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Despidiéndose de la Tierra
Despidiéndose de la Tierra
Despidiéndose de la Tierra
Libro electrónico742 páginas10 horas

Despidiéndose de la Tierra

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Información de este libro electrónico

Desentendimientos amorosos, competencias profesionales, actitudes vengativas, ambiciones materiales, luchas de poder, juegos sexuales, conflictos afectivos, son el escenario en el que nuestros comportamientos son evaluados según leyes espirituales para definir nuestros destinos.

Cuando llega el momento de tales exámenes morales, las situaciones de la vida y nuestras acciones y reacciones a ellas se convierten en alas o grilletes para nuestro futuro.

Decidirás, con tu comportamiento, si esta encarnación actual es la garantía de tu permanencia en este mundo o si, debido a las repetidas locuras de ésta y otras vidas, no estarás, lamentablemente, siendo exiliado a un mundo inferior, Despidiéndose de la Tierra.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 ene 2023
ISBN9798215108161
Despidiéndose de la Tierra

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    Despidiéndose de la Tierra - André Luiz Ruiz

    Romance Espírita

    DESPIDIÉNDOSE

    DE LA TIERRA

    Romance del Espíritu

    LUCIUS

    Por el médium

    ANDRÉ LUIZ RUIZ

    Traducción al Español:      

    J.Thomas Saldias, MSc.      

    Trujillo, Perú, Febrero 2020

    Título Original en portugués:

    "Despedindo–se Da Terra"

    Copyright André Luiz Ruiz © 2007

    Instituto de Difusão Espírita – IDE

    Revisión:

    Angel Alca Quispe

    Víctor Hugo Torres García

    Villahermosa, Tabasco, México

    World Spiritist Institute      

    Houston, Texas, USA      
    E–mail: contact@worldspiritistinstitute.org

    Del Médium

    André Luiz de Andrade Ruiz

    Se inició en el conocimiento espírita a través de los ejemplos recibidos de sus padres, Miguel D. D. Ruiz y Odete de Andrade Ruiz, igualmente admiradores de la doctrina codificada por Kardec.

    Nacido en la ciudad de Bauru, Estado de São Paulo, Brasil el 11 de Agosto de 1962, desde la infancia estableció residencia en Birigui, en el mismo Estado, de donde se transfirió para Campinas en el año de 1977.

    En 1979 pasó a frecuentar la Sociedad Beneficente Bezerra de Menezes, donde se encuentra hasta la actualidad, desarrollando, al lado de muchos companheros dedicados al ideal cristiano, la labor fraterna de atención a los hermanos en la caminata evolutiva.

    Del Traductor

    Jesus Thomas Saldias, MSc., nació en Trujillo, Perú.

    Desde los años 80's conoció la doctrina espírita gracias a su estadía en Brasil donde tuvo oportunidad de interactuar a través de médiums con el Dr. Napoleón Rodriguez Laureano, quien se convirtió en su mentor y guía espiritual.

    Posteriormente se mudó al Estado de Texas, en los Estados Unidos y se graduó en la carrera de Zootecnia en la Universidad de Texas A&M. Obtuvo también su Maestría en Ciencias de Fauna Silvestre siguiendo sus estudios de Doctorado en la misma universidad.

    Terminada su carrera académica, estableció la empresa Global Specialized Consultants LLC a través de la cual promovió el Uso Sostenible de Recursos Naturales a través de Latino América y luego fue partícipe de la formación del World Spiritist Institute, registrado en el Estado de Texas como una ONG sin fines de lucro con la finalidad de promover la divulgación de la doctrina espírita.

    Actualmente se encuentra trabajando desde Peru en la traducción de libros de varios médiums y espíritus del portugués al español, así como conduciendo el programa La Hora de los Espíritus.

    ÍNDICE

    1.– JUEGO DE INTERESES

    2.– LOS ESCENARIOS, LOS PLANES  Y LOS DESEOS

    3.–  LOS OBJETIVOS DEL  MUNDO ESPIRITUAL INFERIOR

    4.–  LA ACCIÓN DE LOS  ESPÍRITUS NEGATIVOS

    5.–  EL PERFIL DE  LOS INVOLUCRADOS

    6.–  COMENZANDO BIEN…

    7.–  ACERCÁNDOSE A LETICIA

    8.–  LAS ESTRATEGIAS

    9.–  EL ENCUENTRO DE LA ASTUCIA  CON LA INOCENCIA

    10.–  LAS VIVENCIAS DE GLÁUCIA Y GLAUCO

    11.–  LETICIA Y LA SOLEDAD

    12.–  CENTRO DE MENSAJES

    13.–  SILVIA Y LOS PLANES DE MARISA

    14.–  SILVIA, MARCELO Y LOS ESPÍRITUS

    15.–  LOS DETALLES DE LA ORGANIZACIÓN

    16.–  PREPARACIÓN PARA  EL EVANGELIO EN EL HOGAR

    17.–  EL MOMENTO DE LA  ORACIÓN COLECTIVA

    18.–  LUIZ, SU SEXUALIDAD  Y SU OBSESOR

    19.–  RETOMANDO EL CONTROL  SOBRE EL ENCARNADO

    20.–  CAMILA, SILVIA Y MARCELO

    21.–  CONSECUENCIAS DEL  SEXO IRRESPONSABLE

    22.–  EL TURNO DE LETICIA

    23.–  OBSERVANDO DESDE LO ALTO  Y ENTENDIENDO LOS HECHOS

    24.–  MÚLTIPLES ASTUCIAS Y  PROTECCIONES ESPECÍFICAS

    25.  MARISA COMIENZA EL ATAQUE

    26.  MARCELO Y CAMILA TEJEN SU RED

    27.  MARCELO EN BUSCA DE APOYO

    28.  VIDENTE DE GUARDIA Y  LA SONTONÍA CON EL MAL

    29.  EXPLICANDO, OBSERVANDO  Y REFLEXIONANDO

    30. MARTES I  LA OFICINA DE GLAUCO

    31.  MARTES II EL MOTEL –  PROTECCIÓN A LOS MALOS

    32.  MARTES III EL MOTEL –  PROTECCIÓN A LOS BUENOS

    33.  EL ALBOROTO DE LAS TINIEBLAS  Y LAS ÓRDENES DEL PRESIDENTE

    34.  PEDAGOGÍA DEL BIEN

    35.  OBSERVANDO A TODOS

    36.–  MARCELO Y SUS MUJERES

    37. EL MATRIMONIO Y EL EMBARAZO

    38.  LOS COMPROMISOS DEL PASADO  Y LA TRÁGICA DECISIÓN

    39.  FINALMENTE, LA REUNIÓN

    40.  MARCELO, LAS DENUNCIAS  Y LAS SORPRESAS

    41.  NUEVAS SORPRESAS

    42.  DESPIDIÉNDOSE DE LA TIERRA

    1.–

    JUEGO DE INTERESES

    El metro acabara de partir de la estación donde Marcelo había ingresado al vagón que lo llevaría al trabajo, para el cumplimiento de sus responsabilidades diarias.

