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Cuchillo con miel
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Libro electrónico270 páginas3 horas

Cuchillo con miel

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Información de este libro electrónico

Una historia original en la que los límites de la realidad se confunden con los de lo maravilloso. A partir de elementos del quehacer antropológico, la autora sobrepone la realidad que supone- mos cierta contra una maravillosa, en la que conocerá seres maravillosos que más tarde le ayudarán a resolver un crimen, eje a partir del cual gira la h
IdiomaEspañol
EditorialEditorial Ink
Fecha de lanzamiento14 feb 2019
Cuchillo con miel
Autor

Isabel Custodio

Estudiosa de la Historia y periodista de profesión. Su permanente enfoque de género le ha valido un constante sube y baja que ha debido sortear con persistencia. Textos de ensayo político y feminista le han merecido traducción y publicación a varios idiomas en los espacios especializados en este tipo de literatura. Ha obtenido premios nacionales por artículos de denuncia y también por cuentos cortos. Ha publicado varias novelas: La Eva disidente, Baile de dos gallinas sobre su cascarón, El amor me absolverá, La Tiznada. En todas ellas se dirige ''a sus hermanas de caza'', para que después de tantos siglos de servidumbre y de ejercer el poder más fascinante del mundo -el poder sobre el otro-, no tengan que volver a ejercerlo en la forma en que se acostumbra.

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    Cuchillo con miel - Isabel Custodio

    Brillan como islas de luz los momentos con mis amigas, regalos de aprecio.

    La sensación de estar felizmente en deuda con ellas;

    por todo eso que hemos vivido, y por lo que nos falta, gracias.

    Elena, entre ellas… Para Elena Cepeda de León.

    He dejado de hacer preguntas a las estrellas y libros; he empezado a escuchar las enseñanzas que me susurra mi sangre.

    Hesse

    Lo más vertiginoso de la vida es que nada se repite y todo es como un viaje hacia no se sabe qué luces, y hacía no se sabe qué tinieblas.

    Althusser

    ADVERTENCIA

    Este es un relato tal cual.

    Haré este relato por su propia extrañeza, y con un doble propósito. Me gustaría que llegara hasta las manos de mi padre, donde quiera que se encuentre… y espero que vivo. Por el mismo contenido, pienso que será de su interés, y así tendrá una idea de la persona en la que me he convertido. Perdió mi contacto cerca de los cuatro años, estoy próxima a los treinta.

    Algo se quedó impregnado hasta ahora; fue el olor de la cebolla, que en el momento de su desaparición inundaba el entorno del lugar de su partida; y éste lo llevo envuelto conmigo, como las mismas capas de las que se compone. La casualidad, nos ha reunido en nuestras profesiones: investigamos. Él desde el aire, explorador aeronáutico, y yo desde las profundidades de la Tierra, en Tafonomía¹ (una especialidad de la Antropología).

    El lugar donde sucederán los acontecimientos actuales se encuentra en Xochimilco, México.

    1 La Tafonomía (de tophos, enterramiento, y nomos, ley), es el estudio de la transición de los restos animales de la biósfera a la litósfera, la cual entra también dentro de la rama de la Paleontología. Viene a ser el proceso del conocimiento de la preservación y, cómo ésta afecta la información del registro fósil.

    Terminaba un día esplendoroso. En plena noche, me encontraba dentro de la última tumba en cuya excavación desempeñaba mi trabajo en la Tafonomía, especialidad como antropóloga. El silencio se profundizó repentinamente y lo envolvió todo. Un desliz… y ¡zas!, tremenda caída en la fosa XE-64. No podía salir sin la escalera de mano que se llevó el resto de mi equipo.

    En tanta oscuridad, sin poder ver (sólo sentía) las lastimaduras, que atormentaban mi cuerpo y me impedían moverme. Fue un día tibio a mediados de marzo. Poco a poco surgieron los ruidos nocturnos del campo. ¿Valdrá la pena gritar para pedir auxilio?

    Estaba en un cementerio prehispánico ubicado en pleno descampado en las faldas de unos cerros, bastante alejado del más próximo caserío en las afueras del pueblo de Xochimilco

    —¿Hay alguien ahí…? Necesito ayuda… ¡Auxilio…! Por aquí abajo —gritaba con fuerza.

