y breves

    que serán sus vidas

    por los aires?

    Después de viajar a la ciudad para recoger a mi hermano

    en el aeropuerto, quizá regrese a esta musgosa

    rivera y haga una escultura de una visión de gente

    con alas al revés

    bajo verdes árboles frondosos

    enraizados en el cielo…

    O mejor aun: podría quedarme aquí y esperar

    a que se aparezca un colibrí, un zunzún no más grande

    que una abeja, el ave más pequeña del mundo,

    uno de los tantos

    tesoros vivos que hacen que papá sea tan buen

    superhéroe de la vida silvestre, a cargo de proteger las raras

    criaturas de nuestra selva

    del hambre

    y la codicia

    de los cazadores furtivos.

    Adiós a mi vida real

    EDVER

    El último día antes de las vacaciones de verano,

    anduve como una sombra, intentando ocultarme de quienes

    vieron el video en el que estrello mi patineta

    contra la bici de carrera.

    Si alguna vez aprendo a codificar mi propio videojuego,

    lo llenaré de gente de las sombras, cuyos sentimientos

    no puedan

    ser vistos.

    Mañana volaré a Cuba.

    Quizá irme de aquí sea buena idea.

    Si me quedara en casa, lo único que haría

    sería esconderme en mi cuarto

    y jugar en la compu

    solo.

    Raro

    LUZA

    ¡Qué raro!

    Sí, es verdaderamente surrealista

    salir de viaje de este modo,

    felizmente preparada para conocer a un desconocido

    y llamarlo

    mi hermano.

    Espero que sienta lo mismo conmigo.

    Extrañeza.

    Como un pájaro del bosque

    en la ciudad.

    El aislamiento de las islas

    EDVER

    El avión aterriza.

    Un asistente de vuelo me conduce a una fila.

    Preguntas.

    Respuestas.

    Otra espera nerviosa.

    Más preguntas.

    Muestro mi pasaporte.

    Inspeccionan mi mochila.

    El microscopio de disección

    pasa de mano en mano entre hombres y mujeres

    uniformados, algunos de azul, otros en verde,

    hasta que finalmente

    me lo devuelven todo

    en lugar de robárselo.

    Un suspiro de alivio,

    pero a esta hora estoy tan nervioso que lo único que quiero

    es calmar mi mente con los reconfortantes clics, sonidos

    y silbidos de las llamas electrónicas de los dragones

    en mi juego favorito, en un mundo en las redes

    lleno de baba de grifos,

    aliento de trasgos y los rezumados pedos

    de unos pesados ogros.

    Los animales imaginarios son casi tan extraños

    como los reales, como aquella iridiscente

    avispa esmeralda

    de la que escribí

    para un informe

    sobre un libro de no ficción.

    La avispa inyecta veneno en el cerebro de una cucaracha,

    haciendo que el insecto más grande se vuelva un zombi

    en el cual se monta como si fuese un caballo,

    usando sus antenas como riendas

    hasta llegar al nido de la avispa,

    en donde, lo adivinaste, la obediente cucaracha

    es lenta y asquerosamente

    devorada por unas larvas

    que se retuercen.

    Ni ruiditos ni melodías del teléfono.

    Ni red de juegos ni clics reconfortantes.

    Nada

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