    Como era su costumbre, dejara el carro en un estacionamiento cercano y, valiéndose del tren subterráneo, llegaba más rápidamente a su destino, sin los inconvenientes del tránsito pesado.

    De la misma manera, garantizaba la tranquilidad del retorno al hogar al final de la jornada en el bufete de abogados donde trabajaba.

    Su rutina solo se alteraba cuando en ocasiones específicas, tenía necesidad de valerse del vehículo para transitar durante el día o la lluvia imponía tal exigencia.

    En aquel horario de la mañana, el movimiento era más intenso y el vagón estaba atestado, más que en los demás momentos del día.

    Sin embargo, su mente estaba más cargada que el propio vehículo que lo transportaba. No solamente los problemas de la oficina lo perturbaban. Los compromisos con clientes, las responsabilidades con los plazos, las luchas con tesis jurídicas y las presiones de sus jefes, siempre más vinculados con las victorias en el fórum que con el respeto a los dictámenes de la ley y de la Justicia.

    Era uno más en medio de tantos otros abogados que, deseosos de verse promovidos en la confianza de los más antiguos, establecían una convivencia difícil y llena de disputas.

    Todas las semanas, ojos y oídos debían estar atentos al más mínimo acontecimiento, a los comentarios más inocentes, a los papeles que iban y venían, porque siempre había el riesgo de estar siendo tramada alguna celada contra él o que él estuviese siendo excluido de algún caso importante cuyo realce promovería a otro su lugar.

    A pesar de convivir con todos hacía algunos años, sentía que no tenía amigos confiables y se adaptara a esa rutina mentirosa de hablar banalidades, dar risitas a los chistes, tomar los tragos al final del día y jamás dejarse convencer por los que rodeaban sus pasos y pensamientos.

    Los dueños del gran estudio jurídico, hombres experimentados en las negociaciones del mundo, hacía mucho tiempo habían perdido el sentido del ideal y el deseo de buscar el orden legal, acostumbrados al intercambio de favores con otras autoridades que, de la misma manera, cansadas y desencantadas con las rutinas humanas y el volumen de tareas, se limitaban a empujar las cosas hacia adelante, sin el calor del idealismo.

    Interesados en ganar siempre, los propietarios de aquel establecimiento tan respetado en los medios profesionales de aquella ciudad estimulaban este clima de mutua desconfianza, a través del cual pretendían desarrollar la astucia, la ambición, la capacidad de jugar, la astucia en aquellos que allí prestaban servicios y traían las ganancias financieras que venían a engordar el ya abultado patrimonio personal que mantenían en su poder.

    Solo los casos jurídicos más complejos, tanto en las dimensiones económicas como en el ámbito político, quedaban bajo la responsabilidad directa de uno de los dueños de aquel negocio, oportunidad en que sus influencias sociales ante las autoridades era un factor que interfería directamente en la estructura de Justicia o en la legalidad de los procedimientos.

    Marcelo se adaptara naturalmente a ese ambiente, aunque no se sintiese bien al contacto con las mentiras del mundo, con la mezquindad de las personas, con los clientes irresponsables que querían huir a las consecuencias de sus actos.

    Para Marcelo, lo que importaba era el pago, el dinero que recibiría al final del mes, por el régimen de producción, lo que lo hacía tragarse todos los sapos y, hacía mucho tiempo, abdicar a los sueños del Derecho como instrumento de Justicia.

    Sin embargo, estos no eran los únicos problemas de Marcelo en aquel día.

    * * *

    Como sucede con todos los que se encuentran en pruebas en el mundo físico, él convivía con otras personas en el entorno familiar.

    Marisa, la compañera, igualmente se acercara a él por lazos antiguos, establecidos en otras existencias y que, ahora, tenían que ser puestos a prueba, para vencer los defectos comunes.

    Asociada a las ambiciones del marido, Marisa tenía un gusto refinado por las cosas materiales y, dotada de exuberante belleza, la usaba como arma para conquistar todo lo que quería.

    Marcelo y Marisa traían el espíritu vibrando en la misma sintonía de intereses, lo que permitía que el deseo de uno correspondiese al deseo del otro.

    Cuando Marcelo se cruzó en su camino, Marisa quedó encantada con sus recursos materiales, su ropa hecha a medida, su conversación fluida, su estilo de vida y, anticipando una vida de facilidades al lado de aquel joven, trató de colocar sus armas al servicio de sus planes.

    Pasó a asediarlo con ropas provocativas, usadas de forma inteligente y astuta para que no pareciese una mujer vulgar que se ofrecía, cuando eso era exactamente lo que hacía.

    Al lado del panorama físico desafiante, Marisa sabía que Marcelo pronto se vería atraído si ella usase la técnica que mezclaba la sensibilidad con el desinterés.

    Dejaría que el joven percibiese su inteligencia durante las charlas sobre las tonterías del mundo, hablando de películas, de temas filosóficos, cultivando el gusto por la música, cosas sobre las cuales, ella sabía, el muchacho no tenía mucho dominio.

    Así, cuando estaban juntos, mostraría que tenía conocimientos variados y, para un hombre que se considera como muy inteligente, nada mejor que estar al lado de una mujer que, sin competir frontalmente con él, también poseía dotes admirables.

    Por otro lado, en su plan de conquista, Marisa se haría la difícil, rechazaría algunas invitaciones, alegaría compromisos ya asumidos antes, para que Marcelo se quedase impaciente y confundido, con temor de perder la tan codiciada presa.

    Y, en medio de todo eso, estaban las ropas insinuantes, su belleza natural, enriquecidas por el maquillaje, el cabello bien arreglado, los modales finos mezclados con formas sencillas, todo bien estudiado para el fin deseado.

    No hay nada más interesante que aceptar la condición de caza, sabiéndose; sin embargo, que se está en la condición de cazador.

    Hacerse frágil para conseguir atraer el interés de aquel que parece más fuerte a fin de motivarlo a una lucha donde, ciertamente, acabará derrotado.

    Este ha sido el viejo procedimiento del afecto a lo largo de los siglos.

    El juego de la mentira produciendo las frustraciones y los dolores en el corazón que busca un sentimiento verdadero.

    Marisa, como el lector puede observar, también era una profesional astuta tanto como Marcelo, poniendo su talento en otra área de acción y de la conquista de sus objetivos, valiéndose tanto de sus armas personales como de las debilidades ajenas, que sabía manipular con maestría.

    El muchacho que representaba su objetivo principal cargaba el corazón desguarnecido, deseando encontrar compañía, al mismo tiempo que, dentro de la natural lascivia masculina, ansiaba tener a su lado una exuberante representante del sexo opuesto, como la demostración de su capacidad de conquista.

    Vanidad y carencia de un lado; astucia, ambición del otro – eso bien representaba la dupla Marcelo y Marisa.

    * * *

    Como ya mencionamos, en aquel día, el pensamiento de Marcelo venía absorbido por otras preocupaciones además de aquellas propias de su rutina de trabajo.

    A primera hora de la mañana, había tenido una discusión con Marisa que, desde hacía algún tiempo, venía presionándolo en el sentido de conseguir una mejor posición dentro de su propio despacho.

