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Una vida de todos los colores
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Libro electrónico140 páginas1 hora

Una vida de todos los colores

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Información de este libro electrónico

¿Qué caminos nos tiene reservados el destino? ¿Escuchamos a nuestras intuiciones o las silenciamos? ¿Tomamos decisiones basadas en nuestro bienestar o pensando en el de los demás?

En esta reveladora obra, Bet no solo se abre al lector, sino que nos invita a cruzar las puertas de su vida más íntima. A través de un relato sincero y sin tapujos, nos sumergimos en los últimos 7 años de su existencia, marcados por el giro drástico que dio su vida cuando el surf entró en escena. Esta pasión no solo la condujo a las olas, sino también a Fuerteventura, la isla que se convertiría en el escenario principal de amores, desamores, victorias y derrotas.

A lo largo de este viaje de autodescubrimiento y crecimiento personal, Bet se enfrenta a la dualidad de decisiones y emociones que configuran su esencia. Una historia real y cautivadora que, sin duda, resonará en el corazón del lector.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 nov 2023
ISBN9788411817394
Una vida de todos los colores

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    Una vida de todos los colores - Bet Brugué

    1500.jpg

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Bet Brugué

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1181-739-4

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    Gracias Ana Fariña Molina por realizar las

    ilustraciones de este libro, eres luz.

    Gracias también a todas las personas que me habéis

    acompañado en esta aventura de escribir, por

    darme vuestros consejos y opiniones, pero sobretodo gracias

    por darme esa fuerza, valentía y amor

    que necesitaba para poder hacerlo realidad.

    .

    .

    «La vida es demasiado importante para tomársela en serio».

    Oscar Wilde

    Prólogo

    Me llamo Betsabé, me apodo Bet (más fácil).

    Me encantan ciertos emoticonos, dan sentido y cara a mis emociones. A lo largo del libro los iréis encontrando (aunque no he podido ponerlos todos, por tema de impresión).

    Tengo 42 años, en breve 43. Sí, soy del 80. Capricornio, tozuda, lunática, exigente, a veces aburrida, surfeo o eso intento, no tengo hijos, pero sí tres gatos, uno de cada color: (Mimi, Noa y Elton). Amo la música, disfruto con la lectura y me encuentro de nuevo intentando saber qué es lo que quiero y quién soy realmente.

    Me pasé la vida anhelando sentir el orgullo de los míos sin ningún resultado positivo.

    Siempre he escuchado la película que a los 40, uno ya tiene la vida encarrilada, pero yo no puedo decir eso, a veces pienso que cuanto más vivo, más indecisa estoy.

    Los últimos años han sido de lo más rocambolescos, o mejor dicho… puede que desde el mismísimo día en que nací, creo… Fue un parto difícil para mi madre. Llegué a este mundo terrenal en Barcelona capital, un 26 de diciembre a las 23 horas por cesárea, con 8 meses, 49 centímetros y un peso de 1.450 gramos; directa a la incubadora. Separada de mi madre desde el minuto uno. Ella en un hospital y yo en otro. Supongo que de aquí vienen mis carencias afectivas.

    Me gusta creer, como dice Patricia (una amiga de Tenerife), que estoy haciendo un máster en Harvard University. Es un buen punto de vista para dar la vuelta a las situaciones.

    Destacar que esta historia es completamente real, solo he cambiado los nombres de las personas. La razón… que cada uno saque su propia conclusión. Me hace ilusión pensar que, si algún día, estos relatos caen en las manos de las personas que han pasado por mi vida, no tengan ninguna duda: ¡¡¡sí!!!, son ellos/ellas. Muchos por agradecimiento y otros, por supuesto, por el mero placer de imaginarme sus caras al leerme… Por qué esconderlo 😉

    Es la primera vez que me pongo a escribir. No pretendo ser una erudita, simplemente quiero ser yo misma al máximo posible en cada una de mis palabras.

    Como dice Oscar Wilde: «Sé tu mismo, el resto de papeles ya están cogidos».

    Dicho esto, espero poder transportaros a vosotros, lectores, por momentos divertidos, de aprendizaje, de moral, de impotencia, de poneros las manos en la cabeza. Sacaros alguna sonrisa, moveros y removeros emociones, abriros a vuestra sexualidad y sobre todo… poder compartir mi vida tal cual.

    Quién sabe… puede que al final del libro haya conseguido encontrar respuestas a mis preguntas, saciar mi justicia y a vosotros… una bonita lectura.

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    Capítulo 1

    El surf, mi amiga Giardia y Fuerteventura

    (2016-2017)

    Mi vida amorosa y familiar estaba emocionalmente desmoronada. Mis rifirrafes familiares siempre han sido una carga en mí difícil de llevar. Anhelo tanto el amor y la admiración de mis padres que siempre entro en «modo frustración», ya que nunca he conseguido dicha labor. Es como entrar en un bucle sin escapatoria, hagas lo que hagas nunca es suficiente y sigues dando vueltas y más vueltas... sin fin.

