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Cero adicciones: El camino del despertar
Cero adicciones: El camino del despertar
Cero adicciones: El camino del despertar
Libro electrónico553 páginas8 horas

Cero adicciones: El camino del despertar

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Se trata de una obra de autoayuda dirigida a todo el público, pues es un hecho evidente que una inmensa mayoría de personas padece una o varias adicciones, algunas muy serias, como el alcoholismo o la drogadicción y otras, aparentemente más leves, como la adicción al azúcar, a los medicamentos, al sexo, etcétera.
Más la obra no ofrece una solución para las adicciones. Ella ya existe con la ayuda de los grupos de Doce Pasos. Pero se subraya mucho que, además, la liberación ya está en el interior de cada uno —¿el Ángel guardián, el Maestro interior?— y basta con estar dispuesto para lograrla.
Hoy día hay ya una gran cantidad de personas practica una espiritualidad activa, a través de la meditación —en sus muy diferentes formas—, de las técnicas de «soltar», de «entregar», de tal modo que los elevados estados de espíritu —como la Iluminación—, alcanzados por místicos y santos tanto de Oriente como de Occidente, ahora son accesibles a cualquiera que se empeñe en ello, sin necesidad de que se agregue a religión o agrupación alguna.
Se puede ver ahora de qué modo se está viniendo abajo el sombrío panorama pintado desde tiempos inmemoriales por adivinadores, magos, profetas —así como el que constantemente nos pintan los medios y las series de internet— para dar paso al nacimiento del hombre nuevo, lleno de fe en la Vida, libre de temores, sabedor de su grandeza y consciente de su estrecha unidad con Dios.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 nov 2023
ISBN9788411817714
Cero adicciones: El camino del despertar

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    Cero adicciones - Alfonso Méndez y Audirac

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    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Alfonso Méndez y Audirac

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Celia Jiménez

    ISBN: 978-84-1181-771-4

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    INTRODUCCIÓN

    Si ya lograste lo imposible: dejar de beber, dejar de drogarte…, ¿por qué no seguir con lo demás? ¿Dejar atrás las demás adicciones, los otros malos hábitos y los apegos? En fin, ¿dejarlo todo y seguirlo a Él?

    1943, Budapest en plena Guerra Mundial II. En su apogeo, el furioso antisemitismo extendido en toda Europa por el nazismo. Cuatro amigos —tres judíos y una cristiana: Joseph, Hanna, Lili y Gitta, quienes para nada practican su religión— reciben la visita de una entidad extraña, a la que luego identifican con su Maestro interior, con su Ángel guardián. Para escapar de la capital húngara donde reina la locura del clima de guerra, tres de los amigos se refugian en Budaliget, un pequeño pueblo cercano situado bajo las colinas de Buda. Lili es la única que permanece en Budapest, pero cada semana viaja a Budaliget para encontrarse con sus amigos. Es ahí, viviendo una vida sencilla, limitada a lo estrictamente necesario y a la revisión de su vida interior, cuando un día, el 25 de junio de 1943, reciben la visita del Ángel. Esas visitas se hacen semanales y se prolongarán durante diecisiete meses, casi hasta el final de la guerra. El Ángel —o, más bien, varios Ángeles— les prodigan a los cuatro amigos una serie de enseñanzas, unas a veces insólitas, otras en extremo exigentes, que habrán de cambiar totalmente la vida de ellos. Una de esas enseñanzas es: «¡No dependas más que de ÉL!».

    Esos diálogos con el Ángel fueron anotados por los amigos en varios cuadernos escolares. Después de la Guerra, Gitta Mallasz, la única sobreviviente, la no judía, del pequeño grupo —los otros tres amigos, para acompañar a otros judíos, sucumbieron por su propia voluntad en la Deportación— reunió los manuscritos y los cuidó «como algo precioso» durante varios años. Antes ella no pudo hacer pública su insólita experiencia debido a la instalación del comunismo en su país, y, además, a que tuvo que hacerse cargo de su familia, hasta que finalmente en 1976, viviendo en Francia, empezó a publicar fracciones de ellos, bajo diversos títulos. Se trata de un mensaje nuevo lleno de esperanza, que anuncia la Primavera de la Humanidad.

    Hace algunos años, me di a la tarea de poner en lengua hispanoamericana la versión original francesa de Dialogues avec l’Ange, redactada por Gitta Mallasz con la ayuda del escritor francés Dominique Raoul-Duval. Esta versión francesa lleva como subtítulo édition integrale y es la última de una serie de publicaciones, primeramente en húngaro y luego en numerosas lenguas, en torno a la misma experiencia.

    Lo extraordinario de esto es que no se trata de mensajes recibidos del ‘más allá’ a través del magnetófono, de la radio o de la televisión —como es el caso de los mensajes de los ‘traspasados’—, ni tampoco por medio de la escritura automática o de la mediumnidad, de la güija… Hanna, la «voz» del Ángel, jamás había tenido tales experiencias. Además, mientras que los mensajes desde el más allá de los ‘traspasados’ generalmente son muy pobres en contenido espiritual, pues muchas veces se limitan a dar indicaciones prácticas a sus familiares o amigos del ‘más acá’ o a consolar a estos con su ‘presencia’, las palabras del Ángel son verdaderas enseñanzas de vida, muchas veces insólitas.