    Sin participar de las actividades profesionales del marido, Marisa no tenía idea de la verdadera guerra de intereses y ambiciones que sucedía en su profesión. Sin embargo, ambiciosa y deseando ostentar una condición social aun mejor, sabía que necesitaba presionar al marido para que él comenzase a conquistar más espacio en su actividad remunerada.

    Para eso, desde hacía algún tiempo, comenzó a usar ciertas estrategias de presión disimulada, comentando con él, como quien no quiere nada, las cosas materiales de ciertos amigos con quienes convivían, enalteciéndoles la capacidad, elogiándoles la inteligencia con la finalidad de disminuir la autoestima del propio Marcelo.

    Inmaduro para ciertas cosas, el marido se veía disminuido en la admiración de la esposa, ante las referencias elogiosas dirigidas a los demás hombres y no a él…

    No se trataba de una cuestión de celos, ya que Marisa tenía el cuidado de no dejar que las cosas se fueran por ese camino.

    La mujer sabía ser cariñosa al extremo en los momentos de intimidad de la pareja, momento en que sabía dominar las atenciones del compañero y manipularlo a voluntad.

    En la esfera del placer físico, Marisa sabía usar los más importantes y convincentes instrumentos de convencimiento para aplicar sobre la voluntad tibia de Marcelo.

    Así, el marido no se sentía amenazado en la relación personal con la esposa, pero el simple hecho de ella elogiar las conquistas de los demás, en su mente emocionalmente infantil, sugería el hecho de ser mejores que él mismo.

    Acostumbrado a las constantes competencias de la vida diaria, en el tránsito, en el trabajo, en el juzgado, Marcelo interpretaba tales referencias elogiosas a los demás como un demérito propio, presionándose personalmente aun más para que su éxito atrajese las mismas referencias de la mujer deseada.

    Naturalmente, era el mismo juego de siempre.

    Sin embargo, por más que se esforzase en sus actividades y en sus métodos, Marcelo no podía vencer de inmediato ciertos obstáculos que, solamente las oportunidades bien aprovechadas, conseguirían superar.

    El tiempo pasaba de esa manera y las cosas no cambiaban en la oficina. A pesar de ello, en el hogar nada les faltaba, ni dinero, ni comodidad, ni los favores de la suerte. Por lo menos era lo que él mismo pensaba.

    Mientras tanto, en la cabeza de la esposa, acostumbrada a las banalidades de la vida, a las frivolidades del mundo, a la superficialidad de las apariencias, estaba pensando en la monotonía, a falta de algo nuevo, el deseo de aventurarse en actividades náuticas, el cambio del apartamento por uno más grande y más cómodo, el deseo de destacarse más en las reuniones con otras mujeres, tanto o más excéntricas que ella misma.

    Esa diferencia en la forma de ver las cosas, propiciaba la nota discordante entre ellos.

    Marisa no hablaba estas cosas abiertamente, porque estaba consciente de la exageración de sus deseos, aunque los cultivase, aun así, como forma de mostrarse importante para los que pretendía impresionar. Sabía que, exigir eso de manera explícita, podría ser interpretado como grotesca liviandad, demostrando su carácter exageradamente materialista y eso la expondría a críticas justas por parte del esposo.

    De esta manera, necesitaba usar otros métodos.

    Comenzó, entonces, a depositar en los oídos del marido elogios a las conquistas materiales de sus amigos, demostrando cuánto una mujer admira a un hombre por las cosas que él posee o consigue.

    Marcelo; por el contrario, no respondía según la velocidad que ella deseaba.

    Así, había decidido usar otra técnica.

    Después de hablar mucho sin efecto, Marisa decidiera modificar la rutina de la convivencia íntima, de manera que, cuando el marido la buscó en la cama, ansioso por hacerse sentir masculino y conquistador, la esposa alegó indisposición y rechazó sus caricias, no correspondiendo a la efusividad volcánica de antes.

    Era la primera vez que Marcelo se veía herido en sus valores viriles junto a aquella que, desde el inicio de la relación física hacia algunos años, se hiciera su compañera en los placeres más exagerados, compartiendo con él sus deseos y emociones más intensas.

    En un primer momento, extrañó la actitud de Marisa e imaginó que se tratase de alguna enfermedad.

    Constató, enseguida, que no era un problema de salud, sino cansancio.

    Marisa estaba cansada…

    – ¿Cómo eso era posible? – se preguntaba Marcelo –. Esa holgazana no hace nada todo el día. ¡¡¡A lo mucho se va al centro comercial a hacer compras y gastar mi dinero, mientras yo estoy esforzándome como un idiota para satisfacer tus locuras!!!

    Y ahora, cuando la busco, viene con esa de estar cansada… – se exasperó.

    Mientras tanto, la realidad era esa. Él se estaba haciendo todo dulzón, intentando despertar el deseo en la esposa y ella haciéndose la indiferente, a propósito.

    Marcelo pretendió forzar la situación, pero Marisa le advirtió que no conseguiría nada con ella y que sería mejor que durmiese para que, al día siguiente, todo se solucionase después de una noche de descanso.

    El marido se volteó para el lado y comenzó a pensar en aquel nuevo escenario.

    Con sus neuronas acostumbradas a ver celadas, mentiras y medias verdades en todos sus casos de la oficina, en todas las relaciones personales con los compañeros y en cada juego de intereses que era obligado a montar para defender las pretensiones de sus clientes, Marcelo luego comenzó a buscar las posibles causas de aquella extraña reacción y no le fue difícil juntar al hecho, las palabras de admiración que Marisa venía lanzándole al oído cuando hablaban sobre este o aquel amigo de su profesión.

    Sobrecalentado en sus pensamientos revueltos, casi no durmió toda la noche, poniéndose aun más irritado al escuchar la respiración profunda de la esposa a su lado, indicando que dormía tranquilamente.

    Se levantó rápidamente, antes que el despertador sonase en aquella mañana y, después de intentar eliminar los peores presagios del pensamiento, tomó un rápido desayuno, se dirigió al garaje de su apartamento y tomó rumbo a la estación del metro, donde su día comenzaría.

    De esa manera, Marcelo no percibía el balanceo del vagón, ensimismado por los pensamientos más conflictivos y sintiéndose despreciado en el afecto físico de aquella que, hasta entones, había sido la amante perfecta, compartiendo de las mismas aventuras y placeres.

    La impresión en sus pensamientos había aumentado y, así, Marcelo tendría un día un poco más difícil que los anteriores.

    2.–

    LOS ESCENARIOS, LOS PLANES

    Y LOS DESEOS

    Desde esa fecha, la relación de la pareja se vio sacudida por la conducta aun más fría e indiferente de la esposa que, de esa manera, deseaba inducir al compañero a adoptar una forma más agresiva de afrontar las tareas profesionales.

    En las discusiones que siguieran, siempre con el mismo escenario, Marcelo intentando la aproximación íntima y Marisa demostrando su desinterés, la mujer sabía cómo golpear la vanidad masculina, sobre todo al insinuar que, tal vez, el esposo no fuese tan competente profesionalmente, como alardeaba.

