De Cero a Zero, Cuento
Por Edel Romay
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—Yo recuerdo, luego, existes—me afirmaste.
—Yo recuerdo, luego, existo—te respondí.
—Luego, tú y yo existimos en este instante.
Edel Romay
Edel Romay nació en San Andrés Tuxtla, Veracruz, México. Estudió pedagogía en la Escuela Normal "Enríquez C. Rebsamen". En la Universidad, Veracruzana estudió arquitectura, artes plásticas, filosofía y matemáticas. En 1966, fijó su residencia legal en Berkeley, California, en los Estados Unidos (EE. UU.), donde obtuvo su licenciatura en la Universidad de California en Berkeley. La maestría en ciencias de la Universidad de Hayward. y el Ed.D. en la Universidad de San Francisco. Actualmente se encuentra retirado de su carrera docente. Sin embargo, ha retomado su pasión por las artes plásticas y la literatura. Edel es un intelectual de la mitología y la cosmología, un hombre de vasta cultura y de una imaginación excepcional. Ya sea como poeta, pintor, escultor, narrador o fotógrafo aficionado, su arte nos lleva a un mundo cuántico de la memoria onírica.
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De Cero a Zero, Cuento - Edel Romay
Copyright © 2022 por Edel Romay.
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Fecha de revisión: 11/07/2022
Palibrio
1663 Liberty Drive
Suite 200
Bloomington, IN 47403
DEDICATORIA
Este trabajo está dedicado a mi compañera Anita Romay por depositar su absoluta confianza en un soñador como yo.
AGRADECIMIENTOS
Mi gratitud va dirigida a todos esos autores que he leído en el curso de todos estos años, ya sean muertos o vivos. Además, este trabajo se vio enormemente favorecido por la inspiración artística y discernimiento intelectual del idioma castellano que, Lilia Inés Cosentino minuciosamente ejerció como editora.
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
CEROEL PARAJE
1NO big%20W-1.tif CON PARTE W
2OSLA IMAGEN
3RESPERIFERIAS
4UATROLA NATURALEZA FÍSICA DEL PENSAMIENTO
5INCOCASA DE LAVA
6EISLA REFLEXIÓN DEL AGUA
7IETELA HUELLA DEL QUINCUNCE
8CHOEL BOSQUE DE UN ÁRBOL
9UEVELA RELATIVIDAD DE LO MAGNO
ZEROLA MEMORIA DE LA IMAGINACIÓN
Doc2-13.jpgINTRODUCCIÓN
How close is zero to zero?
—Robert Kaplan¹
Doc2-39.jpgE s una realidad ya aceptada por la mayoría que la vida en el planeta Tierra se basa en la habilidad que tiene el átomo de carbono para compartir pares de electrones con otros átomos de carbono y formar así enlaces químicos covalentes que organizan la base de la vida orgánica, incluida la del ser humano. A mano izquierda dibujé la conocida estructura de Lewis del átomo de carbono, que se debe al químico estadounidense Gilbert Newton Lewis y demuestra la danza de sus 4uatro electrones de valencia. Y, curiosamente inspirado en la C de este átomo de carbono, decidí darles a mis cuentos la secuencia de una C.
El 96 % del cuerpo humano está compuesto de 4uatro elementos —carbono, oxígeno, hidrógeno y nitrógeno—; el resto es una mezcla ecléctica de minerales y metales. ¡He aquí la paradoja! El ser humano es un ente animado, es decir, posee ánima, a pesar de que su constitución esté formada de 3 x 10³⁶ de partículas inanimadas. Repito, esto sucede gracias al carbono y sus 4uatro electrones de valencia, que tienen la facilidad de parearse con cualquier sustancia por muy exótica que esta sea.