    El Ángel no está en el «más allá», junto con los llamados ‘desencarnados’. Mi Ángel tampoco está dentro de mí o allá en el Cielo. Él y todos los Ángeles están en otra dimensión a la que podemos acceder con tan solo invocarlos, si es que tenemos la fe. No conozco a nadie en persona que haya tenido manifestaciones del mismo género. Pero el hecho es que yo, en lo personal, tengo a mi Ángel, a mi Maestro interior y he tratado hasta hoy de seguir sus enseñanzas e indicaciones, además de algunas de las que recibieron de su Ángel los cuatro amigos y que fueron motivo de los Diálogos con el Ángel.

    Los sueños suelen ser buenos indicadores de lo que ocurre en nosotros y a veces el Ángel nos habla a través de ellos. Abundan los tratados sobre este tema, pero estoy convencido de que el único que puede darles sentido es uno mismo, aunque para ello pasen muchos años.

    He aquí una pesadilla recurrente de mi niñez. En un lugar abierto, una especie de plaza, me hallo echado en el suelo en medio de una multitud que va y viene incesantemente. De repente, parece que algo va a ocurrir en el cielo y todas las gentes huyen despavoridas por todos lados. Pero yo, no únicamente me quedo solo, sino que me hallo impedido para moverme, mis piernas están sin vida. En ese estado, medio echado en el suelo y sosteniéndome solo con los brazos, levanto la cabeza y veo con gran angustia el cielo y las montañas, en espera de lo que va a ocurrir. Siempre me despertaba sobresaltado y lleno de angustia.

    Ahora puedo ver mi situación de aquella época. Al haber perdido a mi padre cuando era una criatura de menos de tres años, me sentía desamparado, pues mi madre tenía que ausentarse todo el día para ganar nuestro sustento. Ese sentimiento de abandono y desamparo me persiguió durante muchos años. Recuerdo bien que cada día, al atardecer, cuando se empezaban a encender las luces eléctricas me invadía esa desesperanza. Me habitué a esa emoción. A veces recordaba cuando era niño y contemplaba las amarillentas luces eléctricas del patio de la vecindad donde vivíamos y de la profunda tristeza que se apoderaba de mí.

    Cierta vez, practicando el ‘dejar ir’, de acuerdo con lo que señala el doctor David R. Hawkins, pude asociar ese sentimiento con el recuerdo de mi pesadilla de niño y me puse a trabajar en ello y solté la emoción. No solo dejó de presentarse puntualmente esa angustia, sino que también fue desapareciendo gradualmente cierto malestar físico —no grave— que me aquejaba desde muchos años atrás.

    Las enseñanzas del Ángel van en ese sentido, no para buscar la dicha ‘allá’, en un mundo después de la muerte. El Despertar que este anuncia es para esta vida, bueno, no precisamente para ‘eso’ que está entre el nacimiento y la muerte, sino para lo que es la verdadera Vida en la que no existe la muerte.

    Ese trabajo de traducción me permitió reconocer a mi propio Ángel, a su presencia en varios momentos cruciales de mi vida y a asumir al mismo tiempo la responsabilidad que ello implicaba. Así que, estimado lector, el presente libro en parte está inspirado en mis lecturas, especialmente en los Diálogos con el Ángel, pero además en las lecciones recibidas de mi propio Ángel.

    El Nuevo Despertar de la humanidad que ya anunciaba el Ángel a los amigos húngaros es una realidad que ya estamos viviendo, como lo hacen notar, entre otros autores espirituales, Graf Dürckheim y Ken Wilber. Por ejemplo, el Ángel habla de la unión del espíritu y la materia y eso lo vemos ya en la visión de nueva física y la biología, también en el acercamiento entre ciencia y religión, pero especialmente debido al creciente interés por parte de numerosas personas hacia una vida auténticamente espiritual, independientemente de sus creencias religiosas, como es el caso de los miembros de los grupos de Doce Pasos.

    Precisamente, una de las manifestaciones más sorprendentes de este despertar fue la aparición, hace cerca de un siglo, de los Alcohólicos Anónimos, cuyo método de los Doce Pasos se ha extendido por todo el mundo. Después de milenios, un pequeño grupo de exborrachos habrían de descubrir la solución para esa plaga de la humanidad. No pasó mucho tiempo sin que, inspiradas en lo mismo, surgieran otras fraternidades de ayuda mutua (Narcóticos Anónimos, Sinanon, Neuróticos Anónimos, Al-Anon, Al-Ateen, Drogadictos Anónimos, Comelones Anónimos, Jugadores compulsivos Anónimos, y más fraternidades anónimas practicantes de los Doce Pasos que ayudan eficazmente a los adictos a la pornografía, los adictos a los videojuegos, a los pedófilos, necrófilos, violadores, incestuosos, etcétera). Resulta imposible evaluar con justeza los alcances de la influencia de los practicantes de los Doce Pasos en la población general, la que, en Estados Unidos, México y Sudamérica, por ejemplo, alcanza a millones de personas.

    Otro fenómeno relativamente reciente fue la aparición de numerosos libros de autoayuda y de cursos de espiritualidad, entre los que destaca Un curso de milagros, con sus ya millones de estudiosos en todo el mundo. En el prólogo del libro, Helen Schucman, la coautora junto con William Thetford —ambos, profesores de psicología médica en la Universidad de Columbia y quienes para nada llevaban una vida espiritual— expresa lo siguiente:

    Antes de propiamente iniciar la redacción del libro, transcurrieron tres meses sorprendentes, durante los cuales Bill me sugirió que anotara los sueños que estaba yo teniendo, de un alto significado, así como las extrañas imágenes que en ese tiempo me asechaban… me llevé una gran sorpresa cuando me vi escribiendo las palabras «un curso de milagros»… Ese fue mi primer contacto con la Voz…

    (Es curioso que antes de que comenzaran sus entrevistas con el Ángel, los cuatro amigos húngaros tuvieran ese mismo tipo de sueños, de un significado profundo, los que no se borraban de su mente, como lo hacen los sueños ordinarios).