    Pronto le quedó bastante claro al marido que había una frontal oposición de opiniones y que, si desease obtener las caricias de la mujer deseada, debería demostrar su astucia en la capacidad de escalar posiciones en la estructura administrativa.

    Al mismo tiempo, se encontraba en una posición difícil, porque no había muchos caminos lícitos por los cuales se podría conseguir tal mejora de condiciones.

    La disputa interna por las mejores cuentas y mejores clientes imponía a todos el deber de equivocarse, de no perder cualquier oportunidad, de jamás ir más allá de los plazos legales, observándose el rigor de los procedimientos.

    Todos los días, Marcelo buscaba la oficina en la rutina del trabajo, golpeado por la insatisfacción afectiva, por el descrédito oculto de la esposa, por el orgullo herido y por la necesidad de revertir todo ese cuadro para que pudiese retomar, en las atenciones de la mujer, el mismo respeto y consideración de antes.

    En ningún momento le pasó por la mente la noción de que, para conseguir esa admiración, él se vería obligado a mentir de alguna manera. La cuestión ética era poco considerada por los que allá trabajaban, acostumbrados a hablar mucho de ella en sus escritos, a valorar su existencia en las conductas formales ante a las autoridades, pero de no vivir sus dictámenes en las horas comunes del día.

    Así, entre los hombres y mujeres que convivían en el ambiente de la oficina, las guerras ocultas o declaradas eran un capítulo aparte, en la experiencia de la convivencia entre los profesionales del Derecho que allí se empeñaban en defender una versión de verdad y no la Verdad plena.

    Con el paso de los días, entonces, el abogado ambicioso se disponía a establecer una estrategia de forma de sacar provecho de los eventos fortuitos y de las relaciones de trabajo que se establecían en el ambiente laboral.

    El estudio jurídico era de propiedad de dos viejos juristas, el Dr. Alberto y el Dr. Ramos, cada uno liderando un grupo de otros profesionales que, según sus propios criterios de elección, fueron designados para servir en el equipo jurídico al servicio de su líder.

    De esa manera, dos grupos se anteponían, en las disputas por la producción de resultados, reflejado en el número de victorias conquistadas, casos resueltos y honorarios embolsados.

    A pesar que todos estaban involucrados en tareas generales y, eventualmente, se ayudaran en el intercambio de favores, siempre había una disputa sutil entre los dos grupos, disputa esta que era igualmente estimulada por los dos principales líderes, que la consideraban como una saludable competencia para favorecer los objetivos deseados.

    No es necesario mencionar que casi todos los profesionales que allí se apiñaban, alrededor de las dos águilas, se candidateaban a convertirse también en águilas, conquistando las atenciones y los favores de su líder, la admiración de algunos y la envidia de todos los demás.

    El Dr. Leandro era el que se mantenía más cercano al Dr. Alberto, mientras que, por el lado del Dr. Ramos, la Dra. Clotilde era quien era considerada la persona de su confianza.

    Después de ambos, venían los demás, que se medían y se consideraban por el número de años de trabajo en aquella firma, siendo los más antiguos los que tenían cierta ascendencia sobre los más nuevos.

    Esa regla solo era rota cuando algún novato conseguía una victoria rotunda, ya sea en las disputas legales o ya sea en el valor de los honorarios, lo que catapultaba su calificación a los ojos de los líderes principales, mientras que creaba en los que estaban inmediatamente abajo el justo temor de perder la posición para algún suertudo u oportunista.

    Marcelo no era el más antiguo ni tampoco el más nuevo de su grupo. Permaneciera en el equipo de Alberto, a quien se vinculara desde su llegada, traído por recomendación del antiguo propietario, el Dr. Josué, quien se retiraba de la sociedad de juristas por motivos de salud.

    Desde entonces, fue acogido por Alberto y pasó a formar parte de su equipo, que además de él y de Leandro, estaba compuesto por tres abogadas más.

    El equipo de Ramos era más pequeño que el de Alberto. Además de Clotilde, había un abogado inexperto, recién graduado, que, de esa manera, componían un cuadro de dos auxiliares.

    Además de los abogados estaban las secretarias que organizaban las agendas de los dos grupos y tenían actividades diversificadas en la estructura administrativa.

    Otras jóvenes atendían los teléfonos, mientras que algunos empleados menos calificados se encargaban de la limpieza, de la cocina, de la higiene en general para que aquel lugar impresionase por el orden y perfecto sincronismo.

    A la gente rica le gusta de ser tratada como reyes, no importa que acaben entregando todo su tesoro al momento de pagar la cuenta – acostumbraba decir Alberto, en las reuniones de trabajo de la oficina que sucedían, periódicamente, con todos los integrantes, donde eran expuestos problemas y discutidas cuestiones delicadas a puerta cerrada.

    – Es verdad, amigos – completaba Ramos – cuánto más impresionados quedan con la estructura física, más seguros se sienten en cuanto a la defensa de sus derechos y, por eso, más inclinados a entregarnos sus casos, aunque eso les cueste mucho más.

    Todos somos así. Si vemos una cosa barata y, a su lado, una mercadería similar que sea más cara, si tenemos condiciones escogeremos la más cara porque tenemos la idea que la más barata es de peor calidad, aunque las dos sean iguales.

    Los demás escuchaban y asentían con la cabeza, concordando con las opiniones de sus jefes, no deseando contrariarlos en los conceptos establecidos por décadas de atención jurídica.

    Marcelo se mantenía siempre neutro en cualquier discusión que no fuese sobre los casos que dirigía en su área de actuación, porque sabía que cada palabra que dijese, demostrando su manera de pensar sobre los demás asuntos, revelaría cosas de sí mismo que no serían adecuadas para dar publicidad, una vez que él sabía que revelarse, íntimamente, en aquel ambiente, era hacerse más vulnerable a los ataques de los adversarios.

    En su mente, desde ese cambio en su vida personal, debería haber alguna manera de conseguir la modificación de su nivel de valoración, que correspondía a una alteración de respetabilidad, un ascenso en la jerarquía interna y una modificación en la remuneración final.

    Sus sentimientos se inclinaban en a loca intención de volver victorioso a su casa y entregar a la mujer deseada el trofeo final de sus conquistas materiales.

    Estaba dispuesto a hacer todo para retomar la antigua condición de compañero seductor y dominante del afecto femenino.

    Y en ese proceso, no había otra opción sino la de abrirse camino con los recursos que tenía, habiendo quedado definido, claramente, que Leandro era el enemigo a combatir, ya que las demás colegas del grupo de Alberto no lo enfrentaban.

    Leandro ya llevaba mucho tiempo en la condición de hombre de confianza de Alberto, conociendo la intimidad de sus negocios y conquistando la confianza con la participación en las mayores trampas del bufete, en la compra de autoridades, en la manipulación de intereses, en el ocultamiento de delitos, en el montaje de políticas de presión para resolver el problema por los caminos no jurídicos.