    (Me oía a mí misma emitir un sonido agudo, como de rata acorralada.) El terreno era árido, sin vegetación, pero al estar dentro del sepulcro me protegía del viento, no así del frío y del hambre que ya atacaban. ¿Cuánto tiempo habría pasado ya? Me arrastré con cuidado a lo largo del piso terroso, como una mosca que sólo tuviera un ala; para alejarme de mis propios orines, que me provocaban ardor en las contusiones y heridas, sobre todo en las piernas.

    La corazonada de que alguien transitara por esos parajes, era tan imprecisa como los vapores olorosos que inundaban por momentos el ambiente de mi reducto. El asco, el dolor, el susto, todos juntos se hacían un nudo y no me permitían moverme, ya que desconocía las verdaderas dimensiones y profundidad de la fosa. Tampoco ayudaban mucho los antiguos dueños del túmulo —los huesos de entierros precolombinos pero también los modernos que llevaban adheridos todavía pedazos de carne humana, todos mezclados.

    —¿Alguien anda por aquí? —grité de nueva cuenta ante cualquier ruidito sospechoso.

    Silencio, por supuesto… sepulcral. Sólo permanecía el horror de ser visitada por una culebrita cualquiera, esto me ponía bastante nerviosa, después de sentir ciertas gotas por encima de mi cabeza; rememorando a los mayas cuando creían que las serpientes provocaban las lluvias. Guardaba la esperanza de que las tormentas en Yucatán continuaran obedeciendo las leyes meteorológicas y no la herpetología; sobre todo que esta vez no estaba investigando en esa zona, sino en ésta otra, náhuatl. Una noche larga… nadie se aproximaría por estas lejanías en plena oscuridad, no valía intentar pedir auxilio.

    ¡Se trataba de dormir, y ya!

    Más me valía cerrar los ojos y olvidarme de dónde estaba.

    Pero… pero… intuía, como acudirían numerosos coleópteros al llamado de los huesos frescos con carne pegada; reconocidos por la medicina forense como el ejército limpiador, para hacer su trabajo no tardaban… no tardaban…

    Las escasas gotas celestiales no lograban llevarse el tufo a cadáver, ¡claro, si estaba encima de ellos! Me intrigaban con mucho desconcierto y horror esos cadáveres recientes mezclados con el entierro antiguo. ¿Sería el ocultamiento de un crimen? ¿Quizás un rito ocultista? ¿Por qué sólo de mujeres jóvenes? Qué atrevimiento, profanar este lugar sagrado. Me planteaba sin cesar ésas y otras preguntas sin respuesta. En los años como profesional de la Antropología, con tanto trabajo de campo realizado, me llenaré de vergüenza frente a mis compañeros cuando mañana me encuentren aquí maltrecha y magullada por un error. Se trataba de convertir la no existencia de voces en habla interna, y así fortificar mi filosofar a la intemperie en medio de la nada… acordarme como la muerte nunca se olvida de nadie. Me invadía un silencio pesado, parecido al respeto que guardaba ante el conjunto de huesos excavados. Alguna vez fueron personas tan llenas de dudas como yo misma, o quizá de alegrías.Me preguntaba: ¿qué era lo que había estado usando en lugar de mi cerebro hasta ahora?

    La razón, la potencia intelectual en cuanto discurre y reacciona; no hay que detener nunca la marcha de la razón, sino dejarse seducir por sus grandes ideas reguladoras. En cambio, la inteligencia se empeñaba en encontrar una certeza, no quería equivocarse ni en lo que pensaba, ni en lo que elegía. (Aunque en realidad nada me había parecido más atractivo hasta hoy que: una bañera con agua caliente). ¡De repente sentí frío en el labio superior! El miedo trastocaba el tiempo y no me encontraba… sólo pedía socorrer mi inevitable vulnerabilidad. Puro silencio… y otra vez más silencio… me veía a mí misma por debajo de mí… No lo decía yo en esta noche desolada… lo dijo antes Zaratustra.

    Me hubiera gustado parecerme a ese gran farsante, el barón de Münchhausen, cuando contaba que habiendo caído en un peligroso pantano (léase cavidad, en mi caso) donde se hundía sin remedio, consiguió salvarse y también a su cabalgadura, tirándose hacía arriba de los pelos. Me permití alguna cabezada, percibí algunos cambios, aunque… por el momento ni siquiera los coleópteros se habían dignado pasar a cenar. Sentí un picor en la punta del pie que me hizo acordarme de mi cuenta en el banco, que estaba otra vez en pañales, y que no quería darme por enterada de unos inquietantes retortijones que pretendían aguijonearme. De súbito se abrió el cielo y aparecieron unas brillantes estrellas, antes tan escondidas… en seguida se hizo en el ambiente una gran claridad. ¡Que extraño suceso! Encima de mi cabeza se posó una estrella azul … ¿vendría ella a salvarme? ¡Pero no!

