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Información de este libro electrónico

¿Te gustaría saber las claves por las que tu pareja puede convertirse en un futuro maltratador?

La novela trata de dar una visión de la violencia de género, desde los dos puntos de vista: desde el de la víctima y su verdugo, en una narración que se va volviendo más dramática, a medida que transcurren los capítulos.

Los problemas de Helen y Harry, los protagonistas, podrían extrapolarse a muchas parejas de nuestra época actual.

El objetivo es hacer reflexionar al lector sobre las causas que llevan a un hombre a convertirse en un maltratador, así como los indicios que permiten a alguien vislumbrar que en el futuro puede desarrollar esa característica.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento30 jun 2015
ISBN9788491120506
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Autor

J.S. Alcántara

J.S. Alcántara es profesora de instituto y licenciada en derecho. Sus años de experiencia la han llevado a preocuparse por temas como el acoso escolar, la violencia de género o los problemas derivados de la súper dotación intelectual. En sus libros ahonda en esos temas, tratando de concienciar a la sociedad de que el cambio de mentalidad para abordar estas cuestiones es posible y necesario.

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    Vista previa del libro

    ¡No vales nada! - J.S. Alcántara

    © 2015, J.S. Alcántara

    © 2015, megustaescribir

          Ctra. Nacional II, Km 599,7. 08780 Pallejà (Barcelona) España

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a Thinkstock, (http://www.thinkstock.com) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    ISBN:   Tapa Blanda             978-8-4911-2049-0

                  Libro Electrónico   978-8-4911-2050-6

    Contents

    Capítulo I

    Capítulo II

    Capítulo III

    Capítulo IV

    Capítulo V

    Capítulo VI

    Capítulo VII

    Capítulo VIII

    Capítulo IX

    Capítulo X

    Capítulo XI

    Capítulo XII

    Capítulo XIII

    Capítulo XIV

    Capítulo XV

    Capítulo XVI

    Capítulo XVII

    Capítulo XVIII

    Capítulo XIX

    Capítulo XX

    Capítulo XXI

    Capítulo XXII

    Capítulo XXIII

    Capítulo XXIV

    Capítulo XXV

    Capítulo XXVI

    Capítulo XXVII

    Capítulo XXVIII

    Capítulo XXIX

    Capítulo XXX

    Capítulo XXXI

    Capítulo XXXII

    Capítulo XXXIII

    Capítulo XXXIV

    Capítulo XXXV

    Capítulo XXXVI

    Capítulo XXXVII

    Capítulo XXXVIII

    Introducción

    Queridos lectores:

    Debo advertirles que lo que van a leer, no es una novela al uso, aunque tiene todos sus ingredientes.

    Es más, si quieren considerarla como tal, les puedo ayudar a saber pronto el final. Para ello basta con leer los capítulos de manera alterna. De esa forma, en la mitad de tiempo, se enteran del desenlace.

    Y si desean conocer el verdadero motivo que me ha llevado a escribir la obra, pueden comenzar a leer a partir del capítulo XXVIII

    Porque lo que he intentado hacer en este libro, es ofrecer una visión de un problema que afecta a las relaciones de pareja, hasta el punto de constituir una de las lacras de la sociedad.

    En este caso, he tratado de que un mismo hecho sea visto desde los dos puntos de vista, ya que la verdad absoluta no existe.

    Un narrador omnisciente nos adentra, en capítulos alternos, en la narración de los hechos a través de la psicología de un hombre y de una mujer.

    La mayor parte de las veces, la comprensión de un hecho, depende de la visión subjetiva. Lo mismo que pasa con esta lectura.

    En cuanto al tiempo, es cronológico, aunque hay algunas regresiones al pasado, fundamentales para comprender la historia.

    Parece una novela, funciona como tal, pero en realidad pretende dar una visión, lo más exhaustiva posible, según mi criterio, sobre el mundo de la violencia de género.

    Desde las tipologías de los maltratadores (no todos son iguales, aunque lo sean luego sus consecuencias) hasta las causas que llevan a una persona a caer tan bajo, son tratados en este libro, de manera integrada dentro de la narración.

    Aunque, quizás, el apartado más importante, está en el capítulo dedicado a exponer los indicios que pueden advertir a una persona que está ante un futuro maltratador.

    Creo que uno de los cometidos de las personas, es ayudar a las nuevas generaciones a tener una vida mejor que su generación anterior.

