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Cuando el pasado no pasa
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Libro electrónico450 páginas6 horas

Cuando el pasado no pasa

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Información de este libro electrónico

El libro cuenta la historia de Rosa María, una mujer portuguesa que encuentra el destino en Brasil, y de su eterna amiga, María Luisa, una chica muy rica, quien se enamoró de Tobías, un esclavo negro. Las dos tuvieron que luchar contra los prejuicios y el poder, y contaron, para ello, no solo con ayuda es

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 jul 2023
ISBN9781088226001
Cuando el pasado no pasa

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    Cuando el pasado no pasa - Elisa Masselli

    CUANDO EL PASADO

    NO PASA

    ELISA MASSELLI

    Traducción al Español:      

    J.Thomas Saldias, MSc.      

    Trujillo, Perú, Junio, 2020

    Título Original en Portugués:

    Quando o passado não passa © Elisa Masselli

    Revisión:

    Nicole Isla Gonzales

    World Spiritist Institute      

    Houston, Texas, USA      
    E–mail: contact@worldspiritistinstitute.org

    Sinopsis:

    El libro cuenta la historia de Rosa María, una mujer portuguesa que encuentra el destino en Brasil, y de su eterna amiga, María Luisa, una chica muy rica, quien se enamoró de Tobías, un esclavo negro. Las dos tuvieron que luchar contra los prejuicios y el poder, y contaron, para ello, no solo con ayuda espiritual, sino también con la ayuda de dos ancianos negros, que estaban siempre a su lado.

    Es una historia llena de suspenso y emoción. El dolor y el sufrimiento forman parte de la vida de los personajes que al final entienden que el bien más preciado es la amistad y la lealtad, y que, a pesar de todo, vivir siempre vale la pena.

    Después de todo, cualquier cosa puede suceder, Cuando el pasado no pasa.

    De la Médium

    Nacida el 11/9/1943, Elisa Masselli fue una niña pobre, pero nunca infeliz. Su madre tenía la teoría de que un niño necesitaba jugar, porque cuando creciera tendría muchos problemas, y a la madre le correspondían las tareas del hogar. Durante su infancia siempre jugó mucho. A los 17 años, su hermana, Nair, quien la crio, entró en una profunda depresión hasta que intentó suicidarse dos veces. Después de varias hospitalizaciones, se suicidó colgándose en la ducha. Eso, para ella, fue la destrucción de todo lo que había aprendido acerca de Dios. Sin embargo, pronto conoció a un señor que le regaló el libro Nuestro Hogar (Nosso Lar) de André Luiz. Como le encantaba leer, se enamoró de la lectura y del contenido de la obra en cuestión, y dijo: Empecé a leer, y me enamoré. Quizás porque era lo que quería escuchar, que mi hermana, tal vez no estuviera en un buen lugar, pero que no estaba sola y que en cualquier momento podría ser rescatada y que tendría una nueva oportunidad de reencarnar. Leí ese libro rápidamente y el sr. José me trajo toda la colección de libros de André Luiz. Cuando terminé de leerlos todos, estaba enamorada de todo lo que había leído, comencé a asistir a la Federación Espírita del estado de São Paulo.

    En 1964 se casó con Henrique, quien falleció en 1984. Sufrí mucho cuando vi el sufrimiento de mi esposo, porque para todos y especialmente para mí, él no merecía sufrir así, pero yo había aprendido que todo siempre estaba bien y que quienquiera que yo había aprendido que todo estaba bien y que quien sabía de las cosas era Dios, así que no me desesperé.

    En 1991, sin saber por qué y cómo, comenzó a escuchar voces y una de ellas le había dicho que tendría que escribir novelas con enseñanzas. Para la psiquiatría, esto no era más que una crisis psicótica. Luego de una fase turbulenta de depresión y dudas, se le ocurrió la idea de escribir un libro, que comenzó a apoderarse de sus pensamientos y decidió escribir solo para pasar el tiempo. Poco a poco fue surgiendo la historia. No creía que estaba escribiendo una historia como aquella. Lloraba y reía mientras escribía. Cuando estuvo listo, se lo envié al editor de doña Zibia Gasparetto. Título: 'Cuando el pasado no pasa.' En ese instante recordó lo que la voz le había dicho. No importa el nombre, lo que importa es que escribas". Así nació la escritora Elisa Masselli.