    Otro fenómeno de nuestra época que está produciendo una verdadera revolución en nuestro modo de ver la salud y la enfermedad es la llamada Nueva Medicina Germánica, del doctor Geert Hamer, cuyos avances provocaron y siguen provocando un escándalo en el medio de la medicina llamada ‘académica’.

    Estoy convencido de que un rápido avance en el camino espiritual empieza con el trabajo sobre nuestras adicciones y apegos y con la superación de estos, comenzando con los más graves y los que causan serios trastornos tanto a nosotros mismos como a nuestras relaciones. Cero adicciones es el principio de un camino que no tiene fin y que implica un esfuerzo constante y consciente. El primer paso en el camino espiritual consiste en dejar de intoxicarnos y abandonar cualquier compulsión que nos esclaviza. Y para esto son muy eficaces y necesarios los grupos de ayuda mutua que siguen los Doce Pasos. Pero de ahí en adelante hay que empezar por uno mismo a remontar la montaña.

    Y ya en la montaña de la Vida, tomemos el camino que fuere; si no dejamos de ascender, indefectiblemente, llegaremos a la cumbre.

    Así que este libro está dirigido principalmente a aquellas personas que de alguna manera fueron víctimas de una o de varias adicciones compulsivas y que gracias a su grupo de Doce Pasos pudieron liberarse de ellas, y que además sienten la necesidad de seguir avanzando. Incluso el libro puede interesar a cualquiera que, sin ser víctima de una adicción seria, siente que lleva una vida de insatisfacción y sufrimiento. No es arriesgado afirmar que todavía la inmensa mayoría de las personas viven en un estado de angustiosa resignación.

    Jamás se le ha ocurrido a la ‘medicina académica’ ni a la psiquiatría tradicional, las que consideran la adicción compulsiva como una enfermedad más entre las otras enfermedades, que se trata más bien de ese germen implacable —el demonio— que está sembrado en el espíritu del adicto y que la sustancia, el producto, solo hace despertar a ese demonio. Por ejemplo, en el adicto a la pornografía, el demonio se despierta en el momento en que el sujeto se pone a imaginar escenas eróticas y luego corre a abrir su PC. Aquel que no tiene el demonio del alcohol, de las drogas o del erotismo se siente, sí, estimulado por ello, pero no cae en la compulsión destructiva.

    Mientras el exadicto se está ejercitando en su programa de recuperación —Doce Pasos, psiquiatría, religión, etcétera—, mantiene bajo control al demonio. Desearíamos que este fuera erradicado por completo, pero no es el caso. Sin importar lo que uno haga, siempre existirá la tentación… Ello es debido a que las experiencias adictivas están inscritas en forma indeleble en el campo mórfico (en el curso del libro hablaremos de esto). Luego entonces, es en verdad un don de la Gracia el hecho de que aquellos que, para matarnos, bebíamos o nos drogábamos en forma compulsiva no lo hagamos ahora. (Además, ahora, las cosas son más graves. Desde hace mucho desparecieron los llamados «alcohólicos puros», pues hoy día numerosas personas, sobre todo jóvenes, son adictas compulsivas a ambos: al alcohol y a una o a más de toda una panoplia de drogas).

    Los recuerdos jamás se borran. Ellos se conservan indefinidamente debido a aquello que apenas los científicos comienzan a admitir: que la memoria no está localizada en las neuronas de nuestro cerebro sino en un campo mórfico. De ahí que si el antiguo borracho o exdrogadicto vuelve a consumir (cualquiera que haya sido la compulsión de que era víctima), incluso después de muchos años de abstinencia, se remueven y se reavivan en él los recuerdos alojados en ese campo mórfico y con ellos la compulsión diabólica, y entonces el individuo cae de nuevo en su vida de antes, en ocasiones sin salvación posible. He conocido varios casos así.

    Además, numerosos son los individuos que, gracias a la psiquiatría o al grupo de 12 Pasos, lograron escapar del alcohol o de las drogas, pero que caen en otras adicciones, supuestamente ‘menos graves’, por ejemplo, el tabaquismo, la glotonería, la adicción al azúcar, al sexo, al trabajo —conozco a varios compañeros AA quienes (como en el caso de muchos de los llamados ‘normales’) no pueden dejar el Valium o los antidepresores—, o bien se niegan a abandonar esos apegos, muchas veces enfermizos, hacia su compañera o compañero, hacia su madre (en ocasiones viendo a esta en su esposa), a sus posesiones e incluso a su grupo de terapia, a su padrino o a su terapeuta. Ello se debe a que, por la falta de diligencia y de búsqueda, el sujeto se queda encerrado en un callejón sin salida.

    Si es que realmente queremos superar el sufrimiento no solo a causa de la adicción sino también por el solo hecho de vivir es necesario para nosotros ir más allá y buscar soluciones nuevas, pues detrás de las adicciones —y de numerosas enfermedades— está el temor, el temor a vivir verdaderamente… Luego de hacerme un borracho me daba miedo vivir sin alcohol, es decir, sencillamente, vivir la vida como es ella, y por ello me aferré a la botella. La única opción que tenía frente a mí para poder soportar la vida era beber alcohol —nunca me aventuré en la marihuana o en otras drogas— y ahora para vivir la sola opción que tengo es abrirme a ÉL.

