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Historias del corazón: Caminos hacia el infarto
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Historias del corazón: Caminos hacia el infarto
Libro electrónico168 páginas2 horas

Historias del corazón: Caminos hacia el infarto

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Las enfermedades conllevan un secreto. Su secreto. Esta sensación impulsó al autor de Historias del corazón a indagar más allá de lo manifiesto, en busca de un acceso espiritual a las dolencias del cuerpo. Ya lo dijo Baruch de Spinoza: cuerpo y alma son una y la misma cosa; ¿por qué no habría de buscarse –por lo tanto– la curación en el ámbito del significado de la enfermedad?

Convencido de que se puede hablar tanto con el paciente como con su enfermedad, Ricardo Grus se interesa en este libro por el significado de los trastornos orgánicos, guiado por una certeza indubitable: nada hay, nada sucede, que carezca de significado.

El estudio del padecimiento –las enfermedades somáticas– lo lleva a buscar en distintos ámbitos lo necesario para alcanzar su comprensión. Apoyándose en ideas del psicoanálisis, de la filosofía, abrevando en la literatura, en autores de diferentes corrientes de pensamientos, Grus traza así su propio sendero en el ámbito de las enfermedades cardiovasculares, volviendo evidente que si bien el infarto es un acontecimiento agudo, la historia de vida que conduce a la crisis explica cómo se llegó a ella.

Bitácora de ese trayecto, Historias del corazón relata las vivencias de aquellos a quienes Grus contribuyó a sanar, gracias a su fe en la importancia basal de comprender el significado de las manifestaciones somáticas del corazón.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 mar 2021
ISBN9789875993907
Historias del corazón: Caminos hacia el infarto

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    Historias del corazón - Ricardo Grus

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    Ricardo Grus

    Historias del corazón

    Caminos hacia el infarto

    ©Libros del Zorzal, 2009

    Buenos Aires, Argentina

    Printed in Argentina

    Hecho el depósito que previene la Ley 11.723

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    Asimismo, puede consultar nuestra página web:

    Índice

    Prólogo | 5

    Introducción

    Los afectos que no se sienten devienen afecciones | 9

    Capítulo 1

    La recompensa que nunca llega | 13

    Capítulo 2

    La vida ideal inalcanzable | 21

    Capítulo 3

    Quien creyó que podía vivir con su ideología | 32

    Capítulo 4

    Toda su vida buscó amar y ser amado | 41

    Capítulo 5

    El incesto, la homosexualidad y el amor equivocado | 51

    Capítulo 6

    Es esclavo quien creyó ser dueño del poder | 138

    Prólogo

    Las enfermedades cardiovasculares son muy comunes. Todos tenemos familiares o amigos que las han padecido. Le dio un infarto, nos cuentan. Es parte de nuestro carácter tratar de explicarnos el motivo, que solemos atribuir a la disposición vengativa de los dioses frente a nuestra desobediencia y, hoy, más a los modernos pecados laicos de fumar, no hacer ejercicio, no cuidar la presión o el colesterol. Hemos aprendido también –desde una mirada más abarcativa– que la enfermedad no puede ser vista como un fenómeno separado de nuestra cultura y de nuestra historia de vida. Pero, ¿nos serviría conocer esta última para entender por qué acontece un infarto? ¿Tiene el infarto un significado?

    El Dr. Ricardo Grus ha trabajado durante décadas junto a Luis Chiozza, y ha colaborado con su escuela en las investigaciones acerca de la problemática del infarto, grupo que ha hecho aportes notables a la comprensión del significado oculto en las enfermedades, permitiendo un entendimiento que habilita con mayor autoridad el abordaje técnico de la psicoterapia.