    Del Traductor

    Jesus Thomas Saldias, MSc., nació en Trujillo, Perú.

    Desde los años 80's conoció la doctrina espírita gracias a su estadía en Brasil donde tuvo oportunidad de interactuar a través de médiums con el Dr. Napoleón Rodriguez Laureano, quien se convirtió en su mentor y guía espiritual.

    Posteriormente se mudó al Estado de Texas, en los Estados Unidos y se graduó en la carrera de Zootecnia en la Universidad de Texas A&M. Obtuvo también su Maestría en Ciencias de Fauna Silvestre siguiendo sus estudios de Doctorado en la misma universidad.

    Terminada su carrera académica, estableció la empresa Global Specialized Consultants LLC a través de la cual promovió el Uso Sostenible de Recursos Naturales a través de Latino América y luego fue partícipe de la formación del World Spiritist Institute, registrado en el Estado de Texas como una ONG sin fines de lucro con la finalidad de promover la divulgación de la doctrina espírita.

    Actualmente se encuentra trabajando desde Peru en la traducción de libros de varios médiums y espíritus del portugués al español, así como conduciendo el programa La Hora de los Espíritus.

    ÍNDICE

    Prólogo

    Una familia... Un lugar... Una amistad...

    La Fiesta de San Antonio

    Predicciones que se hacen realidad

    Una tierra lejana

    Compra de esclavos

    Encuentro inesperado

    Conociendo a los dioses de los negros

    El accidente

    Más fuerte que todo

    El resultado del amor

    Una puerta que se abre

    Viaje a Portugal

    Planificación del mal

    Traición

    Encontrando el cielo

    Noticias no deseadas

    La hora de la venganza

    La Decisión de Rodolfo

    Un ángel enviado del cielo

    Reencontrando al vidente

    La decisión de José

    El descubrimiento de Celeste

    Perjuicio

    Tentación

    Conociendo la Corte

    El regreso de Felipe

    El Reencuentro

    Epílogo

    .

    Prólogo

    Me pasó a mí

    Este fue el primer libro que escribí. Se produjo cuando tenía cincuenta y cuatro años y en un momento de mi vida en el cual pensaba que todo estaba perdido. Aunque había trabajado duro en mi vida, en ese momento, lo había perdido todo. Mi último negocio, como el otro, tampoco funcionó. Trabajaba en una tienda especializada para novias. Era un negocio que tenía todo para funcionar. Creo que, como todas las personas que trabajan así, vendí con cheques pre–datados y pagué por la mercancía, también con cheques pre–datados. Tenía mucha gente que trabajaba para mí y sabía que dependían del éxito de mi trabajo. Todo iba bien, hasta que un cheque por cinco mil reales rebotó, lo que me causó un mal irreparable, no había manera de pagar por los bienes que había comprado. Para seguir trabajando recurrí a préstamos de tiburones y ese fue el principio de mi fin. En poco tiempo debía demasiado, una cantidad imposible de pagar. Para alejarme de las personas que con razón me cobraban, huí a la costa y me fui a vivir a un apartamento que mi hija había terminado de comprar. Me quedé allí, sola y desesperada. Yo, que nunca le había debido nada a nadie, que siempre tenía mi nombre limpio, estaba allí sin saber ni tener nada que hacer. Me dolía el corazón, sentía que iba a estallar y le pedía que estallara, porque para mí ya no había una salida y no podía suicidarme.

    Además de considerarme vieja, vi que toda mi vida laboral no había ido a ninguna parte. Cada vez que un trabajo no funcionaba y tenía que cambiar por otro, nerviosa, grité:

    ¡Dios no quiere que trabaje!

    El tiempo fue pasando. Dormía en el suelo y solo tenía una nevera, una estufa y un viejo televisor. El salario de jubilada me permitió alimentarme, eso fue todo. Estaba tan desesperada que no podía hacer nada. No conseguía leer, ver la televisión, nada... solo lloraba...

    Una mañana, después de haber pasado una noche casi sin dormir y no tener nada que hacer, encendí la radio y, estando en la playa, hay pocas estaciones que pueden sintonizarse. Empecé a girar el botón y oí la voz de un hombre bien hablado. No sabía quién era, yo nunca había oído hablar de él, pero, aun así, me detuve y escuché. Estaba contestando a una mujer que hablaba por teléfono. Ella decía:

    – ¡Mi marido perdió todo lo que tenía, está desesperado! – Preguntó con calma:

    – ¿Está vivo?