    Porque sólo desde el conocimiento y la educación en valores, se logra el cambio en la conducta machista, hasta conseguir un mundo más justo.

    Ese es el verdadero propósito de esta obra. Tratar de erradicar en lo posible, esa lacra de la sociedad.

    Por eso me gustaría enmarcar este libro en un género, que yo llamaría de didáctica social. Porque hay varias formas de explicar un problema, y desde la amenidad de una novela, se pueden dar lecciones más provechosas que en cualquier ensayo que se precie.

    Se trata de incidir en el problema, abordarlo con valentía, e intentar dar soluciones realistas al tema.

    Si mi modesta aportación es válida para algunas personas, me daré por satisfecha, y el objetivo de escribir esta obra, se habrá cumplido.

    En cuanto al final, estuve barajando diversas posibilidades. Con este tema, las probabilidades de llegar a un final trágico son bastante elevadas.

    Sin embargo, también pensé que podría optar por inyectar un poco de esperanza a las personas que están inmersas en esa problemática.

    Si leen el libro, sabrán por cuál final me decanté, y las razones que me llevaron a ello.

    Bien, no quiero entretenerles más. Espero que haya infundido un poco de curiosidad por saber de qué va la historia. Confío en que, por lo menos, les ayude a pasar un rato. Si encima consigo hacerles reflexionar y reaccionar a favor o en contra, mejor que mejor.

    Capítulo I

    ¿Cuánto tiempo había permanecido desvanecida en el frío suelo de aquella habitación? Estaba tan aturdida, que se sentía incapacitada para averiguarlo.

    Ya había anochecido cuando empezó a vislumbrar algo de luz. Apenas podía abrir un ojo, ya que el otro estaba completamente tumefacto.

    Se levantó como pudo, y se medio arrastró, agarrándose a los muebles. Intentó gritar, pero de su garganta no salió sonido alguno. Era tal el agarrotamiento de todos sus músculos, que ni siquiera la voz le obedecía.

    De alguna herida cercana a su pecho había manado abundante sangre, pues había un charco pegajoso, en el lugar donde había caído.

    Recordaba la cara de su verdugo, totalmente enajenado, mientras se cebaba con ella. Había intentado defenderse, pero lo había conseguido sólo a medias.

    El cuchillo había hecho una trayectoria horizontal, debajo del cuello, que era realmente su objetivo, pero afortunadamente, no había logrado tocar la carótida.

    Ella había logrado en última instancia evitar lo peor, pero no podía quitar de su pensamiento a su familia.

    Por fin llegó hasta la puerta, e intentó abrirla. Estaba cerrada con llave desde el exterior. Él la había dejado encerrada en la casa, para que se muriese sola.

    No era la primera vez, pero en su fuero interno, ella creía que esta vez iba a ser la última. En el interior de su cabeza, un profundo océano, se desbordaba.

    Había estado tan ciega durante los primeros tiempos, que ni siquiera se dio cuenta que se casó con un monstruo, hasta que empezaron las demostraciones de su maldad.

    En ese momento, escuchó la sirena de la policía. Cayó de nuevo, blandamente al suelo. Estaba desvanecida, cuando derribaron su puerta, y la rescataron de una muerte segura.

    Los días siguientes, fueron un torbellino, de los que sólo recordaba retazos impactantes. Estaba muy débil por la pérdida de sangre, y veía todo a través de un solo ojo.

    La policía entraba y salía de la habitación de hospital donde la instalaron. Pero ella apenas pudo declarar algo coherente hasta pasados tres días del suceso.

    En ese momento fue informada de la muerte de su madre. Él había logrado su objetivo, y lo había hecho con el mismo cuchillo con el que había intentado terminar con su propia vida.

    Apenas tuvo tiempo de llorar su muerte. El recuerdo de sus pequeños, poblaba sus pensamientos, y la posibilidad de que también les hubiera hecho daño, convertía aquellos días en un verdadero calvario.

    Por más que preguntaba al policía que la custodiaba permanentemente, no querían informarle del paradero de los niños. Ni siquiera si también había logrado su objetivo.

    El agente se limitaba a responderle con un escueto Ahora tiene que descansar, sin entrar en detalle alguno.

    Pero no podía conseguirlo, no le bastaban los calmantes que le administraban cada cierto tiempo, ni siquiera así, se libraba de su preocupación.

    Una semana más tarde pudo salir del hospital. No estaba recuperada, pero al menos tuvo el inmenso alivio de abrazarlos y comprobar que físicamente, estaban bien.

