Decía Jorge Luis Borges, uno de los autores más importantes del siglo XX, que “la vida es una muerte que viene”. Y es que, que un día moriremos es de las pocas certezas absolutas que existen. Ya desde la prehistoria, nuestros antepasados comenzaron a afrontar este tránsito de un modo especial, realizando enterramientos y confiriendo a este hecho inevitable un sentido trascendental. Los egipcios, por ejemplo, tenían El Libro de los Muertos, un manual que preparaba para superar las diferentes pruebas que se encontrarían en el Más Allá. Las diferentes culturas y tradiciones han afrontado la muerte de un modo distinto. Muchas religiones, como es el caso de la cristiana, han sabido aprovechar la muerte, y la supuesta supervivencia del alma después de esta, como método de control. De hecho, a finales del siglo XV, surgieron en Europa una serie de obras que indicaban qué debía hacer el fiel en el momento de la muerte: los Ars moriendi (ver recuadro).
“Muchas religiones, como es el caso de la cristiana, han sabido aprovechar la MUERTE, y la supuesta supervivencia del alma después de esta, como método de control.
Al margen de que se crea o no en un Más Allá, en la supervivencia del alma–por llamarla de algún modo–después de la muerte o, por el contrario, se considere el