    Al despejarse las nubes, se llevaron la llovizna y aparecieron las luminarias con una gran estrella justo arriba de la tumba XE-64. Me alumbró en tal forma que el contenido esparcido dentro de la fosa se me revelaba nítido, descubrí sus límites y profundidades, que me permitieron más libertad. Enseguida se esparció un vago aroma a eucaliptos que atenuó el de mis orines resecos; al mismo tiempo surgió un murmullo de voces sutiles, con algo parecido a… ¿sonidos melodiosos? ¡Sin la menor duda!

    Los vapores emanados por el nicho mortuorio me afectaban y exacerbaban mis sentidos. Conocidos eran los casos de los arqueólogos desvanecidos al abrir los sarcófagos egipcios de los faraones. ¡La muerte regida por Mictlantecuhtli me llevaba hacía sus terrenos! Ese viaje nocturno al Mictlán llegaba al comienzo del amanecer. Esperaba paciente (no tenía prisa), quizá detrás de esa luminaria apareciera la Coyolxauhqui, hija de la gran Coatlicue (la de la falda de serpientes), que, en esa ocasión, era la Luna Azul, es decir, la segunda Luna llena que se daba en el mismo mes. Sucede en ciertas fechas cuya energía es especialmente poderosa. Sabía que no había medidores de esperanza… pero aquí me gustaría encontrarme con uno.

    Mechones de niebla perseguían a esas estrellas en el cielo, enseguida se volvieron muy transparentes. Ensayé a cerrar los ojos (una vez más), para concentrarme sólo en mi respiración, sentir como salía y entraba para alimentar al inconsciente que no se preocupaba por futilidades o fantasías. ¡Mentira! La intensidad de la luz no me lo permitía, además las voces ya muy reales y cercanas, seguidas por sonidos extraños mezclados a vapores olorosos a manzanilla y menta… eran palpables. Me invadió una sensación de querer despegar, flotar, salir por los aires… como no conocía ningún rezo… mejor recité de un tirón las coordenadas del lugar donde me encontraba, a modo de aferrarme bien en la Tierra:

    —Xochimilco… distante 13 kilómetros del Zócalo, reserva ecológica lacustre, donde se siembran flores en chinampas… nombre que se le da a una capa de tierra, ramas y vegetación acuática… que se construye artificialmente… so… bre… las… lagunas… Xochimilco… distante… 13… kilómetros… del… Zócalo… (seguía repitiendo).

    La mente era cómo un espejo, y en el espejo se reflejaba el mundo; o sea, yo allí me convertía en la testigo de lo que vendrá… vendrá… ya lo sentía venir… Llegaba…

    ¿Risas de varias voces femeninas mezcladas, acompañadas de cantos?

    —¡Auxilio, aquí… en… la fosa… ¡ayuda…!, ¿me oyen? —grité muy fuerte.

    Mi voz sonaba como alguien arrancando tablas de un gallinero. Era inútil, no podían oírme por el mismo escándalo. Sólo quedaba esperar a que se apaciguara el revuelo. Continuaba atenta en ese forzado silencio.

    Ante mi vista empezó a desarrollarse una escenificación que contemplaba incrédula, al mismo tiempo admirada, puesto que se ejecutaba con nítida claridad. ¡Ahí estaba, tambaleándose al filo de la eternidad, una situación tan asombrosa como la más increíble certeza! Casi reclinada como estaba, diríase en el cómodo palco de un prestigioso teatro (algo apestoso) contemplé la función de un acto mágico, como si alguien hubiese levantado la tapa de la vida para mostrarme su mecanismo… Aunque el viento y la llovizna se calmaron, yo estaba tan fría y húmeda como el vientre de un sapo. Entonces… tomaron la palabra cuatro voces de mujer perfectamente distinguibles. En el principio fue un ronroneo suave, como de cuatro tigres después de cenar. Poco a poco empecé a diferenciar cada timbre con sus matices, pero no lograba entender el idioma que cada una hablaba. Se aproximaron despacio hacía mi reducto cuatro siluetas de cuerpos desnudos todavía envueltos en una especie de niebla que me impedía distinguirlos. Era la entrada en presentación de una por una, tal como si lo leyeran de un texto (entonces en castellano). En el punto y aparte, la siguiente lo retomaba para continuar:

    —¡De cada fin viene un nuevo comienzo! —la primera pude verla a plenitud.