    Estaban en la casa de la vecina de su madre, que se había ofrecido a cuidarlos, mientras ella se recuperaba.

    Afortunadamente él no pudo encontrarlos, en su locura homicida. Poco a poco se fue enterando de lo que había sucedido en aquella casa, mientras ella permanecía casi moribunda, tendida en un charco de sangre, y sin poder hacer nada para defenderlos.

    Fue en aquel momento cuando le contaron que lo habían cogido en la misma calle donde vivía su madre, mientras huía con las manos ensangrentadas.

    Ella no se atrevía a preguntar nada a sus pequeños. El trauma había sido tan grande, que prefería dejar pasar el tiempo.

    Lo único que tenía claro era que quería marcharse de allí cuanto antes, y llevarse a sus hijos lo más lejos posible, del horror que habían vivido.

    Pero la policía no le permitía salir de allí, hasta que se celebrara el juicio. Aunque el caso estaba suficientemente claro, fue interrogada por varias personas, ahondando siempre en la misma herida.

    Una y otra vez las mismas preguntas. A veces pensaba si era necesario rememorar lo sucedido.

    Lo peor que llevaba, era la insistencia de los medios de comunicación, para averiguar los detalles más escabrosos del caso.

    Ella eludía las preguntas que continuamente le hacían en cualquier lugar que estuviera. Apenas podía salir a la calle, pues inmediatamente una nube de periodistas, que acechaba sus pasos, la seguía para preguntarle por los detalles.

    Cuando pudieron enterrar a su madre, casi quince días después de la muerte, debido a la insistencia del juez en realizar infinidad de comprobaciones, se convirtió en un espectáculo, que ella quiso evitar a sus pequeños.

    Por eso, no permitió que asistieran al entierro. Eran demasiado pequeños, y aquello iba a contribuir aún más a hundirlos en su confusión.

    Los vecinos habían acudido al funeral, pero además asistieron una infinidad de curiosos para atisbar el más leve signo de sufrimiento en ella, y luego contarlo en los lugares públicos donde se reunieran.

    Estaba harta de ser el único motivo de comentario de la temporada; y deseaba que ocurriera cualquier otro suceso para dejar de ser el blanco de todas las miradas.

    Las heridas iban curando poco a poco, y ya apenas le dolían. Aunque eran las del alma las que tardarían en cicatrizar.

    El juicio tuvo lugar durante el verano. Ella llevaba un vestido de manga larga y cuello alto, con el fin de disimular las cicatrices.

    El juez fue muy comprensivo, y no tuvo que declarar frente a su marido. Pusieron un biombo delante de ella, y de esa manera pudo contar todos los detalles, sin la presión de soportar sus duros ojos sobre ella.

    Pero a pesar de todas estas precauciones, el miedo atenazaba su garganta mientras declaraba. No podía dejar de tenerlo, y en determinado momento, las lágrimas, le impidieron seguir hablando.

    Aquel miedo que le había acompañado durante los últimos seis años, y que tardaría mucho tiempo en alejarse de ella.

    Durante un largo periodo, mientras se recuperaba físicamente, recordó aquel miedo, que la había embargado cuando asistió como testigo al juicio, e incluso cuando escuchó la posterior condena de su agresor.

    Finalmente, poco después de dictarse la condena, pudo alejarse de la ciudad que la había visto nacer, y donde fue tan infeliz.

    Su objetivo primero era marcharse muy lejos de allí, lejos del horror que había vivido durante todos los años de su matrimonio.

    Pero había un gran problema. Nunca había trabajado. Era una de tantas amas de casa que no tenían una profesión para defenderse en la vida.

    Siempre había dependido económicamente de su marido. Ahí radicaba gran parte del problema, y ella lo reconocía.

    Le había quedado muy poco dinero, después del suceso, por lo que tenía que conformarse con alejarse de allí, pero no demasiado.

    No obstante, era lo suficientemente lejos como para empezar una nueva vida, sin la presión mediática de ser la protagonista involuntaria de los comentarios generales.

    Lo primero que hizo, fue recuperar su apellido de soltera. Quería cambiar también el apellido de sus hijos, aunque tardó más de lo que a ella le hubiera gustado.

    Los niños se adaptaron enseguida al nuevo lugar. Se había trasladado a un estado diferente, en un pequeño pueblo, que nada tenía que ver con su entorno anterior.

    Pero aun así, ella rezaba día a día para que las secuelas psicológicas que habían quedado grabadas en su mente, no les pasara factura algún día.

