El pequeño cerebro de una mosca del vinagre (Drosophila melanogaster) tiene alrededor de 100 000 neuronas (la mitad pertenecen al sistema visual), es decir, solo una millonésima parte de las presentes en el cerebro humano. Sin embargo, su diminuto cerebro, del tamaño de la cabeza de un alfiler, es suficiente para llevar a cabo asombrosas maniobras aerodinámicas, e incluso para poder seguir rituales de cortejo, aprender y hasta mostrar miedo y agresión.
De este modo, a pesar de las claras evidencias en cuanto a complejidad, existen muchos paralelismos entre el cerebro de una mosca y el cerebro de un humano. Y al mismo tiempo, también se dan esos paralelismos con el resto de su biología, incluyendo su genoma.
En este sentido, se ha observado que el 75 % de los genes vinculados a enfermedades humanas tienen una contraparte en el código genético de la mosca de la fruta, y hasta el 50% de sus proteínas también tienen equivalentes en los seres humanos. Estas similitudes han propiciado que un organismo tan aparentemente sencillo como el de la mosca haya sido utilizado en numerosos estudios relacionados con enfermedades como párkinson, alzhéimer, diabetes, cáncer y adicciones, entre otros campos de investigación.
En conclusión, entender mejor el cerebro de una mosca puede permitirnos entender mejor el cerebro humano, así como el resto de su biología. Y ahí radica la importancia de un arduo trabajo de doce años de duración realizado por un grupo de investigadores del Laboratorio de Biología Molecular MRC en Cambridge, en Inglaterra, y otro de la del primer conectoma completo (diagrama de las conexiones neuronales) del cerebro de una larva de mosca del vinagre.