    En el fondo de cualquier temor están las tres angustias básicas del ser humano: la soledad, el sinsentido de la vida y la muerte inevitable. Como no es usual que esto se trabaje en las reuniones grupales de ayuda mutua, es por lo que aquí me ocupo de ello.

    El alcoholismo o el consumo de drogas y cualquier otra adicción en parte son padecimientos sistémicos. Esto quiere decir que muchas veces las adicciones (y una mayoría de las enfermedades) tienen que ver con los ancestros del sujeto («Señor, no nos hagas pagar los pecados de nuestros antepasados», clamaba ya el profeta Baruc). «¿A quién de mis ancestros estoy representando?, ¿es mi caso el de un padre ausente, menospreciado o excluido del seno familiar?, ¿con cuál de mis ancestros estoy aferrado en una lealtad malsana?».

    El cuerpo es más ‘sabio’ que la mente (psique). Este, a través del dolor, de la enfermedad, nos envía señales de aquello que no marcha en nuestro psiquismo. El Ángel emplea una alegoría para expresar esto: el cuerpo es el ritmo mientras que el alma es la melodía. Aunque puede haber ritmo sin melodía, no puede haber melodía sin ritmo. De la unión del ritmo y melodía nace la música (el espíritu).

    Una vez identificadas las causas de la adicción, lo que requiere una terapia diferente del psicoanálisis clásico y además paciencia, el individuo comienza a ver más claras las cosas y a verdaderamente vivir una profunda trasformación. «No, hermanos, no creo haber obtenido el premio; pero hago algo: olvido lo que está detrás de mí y me esfuerzo por alcanzar aquello que está delante de mí», dice Pablo en Filipenses III: 13. Boris Cyrulnik, un psicólogo francés de origen judío ruso asegura que aquel o aquella que al intentar escapar del infierno de Gomorra se da la vuelta para mirar atrás se convierte en estatua de sal. El estar removiendo una y otra vez el propio historial (como asegura Matthieu Ricard) significa estar metiéndose cada vez en un nido de serpientes… Esto para nada significa un desdén hacia lo que está en el fondo de la práctica terapéutica de los AA sino que, aquel que está practicando los Doce Pasos, si desea avanzar en su vida debe poner ante él, además, las numerosas opciones de crecimiento y de liberación que ahora se le presentan.

    Incluso desde el ‘más allá’ se nos informa sobre esa inexorable permanencia de la memoria:

    Algo importante que entonces supe por descubrimiento personal es que aquello a lo que en la tierra generalmente llamamos recuerdo no es simplemente un fenómeno cerebral. Es una verdad objetiva. Se diría que la tierra tiene su propia memoria que retiene todo —¡todo!— hasta en los más ínfimos detalles y que esto jamás se borra.

    Esto fue transmitido desde el ‘más allá’ por cierto traspasado de nombre Albert Pauchard, citado por el Padre François Brune en un verdadero libro de referencia sobre este tema y que ha tenido muy escasa difusión: Los muertos nos hablan.

    Sin embargo, estos hechos, esta terrible realidad respecto a la adicción no nos debe aterrorizar y hacer de nosotros unos inválidos, unos enfermos del alma, por el hecho de habernos intoxicado de modo compulsivo con el alcohol, las drogas u otros productos y haber cometido actos deplorables… Se trata sencillamente de la libre elección de seguir o no un mandamiento. Ya no nos decimos «no puedo beber, no puedo drogarme porque si lo hago…», sino que sencillamente no lo hacemos por la misma razón que no asesinamos, ni violamos, ni robamos. Esto nos devuelve esa dignidad perdida. Ya no nos sentimos unos «enfermos» ni nada por el estilo, ni tampoco, por la misma razón, desvalorizados ante nosotros y ante los demás.

    La adicción es sencillamente la incapacidad de impedirse uno mismo lanzarse sobre un placer inmediato y con ello renunciar al verdadero contentamiento, como ocurrió con el Esaú de la Biblia, quien a cambio de un plato de lentejas renunció a su progenitura. La renuncia al placer inmediato tampoco significa caer en el ascetismo —el asceta es tan esclavo de su cuerpo como lo es el enfermo de cáncer—, sino sencillamente llevar una vida de moderación (mesure), como dice el Ángel. De moderación en todo.

    Mi sobriedad, ahora, no es el resultado del miedo a beber, sino que es una ofrenda a ÉL. Sin contentamiento, una vida de abstinencia no vale la pena ser vivida.

    No soy ningún sabio. Cualquier otro, quien sea, me puede mostrar o enseñar cosas que no sé ni que tampoco he vivido. Tampoco soy nadie especial. Y mientras me mantenga en un estado de sencillez y humildad, es como puede ÉL servirse de mí para ayudar a mis semejantes.

    Por favor, no te sientas culpable o incómodo por no estar de acuerdo con algunas de las cosas que se tratan aquí. Cada uno es libre de crear su propia realidad, de obedecer o no las enseñanzas de su Ángel y de atreverse o no a emplear su propio discernimiento.

    Espero que estas páginas estén conforme a ello. La lectura de este libro, en el que se transcriben numerosos textos de otros autores, te aportará cierta calma de espíritu, como lo hacen otros libros de autoayuda.

