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La Pantallahoja: Una novela cuántica
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Libro electrónico190 páginas2 horas

La Pantallahoja: Una novela cuántica

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Debo decir, como testigo presencial, que lo que a continuación se lee no es ciencia ficción. Es algo que pasó en la realidad y con testigos aun vivos. Si la persona que está apunto de adentrarse en la presente lectura se considera muy susceptible no debe continuar leyendo. La paz mental e incluso perder la cordura será fácil si no mantiene un ma

IdiomaEspañol
Editorialibukku, LLC
Fecha de lanzamiento6 abr 2022
ISBN9781685740993
La Pantallahoja: Una novela cuántica

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    La Pantallahoja - Oscar Sánchez

    La_Pantallahoja_port_ebook.jpg

    LA PANTALLAHOJA

    una novela cuántica

    ÓSCAR SÁNCHEZ TORRES

    (Ópak)

    Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

    El contenido de esta obra es responsabilidad del autor y no refleja necesariamente las opiniones de la casa editora. Todos los textos e imágenes fueron proporcionados por el autor, quien es el único responsable por los derechos de los mismos.

    Publicado por Ibukku

    www.ibukku.com

    Diseño y maquetación: Índigo Estudio Gráfico

    Copyright © 2022 Óscar Sánchez Torres (Ópak)

    ISBN Paperback: 978-1-68574-098-6

    ISBN eBook: 978-1-68574-099-3

    Índice

    Advertencia y modo de lectura

    La Pantallahoja (1)

    Insomnio (2)

    Jugando a ser adulto (3)

    La caja de agua (4)

    La realidad del cuattro (5)

    Kevin (6)

    Baaú (7)

    Anisesa (8)

    Psicosis (9)

    Risorio esquema del desarrollo y transmisión de ideas (10)

    Paranoia (11)

    El personaje errado (12)

    Noc. La historia de un detective (13)

    Una prueba sensible (14)

    La ventana sepulta (15)

    Al escribir (16)

    Al cuento (17)

    Al libro (18)

    A la música (19)

    La Matrix (20)

    El niño y los mosquitos (21)

    La rana (22)

    Revolución (23)

    Viaje en el tiempo (24)

    La sombra (25)

    Papa corazón (26)

    El día que se creó un fantasma (27)

    A Poe y a Góngora (28)

    Eros (29)

    El brujo (30)

    El ser civilizado (31)

    El Ser (32)

    Advertencia y modo de lectura

    Debo decir, como testigo presencial, que lo que a continuación se lee no es ciencia ficción. Es algo que pasó en la realidad y con testigos aún vivos. Si la persona que está a punto de adentrarse en la presente lectura se considera muy susceptible no debe continuar leyendo. La paz mental e incluso perder la cordura será fácil sino mantiene un mapa o pistas que lo guíen en los siguientes acontecimientos. La verdad es que no hay un final, solamente la que el lector le proporcione. Inclusive el aprendizaje o desaprendizaje dependerán de usted. Mi interés no es pedagógico, simplemente quiero narrar mi desgracia y lo que se desató de ahí. Si alguien se identifica o le sirve de algo, será grandioso, si no, sólo espero que imagine como yo lo hice. Puede existir, tal vez, como en la misma realidad, un principio. Sin embrago, e inclusive como la misma física indaga, este principio como cualquiera, sea arbitrario y cuestión de perspectiva. Es importante que todos los textos sean leídos para darle sentido al conjunto. Todos los textos revelan una perspectiva del todo, pero también funcionan como un todo e independientemente. Cada uno es importante para encontrar la naturaleza de la novela e incluso de la existencia misma. Pues como les digo no es ciencia ficción, es una descripción de diferentes perspectivas de esa y nuestra realidad. ¿O es acaso que alguien puede comprobar que no somos un experimento o la graja de unos seres que no podemos observar? ¿Esto que vivimos es lo único que existe o la única realidad? Si alguien lo supiera le ruego encontrarme y decírmelo. Digan lo que digan, piensen lo que piensen, lean en el orden que gusten. No es necesario leer del cuento número uno hacia el final, ni del cuento final al primero, sin embargo, lo pueden hacer si eso les da más seguridad.

    La Pantallahoja (1)

    Después del asalto a mi casa y el extravío de mi consola y pantallahoja, las cosas se pusieron muy tensas. No veía el momento en el cual se me ocurriera una idea como las de antes. La imaginación ahora se encontraba tras una espesa neblina que abrumaba el pensamiento. Y te lo explico para que lo sepas, para que entiendas la situación, como una penosa disculpa que me hace lagrimar el alma cuando te ofendo. Estoy a punto de perder la cordura, ya no puedo distinguir lo verdadero de lo falso y te juro por dios que es culpa de la pantallahoja. La pantallahoja y mis treinta y dos cuentos que se fueron en ella. Treinta y dos de mis obras ahora rondando por algún lugar del mundo o de la galaxia, tal vez. Algún ignorante ladrón se apoderó de ella y sólo con fines económicos, ni siquiera con fines de plagio o elocuencia, si no, con la astucia de un ratón se la llevó. Bueno, treinta y dos, pero el número treinta y tres iba a ser acerca de mi pantallahoja, la que ahora les cuento.