Por otro lado, el acto de leer es, en sí, un acto de dialogar con el autor; acto que yo realizo con frecuencia. Verás, hace un tiempo, estaba conversando con Robert Kaplan mientras leía su libro The Nothing that Is. A Natural History of Zero cuando en la página 218, casi al final, escuché la voz de Nāgārjuna, el maestro del budismo Mahāyāna, plantearme la siguiente conjetura: «Entre el mundo vacío y el mundo lleno, ¿cuál escogerías tú?». A lo que, a manera de complicidad, Robert me dijo al oído: «Los opuestos son una ilusión del lenguaje. Todo y nada, tú sabes, son sustantivos igualmente falsos». Lo que me hizo meditar en lo siguiente: de 0⁰ —que es 1— a 0, vuelve 1 a ser 1 —que es 0⁰—... Además, la realidad humana (Realidad), según considero, es la frontera entre la macrorrealidad del universo (REALIDAD) y la nanorrealidad interior del átomo (realidad), ¿me explico? Es decir, [REALIDAD (Realidad) realidad]. ¡Ves!, en un abrir y cerrar de ojos, el sistema binario va de la nada al todo, de 0 a 1, con lo cual podríamos asumir que la realidad humana fluctúa entre la oscuridad y la luz: [apagado−encendido]... ¡Y no te rías!, piénsalo, porque prueba de ello es que todo el mundo electrónico actualmente conocido opera con código binario. ¡Un momento!
—Yo recuerdo, luego, existes —me afirmaste.
—Yo recuerdo, luego, existo —te respondí.
—Luego, tú y yo existimos en este instante —intervino mi tercer yo— entre dos lenguas.
Y así fue como mis múltiples yos comenzaron a dialogar entre dos crepúsculos:
In a blink of an eye
universes are born,
and universes die too.
In a blink of an eye
we go from light to darkness.
In a blink of an eye
we go from darkness to light.
Entonces me escuché decirte:
En un cerrar y abrir de ojos,
universos nacen
y universos mueren igualmente.
En un abrir y cerrar de ojos,
vamos de la luz a la oscuridad.
En un cerrar y abrir de ojos,
vamos de la oscuridad a la luz.
Y así es como la simbiosis entre autor y lector se produce y reproduce. Porque cuando este libro llegue a tus manos, tú y tus otros yos le van a ir dando vida mientras continúes leyéndolo. ¡Claro!, me estoy refiriendo al otro, es decir, a ti... ¡Tú! El que me está conectando con lo que yo ya había escrito... El viajero del tiempo... ¡Tú! Mi otro yo...
0.jpgEL PARAJE
Doc2-3.jpgNarrativa
©1998 Edel Romay
CURIOSA NOTA COMO GUÍA PREVIA
«Volver la mirada hacia atrás intentando buscar en los laberintos de la memoria la verdad de la realidad sería como buscar la realidad de la verdad; en fin, una búsqueda compleja», argüía consigo mismo mi otro yo multiplicándose en la imagen de sí mismo. No obstante, me preguntaba: « ¿Qué es verdaderamente real en aquello que llamamos realidad?».
Por ejemplo, yo soy el otro, ese que me piensa. Ese que se ve reflejado en mí, ese que vive en la memoria. Contrario a los que están casi siempre en el presente o, en algunas ocasiones, en el futuro. ¡De acuerdo! Me estoy refiriendo, sin duda alguna, al que está pendiente de que yo sea él cuando tú y yo decidamos reflejarnos en el espejo de la mente. En tal caso, tú y yo, de una manera u otra, entablamos el dichoso diálogo interno de la creación. O el diálogo externo de la expresión. ¿Te has dado cuenta? En ambos casos tú y yo somos cómplices de la reflexión. Tú, mi otro yo que me percibe cuando me lee. ¿Me escuchas?
La génesis del paraje
Surgió cuando dialogaba sobre aquel paisaje rescatado de la memoria del otro. Ese que solo se asomaba a mis ojos cuando yo del mismo modo me asomaba a los espejos. Curiosamente, en una de esas raras ocasiones, tuve la plena certeza de descubrirlo. «Él —pensé— también tiene otro yo
detrás de su rostro». Lo sorprendí reflejado en su propia mirada reflejada en mí. Y estoy casi seguro de que no se ha dado por enterado. Pero prosigamos; como te decía, lentamente fuimos descendiendo por el escabroso sendero que, paso a paso, nos iba llevando a ese lugar ya conocido donde el silencio propio del paraje nos daba la bienvenida. Pudimos casi adivinar los pequeños ruidos dispersos que se convertían en melodía con el danzar apenas perceptible del viento sobre las hojas de los árboles. De pronto, mis pensamientos se alertaron cuando escuché: «No te sorprendas si, cuando llegamos al estanque, guardo absoluto silencio, no me habré ido, estoy aquí y allá simultáneamente». Creo que eso fue lo que me dijo el autor cuando desaparecía por los laberintos de la memoria.