    Antes de continuar leyendo, relájate. Gerda Alexander, la creadora de la Eutonía —tensión armoniosamente equilibrada—, cierta vez observó a unos alpinistas, completamente exhaustos, quienes llevaban a cuestas pesadas mochilas. Ellos se echaron de espaldas en el suelo durante diez minutos y luego se levantaron completamente recuperados para continuar escalando. Ella, entonces, probó hacer lo mismo y a partir de ahí comenzaron sus investigaciones para finalmente crear un método al que llamó ‘Eutonía’, que en pocas palabras consiste en emplear únicamente los músculos que se necesitan para una determinada tarea. Mi forma de caminar, así como de estar sentado o de pie refleja mucho mi historia personal y de cómo me la estoy llevando en la vida. Así, que en estos asuntos el solo maestro es uno mismo.

    No tomes este libro como un catecismo. Repito, puedes o no estar de acuerdo con lo que aquí se dice, siéntete libre de ello. Nadie detenta la verdad total. Ni los que escribieron la Biblia, el Corán, el Baghavad-Gita, el Tao-te-King, el Libro Tibetano de los Muertos, el Discurso del Método, Principia Mathematica, el Libro Grande de AA¸ etcétera. Entonces, ¿qué nos queda?, ¿en qué creer? El Ángel dice a sus discípulos que en ocasiones el Engañador toma el lugar de él y que nos puede llevar a la confusión. «Solo ÉL es certidumbre», dice el Ángel.

    Mucho de lo que ha sido escrito en este libro pudo haber sido ‘inspirado’ o dictado por mi Ángel, mas no precisamente por Dios, pues, como afirma el padre Thomas Keating: la voz de Dios es el silencio.

    Este libro lo puedes leer de principio a fin de un jalón, pero también, si así quieres, puedes tomar cualquier capítulo o capítulos al azar o de tu interés. Todo está interconectado. Las enseñanzas del Ángel y de cómo aplicar estas en nuestra vida constituyen el marco de referencia de toda la obra.

    LA REALIDAD

    Estos átomos y partículas elementales que constituyen mi cuerpo supuestamente se formaron hace no sé cuántos billones de años con el Big Bang y también supuestamente seguirán existiendo después de que yo muera, hasta que se desintegre el universo. Esta es la visión materialista de la realidad, de la ciencia humana. Mas, si en verdad esto a lo que llamo espíritu es otra cosa, entonces yo soy desde antes del Big Bang, cuya ocurrencia es solo una ilusión, como lo es todo lo demás, porque la sola Realidad es ÉL.

    Cuando leía o escuchaba yo la palabra «realidad» inmediatamente solía asociarla con la palabra «ciencia» y con esa idea —grabada desde hace milenios en la mente humana—de que todo tiene una causa. Entonces formaba mis propias teorías acerca de lo real, tan confusas como las de cualquiera. Solo mucho después pude ‘comprender’ que cualquier fenómeno de hecho tiene múltiples causas y en ocasiones ninguna.

    Debido a mi educación, básicamente occidental, gran parte de mi vida la pasé hipnotizado por la ciencia y por lo material: «Solo es real aquello que me mandan mis sentidos y que puede ser tocado, sentido, olido, visto, escuchado, luego comprobado, verificado, reducido a un número, a un algoritmo, etcétera…». Pero aún en este contexto, la cosa no ha sido evidente. Por ejemplo, la gravedad, esa fuerza, ese campo, no lo podemos ni ver, ni oler, ni oír…, la podemos «intuir», sí, como hizo Newton cuando le cayó la manzana en la cabeza. Pero durante miles de años ella estuvo presente ahí, la fuerza, y nadie la había notado. La gravedad sostiene el universo entero y es ‘más real’ que aquello que podemos ver, oír… Todo está sujeto a ese campo y nuestra biología está construida absolutamente sobre este, lo mismo que la de los animales y la de las plantas, e incluso el reino mineral, a lo que llamamos ‘lo inanimado’ —el que, como veremos no es tan inanimado como hasta hace poco creíamos—, está sometido implacablemente a ese campo. Al propio Newton le parecía chocante que esa fuerza actuara a distancias enormes, como de hecho lo hace, pues mantiene en equilibrio los miles de millones de galaxias inmersas en este campo (los físicos modernos sustituyeron la noción de ‘fuerza’ por la de ‘campo’). El experimento de Foucault realizado en 1851 puso en evidencia que todo el universo está conectado, que no hay separación entre sus componentes. En un experimento, el físico francés quiso mostrar cómo es que la Tierra gira sobre sí misma. Para ello hizo suspender un péndulo de la bóveda del Panteón en París. Efectivamente, el péndulo se puso a girar. Pero evidentemente que no era este, sino la Tierra la que giraba. Lo que al principio no pudieron comprender los físicos fue que el artilugio se mantenía obstinadamente orientado hacia una determinada región del cielo. Resultó que esa región está poblada por las más remotas galaxias del universo. Desde el mero comienzo del experimento el péndulo se conectó con esa región remotísima a billones de años luz de distancia (Trinh Xuan Thuan). Esto llevó a los físicos a hablar más de campo gravitatorio que de fuerza de gravedad. Además, hay muchos otros campos, como los campos mórficos, que subyacen en la vida de los animales, las plantas, que mantienen unidos, por ejemplo, a una familia, a un grupo, a los pertenecientes a AA…

    ¿Y el Gran Misterio? ¿El AMOR? Ello es algo cuya realidad es aún mucho más rotunda que el campo gravitatorio. No es cuestión de «creer» en Dios, sino de tomar consciencia, de saber que ÉL, el Amor, está presente en todo y en todos. Y eso es maravilloso y también… terrible, pues cuando sentimos que tenemos que ‘aguantar’ a Dios porque nos golpea con tal rigor que ya no podemos más, necesitamos algo más que serenidad y fortaleza…, y no nos queda otra opción sino seguir los pasos de Aquel que caminaba sobre las aguas y afirmaba: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida».