    Ella, que parece no entender, respondió:

    – Sí, está, gracias a Dios.

    – Entonces no perdió nada... Es solo continuar...

    Desde entonces, no puedo recordar cómo fue la conversación, solo seguí pensando, tiene razón. ¡Aun estoy viva! ¡Como siempre he trabajado voy a encontrar otro trabajo y voy a ser capaz de arreglar mi vida! Sentí un nuevo estado de ánimo. No sabía cómo, pero sentí que algo iba a pasar, algún trabajo, como siempre, iba a aparecer. Pasaron los días. Seguí encendiendo la radio a la misma hora y descubrí que ese hombre que hablaba con acento medio campesino era Calunga, el guía espiritual de Luiz Gasparetto, a quien ya conocía por las muchas veces que lo había visto en televisión pintando cuadros maravillosos.

    Una mañana, me desperté con un pensamiento extraño. Vi un lugar, una familia en Portugal. No entendía lo que estaba pasando, y lo dejé pasar. Pero esa familia y ese lugar no salieron de mi mente. Traté de pensar en otras cosas, pero no pude. Tomé un libro para leer y uno de los personajes dijo: ¡He tenido hijos, he plantado un árbol, solo me falta escribir un libro!

    Me detuve y sonreí, pensando: También he tenido tres hijos, y cuando mis hijas fueron a ser Girl Scouts, planté un montón de árboles, todo lo que falta es escribir un libro.

    Esa familia, ese lugar volvió a mi mente, no entendí a lo que estaba pasando. Pensé: ¿Y si escribiera un libro sobre esta familia, sobre este lugar? Al mismo tiempo, pensaba: No, ¿cómo voy a escribir? ¡No tengo estudios! ¡Solo estudié hasta el cuarto grado de la escuela primaria! ¡No tengo cómo escribir un libro!

    Pasaron los días y seguí pensando en ese lugar. Una mañana, apareció el rostro de una hermosa joven que vivía en esa casa. Mientras bebía mi café, pensé: "¿Será que esto puede ser una historia? Además, no tengo nada que hacer. Estoy aquí, sola y sin nada que hacer. Voy a tratar de escribir, al menos voy a tener algo que hacer." Fui al supermercado, compré un cuaderno y comencé a escribir sobre ese lugar, esa gente y, especialmente, sobre esa joven. Tan pronto como empecé a escribir, las imágenes se volvieron más nítidas, estas llegaban con tanta fuerza qque mi mano no podía seguir el ritmo de mi pensamiento. Mi mano me dolía, porque yo no estaba acostumbrada a escribir, pero incluso entonces no me detuve. La historia se acercaba y escribía llorando porque no podía creer que estaba escribiendo cosas tan hermosas. Muchas veces, mientras escribía, tenía que parar para poder limpiarme los ojos. Cada día que pasaba la historia se estaba volviendo más hermosa. Durante un tiempo me levantaba por la mañana y no sabía qué escribir. Estaba ansiosa, como un lector cuando estás leyendo un libro, quería saber la secuela, pero nada. Una mañana, me desperté con la continuación. Así fue hasta que terminó el libro. Cuando estuvo listo, me sentí feliz, pero al mismo tiempo, sabía que sería muy difícil de publicar. Mis hijos no creían que hubiera escrito una historia. Estaban felices, porque durante todo el tiempo que escribí había renacido, parecía otra persona. Antes de eso, estaban preocupados, temían que entrara en depresión. Mi hija, Adriana, cuando empecé a escribir, dijo que si lo escribía ella lo corregiría. Cuando el libro estuvo listo y le pedí que lo corrigiera, ella se negaba y siempre lo dejaba para después.

    Un día, estaba escuchando el programa de Gasparetto y él dijo:

    – Tenemos una editorial donde se publican mis libros y los de mi madre.