    Entre las tareas, estaba la de manipular la vida privada de ciertas autoridades que, poseyendo compromisos morales con los antiguos juristas del derecho, se veían en la contingencia de torcer la ley a fin de garantizarles una decisión favorable.

    Un favor aquí, colocando al hijo recién graduado de un juez para trabajar como abogado en su importante oficina, un hecho más allá, con el patrocinio gratuito de la separación de otro magistrado, más allá las sugerencias de secretarias competentes para que trabajasen junto a jueces, todo eso había producido, a lo largo de los años, una poderosa red de influencias que Alberto, tanto como Leandro manipulaban conjuntamente para usar como fuerza en las disputas de la vanidad, en el escenario jurídico de la sociedad donde vivían.

    – Abogado bueno es aquel que gana la causa – repetían siempre los dos zorros propietarios, en los pasadizos de la oficina. El cliente no quiere un profesional que sepa de leyes y conozca todos los detalles de los códigos, pero que pierda su proceso, aunque por falta de razón o por falta del propio derecho. El cliente prefiere un profesional mediocre, pero que, usando medios lícitos o no, consiga ganar la causa u obtener la ventaja que él desee. Ese es un buen abogado.

    Esa era la cultura purulenta que se plasmaba en el alma de los profesionales allí envueltos en la sagrada tarea de buscar la verdad, pero que la habían transformado en la espuria actividad de corromper los hechos y las personas para alcanzar los objetivos deseados.

    Marcelo había definido su estrategia general.

    Derrocar a Leandro y tomar su lugar.

    Para ello necesitaría conseguir apoyo, ya que Leandro se había rodeado de una línea de defensa que involucraba la protección de la secretaria principal y de otros practicantes que estaban siempre a su lado aprendiendo a trabajar en los procesos, sin vínculo de empleo con la propia oficina.

    Y dentro de su nueva aventura, estimulado por el desafío propuesto por el comportamiento de la esposa, que despertara en su alma vanidosa e inmadura el deseo de demostrar su poder y capacidad, Marcelo sintió la necesidad de información, de conocimientos, de detalles, sobre todo, porque en aquel universo pequeño, información era un bien muy precioso.

    Con esa idea en la cabeza, delineó aproximarse de las demás abogadas con quienes convivía diariamente, a manera de conquistarles la simpatía y, de una forma imperceptible, crear un subgrupo dentro del que Alberto lideraba con el apoyo de Leandro.

    Si Marcelo se convertía en líder de las demás tres personas que componían con él la fuerza de trabajo con el que Alberto contaba, sería más fácil conseguir el apoyo para manipular las cosas y derribar a Leandro que, por su condición de superioridad, no hacía cuestión de ser muy simpático con los demás, prefiriendo la proximidad de Alberto.

    Leticia, Camila y Silvia serían su primer objetivo, a fin de que, una vez conquistado su apoyo, unidas a su alrededor, tuviese el apoyo y el peso suficiente para intensificar la lucha y retirar a Leandro de su puesto.

    Naturalmente no le sería fácil ni rápido obtener todo eso.

    Entre ellos jamás hubo un acercamiento que pudiese calificarse de confianza. Pero no era más que una superficial relación profesional donde unos ayudaban a los demás cuando era conveniente, pero jamás se dejaban comprometer o profundizar sus compromisos.

    Por eso, Marcelo necesitaría adoptar estrategias adecuadas para iniciar un proceso de aproximación, sin levantar sospechas.

    Mientras tanto, iría llevando las cosas con Marisa, la esposa, de forma de intentar convencerla que estaba ganando terreno y conquistando espacio en la oficina.

    En sus ideas extravagantes, diseñaba planes de dormir fuera de casa algunas veces, alegando haber sido convocado para viajar para atender clientes distantes, deseando demostrar con eso que estaba ganando la confianza de los patrones.

    Su cabeza funcionaba a todo vapor, como si una fuerza desconocida alimentase la caldera humeante con más y más leña, haciendo encajar todo de la manera más lógica, serena y perfecta, en el sentido de conquista de sus objetivos.

    Las ideas iban siendo sucedidas por nuevas inspiraciones y, entusiasmado por tal perspectiva, Marcelo llegaba a casa cada noche y se mantenía en la oficina de su apartamento, dedicándose al montaje y al perfeccionamiento de sus celadas.

    Marisa notaría la modificación de su rutina y, ciertamente, haría las cosas más fáciles para él.

    Sin embargo, aunque al principio la vanidad y el orgullo heridos hubiesen sido los primeros estimulantes de su voluntad, desde el momento en que se lanzó de bruces sobre el fatídico plan, pasó a alimentarse con el propio placer del crecimiento y conquista personal.

    Ya no era tanto por Marisa, cuya actitud interesada hubiera detonado el proceso. Ahora ya lo hacía por él mismo, convencido realmente que su capacidad era merecedora de una mejor consideración de los propietarios de la oficina y que Leandro ya se había acomodado al puesto, sin presentar los méritos para permanecer en él indefinidamente.

    Sin cuidado mental alguno, Marcelo se dejaba arrastrar por los sueños de destaque, defectos de carácter que él poseía y que Marisa, conociéndolo bien, usaba cuando le parecía adecuado para obtener lo que deseaba, controlando las actitudes del marido.

    Ahora el joven tribuno estaba creyendo que, realmente, él merecía más de lo que tenía, y su inteligencia, como si estuviese preparando una estrategia de defensa de un cliente, se deleitaba con su propio ingenio, trazando los pasos delicados y las rutas más seguras, no apenas para derrumbar a Leandro, sino para que eso pareciese una caída natural, sin ninguna provocación externa, sin que él apareciese como responsable. De allí, con el apoyo del liderazgo que conquistaría junto a las tres jóvenes abogadas, sería fácil ser elegido para substituir a aquel que se desgraciara junto al abogado principal.

    Hasta tarde en la noche, Marcelo se mantenía aislado, meditando, evaluando las ventajas, los pros y los contras, la estrategia de abordaje, las tácticas más sutiles para que todo sucediese de forma natural.

    De todo eso, Marisa no tenía idea. Apenas percibía los cambios de comportamiento del esposo, atribuyendo eso a su táctica, lo que la llevaba a darse la razón a sí misma, en el concepto que el marido necesitaba ser presionado para que saliese del marasmo y continuase luchando por la conquista de nuevas posiciones.

    – La vida es una lucha constante. Quien no quiere luchar, será devorado por los demás. Y si las cosas son así, es mejor ser quien devora que ser devorado por los tiburones.

    Tales pensamientos eran comunes a los dos e igualmente distantes de los principios éticos que deberían servir de base para una vida saludable.

    Cómo se ve, Marisa y Marcelo se dedicaban a una vida material, una vida sin sentido más profundo, en la cual los conceptos y valores morales solo servían para juzgar a los demás, pero nunca para establecer patrones de comportamiento para sí mismos.

    La vida, según pensaban, valía por las facilidades y comodidades que pudiesen disfrutar, por los viajes que hiciesen, por la calidad del automóvil que tuviesen en el garaje, por el estilo de vida que ostentasen.