    Soy como la hojita de un gran árbol. Cuando llega el otoño, la hojita, al igual que sus hermanas, comienza a amarillear y luego a secarse. En el invierno, ella cae junto con todas las demás hojas. Por más que la hojita se esfuerce en aferrarse al árbol, su destino está escrito. Pasa el invierno, luego nacen nuevas hojitas, las que finalmente terminarán por amarillearse, secarse y caer. El árbol mismo envejecerá y se secará. De sus ramas y raíces secas se alimentarán los otros árboles del bosque. Pero a la postre el mismo bosque seguirá su destino y sucumbirá. Luego, habrá de nacer otro bosque, con nuevos árboles y cuyas hojitas se regocijarán con los pájaros que aniden allí… Pero ya en la hojita está el árbol, el bosque…

    El profesor de física David Bohm, de la Universidad de Londres, quien fue colaborador de Einstein, sugiere que todo el universo es holográfico, esto quiere decir que la totalidad está incluida en cada una de sus partes. Pero, además, que no solo es holográfico, sino también holocrónico, es decir, que en una fracción de segundo está contenida la eternidad…

    Las reglas, los relojes, los calendarios, los horóscopos (termómetros, básculas, compases, altímetros, velocímetros, barómetros, esfigmomanómetros…), debido a nuestro afán de certidumbre, los empleamos en casi todo lo que hacemos: todo lo queremos medir, contar, pesar, calcular, prever, controlar, reducirlo a una cifra… Desde tiempos inmemoriales, no solo los adivinadores, los hombres de ciencia, los magos, los médicos, y los que creen en ellos, sino todos, nos hemos hecho esclavos de los números… Pero ¿acaso sirven los números para medir la eternidad? Si bien es cierto que en la vida hay ritmos, por ejemplo, los días y las noches, los latidos del corazón, la respiración, los compases musicales, los pasos que damos, ellos son, todos y cada uno, diferentes uno de otro (en todo el universo no hay un solo cacahuate igual a otro). No hay nada igual en la naturaleza… entonces, ¿qué derecho tengo para igualar las cosas al contarlas, pesarlas o medirlas?

    El mundo de las matemáticas, de la lógica, son mundos ilusorios.

    Es muy curioso que numerosos teólogos modernos se muestren mucho más abiertos a los cambios y a los nuevos enfoques de lo que es la realidad que cantidad de científicos que se aferran con todas sus fuerzas a las antiguas teorías —o más bien creencias—, como, por ejemplo, los neodarwinistas.

    Debido a nuestra, digamos, angustia existencial innata, desde hace milenios hemos buscado fuera de nosotros la certidumbre, la seguridad. De ahí la aparición de la religión, la filosofía, la ciencia. En Occidente, luego del Renacimiento y la Revolución francesa, la visión materialista del mundo logró gran apogeo, sobre todo al hacer de las matemáticas la fuente de la certidumbre, como lo hicieron milenios atrás los griegos. Descartes, Newton y Kant se convirtieron en los «magos» de Occidente y ciertamente hallaron respuestas a muchas preguntas. El cielo dejó de estar allá arriba, inalcanzable, pues él también está regido por leyes. Y entonces dio comienzo la desaforada fabricación de hipótesis, leyes y teorías de la ciencia, hasta que esta se volvió una religión más, en la que depositamos nuestra fe y nuestras esperanzas para comprender mejor el mundo, para vivir mejor, pero infructuosamente… Deseamos con toda el alma que nuestras convicciones fueran tan sólidas como las bolas de billar, pero ni unas ni otras lo son. La realidad, la realidad cuántica es otra cosa.

    Así que la búsqueda de certeza, la persecución de la seguridad en nuestras creencias ha sido el motor que siempre nos ha movido, pues nos cuesta mucho trabajo aceptar que «solo ÉL es certidumbre» (Ángel).

    El feroz materialismo científico que reinó en Occidente durante los últimos siglos marcó nuestra vida en torno al culto a las matemáticas y a las demostraciones y explicaciones lógicas de todo género… Un gato viene corriendo por encima de una barda y sin hesitación alguna salta a la azotea de una casa, dos metros más arriba… ¿Te imaginas la cantidad de cálculos y ecuaciones, el algoritmo que se necesitaría para representar esa proeza? ¿Existe algún artilugio inventado por el hombre capaz de hacer lo mismo, de saltar como lo hace el minino? Nos envanecemos de poder hacer viajes a la Luna o a Marte o de poner satélites alrededor de nuestro planeta, de contar con vehículos que se desplazan por las ciudades sin conductor, de la informática…, pero somos incapaces de crear una máquina que hiciera lo que hace el animalito. Si el gato tuviera que llevar a cabo la cantidad de cálculos necesarios para saber si podría o no saltar de la barda a la azotea, jamás lo haría. Estoy vaciando agua de un garrafón en un vaso y de repente el primero resbala de mis manos. Inmediatamente mi reacción impide que el garrafón caiga al suelo. Una verdadera proeza, como la del gato. Y esto acontece todos los días. Hasta ahora ningún aparato hecho por el hombre es capaz de eso.