El sortilegio del 19 de abril de 1998
M e encontraba conversando, en el comedor, con Hamlet on the Holodeck ² cuando a mitad de la lectura sonó inesperadamente el teléfono. En ese momento, tuve un mal presentimiento, irracional, quizá, sin embargo, muy real. Algo así como una premonición. Me levanté de la mesa y me dirigí hacia donde se encontraba el teléfono; dudé por un instante, pero tomé la llamada. Y cuál sería mi desconcierto al escuchar la voz de mi amigo de la ciudad de México anunciarme la terrible noticia de que Octavio Paz había fallecido. No supe qué decir, solo logré escuchar una serie de palabras que flotaban en el vacío. Hacía dos meses que lo había llamado, aunque no fue con él con quien hablé, sino con la persona encargada de la casa, que me informó que el señor Octavio Paz se encontraba algo enfermo y que, además, su biblioteca se había incendiado. ¡Vaya noticia! Y después, que se nos fue físicamente de este mundo. No sabía qué hacer y no podía hacer nada. Y no hice nada, solo volví la vista al libro instintivamente, y grande fue mi sorpresa cuando, en la página 68, ante mis ojos, Eliza Weizenbaum se reencarnaba al mismo tiempo que me saludaba con coquetería.
—No te sorprendas —me dijo. Y continué escuchando lo que leía.
—Muchísimo antes de que llegara lo que hoy se conoce como multimedia —me advirtió la doctora Murray—, hubo un espacio en la historia de las computadoras que demostraron su poder narrativo con las mismas aprehensiones de sorpresa y miedo que había producido el tren de Lumière para la cámara de cine.
— ¡Créelo! —me aseguró Eliza sonriendo. En ese instante caí en la cuenta de que las realidades, de alguna manera, se entrelazan.
Cerré el libro y me dije: «Iré a investigar». Tenía que mantener la mente ocupada. La noticia me había afectado profundamente.
Presto, me fui a mi Biblioteca
Y ahí me enteré de que, en 1966 Joseph Weizenbaum, un profesor de la ciencia cibernética del Massachusetts Institute of Technology (MIT), creó, como un experimento con el lenguaje natural de un procesador, un programa llamado Eliza, que podía mantener una conversación en el procesador, respondiendo con oraciones impresas. Esto ocurrió antes del uso común de las computadoras con pantalla (PC). El programa era una forma ingeniosa de teletipo conectado a una de las primeras redes de computadoras de tiempo compartido. El resultado fue sorprendente, pues parafraseaba las preocupaciones de los pacientes tal como lo hacía el psicólogo Carl Rogers. En esta configuración, de acuerdo con Murray, Eliza también desplegó un estrecho interés freudiano en temas como sexo y familia. Para congoja de Weizenbaum, una variedad de personas, incluida su propia secretaria, «demandaban» que les permitiera conversar con el sistema en privado. Luego, insistían con vehemencia, a pesar de las objeciones de Weizenbaum, en que Eliza realmente las entendía. ¡Que su presencia era real! Que residía en algún sitio en el sistema. Ante esta situación, Weizenbaum escribió: «Hasta los usuarios más sofisticados, aunque saben muy bien que están conversando con una máquina, pronto se olvidan de ello. Tal como lo hacen los espectadores de teatro cuando llegan al suspenso de la trama: creen que lo que están presenciando en la obra es real
. Eliza manifestó ser persuasivamente alucinógena. Y así como la historia del tren de Lumière es un género para la trayectoria del cine; así, la historia de Eliza lo es para la cibernética. En otras palabras, Eliza es una leyenda». Sin embargo; yo hacía cosa de unos minutos había estado conversando con ella, tú eres testigo.
Finalmente, en mayo de 1998
Al primer intento desarrollé la historia del paraje con la total convicción de que Eliza, en algún lugar del espacio cibernético, me estaría observando y, al hacerlo, yo me manifestaría en su realidad. Y, paralelamente, en algún lugar del espacio mental, Octavio Paz también se manifestaría. Yo solo era la conexión entre «aquí y allá».
INNER SPACE: LA PANTALLA SE ILUMINA
A las 6eis de la tarde
—La realidad —propuso la mente.