    De allí obtenían toda la sensación de felicidad, mezclada por el saciar de sus ambiciones y del orgullo de sí mismos, en las disputas con los demás donde, tanto como en el juzgado, tenían para sí mismos el concepto claro que el vencedor era aquel que exhibiese las riquezas que poseía, mientras que el perdedor era aquel que se veía imposibilitado de responder a las exigencias sociales, en aquello que era visto como señal de riqueza e importancia.

    Si para los clientes, buen abogado era aquel que ganaba el proceso, no importando porqué caminos, para las personas en general, buen abogado era aquel que tenía un carro nuevo, una casa vistosa, buenas ropas y buena figura por donde andaba.

    Y tanto para Marisa como para Marcelo, buena vida era aquella que propiciase la superioridad en relación a los demás amigos, disfrute y abuso de las sensaciones físicas, estatus social, apariencia refinada, poco importando si eso pudiera producir la envidia de los demás, cosa que ellos consideraban reacción indicadora de pobreza e incompetencia.

    Aunque ambos fuesen motivados por la envidia, en la competencia con los demás que vivían de manera inconsciente, consideraban la envidia de la que podrían ser víctimas, como la expresión de la mediocridad de los envidiosos que, en vez de trabajar y tener competencia para conquistar las mismas cosas, no hacían otra cosa sino mirar con ojos maliciosos las victorias obtenidas en la arena del mundo.

    Dios era apenas una cuestión de creencia y de conveniencia, una parte de las rutinas de la vida y, sin sombra de duda, una oportunidad más para la exhibición de sus bienes materiales, ya que la expresión de su fe venía revestida de ropas extravagantes, suntuosas, llamativas, en los templos a los que se veían convocados por fuerza de las conveniencias sociales.

    Sin embargo, la realidad espiritual no poseía cualquier importancia en el universo de sus preocupaciones, relegada tal cuestión a esporádicos momentos para los cuales eran convocados por la inclemencia de la muerte, en las ocasiones en que necesitaban acompañar el entierro de algún conocido, cosa que hacían con profunda obconexión y casi contrariedad, huyendo de tales compromisos con la inexorabilidad siempre que fuese posible.

    En sus espíritus inmaduros, la noción de transitoriedad era incómoda porque conspiraba contra sus deseos inmediatos, torpedeando sus deseos.

    ¿Cómo es que alguien, que desea comprar un yate porque ya no tiene que usar más para divertirse, puede encarar un fenómeno que le trae a la mente la inutilidad de todo, el fin de todos los caprichos y sueños?

    Si el deseo es más intenso, todo lo que venga a combatirlo con los argumentos de la Verdad es mal visto por aquellos que se permiten la ilusión de las ligerezas y los sueños desordenados.

    ¿Cómo decirle a una mujer acomodada que es una locura adquirir un bolso más cuyo valor podría mantener a una familia de cinco personas por dos meses?

    ¿Cómo hablarle a un joven que posee recursos abundantes que lo que él gasta con un carro sería suficiente para adquirir una casita para residencia de un grupo de personas que no tienen dónde vivir?

    ¿Cómo decirle a un hombre que el valor que gasta en fiestas, bebidas y excesos podría salvar la vida de muchas personas que necesitan de remedios simples, pero que no tienen recursos para comprarlos, mientras que él mismo lo está derrochando para matarse en la ilusión y el placer?

    Todo eso es noticia que viene en sentido inverso a los intereses y, así, no son posibles de ser escuchadas.

    Por ese motivo, con sabiduría, Jesús afirmara en su tiempo:

    "Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en reino de los cielos." (Mt. 19:24).

    3.–

    LOS OBJETIVOS DEL

    MUNDO ESPIRITUAL INFERIOR

    – Hola, Juvenal, ¿el gran Jefe ya tiene las instrucciones? – preguntaba, curiosa, una entidad de aspecto horrible que atendía por el apodo de cojo, a pesar de darse a conocer por el nombre de Gabriel.

    – Cállate la boca, cojo. ¿No ves que el gran Jefe está ocupado recibiendo las últimas decisiones del Presidente?

    – Pero ese negocio de quedarse esperando no va conmigo. Estoy a fin de aprender.

    – Sí, sé bien que tú, con la curiosidad, vas a acabar enjaulado por el Jefe para no perjudicar el desarrollo del plan. Con tu falta de juicio, casi echaste a perder todo cuando hiciste que el idiota de Marcelo decidiera correr a 180 km/hora en aquella avenida transitada…

    – Yo no hice nada… el tipo es realmente medio loco… era más de la una de la mañana… y el tránsito ya había terminado… corrió porque quería… pensaba que no había nadie más en la calle…

    – Sí, pero siempre hay algún otro idiota que piensa lo mismo y, si no hubiese sido por el ajuste de último momento, las cosas habrían acabado allí, justo ahora que nuestros planes están saliendo bien.

    Y mientras Juvenal le hablaba, amenazador, Gabriel se callaba, sumiso, refunfuñando algunas justificaciones.

    El ambiente alrededor de los dos era horrible e insoportable por las emanaciones vibratorias degradantes.

    Estaban las dos entidades aguardando las nuevas órdenes que serían transmitidas por un superior jerárquico que comandaba la acción obsesiva dirigida contra los encarnados esperando en una pequeña sala oscura, revestida de objetos y muebles de pésimo gusto, como si fuesen grotescos adornos del ambiente.

    En la pared, una pintura representando el Infierno de Dante producía en los que la miraban la sensación repulsiva y amedrentadora, como si ella allí estuviese, plasmada en material pastoso y semejante al betún denso o del alquitrán, con los contornos de las figuras pintadas en los tonos rojo sangre y tierra quemada.

    Del cuadro colgado en la pared, las almas más sensibles podrían recoger las emanaciones inferiores de un mensaje amenazador, como si estuviese hablando, en un lenguaje de imágenes, que no había mejor destino al ser espiritual que aquel que allí se estampaba en colores repulsivos.

    Por algunos instantes, mientras esperaban, las dos entidades, silenciadas por la expectativa de las nuevas órdenes, se dejaran contemplar aquella siniestra representación, como si estuviesen en la antecámara que los llevaría a las urnas humeantes.

    No les faltaba en el pensamiento, las ideas de tales lugares inferiores ni las figuras horripilantes de los demonios y diablos que la tradición religiosa había engendrado y que, desde hacía muchos siglos, poblaban la mente de los incautos, amenazadoras y exigentes. Así, movilizados tales recuerdos por la acción nociva de la imagen que divisaban en frente, parecía que esas figuras demoníacas surgían ante sus propios ojos, como alerta amenazante que serían consumidos por las llamas en caso se condujesen de manera incorrecta en el cumplimiento de las órdenes superiores.

    A su lado, se apostaba un guardia de la puerta de acceso a la oficina del presidente, un espíritu de tamaño aventajado y de facciones violentas y frías, cuya función era la de mantener intimidados a los que esperaban para que no se aventurasen a invadir la sala principal.

    En verdad, la prisa de Gabriel, el cojo, era porque ni él mismo, aparentando aquella pésima forma, consiguiera permanecer allí por mucho más tiempo sin pasar por delante de ese panorama intimidante e insoportable.