    Respecto a cuestiones tan sencillas como el simbolismo o el significado, ello tampoco es cil ni evidente. Para el pensador formado en la lógica moderna, sencillamente no hay problema. Por ejemplo, si se le pregunta a este lo que significa la palabra «perro», simplemente señala la mascota que está echada a sus pies. La cosa se complica enormemente cuando sabemos que la palabra «perro» está asociada a una serie de representaciones mentales, recuerdos, imágenes, ideas, sensaciones, etcétera y entonces tenemos que tomar en cuenta la subjetividad. Con la ciencia, al perseguir a cualquier precio la objetividad, la visión materialista del mundo del científico quiso hacer a un lado al sujeto. Sin embargo, cualquier cosa carece en absoluto de sentido mientras alguien no la sienta, la perciba, la piense… También el pensamiento es algo real y pertenece a la totalidad de lo que es. La palabra no solo sirve para designar algo, ella posee una ‘realidad’.

    Pero, incluso, ¿existen las cosas, existe el universo fuera de nuestras percepciones? La nuez que está frente a mí, la ventana de mi cuarto, el jardín, las casas, las montañas, las nubes, el cielo, ¿realmente están allá, fuera de mí? Solo merced a un proceso de ‘abstracción’, de ‘imaginación’ es como llegamos a la convicción de que ‘eso’ es algo diferente de mí (los filósofos griegos lo llamaban «solipsismo»). Los modernos pensadores ven las cosas de otro modo. Por ejemplo, en el mapa de todo lo que es, Ken Wilber (filósofo, escritor y fundador del Integral Institute) nos propone cuatro cuadrantes de la realidad: el Yo, el Ello, el Nosotros y el Ellos.

    Para el doctor David Peat, colaborador de David Bohm, la sincronicidad, esto es, la ocurrencia de esas extrañas coincidencias con las que a veces nos topamos, pone en evidencia ciertos patrones que unen la totalidad con lo individual. Mientras los físicos persiguen una teoría del campo unificado, los psicólogos —entre ellos, C. G. Jung—buscan en la sincronicidad un principio unificador. (Trataremos esto más ampliamente).

    En sus últimos días de vida en esta tierra, el físico Werner Heisenberg, uno de los constructores de la física cuántica, afirmaba que lo elemental de la materia no son las partículas sino los patrones, los atractores, esas simetrías que subyacen entre estos. Y ellos bien podrían ser los arquetipos de cualquier clase de materia y el fundamento de lo material. Y estos patrones tienen que ver también con nuestras estructuras de pensamiento. David Peat declara:

    En la naturaleza existe una inteligencia objetiva u ordenamiento creador. Parece ser que las simetrías de las partículas elementales podrían dar un indicio sobre tal potencial formativo. Esto es, de algo que básicamente no existe en el mundo material, pero que de todas formas se hace manifiesto a través de los fenómenos de la materia cuántica… las pruebas de las teorías que apuntan en esa dirección señalan una unificación fundamental en términos de simetrías. Por lo tanto, las partículas elementales parecen semejarse más a los gestos de una danza o a los movimientos de una pieza musical que a los «fundamentos elementales de la materia».

    Ahora, para muchos científicos es fácil admitir que cuanto más profundamente exploremos la mente más nos convenceremos del modo como se disuelve la distinción entre mente y materia y comienza a hacerse manifiesto el funcionamiento de la inteligencia objetiva (C. G. Jung). No se trata de que la materia piense, sino que nuestra inteligencia es de naturaleza material. Esto podría parecer chocante a muchos, porque la palabra ‘materia’ evoca lo «burdo», lo «sólido», lo «duro»… mientras que la palabra ‘pensamiento’, algo evanescente, impalpable…

    (Respecto a la sincronicidad, he aquí una experiencia que anoté en mi diario. Precisamente el 19 de septiembre de 2022 me dirigía a pagar mi cuenta de teléfono en la oficina de teléfonos de Amecameca y tuve que pasar frente al palacio de gobierno. Eran aproximadamente las 13 horas. Me extrañó ver a los trabajadores municipales fuera del edificio y entonces me enteré de que estaban realizando un simulacro de salvación para el caso de un posible terremoto. Ocurrió que cuando estaba yo ante la ventanilla del cajero, comenzó a temblar… Algunos están de acuerdo en afirmar que fueron nuestros pensamientos (con los preparativos y el miedo) los que provocaron no solo este temblor de 2022, sino también la repetición de uno de los terribles terremotos del 18 y 19 de septiembre de 1985, ocurrido cinco años atrás en 2017 el mismo día 19 de septiembre).

    Los misterios cada vez son más insondables a medida que profundizamos en estos temas. Así que, definitivamente, no existe tal universo de la física clásica (el de Newton), el de las ‘bolas de billar’, paralelamente a ese otro universo, el de la física cuántica. Los modernos físicos están de acuerdo en que el primero es solo un caso de este último. Dice David Bohm:

    Las leyes individuales (verbigracia, las leyes de la mecánica clásica) se consideran casos límites de las leyes de la probabilidad de la teoría cuántica…, valederas aproximadamente para los sistemas que afectan a gran número de moléculas.

    Los físicos modernos se han topado con fenómenos que escapan a cualquier explicación plausible si es que ellos se aferran a los principios de la física clásica. Por ejemplo, en el experimento EPR (Einstein-Podolsky-Rosen) se pudo observar que cuando se divide un fotón en dos partes y cada una de ellas se separa de la otra una distancia considerable, por ejemplo, varios miles de kilómetros, cuando el fotón X se dirige hacia el sur, el fotón Y sale disparado inmediatamente en sentido contrario en dirección norte. (Al hablar de «inmediatamente» se quiere decir que incluso con los relojes más sofisticados capaces de medir hasta una diezmillonésima de segundo no se puede detectar un lapso entre la partida de un fotón y el otro). A este fenómeno lo denominaron la no separabilidad del espacio (Trinh Xuan Thuan).

