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Aventuras, reflexiones y meditaciones de un monje del s. XXI: Un viaje de luz por el mundo
Aventuras, reflexiones y meditaciones de un monje del s. XXI: Un viaje de luz por el mundo
Aventuras, reflexiones y meditaciones de un monje del s. XXI: Un viaje de luz por el mundo
Libro electrónico178 páginas2 horas

Aventuras, reflexiones y meditaciones de un monje del s. XXI: Un viaje de luz por el mundo

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A través de sus reflexiones, el autor nos muestra que es posi­ble vivir en armonía con el resto de la humanidad, exploran­do la espiritualidad y el significado de la vida.

En su búsqueda interior de la verdad y la fe, y con un lenguaje acorde a nuestros días, Lucio nos invita a contemplar nuestra vida con una mirada renovada, desafiando las creencias que limitan nuestro bienestar.

En sus aventuras, reflexiones y meditaciones predomina un camino: el camino del corazón y del amor, que nos impul­sa hacia la paz y la armonía que tanto necesitamos hoy en día para vivir en plenitud.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 abr 2023
ISBN9788418556463
Aventuras, reflexiones y meditaciones de un monje del s. XXI: Un viaje de luz por el mundo

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    Aventuras, reflexiones y meditaciones de un monje del s. XXI - Lucio Saggioro

    INTRODUCCIÓN

    El arte de la vida consiste en hacer de la vida una obra de arte.

    Voltaire

    Soy Lucio Saggioro, sacerdote de vida contemplativa de la diócesis de San Sebastián (Gipuzkoa), con una espiritualidad franciscana, ermitaño, misionero itinerante; simplemente un «monje».

    LA VIDA ES UNA INTERPRETACIÓN

    Quizás pueda parecer un poco raro empezar un libro así, pero considero fundamental desarrollar esta afirmación desde el principio. Es la clave para entender todo lo que iré compartiendo a partir de ahora.

    Los tres amigos ciegos se levantaron, dieron unos pasos y extendieron la mano derecha. El anciano de barba blanca se topó con una de las patas delanteras y durante un rato la palpó de arriba abajo.

    –¡Ahora ya sé cómo es un elefante! Es como la columna de un templo o, mejor dicho, es como el tronco de un árbol: cilíndrico, grande y muy fuerte.

    Mientras, la mano del anciano de barba negra había ido a parar a una de las gigantescas orejas. El enorme animal sintió unas cosquillitas y la sacudió ligeramente hacia delante y hacia atrás.

    –¡Nada de eso, querido amigo, un elefante no se parece a una columna! Mi conclusión es que parece un enorme abanico por dos razones muy obvias: primero, por su forma plana, y segundo, porque al moverse produce un aire muy agradable.

    En ese momento, el anciano de barba pelirroja rozó con la punta de los dedos algo blando que colgaba de algún lugar mucho más alto que él. Era la trompa del animal, pero como no podía ver, él no lo sabía.

    –Pero ¡qué dicen ustedes dos! Por lo que puedo comprobar, un elefante es como una gran cuerda. Claramente, se trata de un espécimen alargado, flexible y blandito, como una anguila o una serpiente. Sin duda una forma extraña para un mamífero. ¡La naturaleza es sorprendente!

    El dueño del elefante observaba la escena en silencio y no pudo evitar pensar sobre la curiosa situación: los tres ancianos habían acariciado al mismo elefante, pero al hacerlo en partes diferentes de su cuerpo, cada uno de ellos se había hecho una idea totalmente distinta de cómo es en realidad. Para el anciano de barba blanca, un elefante era como una columna, para el anciano de barba negra, tenía forma de abanico y para el anciano de barba pelirroja, era igual a una serpiente. Ciertamente, todos tenían parte de razón, pero ninguno la verdad completa.

    Tras esta reflexión decidió que antes de que le preguntaran a él, lo mejor era irse cuanto antes.

    –Señores, me están esperando en el pueblo y temo que se me está haciendo tarde. Espero que les haya resultado interesante la experiencia de tocar un elefante. Que pasen ustedes un buen día. ¡Adiós!

    Acompañado de su voluminosa mascota Kiran se alejó dejando a los tres amigos ciegos inmersos en una ardiente discusión sobre quién tenía la razón. Una conversación que, por cierto, duró horas y no sirvió de nada: los ancianos fueron incapaces de ponerse de acuerdo sobre la verdadera forma que tienen los elefantes.¹

    La percepción que tengo de mí mismo es una interpretación de lo que pienso y conozco de mi vida en relación a los valores, condicionamientos internos y externos, aspectos culturales y experiencias que hasta aquí he adquirido. Así, todo lo que iré compartiendo a partir de ahora, es mi punto de vista, mi visión, mi perspectiva sobre los temas tratados. Hablaré de los hitos de mi vida, los que supusieron un cambio, un punto de inflexión.

    Cuando hablo de los momentos importantes de mi vida, es una combinación de cómo lo interpretaba y la forma en que lo hago ahora. El mismo acontecimiento que en un principio, por ejemplo, me parecía como algo negativo, ahora lo puedo leer como una bendición. Es por esto que puedo afirmar a la luz de mi vivencia personal, que cada una de las situaciones, ideas, creencias y experiencias pueden ser atravesadas desde muchas perspectivas y todas ellas nos desvelan algo acerca de esa misma experiencia.

    LA VIDA ES UN CONTINUO CAMBIO

    Lo que soy ahora, mi ser «monje», es fruto de haber aceptado el desafío que los cambios que la vida me ha presentado. Cuando sucede algo inesperado, diferente a lo que esperábamos, surgen dos opciones: rechazarlo o aceptarlo. Rechazar es no querer vivir, aceptar es abrazar la vida.

