UNA SILUETA ENORME HABÍA EMERGIDO
de las profundidades y apareció entre la marea. Caleb Swanepoel apenas tardó un segundo en procesar la amenaza. Se movía entre las olas, a 70 metros de la costa. La playa de arena de Buffelsbaai (Sudáfrica) no era más que una delgada franja blanca a lo lejos, y chapoteaba en desventaja en mitad del mar. Gritó a sus hermanos para alertarles del peligro y estos comenzaron a bracear desesperadamente. El corazón de Caleb latía a un ritmo aún más rápido que su frenética forma de nadar. Era luchar o nadar, y lo único que sabía era que su supervivencia dependía de esta respuesta automática y primitiva. Y de la suerte…
“Ese día tuve la sensación de que algo no iba a ir