    Todavía no entendía cómo enterrada en ese agujero contemplaba esos sucesos. Eran cuatro mujeres desnudas, de edades inciertas, muy flexibles que ejecutaban movimientos acompasados y rítmicos. Formaron un círculo que terminó en una danza. Cabelleras muy largas en tonos ocres, con visos dorados, enmarcaban una sola cara, porque esta misma se repetía en las cuatro, con imperceptibles variantes. Una frente estrecha, más alta de lo que se consideraba elegante, la nariz pequeña e inquisitiva, el labio superior un poquito demasiado largo y la boca más que ancha. Todos los ojos eran azules con reflejos de oro, llenos de fuerza, caras simpáticas, una de esas caras que caen bien, dibujadas como un violín de Cremona. ¡Cantaban los grillos! Sabía que existían cosas invisibles a la vista, cosas de ese tipo, que cada uno llama con nombres diferentes… La Luna Azul encima de mi cabeza, donde las estrellas brillaban tanto como falsas estrellas de un cromo en un cielo de terciopelo. Ellas flotaban en estado de gracia, de ingravidez, así se dio el acto brutal, único, alucinatorio de la más pura belleza femenina conjunta, y así siguió la segunda:

    —¡Hoy se sintonizan los cuatro elementos de la naturaleza, agua, fuego, aire y tierra, con la quintaesencia celeste. Así, se baña la Tierra de vibraciones y efluvios que la obligan a comportarse de cierta manera, donde pueden ocurrir situaciones inusuales!

    ¿Pero quién demonios eran estas rarezas y qué hacían aquí, en medio de la nada? Como si me respondiera dijo la tercera:

    —Viajamos desde otros mundos en sueños rituales, exploramos otras dimensiones y regresamos con conocimientos. Volamos por el tiempo y el espacio para buscar vivir en armonía con los integrantes de la familia planetaria. Hoy nuestra vida terrestre de este tiempo es un continuo estado de gozo, alegría y felicidad, estableciendo una conexión con el resto de la Creación.

    ¿Podrían verme tal y como yo lo hacía a pesar de estar en el hoyo, me estarán diciendo acaso esto sólo a mí? Se extendió un largo silencio y pudo oírse el susurro de la primavera en el aire, semejante a una bolsa de papel arrastrada por la brisa sobre el pavimento de cemento… y así comenzó la última:

    —Aquí, lo decimos al aire para que las ondas lleguen a los oídos finos de quien pueda captarlo. Esta aparición se repite cada ciertos periodos de tiempo: Como es Arriba es Abajo; no somos fríos elfos, ni duendes o gnomos. Tampoco, somos seres humanos, respondemos a un modelo utópico de humanidad por el que todos pugnan, pero no practican. Hada, sólo quiere decir Destino.

    —Desde el principio de los tiempos, le abrimos puertas de otra existencia a los seres humanos.

    ¿Hadas… Hadas… Hadas? No me pellizqué para darme cuenta que no estaba soñando, bastante maltrecha y adolorida estaba para saberme despierta…pero… ¿¿HADAS?? Entre risas, bailaban y cantaban. Unión grupal en gozo, donde las carcajadas sonaban como cuatro gallinas con hipo, donde se demostró la atenuación de las reglas de la física frente a las fuerzas de la naturaleza. Los cuerpos sin peso, dueñas de intensidades que contenían la Sangre, ya presta para estallar en su continuo descenso dentro del cuerpo, que pugnaba por salir. Eso lo sabía, porque al mismo tiempo y de igual forma, dentro de mi propio cuerpo, sentía como empezaba a fluir mi Sangre por la vagina en grandes cantidades. Una vez fuera seguía el curso trazado con anterioridad por mis orines, y se encharcaba el piso terroso con ambos. Esa Sangre en su salida, llevaba momentos sublimes, instantes terribles, crispamientos delicados, que se marcaban en todos nuestros cuerpos. La Creación concentrada en un torrente de Sangre Sabia, ésa, la que da vida; en instantes que ya duraban eternidades, se concentraba en pozas que una vez llenas, explotaban, fluyendo con premura sostenida y penetrando en la tierra para dejar su marca. Había recorrido todas las edades, todas las distancias para convertirse en vida. Ellas y

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