    LA VIDA ES ESENCIA Y APARIENCIA

    En este libro podéis encontrar la narración actual que hago sobre unos momentos concretos de mi vida y que me han llevado a disfrutar de lo que soy ahora: un simple «monje» que busca la paz interior. También encontraréis la dificultad y la belleza de aceptar los cambios que me brindó y me brinda la vida. Me gustaría destacar en estas páginas lo que me acompaña desde mi infancia y me ayuda cada día en la búsqueda de la paz interior y de la aceptación de los cambios que se producen en ella: el mensaje concreto de amor de Jesús Cristo, hilo conductor de toda mi existencia.

    Jesús, el Cristo, para muchos un hombre fantástico, para otros el hijo de Dios misericordioso, para otros un hombre Dios y para mí, además de todo eso, un amigo y compañero de viaje, siempre… siempre presente.

    EL CAMBIO

    He cerrado mi balcón porque no quiero oír el llanto pero por detrás de los grises muros no se oye otra cosa que el llanto.

    Casida del llanto, Federico García Lorca

    Hay circunstancias vitales que suponen un cambio, donde te das cuenta que «no eres el mismo». La vida es un continuo cambio, es lo contrario al ser estático, y sucede que a veces eres más consciente de esta dinámica. Hay momentos donde honestamente puedes decir con firmeza que hay un antes y un después.

    Es la noche del tres de agosto del 2011. Hace ya varios meses que me encuentro muy mal física y psicológicamente. Tengo un parásito intestinal que desde diez meses atrás no me deja en paz, he perdido casi veinte kilos y sobre todo la energía de levantarme cada mañana².

    Había llegado al País Vasco, en octubre de 2010, lleno de ilusión. Con la esperanza de poder vivir lo que albergaba en el corazón y así compartirlo con los demás, un mensaje de paz interior y de un mundo mejor, el mensaje de la re-evolución del amor.

    ¿Y qué sucede? Que me encuentro desolado como nunca me había sentido. Había vivido situaciones muy particulares y duras, pero jamás hasta ese extremo. Lo que más me asustaba en esa etapa era que a menudo me preguntaba si merecía la pena seguir viviendo en esas condiciones; perdí la esperanza.

    Había interpelado muchas veces a Jesús Cristo en mis oraciones, en la santa misa, un signo, una luz, la curación y… su respuesta era el silencio, siempre silencio y solo silencio.

    Me molestaba muchísimo cuando veía personas felices, oír niños llorar, oír hablar de Dios como si fuera un poema aprendido en el cole. Sentía que se iba acumulando en mi interior rabia y sufrimiento porque no comprendía esa disonancia.  Después de muchos esfuerzos pensé que por fin había encontrado mi sitio y mi paz interior. Pero no era así, toda mi vida se desmoronaba ante mis ojos.

    No hablaba con nadie de mi dolor físico y existencial o, cuando tímidamente lo intentaba, sentía la más absoluta incomprensión. ¡Vaya situación de mierda! Yo que durante muchos años había ayudado a un montón de personas, ahora me encontraba solo, con mis problemas físicos y psicológicos y ante la diatriba de acabar o no con mi vida.

    En este difícil contexto pensé que era el momento de hacer algo nuevo para mí: ¡rendirme! ¡Rendirme, por fin rendirme! Rendirme ante la evidencia de la realidad. Parar de luchar conmigo mismo o con la idea que tenía de mí mismo. Parar de luchar con Dios o con la imagen que tenía de Dios. Parar de luchar con todo el mundo. ¡Soltar el control!

    Escribí dos cartas para tranquilizar a las personas más cercanas donde explicaba la decisión de tomarme un mes para mí, para arreglar algunos asuntos personales. Tomé mi mochila, la misma que me había acompañado por el mundo en la experiencia de vida itinerante y me puse en camino.

    Esta vez me puse en camino simplemente con una intención: observar lo que pasaba dentro de mí y dejar que todo lo que se manifestaba se pudiera expresar. No quería tapar nada de lo que sintiera dentro de mí, que cada emoción, sentimiento, sensación fluyera libremente. Notaba que, durante demasiado tiempo, bajo una equivocada idea de respeto, me había silenciado, transformándome en una patética olla a presión. Era el momento de destapar la olla. La enfermedad fue el «bendito empujón» para hacer todo esto.

    No he compartido con nadie lo que pasó ese mes de agosto de 2011, dónde fui y lo que hice. Es algo tan íntimo y personal que las palabras no alcanzan a abarcarlo completamente, pero lo acontecido durante ese mes selló en mi vida un antes y un después, un punto de inflexión.

    Tras este intenso mes donde empecé a rendirme a la realidad de la existencia humana decidí, gracias a Dios (y no es una forma de decir), no quitarme la vida, continuar viviendo. Esto es, ver mi vida desde otra perspectiva y relacionarme con el mundo con más respeto y humildad tomando consciencia de que, únicamente apoyándome en mis fuerzas, no era capaz de manejar todo lo vivido en los últimos meses: la enfermedad, las secuelas emocionales y psicológicas, así como aspectos de mi mundo interior bloqueados o no suficientemente desarrollados. Pedí ayuda, para mí algo verdaderamente novedoso. Me di cuenta de que no era un supermán cristiano, era un hombre con sus fortalezas y sus debilidades y que necesitaba de los demás para disfrutar del regalo de la vida. ¡Qué liberación interior cuando pude hacerlo! ¡Qué paz interior se experimenta cuando se pide ayuda de forma libre, incondicional, sin pretender nada, con total confianza y corazón abierto! Algunas veces lo hacemos, pero no estamos totalmente dispuestos a dejarnos ayudar o no queremos cambiar o solucionar realmente un problema. También solemos buscar anestesiar un problema antes que intentar solucionarlo y mirarlo

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