    Aquello era solamente una antecámara de la sala principal donde las audiencias eran concedidas por el llamado del presidente que, de una forma directa, coordinaba todos los trabajos de aquel agrupamiento.

    Fuera de allí, el edificio se extendía para varias otras salas y corredores, en los cuales diversos espíritus de la misma condición de Gabriel y Juvenal o incluso peores, iban y venían, siempre en alguna tarea de desajuste o de perturbación, para la cual buscaban el apoyo de los principales líderes.

    No tardó mucho para que el Jefe que estaban esperando saliese de allí.

    – Vamos, que tenemos cosas que explicar y tareas querealizar.

    Tan pronto cerró la puerta detrás de sí, Juvenal y Gabriel trataran de levantarse y, sin demora, salieran acompañando a la entidad que les dominaba la voluntad, como si fuesen dos perros adiestrados a la espera del comando de su dueño para la acción inmediata.

    Salieran los tres y tomaran el rumbo ya conocido que los llevaría a las oficinas de trabajo – si así pudiesen ser llamados los lugares donde se reunían – una mezcla de oficina con cocina inmunda, sin ningún aseo ni iluminación, incluso en aquel ambiente espiritual degradante.

    – Y, entonces, mi Jefe, ¿tendremos trabajo que hacer? – preguntó Juvenal, pretendiendo ser más íntimo.

    Mirándolo con desprecio, la entidad a quien él se dirigiera lo fusiló con dardos visuales, como si chispas anaranjadas le salieran de los ojos y alcanzasen a la entidad sometida, haciéndola recogerse, intimidada, sin que necesitase proferir ninguna palabra.

    Viendo la reacción del Jefe en relación al compañero, Gabriel permaneció momificado, sin pronunciar ningún sonido o movimiento para no despertar la misma ira contra su persona.

    Transcurridos largos minutos el Jefe tomó la palabra y vociferó:

    – Ustedes dos, so idiotas, están agotando la paciencia de nuestro Presidente. Fue con mucho esfuerzo que conseguí salvarlos de los merecidos castigos, cosa que no va a volver a suceder porque no pretendo humillarme nuevamente para intentar proteger a mi gente que no hace nada para protegerse a sí misma.

    De la misma manera, están acabando con mi paciencia de soportarlos a causa de la incompetencia que han demostrado en la conducción de una perturbadita tan simple como esta.

    Para garantizar su posición dentro de la organización, tuve que prometer a nuestro dirigente mejores soluciones en el corto plazo, para que las tareas no se atrasen, ya que tiene interés en los casos en que estamos representando su deseo personal.

    Mientras se expresaba así, los dos espíritus que se vinculaban a él se encogían en un rincón, aterrados con las posibles sanciones que les serían atribuidas en aquel antro de perversidad y perturbación.

    Viendo el resultado de su discurso, preparado especialmente para aquel momento, a fin de causar en los dos los efectos deseados, el Jefe continuó diciendo:

    – Desde hace algunos años, nuestro dirigente está planeando todos los pasos junto con sus asesores, para que, finalmente, los culpables paguen por sus crímenes. La venganza no murió y, lejos de lo que las calaveras vestidas1 piensan, la mano vengadora es la ley que comanda los destinos y se hará sentir sobre aquellos que cargan las culpas guardadas en la propia consciencia.

    Cada palabra del Jefe tenía la dimensión fluidica de su imperatividad y el tono enérgico de una intimidación, para que los dos que le servían guardasen tales informaciones y redoblasen las actitudes de vigilancia y dedicación a la causa infeliz a fin que todo saliese como había sido planeado.

    Entendiendo que ambas entidades se mostraban atentas e interesadas, a pesar del aspecto amedrentado, el Jefe continuó:

    – Gracias a la acción diligente de nuestra dirección, todo está bien orquestado para que las cosas terminen de acuerdo a los deseos personales del Presidente.

    Según nuestras órdenes anteriores, debemos seguir acompañando a las mismas personas que quedaran bajo nuestra responsabilidad. Mientras tanto, a partir de ahora, tú, Juvenal, pasarás a actuar sobre la mujer para que ella modifique su comportamiento y, valiéndose de las debilidades tan típicas de cualquier mujer en la actualidad, vas a sugerirle que no basta con la comodidad que ya posee.

    Durante la noche, le mostraremos ciertas imágenes para estimular su codicia, y, como contamos con amplia facilidad de sintonía con ella, produciremos la situación necesaria para que las cosas comiencen a andar en la dirección que nuestro presidente desea.

    Dirigiéndose ahora a Gabriel, menos experimentado que Juvenal en las cosas de la persecución espiritual, el Jefe dijo:

    – En cuanto a ti, cojo, vas a quedarte cerca de aquel mocoso veinticuatro horas del día. No vayas a dejar que ocurra ningún accidente y vas a escuchar sus pensamientos para que, después, nos cuentes cómo estamos yendo en el desarrollo de los planes.

    Nada de adrenalina nuevamente… porque si no, vas a ver lo que es adrenalina en la presencia de nuestro mayor dirigente.

    ¿Entendido?

    Y mostrando el desánimo en la fisonomía, Gabriel respondió:

    – Usted está diciendo, entonces, ¿qué me voy a quedar solamente observando al tipo y viendo cómo reacciona? ¿Después vengo y les cuento todo? ¿Es así?

    – Muy bien – dijo la entidad que dominaba –. Hasta que no eres tan burro como siempre me pareciste…

    Diciendo eso, dio una alegre carcajada, en lo que fue seguido por la risa torpe de Juvenal y por la sonrisa media nerviosa y sin gracia del propio Gabriel que, a aquellas alturas, no podría dar la menor señal de irritación frente a la ofensa directa demostrando así su orgullo herido.

    – Ya esta noche comenzaremos el proceso. Vamos juntos a la casa de nuestra vieja conocida, para preparar todo y, una vez que los dos se acuesten para dormir, actuaremos primeramente junto a la mujer para que, después, podamos cosechar los frutos junto al marido.

    Después de coordinadas las condiciones, fijaran el horario del reencuentro en la residencia donde darían inicio a las actividades más intensas, conforme a los planes recibidos.

    Fue así que, en aquel día, los tres entraron en la cómoda residencia de Marisa y Marcelo.

    * * *

    Todo el lugar donde las personas establecen su residencia, querido lector, es el ambiente que comienza a vibrar en función a las vibraciones de los que allí se encuentren reunidos.

    Por eso, ya sea para la compañía individual que escojamos, ya sea para el tenor de las emanaciones íntimas de la propia casa, la ley de sintonía atraerá para esas fuentes emisoras a entidades que con ellas se sintonicen, lo que puede producir una sensación de armonía y serenidad, como la de angustia y desesperación.

    Cuando la morada es guarnecida por buenos pensamientos, sentimientos y actos de nobleza de sus ocupantes, la energía positiva establece los límites del asedio de las sombras que, de una forma frontal, se sienten impedidas de ingresar allí o permanecer porque el tenor de las fuerzas del ambiente las obliga a retirarse de allí, ya que muchos espíritus inferiores no soportan las energías del alto patrón de voltaje en el bien.