    Adjudicar un significado a un problema de salud no es inocuo. Puede ser mal entendido o llevar incluso a daños inesperados. Susan Sontag ha militado activamente contra la liviandad en el uso de interpretaciones culturales o estigmatizantes de las metáforas vinculadas a problemas como la tuberculosis, el cáncer o el sida. En estas metáforas, quien los padece se lo merece porque ha pecado o por ser como es. Si bien sus planteos resultan útiles a la hora de cuestionar el contenido discriminatorio de esta mirada, la autora no repara en los riesgos de su postura. En primer lugar, observando en forma prospectiva, la enfermedad siempre cambia la vida de quien se ve afectado por ella; su realidad se rearma de acuerdo a ella y adquiere un nuevo significado. Y lo que es más relevante: nuestra vida no distingue entre mente y cuerpo con la nitidez de la fantasía que plantea la coexistencia entre un elevado espíritu contenido en un torpe cuerpo. Las investigaciones actuales muestran que nuestras emociones son absolutamente corporales; nos enojamos y alegramos con todo nuestro cuerpo, y nuestro lenguaje y relación con el mundo se construye sobre la base de nuestra experiencia corporal. Habitamos nuestras propias metáforas, como expresa Lakoff, que a su vez han sido construidas sobre la base de nuestro cuerpo-mente en el mundo. No hay quien dude de que la presión arterial sube con los enojos y las indignaciones, y en ese sentido un pico de presión adquiere un claro significado emocional y conceptual. Su comprensión nos permite avanzar en la posibilidad de aliviar nuestros sufrimientos y no enfermarnos.

    En estos relatos de Ricardo Grus aprendemos a profundizar en las historias que se relacionan con los ataques cardíacos, necesariamente ricas y complejas. Si las enfermedades tienen un significado –y en el caso de los ataques cardíacos y los picos de presión esto es transparente–, averiguarlo nos serviría para atenuar su sufrimiento. Lejos del estigma, la comprensión nos acerca a la posibilidad de ayudar y curar.

    La ciencia moderna explica mucho de las enfermedades, pero no puede ni nunca podrá explicarlo todo. Existen múltiples dimensiones que escapan al análisis bioquímico o tecnológico. Esa brecha ha intentado ser llenada por la denominada narrativa de la enfermedad: el relato de las historias de vida.

    Las historias nos apasionan. No sólo las de las buenas obras literarias, sino también todo lo que nos abre al relato de la vida de los otros. Decenas de miles de personas siguen por Internet detalles nimios de la existencia de quienes dejan encendidas las cámaras 24 horas por día en su dormitorio o relatan en sus blogs hasta los detalles más triviales de su cotidianidad. Resulta curioso que el texto bíblico nos siga atrayendo con las historias de Adán y Eva, Caín y Abel, Noé, la mujer de Lot y las travesuras de sus hijas. Las interpretaciones han sido infinitas, pero pasan, mientras que los relatos permanecen con su fuerza original.

    ¿Por qué leemos los relatos de Ricardo Grus con apasionamiento? Al ser historias de vida verdaderas –no reales sino reconstruidas desde la verdad de la comprensión empática y con aportes de la propia vida–, superan el intento interpretativo y científico, en beneficio de una percepción diferente, una dimensión que se acerca a la descripción de Merlau-Ponty. Lo que su lectura genera no puede reducirse a una sola dimensión, como no puede traducirse en palabras una obra pictórica o una melodía. Se trata más bien de una comunicación verdadera con los otros, con los que somos parte de algo único.

    Aunque el ataque cardíaco aparece de pronto, los cardiólogos sabemos que su historia se escribe desde los primeros años de vida, con modificaciones biológicas de las arterias del corazón. Los relatos de Grus, en este sentido, rastrean el porqué una anécdota adquiere la fuerza suficiente para estallar sobre una historia que la preanuncia o la espera.