    Esa tarde, al llegar de la escuela, todo parecía normal excepto cuando un ex amigo de la infancia me detuvo a unos cuantos metros de la entrada de mi casa para ofrecerme diversos artículos. Entre ellos, proporcionaba unas bocinas para pantallahoja, argumentando que dejaría la ciudad y la vida de crímenes para comenzar una vida nueva fuera de estas fronteras. Por tal motivo, estaba vendiendo sus cosas y sacar dinero para el pasaje.

    Me preguntó si contaba con alguna pantallahoja, y yo, con fines protectores hacia las cosas de nuestra casa, dije que no. Pero evaluando un poco extraño y fuera de lo cotidiano ese cuestionamiento, sentí la necesidad de entrar a casa por un vacío que advertía en mi interior. Sin embargo, el sujeto no era de fiar así que mostré indiferencia hacia él y percató el mensaje haciéndolo partir. Para cuando ingresé a la vivienda mis ojos notaron un desorden tremendo. Tu cartera en el centro de la mesa parecía saqueada y mis sentidos me condujeron a la habitación principal, donde estaban nuestros dos más grandes tesoros.

    La consola donde se reprodujo la melodía que nos enamoró y que erizó nuestra piel al unísono. Las horas que contemplamos interrumpidamente las películas y series por maratones de lujuria. La que fue testigo de las flechas del ciego arquero, las caricias tiernas, las salvajes y vistos por ella también en matrimonio. Fotos y recuerdos de gratos momentos extraviados al igual que las ideas y núcleos de múltiples poemas que desarrollaría en un tiempo. Vi tu preocupación y me mostré lo más fuerte que pude. Me conoces bien, más de lo que yo me conozco. Tú sabias lo contento que estaba con todas esas ideas bombardeándome a pesar de las pocas horas que dormí en esos casi tres meses. Fueron alrededor de ciento veinte horas que contemplé el sueño interrumpidamente en ese lapso. Mi nitidez en las cosas se agudizaba, en el aire y el entendimiento; todo lo veía tan claro. Anoté en mi libreta morada todo lo que podía para posteriormente transformarlo en dibujo, pintura, filosofía o poesía, incluso en música escuchada y representada con dibujos y palabras. Todas esas ilusiones rotas al salvaje azoto de una puerta. Y a pesar de todo, eso era lo que realmente inquietaba al alma, a la cordura; lo que me enfermó fue la desaparición de la pantallahoja y esos cuentos testigos de mis pensamientos. No he podido recuperar la esencia de sus espíritus¹. Sé que a media noche me despiertan de las gratas nubes del sueño pidiéndome su regreso, pero no puedo, de verdad lo intento, aunque sin atino, sin el mágico destino que las palabras escritas por un lápiz en hoja de papel habían marcado ya. Les ruego me perdonen; las lágrimas son sus ofrendas, mis frustraciones su castigo y mi locura el destino que han marcado.

    Insomnio (2)

    Sólo escribiré estos acontecimientos porque ello me garantiza que sigo despierto. Si estuviera dormido pues nadie pudiera leerlo, pero tú lo estás leyendo ¿cierto? O ni siquiera yo conseguiría explicarlo; a menos que soñara lo mismo todos los días y todas las noches; o que este escrito emergiera difuminado de distinta manera en mis diversos sueños. Hoy no he dormido y en lo que va del año he dormido muy pocas horas; todo por el hambre, hambre que me despierta, hambre que me delata. Trabajo, trabajo que me requiere y musas que ven el alma.

    La empresa para la cual trabajábamos bien recuerdas su nombre, pero lo que me interesa que sepas es que, cuando me ofrecieron quedarme completamente solo en el horario nocturno acepté para poder pasar más tiempo contigo sin tener que dejar las clases. Todo parecía perfecto en un tiempo, y así fue. Los teoremas relacionados con la física, la filosofía y lo sublime de las cosas las comprendía; era hermoso. Mi cuerpo se fortaleció sin esfuerzo. Mi poesía y prosa parecían únicas al igual que mis dibujos y pinturas parecían tener algún significado. Ahora las observo y es imposible que una lágrima no brote. Las esculturas que mi fantasía lograba proyectar estaban a la vuelta de la esquina, listas para cobrar vida. Y cuál fue el parpadeo en el que la cordura me abandonó. Yo fui a trabajar la noche en que todo comenzó. No te lo había querido contar para no preocuparte, sin embargo, ahora debes saberlo.

    Después de la tarde del jueves me dijiste que reposara un rato, que era suficiente desgaste, que me podía pasar algo si no dormía un poco. Tú y tus presentimientos, esos presentimientos a los cuales calificaba de absurdos, sin embargo, los odiaba porque siempre tenías razón.

