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Libro electrónico97 páginas1 hora

Logros Personales

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Ella me mir con atencin y creo que tal vez adivin mis pensamientos, pues quiz percibi que en lugar de sentirme un bueno para nada ya me estaba empezando a enojar. Vi que sus hermosos ojos verdes parpadearon ms de la cuenta. Me dio la impresin de que ella pens unos instantes qu me iba a decir y a continuacin cambi de estrategia. Ahora el tono de su voz y su actitud fueron menos hostiles y mucho ms amigables. Pas de la faceta del personaje duro y despiadado a la de un ingenioso y tierno negociador. Con palabras dulces que casi destilaban miel ella me dijo:

Javier, amor, s bueno conmigo. Te pido de favor que
no me vuelvas a buscar, porque, sabes?...
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento25 jul 2014
ISBN9781463387402
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    Logros Personales - Francisco Javier Morales

    LOGROS

    PERSONALES

    FRANCISCO JAVIER MORALES

    Correo electrónico: historiasjm@yahoo.com

    Copyright © 2014 por Francisco Javier Morales Ercambrack.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 21/09/2016

    Para realizar pedidos de este libro, contacte con:

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    ÍNDICE

    I    Mi primer empleo

    II    Mi nuevo empleo

    III    Raymundo

    IV    La Asociación

    V    Mi asistente

    VI    Rafa, mi jefe

    Para mis amigos del bachillerato, de la universidad,

    de los diversos trabajos que he tenido y para

    todos aquellos más que sin proponérselo me

    han regalado el gusto de su compañía

    I

    MI PRIMER EMPLEO

    —Las palabras y las promesas del jefe nunca son de fiar —me dijo Omar con total convicción una vez que él y yo entramos en confianza como compañeros de oficina. Los dos empezamos a trabajar al mismo tiempo en el gobierno en lo que hace muchos años era el equivalente de la actual Secretaría de Economía. Nuestro jefe era Jaime, quien en aquel entonces era Subdirector de No Sé Qué Cosa. Sócrates, El Político, recomendó a Omar con Jaime y a mí un profesor de la universidad. Ese fue mi primer empleo. Tuve suerte de que mi horario fuera de medio tiempo. Eso me permitió terminar la licenciatura, ganar un dinero, empezar a soñar y a ver qué me pintaba el futuro en términos de pesos y centavos. En ese entonces en mi cabeza no había ideas de desarrollo profesional, ahorrar para el retiro o buscar el equilibrio entre la vida familiar y la vida laboral.

    Recuerdo que comencé mi vida laboral haciendo gráficas. Me daban los datos que les interesaban y yo sacaba las proporciones y dibujaba a lápiz la gráfica. Luego alguien más las hacía en tinta y el producto se fotocopiaba y se anexaba a un reporte. En ese entonces todavía no existían las microcomputadoras. Otra actividad que realizaba era buscar datos de temas de interés para hacer cuadros que reflejaran cómo estaba un sector de actividad económica. El problema que enfrentaba era que la información era escasa y, probablemente, de mala calidad. Creo que nadie sabía nada de nada, pero todo el mundo te decía que estaba enterado de todo, además de que todos mis conocidos tenían empleos importantes, altamente remunerados (aunque de vez en cuando me pedían dinero prestado) y pronto, si todo marchaba bien, llegarían a tener puestos directivos.