    En esas ocasiones, almas amigas, espíritus familiares en equilibrio permanecen en el hogar, actuando en favor de sus moradores tanto como recibiendo a los desencarnados que llegan en tarea de amparo o de investigación que, ciertamente, podrán encontrar en aquel ambiente, las condiciones para desarrollar sus búsquedas o energías para reabastecerse en las luchas que estén enfrentando.

    Cuando ocurre lo contrario, o sea, cuando no nos prevenimos con la adopción de pensamientos luminosos, sentimientos generosos y vibraciones elevadas, nuestro ambiente no se reviste de tal condición y queda vulnerable a todo tipo de invasión espiritual, no pudiendo evitarse que entidades de poca evolución penetren, ya que se convierten en invitadas de nuestras conductas inferiores y desprevenidas.

    Eso era exactamente lo que estaba sucediendo con Marisa y Marcelo, como vamos a poder observar de aquí en adelante.

    4.–

    LA ACCIÓN DE LOS

    ESPÍRITUS NEGATIVOS

    Aquella misma noche, cuando la pareja se posicionó para el reposo físico sin los cuidados de la oración, como suele suceder con mucha gente, así que los dos se dejaran llevar en las alas del sueño, la entidad negativa que se erigía como Jefe del grupo se presentó frente a la joven, modificando su apariencia para que asumiese la fisonomía de uno de los amigos de Marcelo, justamente aquel que Marisa observaba con más atención en los encuentros sociales en los cuales ostentaba la mejoría de su condición de vida.

    Al salir del cuerpo carnal, el periespíritu de la esposa se presentaba absurdamente diferente de las formas del cuerpo carnal, perdiendo la exuberancia y ganando la desarmonía en las líneas generales, lo que hizo que ella no extrañase la entidad que le ofrecía los brazos, fascinada por la apariencia de Glauco, el conocido de las cenas sociales.

    Al verse solicitada por aquel que consideraba ser amigo que tanto admiraba por la belleza física y por el éxito profesional. Marisa se dejó envolver por la seductora y amistosa sonrisa, agarrándose al brazo de la entidad que la invitaba, sin ninguna timidez, para una excursión por los alrededores.

    No había ninguna violencia, ningún gesto de imposición.

    Solamente la sonrisa, la postura envolvente, la inclinación de Marisa y la posibilidad de estar al lado de un joven que le dominaba la admiración de mujer.

    Atendiendo a las órdenes de la entidad principal, Juvenal permaneció a la cabecera de Marcelo, imponiendo sus densos fluidos sobre el centro cerebral, a fin de producirle una dificultad de exteriorización, como si tuviese que luchar contra el peso de las propias ideas.

    Por la acción de Juvenal, los problemas del trabajo le parecían aumentados, causas desafiantes se hacían el centro de sus preocupaciones y, retirando del archivo de sus pensamientos diarios, las imágenes que guardaban el íntimo de su consciencia eran estimuladas para que compusiesen un tipo de sueño cuyo material no era la de la vivencia del alma fuera del cuerpo, pero, si, las de las propias ideas, las propias escenas acumuladas en su pensamiento que se hacían vivas, haciendo que Marcelo tuviese que luchar contra ese conjunto de ideas, sin conseguir ausentarse de la materia orgánica.

    Mientras tanto, acompañando al Jefe y a la joven, engañada por su invigilancia, Gabriel caminaba a cierta distancia detrás de la pareja, para que su extraña forma no produjese ningún susto en la estructura delicada de aquella alma que, a pesar de ser igualmente fea en su estructura vibratoria, fatalmente se asustaría con visiones desconcertantes como aquella que el cojo representaría a sus ojos.

    La excursión se dirigió a un centro en el plano espiritual inferior, en el cual una gran agrupación de entidades viciadas en las diversiones dudosas del mundo se unía para, al sonido de una música primitiva, deleitarse en el desborde de sus peores impulsos. Algo parecido con las manifestaciones degeneradas en busca del entretenimiento tan comunes en la actualidad donde, en los ambientes oscuros, ruidosos, se unen a los excesos del alcohol, las intensas aventuras de la intimidad sin compromisos, las locas maneras de involucrarse por algunos instantes con desconocidos para momentos de emoción carnal.

    De igual manera, las libaciones alcohólicas encontraban correspondientes en aquel ambiente, con la ingestión de ciertas substancias viscosas que eran servidas a los participantes del grotesco encuentro.

    Por no ser muy diferente del ambiente al que se acostumbraban Marisa y Marcelo en sus salidas nocturnas en el mundo, en los diversos clubes nocturnos que frecuentaban, la joven se dejó llevar por los brazos del joven, codiciado secretamente por su admiración.

    La música estridente, el ambiente oscuro y el envolvimiento desequilibrante de las vibraciones de bajísimo tenor, hicieran que Marisa se entregase a las emociones primitivas que formaban parte de su naturaleza poco ennoblecida y, sin ninguna consideración en el orden de la responsabilidad para con el compañero escogido como esposo, la joven se permitió el envolvimiento con la figura cuya apariencia le hacía recordar a Glauco, el joven amigo de la pareja.

    De los pasos incoherentes del baile a los estrechamientos de la intimidad en la oscuridad del ambiente, no tardó mucho.

    La emoción exaltaba el alma de la joven adormecida en el cuerpo, mientras que el experimentado espíritu de las tinieblas sabía manipular los centros de fuerza genésicos de la mujer a fin que ésta experimentase aun más excitación y euforia en sus brazos.

    A una señal imperceptible del Jefe, Gabriel volvió al ambiente de la residencia de los dos e, informando a Juvenal que había llegado el momento adecuado, observó las operaciones magnéticas a través de las cuales Marcelo fue retirado del cuerpo, aun envuelto por los problemas del trabajo, y como si alguien lo invitase a aliviar las tensiones de un agotador día de trabajo, se dejó arrastrar para aquel mismo ambiente de diversión que le parecía muy familiar.

    Viéndose transferido rápidamente para el lugar donde se llevaba a cabo la fiesta espiritual, luego pensó consigo mismo en ir a buscar a la compañera, una vez que era junto con ella que se divertía en oportunidades como aquella.

    Sin entender correctamente el mecanismo de la inducción espiritual que estaba siendo objeto, Marcelo escuchó a Juvenal susurrarle a los oídos que Marisa ya había llegado y que, dentro de poco, él la encontraría, bastando para eso, que observase a los que estaban bailando frente a él.

    Sabiendo de las condiciones previas del astuto plan, tan pronto llegaran al lugar, Gabriel se dirigió a la pareja e informó a su líder, con gestos que Marisa no pudo ver, acerca de la presencia de Marcelo en determinada área del ambiente, preparando, de esa manera, el encuentro de la pareja.

    Manipulando entonces, a la joven que ya se entregara por completo a sus caricias, la astuta entidad se encaminó lentamente, valiéndose del revolotear de la danza, hacia el lugar donde Marcelo se encontraba, atontado,

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