—¿Cuál? —cuestionaste tú.
— ¡La humana! —exclamé yo.
Los pensamientos se materializan a través de la palabra. Y la imagen les va dando forma física a través de la imaginación. Pero el idioma está sujeto al tiempo del verbo. ¡Así es! La realidad, a través del lenguaje, busca la posibilidad de ser encendida. Es decir, de hacerse inteligible. Pero la realidad va mucho más allá de la simple declinación del verbo.
—No me confundas. La realidad es un accidente del tiempo —estableciste tú.
—En la oscuridad del vacío, la luz es el lenguaje encendido —te respondí.
—Las palabras son el Big Bang del entendimiento —afirmaste tú.
En algún lugar del cerebro
—On the question of reality... What is reality? —cuestionó la mente.
—The intelligibility of time —respondió la imagen.
—Nothing is real without evidence —dijiste tú.
—Nothing is real without an observer —te respondí yo.
Vietnam, 1969
«Si el mundo existe en nuestro lenguaje —balbuceó Bach-Tuyet Tran, una jovencita vietnamita de 18cho años—, estoy dispuesta a describirles ciertas cosas que nos pasan». Y continuó alejándose del caserío mientras acariciaba entre sus dedos a un cá (‘pez’ en su propio idioma). A lo lejos las bombas seguirían estallando sin sosiego. Bach-Tuyet continuó, entre la niebla de la temprana mañana, alejándose del caserío.
El estanque de los sueños
«Un dique reflejado en la mirada de una salamandra», pensó inquisitivamente el cá rodeado por otros anfibios. Y continuó nadando pegado a la superficie del estanque, mientras recordaba ser la imagen de un joven de 25inco años en la profundidad de la memoria atávica de una hermosa joven que aseguraba ser salamandra.
Y me dejé llevar por esa corriente de pensamientos nadando con más rapidez. En el otro mundo, la tarde agazapada traía pereza de sol, sombra y humedad de musgo, mientras avanzaba lánguida y retozona por encima y por debajo del paraje. El sortilegio del viento y el espejo del agua venían con ropajes de mundos diferentes, coincidiendo en un solo sueño. En esta dimensión, la ya casi salamandra se percibió mujer en la mirada inquisitiva de un cá, cuando ella salía del agua. Sin embargo, mientras vivió dentro del estanque respirando por sus branquias, lo que vagamente recordó fue a un pez que quería saltar fuera del dique haciendo círculos concéntricos. Y continuó apoyándose en sus 4uatro patas, mientras pensaba en un cá que nadaba muy cerca del cielo, dentro de un estanque ubicado entre dos mundos. La joven salamandra iba vestida de negro y amarillo.
Tilden Park, septiembre de 1969
B ajo la sombra de las sequoyas, la tarde continuaría (avanzando) inmensa, cuajándose minuto a minuto del constante trino de los pajarillos. Había algo de imaginario (sugestivo) en el olor de eucalipto, rumor de agua dulce, cieno, hojas secas, silencio de ruidos minúsculos y sueño eterno. Porque del otro lado de la poesía estaría Tánatos esperando pacientemente. Y Eros se hallaría detrás de esta mismísima realidad aguardando iracundo, a pesar de que la tarde continuara avanzando pletórica de realidades nuevas, explotando, naciendo y cayéndose del otro lado de la imaginación.
Cristina Salaman también experimentaría esa mismísima tarde caérsele inmensa, lánguida y soñolienta detrás de los párpados dormidos. Vencida por la tranquilidad y la paz que emanaba del paraje, soñaría que se convertiría en una salamandra. «La ilusión de la realidad está en el escaparate de los sueños —pensó Cristina—; la percepción de la realidad en su reflejo —se confesó a sí misma, mientras entraba a esa región quantum de los sueñosۛ». A las 6eis de la tarde, Cristina se quedó profundamente dormida.
18 de septiembre de 1969
Fue el último día que se tuvo noticias de ellos. Alguien recuerda haberlos visto navegar por la intersección de las calles de Bancroft y Telegraph, en la ciudad de Berkeley. A ella, vestida de pantalón de corderoy negro, blusa y sandalias amarillas. A él, de sandalias negras, pantalón gris y camisa blanca. 9ueve días después, por lo que se pudo indagar, se supo que Cristina Salaman