    La posibilidad que ha tenido el autor de este libro es privilegiada. En él, confluyen el conocimiento técnico de su disciplina y los aportes psicoanalíticos de avanzada en esta problemática, el don de una escritura seductora y cálida, y una vida dedicada al psicoanálisis desde un gran compromiso afectivo con los pacientes. Es desde ese compromiso que la interpretación de las historias se alejan de la estigmatización o la puntualización de los pecados imaginados, para arribar a la compasión y el afecto. No se trata aquí de alguien que mira desde lo alto al que sufre, sino de aquel que comparte la fragilidad del destino humano inscripto en un relato común.

    Dr. Carlos Tajer

    Buenos Aires, abril de 2009

    Introducción

    Los afectos que no se sienten

    devienen afecciones

    Desde que comencé mi formación médica me llamó la atención y me despertó curiosidad la sensación de que las cosas –como las enfermedades– llevan consigo un secreto. Los conocimientos psicoanalíticos que aprendí de Freud me enseñaron que detrás de lo manifiesto se oculta lo inconsciente, de manera que pensé que lo mismo debía suceder con los síntomas orgánicos. El primer posgrado que cursé en el Centro de Investigación en Psicoanálisis y Medicina Psicosomática comenzó a llenar el vacío de representaciones que me angustiaba cada vez que me encontraba a solas con un paciente en mi consultorio. La formación obtenida luego en la Asociación Psicoanalítica Argentina colaboró con mi desarrollo. A ella se agregaron cursos, grupos de estudio y supervisiones, realizados con personas a las que considero mis maestros: F. Cesio, S. Aizenberg, J. Granel, V. Laborde, L. Chiozza, a quienes se sumaron con sus escritos y conferencias A. Garma, Arnaldo Rascovsky, Melanie Klein, Gregory Bateson y otros, colegas y pacientes, a los que mucho debo. Ellos forjaron el suelo que permitió mi evolución como psicoanalista. No puedo dejar de mencionar al gran filósofo Baruch de Spinoza, quien con su afirmación de que cuerpo y alma son una y la misma cosa, nos lleva a pensar que la vía de acceso a la enfermedad no es solamente física o material, sino también espiritual, a través de la comprensión del significado implicado por ella. Es posible, entonces, hablar con el paciente y también con su enfermedad.

    Así fue como me interesé cada vez más por el significado de los trastornos orgánicos. A lo largo de todos esos años los trabajos escritos, en conjunto con los seminarios que dicté, me llevaron a algunas conclusiones: nada hay, nada sucede, que carezca de significado. El estudio del padecimiento –que para los pacientes son sus enfermedades somáticas– implica necesariamente buscar adónde se pueda lo necesario para pensar su comprensión. Para mí, la lección que Freud nos dejó es hasta ahora un modelo insustituible. Nunca tuve que volver a él porque sigue siendo mi lectura de cabecera.

    A esto se agrega que Luis Chiozza, con quien compartí cuarenta años de trabajo, investigaciones, congresos y viajes, fue un maestro y un estímulo incesante. Su pensamiento sobre el significado de los trastornos orgánicos abrió un camino sumamente enriquecedor. Aunque ya hace un tiempo que no trabajamos juntos, mi agradecimiento y mi reconocimiento hacia él perduran.

    Entre los trabajos de investigación realizados en cooperación se encuentra el significado de los trastornos cardíacos.¹ A partir de esa labor formé un grupo con el que hicimos el caso Guillermo, que estudiamos minuciosamente. Luego de la supervisión del estudio patobiográfico, el grupo pasó a ser coordinado por L. Chiozza.

    Mi interés por los pacientes que sufrían de enfermedades cardiovasculares, tanto como una imposibilidad de renunciar a mi vocación médica, llevaron a que me consultaran por pacientes –ya fuera en mi consultorio o internados en la unidad coronaria con infartos– que prometían una evolución difícil. Carlos Tajer, cardiólogo de ley, siempre me pidió que hiciera esas consultas. Un gran estímulo fue (y todavía lo es) la posibilidad de observar la ayuda que estas consultas ofrecían para el progreso del paciente.

