El llamado «viaje astral» define a un tipo de experiencia tan habitual a lo largo de la historia, comunicado y descrito con profusión en los contextos más dispares, que ha terminado por pasar a formar parte de la cultura popular. Con mayor o menor precisión, la inmensa mayoría de la gente se hace una idea de su mecánica, aún cuando su aproximación sea superficial y con frecuencia no se detengan a contemplar su poderosa trascendencia. En estado de reposo, generalmente durante el sueño, y mientras nuestro cuerpo permanece inmóvil y tendido, se desprende del mismo un doble de naturaleza vaporosa, traslúcido, que sirve de vehículo a nuestra conciencia.
A través de ese cuerpo, y vencidos los temores iniciales generados tanto por la novedad de la vivencia como por el impactante momento de vernos a nosotros mismos inertes, podemos movernos a voluntad por el medio en el que estamos. Literalmente podemos volar o viajar en ese estado, para retornar después a nuestro cuerpo físico recordando buena parte de lo experimentado durante el desdoblamiento.
De manera muy sucinta, en esto consiste un viaje astral y, a partir de ahí, se despliega un amplio espectro de matices, de manera que pueden ser proyecciones espontáneas o realizadas a voluntad, ya sea de manera innata o entrenada con técnicas que parecen facilitarlo. En unos casos se percibe visualmente y con cierta consistencia –incluso por terceros– el cuerpo astral como un doble, y en otras como una nube o bola de luz, siendo habitual también que no haya percepción visual de cuerpo, aunque sí la disonante sensación de que estamos en uno.
ENIGMA CIENTÍFICO
En este estado la conciencia parece expandida y lo que entendemos bajo la forma de un pequeño objeto como prueba del mismo.