    Esa misma noche, cuando todos se fueron del trabajo, se escuchó un estruendo muy fuerte, más fuerte que la de un ventarrón cerrando una gran puerta de metal. Por un momento no supe si realmente se trataba de eso, pero así lo supuse.

    Las historias de fantasmas y apariciones que la gente crédula del trabajo me contaba, que sucedían con personal que ellos mismos conocían, empezaron a rondar por mi cabeza tratando de asustarme y sacar de juicio. La razón rápidamente empezaba a desarrollar distintos escenarios en los cuales comprobaba la inexistencia de los fantasmas mediante la lógica. Es decir, me pregunté, cómo es posible que una máquina de más de dos toneladas estuviera flotando. Yo sin poder desviar la mirada de tal impactante espectáculo e inmovilizado por la fatiga acumulada en los músculos de la mente. En esos tiempos la mayoría de las grandes máquinas tenían botones, luces rojas y amarillas. Mas, podría jurar que no eran luces las que se distinguían sino unos enormes ojos apuntando hacia mi dirección; unos enormes ojos encendidos en llamas. Un calor tremendo se sintió en todo el lugar y quise levantarme, mas todo en vano.

    Salí corriendo lo más rápido que pude de las instalaciones hacia ti, hacia nuestro hogar, pero lo tomaste con tranquilidad como si formara parte de un sueño. Me pediste que me durmiera, que todo estaría bien por la mañana. Pero lo más extraño fue que eso es lo único a lo que le tomé importancia; al descanso.

    Por la mañana, como bien dijiste con la confianza de tus preceptos, todo estaba en normalidad. Me bañé y partí a la universidad. Tú te quedarías en casa esperándome. Tiempo después, a mitad de la clase que trataba sobre el método que emplea Descartes para la comprobación de Dios y del alma, mis oídos produjeron un zumbido muy prolongado y ensordecedor. Pero conforme avanzaba sucedía todo lo contrario. El sonido cada vez era más débil y todo lo demás junto con él. Observaba la clase mientras los sonidos se escuchaban a la lejanía. Intenté preguntar si podían subir el tono de su voz, pero no salió sonido alguno. Quise gritar y mis compañeros se asustaron (supongo que por la cara de desesperación) y un tanto misteriosos salieron del salón, como sin importancia, mientras el profesor agarraba mis hombros tratando de calmarme. En virtud de redimirlo y escapar le di una patada que lo alejó de mí. Aproveché el momento y salí de la escuela con toda la discreción que pude, pero mi nerviosismo esta vez mostraba su lado más incoherente. Un par de guardias de seguridad escuchó lo sucedido, y observando el sudor nervioso en mi frente se echaron a correr en mi persecución. Pude ver como uno de ellos me gritaba furioso, aunque sin escuchar nada. En eso me di cuenta de que no escuchaba mi propia respiración, ni mis pasos o los autos que pasaban en la avenida. Los siguientes treinta minutos que me tomo camino a casa fueron muy nebulosos e indescriptibles, pero al llegar algo terrible había sucedido, algo aún peor que la sordera. La pantallahoja había sido robada y sólo un roedor amante de lo ajeno sabía de mis horarios en casa. No poseía pruebas para demostrar su barbarie, su repugnante profesión. Estos no aprecian la singularidad e independencia de una pantallahoja sólo buscan cómo sustentarse y sobrevivir de la basura; únicamente buscaba dinero mi viejo amigo.

    Esa misma tarde tenía que seguir con el papeleo del trabajo nocturno y hasta esos momentos acumulaba cuarenta y ocho horas sin dormir, antes que eso, sólo había conciliado dos. Pediste paciencia y sapiencia para no hundirnos en esta debacle, entendí, sólo que no te conté el resto y fingí el sueño para no preocuparte.

    Al llegar las once de la noche yo tenía que partir. Me despediste como de costumbre, pero esta vez noté algo distinto en tu cara. Estabas más preocupada de lo usual; las fisuras de tu frente arqueaban tus cejas con una hermosura distinta a la de otros días. Me abrasaste y pediste fuerza en mi corazón.

    Rumbo al trabajo tenía que atravesar una longitud considerable de llano oscuro, con arena y rocas molestas para el andar. De repente observo una silueta a lo lejos, como de un ser robusto y completamente cubierto por la negrura de la noche que se abalanzaba hacia mí. En primera instancia me espanté, no fuera ser otro amante de la ajeno queriéndose apoderar de lo poco que me quedaba. Pero a medida que avanzaba, respiré profundo y antes de que se atreviera a atacar me agaché a recoger un tacón abandonado y sucio, seguramente por alguna combinación entre alcohol y prostitución. Emprendí la agresión y dominado como por los nervios y el temor se lo encajé a la altura de su nuca. El cuerpo cayó temblando. Salí lo más rápido que pude de la escena del crimen y al mostrarme frente la entrada del lugar donde trabajaba, sacudí los nervios y problemas dejándolos atrás. Esta vez todo sería distinto. Sólo el trabajo apaciguaría

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