    Poco a poco comprendí que si bien el infarto es un acontecimiento agudo, la historia de vida que conduce a la crisis explica cómo se llegó a ese punto. A esa historia se agrega lo que sucede en la situación actual, vale decir, los significados inherentes al infarto; historia y presente se hallan en los relatos escritos. Aclaremos ahora que en la mayoría de los casos mi contacto con los pacientes se redujo a entrevistas que me permitieron reconstruir sus historias y escribir el cuento-narración-novela de la vida de cada uno de ellos.

    El género cuento me permitió transmitir el espíritu con el que fueron escritos, destinados a aquellas personas que se interesan en las historias que explican los caminos que recorremos. Quizás porque pueden ayudar a pensar en la importancia que poseen los acontecimientos que forman parte de nuestras vidas, más allá de los factores de riesgo implicados. La frecuencia de las enfermedades cardiovasculares, la principal causa de muerte en Argentina, nos lleva a pensarlo así. Creo, con todo, que estas historias son médicas (en el sentido de que provienen del deseo de aliviar un padecer). En tanto se tratan de pacientes, la medicina incluye la búsqueda del significado de la enfermedad como un acto médico. Sin duda, todos los hechos de nuestras vidas se encuentran plenos de significado y aun cuando lo desconozcamos, el precio a pagar por esta ignorancia pesa sobre nosotros. Termino, entonces, retomando el título de esta introducción: Los afectos que no se sienten devienen afecciones.²

    Capítulo 1

    La recompensa que nunca llega

    Marta y Julio habían huído de Rosario corridos por las carencias de todo tipo que los amenazaba con una pobreza sin esperanzas. Buenos Aires les brindaba al mismo tiempo un anonimato y una posibilidad –imaginaria– de salir adelante que no encontraban en su ciudad.

    El mayor crimen que habían cometido había sido no afiliarse al partido gobernante porque los dos eran socialistas de fe profunda e irrenunciable. En su trabajo en la municipalidad eran reconocidos como eficientes. Allí se habían conocido. Enamorarse, casarse y embarazarse fue como un solo acto realizado en poco tiempo. Los puestos que ambos ejercían desaparecieron en la lucha política de las elecciones y no había con quién quejarse, los sindicatos eran del partido. Al sentirse amenazados y sin posibilidades de trabajar, juntaron sus pocas pertenencias, lo cargaron a Julián y partieron hacia Buenos Aires, a la casa de una tía de Marta.

    Julián tenía en ese entonces tres añitos. Nadie se dio cuenta de la angustia que padecía viéndolos angustiados a sus padres. En aquellos tiempos, para los adultos, los nenes como no hablaban no entendían nada, no sentían ansiedades, no sufrían con las mudanzas, los cambios de casa o las carencias afectivas. También ahora sucede que los nenes pasan por muñecos portables en muchos hogares.

    Las capacidades de Marta y Julio les permitieron encontrar trabajo sin que les pidieran el carnet de afiliados al partido, aunque ya, a esa altura, si era necesario, iban a mentir su devoción al General. Una cosa lleva a la otra y así la situación económica mejoró al punto de que pudieron empezar a ahorrar para comprar una casita a la que se mudaron con la tía Margarita que tan bien los había recibido cuando llegaron a Buenos Aires.

    Con el paso del tiempo Julián, que siempre sonreía, creció mostrando una simpatía que todos reconocían, una alegría que ocultaba su sentirse obligado a contentar en primer lugar a sus padres, y más aún, a todas las personas que se acercaban a él. Así cursó la escuela primaria y fue sin discusión, unánimemente, el mejor compañero y un muy buen alumno. El colegio secundario fue un trámite con un destino marcado. Julián quería ser abogado para defender a los maltratados por las injusticias de los poderosos. Cualquier idea que lleve a pensar que esto tenía algo que ver con sus padres es pura causalidad. Los

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