    Los primeros tiempos de su nueva vida, sobre todo al principio se sintió con muchas dudas, sobre su futuro. Le hubiera gustado tener nervios de acero, pero no era así.

    Era una pobre mujer azotada por el destino, que intentaba salvarse a ella y a sus hijos, después de la durísima experiencia vivida.

    Comenzó a buscar trabajo desesperadamente. El problema principal era compaginar el cuidado de sus hijos, con sus obligaciones laborales.

    Por esa razón, se vio obligada a recurrir a los nuevos vecinos, que la ayudaron con total desinterés, hasta que ella encontrara un medio de vida.

    Pudo recuperarlos un mes después, cuando encontró un trabajo para mantenerlos adecuadamente.

    Durante el día, ocupaba su tiempo con el nuevo trabajo, y las tareas del hogar. El niño ya iba al colegio, por lo que su problema principal era su bebé.

    Pero en su nuevo trabajo, le permitieron cuidarle en el mismo establecimiento, junto a ella, por lo que pudo seguir muy de cerca su evolución.

    Pero al llegar la noche, las duras escenas vividas en su etapa anterior poblaban sus sueños, y se despertaba muchas veces, con la sensación de estar de nuevo en el mismo lugar donde había tenido lugar el suceso.

    Recordaba las circunstancias que la habían llevado a esa situación. El tiempo que creyó todas sus mentiras, cuando una mirada suya, bastaba para que ella le obedeciese.

    Cuando su madre era la única persona que se había enfrentado a él, afeándoles su conducta, repitiéndole una y otra vez que no era un hombre, sino un animal dañino.

    Fue precisamente eso lo que le costó la vida, pues fue contra ella que descargó toda su ira, haciéndola responsable de sus propios errores.

    Aunque ganaba muy poco dinero, era la primera vez que disponía libremente para gastarlo, y era una sensación nueva y gratificante.

    Rememoraba que en todos los años de su matrimonio, el poco dinero del que le dejaba disponer, era inmediatamente controlado, y criticada su forma de gastarlo.

    De tal manera, que muchas veces no compraba ni siquiera lo necesario para ella. Su prioridad era comprar lo mejor para él, que vestía y comía como un rey, mientras ella y sus hijos pasaban necesidades.

    Eso se había acabado, y ella se juraba una y otra vez, que ni ella ni sus hijos volverían a pasar por las mismas calamidades.

    Capítulo II

    (Harry)

    Harry Burns era hijo de un americano procedente del norte y una portorriqueña. Se habían conocido en Nueva York, y se casaron, tuvieron dos hijos y se separaron.

    El chico creció con su madre, y durante los primeros años de su vida, asistió a las continuas discusiones de sus padres, que normalmente terminaban en golpes.

    El padre era el típico machista abusador, que no admitía el más mínimo desliz en la conducta de su mujer.

    A las primeras de cambio, la discusión terminaba en gritos y golpes. Hasta que un día, ella se cansó de las palizas, y se fue a vivir a Indianápolis, en el estado de Indiana, llevándose a sus dos hijos con ella.

    Llegó a la próspera ciudad, a principios de los sesenta, y se encontró con la oportunidad de criar a sus hijos ella misma, sin necesidad de ningún hombre.

    La madre bailaba muy bien la salsa, y se ganaba la vida, sirviendo copas y bailando en un club nocturno. Sus hijos crecieron prácticamente solos, pues ella dormía por las mañanas, ya que durante la noche, se iba a trabajar.

    Allí permanecía, la mayor parte de las veces hasta la madrugada.

    Iban al colegio esporádicamente, por lo que su educación dejaba mucho que desear. Su hermano mayor, se independizó pronto, y se marchó a vivir con una mujer mucho mayor que él.

    En cuanto a Harry, pronto comenzó a destacar entre sus compañeros, por sus habilidades con el baile. Tenía en los genes, el ritmo caribeño de la madre, y lo demostró desde muy pequeño.

    Gracias a eso, comenzó a ganarse la vida. Se dio cuenta que su cara y su figura, podían ofrecerle posibilidades de ganar dinero fácilmente, por lo que se empleó a fondo para conseguir su objetivo.

    Esporádicamente, servía copas en el club, aunque su medio de vida estaba en otro lado.

    Noche tras noche, ensayaba hasta conseguir dominar los pasos de baile más complicados. De ahí, a convertirse en el dueño de la noche, fue cosa fácil.