    En esa época en que fui burócrata la suerte me sonrió, al menos en el plano laboral. Con mi primer cheque me compré las obras completas de Alfonso Reyes, que todavía tengo en la casa sin abrir. Con otros cheques pude sufragar los gastos en que incurrí por tener a mi primera amante. Bueno, decir esto último sería pavonearme de algo que en estricto sentido no fuera cierto. La dama, que se llamaba Victoria, fue la que quiso o necesitaba tener sexo, y en ese momento sucedió que yo estaba cerca (a la mano) y a su disposición. Vamos, uno que no es fijado, la mujer estaba guapa y sus formas eran curveadas y atractivas. Además, a uno que le gusta hacerse la ilusión de que puede más de lo que en verdad puede y que todo es color de rosa, entonces esto hizo que para mí al principio el amorío con Victoria todo fuera coser y cantar en un día soleado. Yo estaba feliz. Hacíamos el amor a toda hora. Una vez nos escapamos un fin de semana a Cocoyoc. Por tres días hubo sexo antes de desayunar, a medio día, después de comer, antes de los tequilas, después de éstos, al salir de darse un regaderazo en la noche y si estábamos todavía aburridos, dado que ella y yo casi no platicábamos, entonces Victoria y yo nos volvíamos a animar a ejercitar el famoso juego del mete-saca de la Naranja Mecánica hasta quedar totalmente dormidos y contentos en los brazos del otro. Con esto intento decir que si bien es cierto que no amanecí en sus brazos, como dice la canción, sí me quedé dormido en éstos.

    La primera noche yo estaba lleno de alegría del giro que mi vida sexual había tomado. Sentí, como diría Woody Allen, que debí de haber practicado más estos temas solo. Victoria, creo, estaba encantada. Si alguien en ese momento me hubiera propuesto una operación para alargar mi miembro juro que inmediatamente hubiera ingresado al quirófano. Hoy sería más cauto, pues alguien por ahí me contó la historia del genio árabe que se le aparece al hombre macho y éste le pide tener un pene que llegue al suelo. El genio, según la historia, no lo piensa dos veces y, ¡zaz!, velozmente le corta las piernas al pobre individuo.

    —Amo, ahora tu sexo llega al suelo tal y como me lo ordenaste —le dice el genio mientras hace una inclinación de respeto. Por dentro, ese fiel servidor está feliz de haber cumplido de manera expedita y exacta el deseo de su amo. No, pensándolo bien, creo que mejor me quedo con el equipo original con el que llegué a este mundo y me evito algún traumático mal entendido. Además, el genio o el cirujano pueden tener información sobre los efectos colaterales que no comparten con el público por miedo a que los valientes se acobarden y los clientes huyan del tratamiento si piensan que con el paso de los años se les puede caer un pedacito de transplante o se genere una disfunción que nunca se podrá arreglar. Dios, eso suena peor que la venganza de Moctezuma y a que del mundo lleno de color de rosa rápidamente se pasa al de las tristezas y nubarrones.

    El segundo día en Cocoyoc fue como el primero. Por suerte en aquel entonces yo estaba en mis veintes y a partir de la enésima vez que Victoria y yo estábamos jugando en la cama me dije:

    —Oye, Javier, cuidado con esta mujer, no sea que te magulle el pajarito de por vida y el pobre te quede inválido y ni pío diga cuando estés más grande y le tengas que cumplir a otras muchachas. ¿Qué vas a hacer si te lo deja todo aplastado y defectuoso? Y después, ¿cómo lo vas a arreglar? Peor aún, ¿quién te lo va a arreglar? No creo que cualquier hojalatero lo repare y lo deje como nuevo, ¿verdad?

    Creo que, como ahora dicen las encuestas, yo estaba algo preocupado sobre esa situación; y también estoy seguro, como también dicen las encuestas, que yo no estaba muy preocupado por ese problema. Hasta donde tengo entendido la diferencia entre algo preocupado y muy preocupado puede ser abismal. Bueno, en caso de que estuviera consternado, ahora creo que era muy poco, apenas, porque Victoria y yo nos dedicábamos a jugar con esmero a lo que hacen las niñas muy traviesas y los niños muy inquietos cuando están solos y nadie los ve y, entre risas y revolcones, juegan constantemente a la casita.

    Confieso que la última noche que pasé en Cocoyoc, ya cuando estaba a punto de meterme a la cama, tuve un poco de miedo. Ya cuando mi cabeza estaba sobre la almohada, en lugar de rezar y de encomendarme al Señor sin pedir nada especial para mí, dije en silencio:

    —Dios mío, ya no puedo más. Dame fuerzas para cerrar con broche de oro esta presentación y cumplir con entereza las obligaciones mundanas que todavía tengo pendientes.

    Me

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