    Había empezado a cuestionarme temas existenciales, interesándome más por el autoconocimiento, buscando otro tipo de conexiones para obtener un mejor crecimiento, a hacerme otra clase de preguntas e intentar encontrar respuestas… apuntando siempre a una mejora personal. Necesitaba fortalecerme mentalmente y, a la vez, también, físicamente. 

    No hacía mucho tiempo había descubierto el surf y me aferré a él como si fuera mi salvavidas. Con esa tozudería de capricornio que me caracteriza.

    Ahora mi objetivo era aprender a surfear y, sobre todo, pensar menos. Me uní a un grupo, Surfeando por el Mediterráneo, con los mismos intereses que yo por el surf. Organizábamos fines de semana para irnos a surfear al País Vasco, Cantabria, Francia, Lanzarote, Fuerteventura... y cuando se podía, surfeábamos en Barcelona. Pero las olas no abundan demasiado en el Mediterráneo, así que nos buscábamos la vida para encontrarlas. 

    Un día en El Masnou, con un maretón mediterráneo de los de invierno, con el agua congelada y un neopreno de los más gordos, que casi cuesta poder moverse, fui a surfear con Adri, un compañero del grupo jovencito «echado pa’lante», sin miedo a nada y siempre con su característica sonrisa de lado a lado.

    El agua literalmente era marrón, marrón. Ni un ápice de su azul natural o transparente. El mar estaba revuelto, con tamaño y, seguro, ni de coña para nuestro nivel de surf. Aun así, entramos como pudimos poniendo todas nuestras ganas; conseguimos coger alguna ola, aunque mayormente nos alimentamos de revolcones.

    Ese día, en una de mis caídas, recuerdo que no cerré la boca y tragué agua, un buen sorbo.

    Al salir a flote medio agonizando me di cuenta de que, aparte del agua marrón, ¡¡¡había cacas flotando!!! Sííí, disculpadme, pero la realidad era esa, estábamos surfeando en esas condiciones. 

    Hay que estar loco o tener muchas ganas de aprender. Como ya os he dicho, en el Mediterráneo no gozamos de muchas olas, así que creo que cuando vienen… lo damos todo. 

    Al terminar el baño volví a casa, en esa época vivía en Barcelona. Entré volando, congelada, directa a llenar la bañera con agua hirviendo. ¿Existe algún placer mejor que ese?

    Pasaron unos días y empecé a sentirme mal; mi barriga estaba muy tocada. Aunque es algo bastante normal en mí porque los nervios encontraron su sitio en ella.

    Pero era algo diferente... comía y tenía la necesidad de ir corriendo al baño. Y así en cada una de las comidas. Empecé poco a poco a hacer una lista de alimentos a ver cuáles me hacían ir mas rápido al servicio y cuáles me daban un poco más de margen. Llegué al punto que entendí que si comía a cantidades muy pequeñas: pavo, bastoncillos de pan y manzana... podía ingerir algo, aunque fuera en dosis muy reducidas.

    Pero estaba claro que algo me estaba pasando y mis carreras al cuarto de baño ya no eran lo suficientemente rápidas. Empecé a no poder controlarlas. Y además no podía casi ni comer. Siempre he sido delgada, sin embargo eso empezaba a ser ya una exageración.

    Había empezado a ir a urgencias del Hospital Quirón, pero me ponían una vía con suero y a las horas me soltaban… y todo continuaba igual. Si no recuerdo mal fui hasta cinco veces.

    Yo siempre les explicaba mi experiencia vivida en ese mar de aguas fecales y me daba la sensación de que había cogido algo en esa agua. Pero no me hacían ni caso. Recuerdo un médico que me dijo en una ocasión que lo que tenía era: «¡¡¡Que yo era una prepotente!!!». Podría ser… Al fin y al cabo, yo no soy médico por muchas sensaciones que tenga… solo son eso… sensaciones.

    Iba siguiendo con mi vida como podía, pero mi autoestima con todo este tema estaba absolutamente por los suelos y cada vez me iba encerrando más. Salir de casa era toda una agonía siempre pendiente de ir al baño. Era de absoluta vergüenza, o por lo menos para mí.  Ya habían pasado unos seis o siete meses con todo este tema y nada cambiada, solo iba a peor. 

    Mi amiga Eli de Formentera iba a venir unos días a Barcelona a casa de visita. Avisándome con antelación de que llegaría tarde por la noche, así que le había dejado las llaves escondidas para que pudiera entrar. Le había informado de que me encontraría un poquito diferente, sin entrar en detalles. Soy de esas personas a las que les cuesta compartir las cosas feas —como digo yo— y uno de mis grandes defectos es que no sé pedir ayuda.

    A la mañana siguiente había conseguido cita médica en la privada con un digestólogo, porque mi situación era preocupante. Me costaba andar, no tenía ya casi fuerzas y seguía literalmente cagándome encima veinte veces al día casi sin comer. Me hice una bañerita como de costumbre y mi amiga Eli, tan especial y expresiva como es ella, abrió la puerta del baño de golpe, con su gracia característica, para desearme los buenos días y saludarme, pero la pobre se llevó el susto de su vida. Empezó a chillar corriendo arriba y abajo diciendo: «¡¡¡ay,

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