    Por su palmito, enamoraba a todas las que se proponía, desde el primer momento. Conseguía el dinero de las mujeres mayores, que le pagaban por unas horas de compañía. La excusa era que, supuestamente iba a enseñarles algún paso de baile.

    En realidad, se acostaba con quien le apetecía, y despreciaba a las que no le gustaban demasiado. Hasta tal punto era su fama, que elegía a las mujeres, como si se tratara de un seductor famoso.

    Sus amigos eran de la misma calaña. Muchas veces hacían apuestas para ver quien se llevaba el gato al agua con tal o cual mujer. En esa apuesta, Harry resultaba ganador, la mayoría de las veces.

    Sin embargo, esa vida totalmente superficial, no le llenaba del todo, y de vez en cuando, asistía a algún evento cultural, porque pensaba que también debía cultivarse en otras áreas.

    De esa forma, podía entablar una conversación un poco más profunda con sus conocidos, pero sobre todo, asombraba e inclinaba la balanza a su favor a las mujeres que encontraba en su camino.

    En eso también estribaba la razón de su éxito, pues ellas lo preferían, aparte de por su palmito, porque podían hablar con él de algo más que no fuera los temas triviales.

    De esa forma, su éxito, era en cierto modo, trabajado. No sólo servía machacarse el cuerpo en el gimnasio, o dedicar horas al baile, sino también interesarse por otros temas un poco más profundos.

    Leía algunos libros, casi siempre recomendados por algunas amigas casuales, lo que le convertía para su círculo de amigos, en el raro; al que soportaban porque les ayudaba a conquistar a las mujeres que se ponían en su camino.

    De vez en cuando, Harry se iba con sus amigos a visitar algunos pueblos pequeños, lejos de la urbe de la gran ciudad, donde veían a chicas que no aparecían en los círculos donde se movían normalmente.

    Para ellos era una diversión. Las pueblerinas, tenían una ingenuidad, que les divertía. Se trasladaban allí un fin de semana, para luego volver a su barrio.

    La mayor parte de las veces, las pobres muchachas caían en sus redes a las primeras de cambio.

    Luego contaban sus aventuras, entre grandes risotadas, por haber desvirgado, o ser el primero que había logrado tocar a aquellas pobres muchachas.

    Su mala fama había llegado a ser un rumor en esos lugares, que corría como la pólvora entre las chicas y mujeres de la zona, predisponiéndolas contra ellos.

    No repetían el lugar, pues había tantos que escoger, que planeaban las zonas para no volver durante un tiempo, y así no tener que ver de nuevo las caras de las pobres muchachas engañadas.

    Aquella tarde, habían llegado a un pueblecito pequeño, apenas unos pocos miles de habitantes, pero donde se celebraba una fiesta muy famosa en la región.

    El grupo se colocó en un lugar estratégico. Allí comenzaron a mirar el desfile de jovencitas que correteaba de un lado para otro. Ellos se entretenían en darle una calificación a cada muchacha, entre comentarios groseros y tópicos machistas.

    En esto, vieron acercarse a un grupo de muchachas, que venían del otro lado. Ellas se sentaron debajo de un árbol, porque hacía bastante calor, sin percatarse de que estaban siendo observadas, y evaluadas de tan grosera forma.

    Pero había una, que destacaba sobremanera entre las demás. Parecía un cisne entre el resto de anodinos patos. Era alta, con una figura curvilínea, cuyo rostro se parecía increíblemente a una pintura que Harry había visto alguna vez, entre los aburridos libros de Historia.

    Se sabía su nombre de memoria, porque estaba en la portada, y el profesor había explicado varias veces de quién se trataba.

    Era la Venus de Botticelli, encarnada en una mujer real. Sus rasgos suaves y delicados, su cabello largo, que le caía en ligeras ondas por la espalda, y su cuerpo grácil y etéreo. Harry la recorrió con la mirada, como si de una radiografía se tratara.

    Sus compañeros fijaron inmediatamente su atención en ella, con la misma celeridad que lo había hecho Harry. Pronto surgieron las valoraciones, y le otorgaron un nueve sobre diez. El único detalle por lo que no le dieron la valoración perfecta fue porque no era rubia.

    El ideal de mujer para ellos, en las grandes pantallas de los cines, era Marilyn Monroe. Había muerto hacía unos años, pero aun así, su imagen de rubia ingenua y un poco desvalida, pero con una gran carga erótica, era la preferida por

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