    Lo más sorprendente de todo es que el Ángel habló de esto a sus discípulos húngaros bastante tiempo antes que los físicos modernos. En uno de los diálogos, este les dice a ellos cuando le informan que acaban de sentir un impresionante cambio en la presión atmosférica:

    Les hablo de la verdadera distancia. Inasible a la comprensión de ustedes, un mundo infinitamente lejano se transforma de materia en fuerza. Y he aquí que ustedes sienten eso… Ustedes, que se hallan codo con codo uno al lado del otro, que se pueden tocar, que sus dedos pueden entrelazarse, y no obstante es posible que estén más lejos uno del otro que su Tierra de ese lejano cuerpo celeste. La creación forma un todo. Allí no existe la distancia… Por fina que sea la vibración de una fuerza ella solo es fuerza. Del mismo modo como ustedes sienten esa fuerza lejana, cada uno de sus pensamientos, cada uno de sus gestos se extiende y actúa en el Universo…

    En la ciencia cuántica no hay patrones de comportamiento, ni uniformidades o tendencias que puedan expresarse mediante una fórmula matemática —por compleja e ininteligible que sea esta. No hay certezas absolutas. Ni siquiera existen palabras para expresar ciertos fenómenos y habría que inventar estas. Es el reino de la incertidumbre.

    El científico mecanicista tradicional (al igual que su ciencia) se niega a reconocer que él mismo está aprisionado en esa dicotomía del observador y de la cosa observada, del sujeto y del objeto. Para los seres como nosotros, limitados en el espacio y el tiempo, solo hay un aquí, un allá y un más allá (y también un ‘más allá), lo infinitamente grande y lo infinitamente pequeño, y un ahora, con su pasado, su presente y su futuro, también infinitamente alejados en el tiempo. Pero para un Ser infinitamente grande e infinitamente pequeño y eterno nada más hay un aquí y un ahora.

    Sin embargo, mi imaginación —o más bien mi imaginería— puede suplir esa dicotomía y hacerme capaz de acoger el universo entero, como ocurre en los Estados Privilegiados, en las Grandes Experiencias. (Recomiendo la serie Misa de medianoche).

    En la ‘vida ordinaria’ también puedo ponerme en sintonía con lo que ocurre fuera de mí, si la tarde es sombría también lo está mi espíritu y cuando apunta el sol y la luz brilla entre el follaje de los árboles entonces mi espíritu se pone a cantar y a bailar.

    Veamos hasta qué punto estamos condicionados por nuestras creencias. A pesar de Galileo, todavía «creemos» que el Sol gira alrededor de la Tierra.

    Hagamos este ejercicio de imaginación:

    Estás sentado en el suelo en un espacio abierto con el Sol de frente. Entonces «siente» cómo se mueve la Tierra (no se trata de un terremoto ni de nada por el estilo). Observa frente a ti al Sol en el horizonte y cómo vas hacia él en un movimiento descendente debido a la curvatura de la Tierra. Para nada te acercas al Sol, sino que sencillamente te vas hundiendo y pasando por debajo de él. No es este el que se mueve por arriba de tu cabeza hasta ponerse a tus espaldas sino tú quien se mueve junto con la Tierra. Te das la vuelta y ves cómo lo cubre el horizonte, las montañas, el mar, hasta llegar la oscuridad. Imagina que el sol está fijo y que tú, posado en la Tierra, te mueves junto con ella… Incluso puedes sentir la velocidad a la que te mueves al girar ella: ¡١ 600 kilómetros por hora! Es más o menos el doble de la velocidad de los aviones de pasajeros. Pero vamos más lejos. También puedes sentir la velocidad a la que evoluciona la Tierra alrededor del Sol. Eso requiere un mayor esfuerzo imaginativo: ¡107 000 kilómetros por hora! Si un avión de pasajeros volara a tal velocidad, o sea, cincuenta veces más veloz de lo normal, en una hora le daría cerca de tres vueltas completas a la Tierra. Ahora, imagina una velocidad diez mil veces mayor: la del movimiento del sistema solar en el seno de nuestra galaxia. Y, finalmente —o casi—, sentir el movimiento giratorio y de expansión de nuestra galaxia en el universo… ¡billones de kilómetros por hora!

    Este ejercicio nos acerca más a la verdadera humildad. Para nada somos el centro del universo. Desde el Génesis nos han hecho creer que nosotros somos la culminación de la Creación. Que Dios está a nuestro servicio. Hace poco asistí a una reunión celebrada en una de esas nuevas iglesias cristianas. ¡Cuántas súplicas, cuántos ruegos a Dios para que el gobierno local acceda a sus peticiones!

    LAS CATÁSTROFES Y LAS PANDEMIAS

    «El caballo encabritado que quiere derribar al jinete siente luego una mano mucho más dura». Con la pandemia se nos está queriendo mostrar quién es el verdadero Amo.

    El aterrorizado científico inglés Thomas R. Malthus, quien vivió a fines del siglo XVIII y principios del XIX, estaba convencido de que si no se tomaban las medidas necesarias la humanidad estaba inexorablemente condenada a perecer de hambre habida cuenta que la producción de alimentos no crecía al mismo ritmo que el de la población. Pero el caso es que en el siglo XXI no vivimos eso. Quizá por primera vez en la historia de la humanidad la sombría amenaza del hambre ha dejado de cernerse sobre ella, aunque por supuesto todavía hay regiones en el

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