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Corre con caballos
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Corre con caballos

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Durante los últimos días en que un grupo de bravos resistía al gobierno de Estados Unidos de América, un apache chiracahua aspira a convertirse en guerrero. Para ello deberá pasar una serie de pruebas y salvar el honor y el nombre de su familia, sujeta a persecución y exterminio.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 abr 2017
ISBN9786071649393
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    Corre con caballos - Brian Burks

    Capítulo 1

    Corre con Caballos estaba sentado en el suelo frente a su padre, esperando pacientemente a que el hombre, bajo y compacto, hablara. Por fin, cuando la luz gris del amanecer empezó a borrar las estrellas del cielo, Cuchillo Rojo levantó la cabeza y apartó el largo pelo negro de su rostro ancho, plano y endurecido por el sol.

    —Hijo mío —comenzó a decir—, todavía no eres un guerrero de los apaches chiricahuas. Has completado dos pruebas, pero antes de tomar tu lugar entre los hombres alrededor del fuego debes pasar dos pruebas más. Todavía te queda mucho por aprender.

    "Sabes que en este mundo nadie te ayudará, ni siquiera yo. Tus piernas son tus amigas; debes enseñarlas a correr como el antílope. Así tus enemigos no podrán alcanzarte.

    "Tus ojos son tus amigos. Debes enseñarles a ver como el águila para que seas un gran cazador y tus enemigos no puedan acercarse a ti sin que lo sepas.

    "Tus oídos son tus amigos. Te dirán lo que los ojos no pueden decirte en la noche. Enséñales a escuchar al escarabajo que se arrastra en la tierra. Así podrás oír a la serpiente que se desliza en la hierba y no podrá morderte.

    Tus brazos y tus manos son tus amigas. Deben ser fuertes y rápidas como las del puma.

    Cuchillo Rojo apuntó hacia su frente.

    —Tu mente es tu amiga. Te dirá lo que tienes que hacer. Recuerda lo que ves y lo que escuchas, y en tu cabeza estará la sabiduría para sobrevivir a todas las cosas.

    Un día tu gente tendrá hambre. Tendrás que matar a tu enemigo para robarle comida. Entonces la gente en todos los campamentos hablará de ti. Dirán que mi hijo es un gran guerrero. ¿Entiendes todo lo que te he dicho?

    Corre con Caballos asintió solemnemente y ambos se pusieron de pie. Cuchillo Rojo señaló las afueras del campamento, donde un guerrero solitario estaba parado en un pequeño claro, con los brazos cruzados sobre el pecho.

    —Ya es hora. Camina Solo te está esperando. Ahora vete.

    Corre con Caballos llegó a donde Camina Solo, un joven guerrero aún soltero, lo esperaba. Como él, vestía un taparrabos de cuero, amplio, que caía hasta sus rodillas por el frente y tenía por atrás el largo justo para no pisarlo.

    En la funda que colgaba del cinturón de cuero que le ceñía la cintura había un cuchillo, y tenía los mocasines largos enrollados a los tobillos. Sintió un nudo de aprehensión que se le apretaba en el estómago cuando el guerrero se agachó a recoger el cántaro de agua que yacía a sus pies. ¿Podría superar la prueba? ¿Podría correr los cinco kilómetros a la cima del cerro y regresar sin tragar o escupir el agua?

    Cuando la canasta recubierta de brea le tocó los labios llenó su boca de agua, luego se recogió el largo pelo negro y se ajustó la banda a la cabeza. Un instante después Camina Solo gritó:

    —¡Vete!

    Corre con Caballos era alto entre los apaches, y salió veloz.

    Había empezado a entrenar para esta prueba a los siete años. Todas las mañanas durante nueve años se había levantado antes de la madrugada a correr, con la boca bien cerrada, respirando sólo por la nariz. Estaba listo para la prueba, pero aun así el miedo a fracasar lo perseguía. Si tropezaba y caía, sería difícil no tragarse el buche de agua.

    El terreno traicionero de la Sierra Madre hacía difícil la carrera. El guerrero novato esquivaba o libraba de un salto las rocas, los arroyos profundos, los cactus y los espinosos arbustos de mezquites, que con un paso en falso amenazaban desgarrarle la carne.

    Camina Solo corría a su lado para asegurarse de que alcanzaría la cima antes de regresar. El guerrero se mantenía a buena distancia para permitir que cada uno escogiera su propio camino.

    Corre con Caballos le echó una mirada a Camina Solo y se maravilló de la facilidad con la que el hombre parecía flotar por encima del suelo. Se preguntó si él se veía igual, o si su paso era torpe y rudo.

    Sabía que la parte más empinada del cerro, la parte que trataría de sacarle la fuerza de las piernas y el aire de los pulmones, no estaba lejos.

    Corre con Caballos recordó. Era de noche, y una fina capa de hielo cubría la poza profunda en la que su padre le había dicho que se metiera. El hielo le cortó y rasguñó la piel, y el agua helada le entumeció el cuerpo. Tras lograr llegar a la otra orilla y arrastrarse para salir, no le permitieron acercarse al fuego. Se vio forzado a quedarse a las afueras del campamento hasta la madrugada, con el cuerpo desnudo cubierto de tierra, hojas y agujas de pino para no congelarse. Un guerrero apache debe poder sobrevivir toda inclemencia, le había dicho su padre.

    Al día siguiente le ordenaron que luchara contra un árbol, y cuando sus manos estaban hinchadas y ensangrentadas tuvo que hacer una bola de nieve y empujarla hasta que fuera demasiado grande para moverla. Más tarde esa noche le pusieron salvia seca en los brazos y le prendieron fuego hasta que se convirtió en cenizas. No se inmutó ni cerró los ojos. Un guerrero debe poder soportar el dolor. Todavía tenía las cicatrices en los brazos.

    De pronto, al darse cuenta de que ésta era sólo una más de las muchas pruebas que lo aguardaban en su camino a la vida adulta, se relajó y movió el agua que guardaba en la boca. Habría más pruebas, y algunas serían

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