    Más tarde, doña Zibia me dijo que él nunca había dicho eso porque no hablaba del editor en el programa, pero sé que lo hizo, ¡lo escuché! Decidí que enviaría el libro al editor. Le dije a mi hija que, si no lo arreglaba, lo enviaría como estaba. Ella, sin tener forma de escapar y temiendo que me decepcione, decidió corregir. En ese momento, después de mucho sufrimiento, yo, que nunca me había acercado a una computadora, ya había pasado el libro a una. Mientras imprimía las páginas, mi hija estaba leyendo. Después de aproximadamente una hora que estaba leyendo, ella vino, muy nerviosa a la habitación donde yo estaba y me preguntó:

    – Madre, ¿de dónde sacaste esa historia? ¡El plagio te lleva a la cárcel! – Empecé a reírme y dije,

    – ¡No es plagio, lo saqué de la nada! ¡Surgió de mi cabeza! Yo solo lo escribí.

    Ella, un poco temerosa, terminó de leer. Luego lo hizo encuadernar y lo puse en el correo. Quince días después, recibí un telegrama de la señora Zibia, pidiéndome que fuera a la editorial. Empecé a temblar. Fui a la editorial. Estaba temblando de mucha emoción, en primer lugar, al conocer personalmente a la señora Zibia. Una escritora maravillosa que seguía desde hacía mucho tiempo y luego saber qué es lo que ella había decidido sobre mi libro. Tan pronto como llegué, me dio la bienvenida de una forma muy amable. Es una persona maravillosa, sencilla y cariñosa. Sonriendo, dijo:

    – Sabía que vendría un libro para que yo lo publicara. Muchos llegan todos los días, pero yo estaba esperando el tuyo. Tan pronto como terminé de leer, supe que era este. Vamos a publicarlo.

    No hace falta decir lo emocionada que me sentí.

    Debido a errores gramaticales, la corrección tomó mucho tiempo, casi un año. En ese tiempo escribí dos libros más: "La misión de cada uno y Nada queda sin respuesta." Finalmente ha llegado el día. Recibí otra llamada de Zibia para avisarme que el libro estaba listo. Cuando llegué y vi el libro, la única razón por la que no lloré delante de ella, fue por vergüenza y por el gran esfuerzo realizado. Sentí la misma emoción que cuando tuve a mis hijos en mis brazos por primera vez. Estaba justo ahí, con una hermosa portada, sería muy difícil hacer otra igual. Fue publicado y hasta el día de hoy, de todos mis libros, es el best seller. Después de él, vinieron otros. Y a través de cartas y mensajes de Internet, sé que todos han ayudado a mucha gente. Esa es mi mayor felicidad.

    Hoy bromeo, diciendo:

    – Dios no quería que trabajara, quería que escribiera, y cuando vio que no había otra manera, dijo: Tomemos todo lo que tiene, para que deje de buscar trabajo y no tenga más remedio que escribir. Por eso, cuando firmo autógrafos en uno de los libros escribo, "Cuando pensamos que todo ha terminado, para Dios, apenas está comenzando."

    Eso es lo que me pasó a mí. Eso nos da toda la certeza que nunca estamos solos. Para que nuestra misión se cumpla, no faltará ayuda y la vida inevitablemente nos guiará. Solo necesitamos creer que somos hijos de un Dios perfecto y sabio y entregar nuestra vida en Sus manos, entonces todas las puertas se abrirán. Sin más, solo puedo dar gracias a Dios, a mis mentores y a todos ustedes, a los que disfratan de mis libros y de mí.

    Elisa Masselli

    Una familia... Un lugar...

    Una amistad...

    Esta historia ocurrió hace mucho tiempo, pero su reflejo se extiende hasta el día de hoy.

    En Portugal, había un pequeño lugar llamado Vila das Flores. Tenía este nombre porque la familia que vivía allí, además de criar ovejas, tenía una hermosa plantación de flores, que era conocida en todo el pueblo. Esta pequeña ciudad estaba en la región de Trás–os–Montes. En ese lugar, vivía una familia compuesta por cinco personas.

    El jefe de la familia, el sr. Tadeo, un hombre de unos cincuenta años, trabajador y honesto, heredó el pueblo de su padre. Desde que era un niño, se encargó de las ovejas y vendió su lana. Su esposa, doña María Teresa, una madre devota, que, junto a su marido, solo tenía un deseo en la vida: el bienestar de sus hijos. Tadeo, que llevaba el nombre de su padre por ser el hijo mayor, tenía veinticuatro años y, al igual que su padre, cuidó de las ovejas. A José, el hijo del medio, de unos veinte años, no le gustaba del trabajo, pero también ayudó a su padre a cuidar de las ovejas. Los cuatro vivieron para hacer los deseos de Rosa María, la más joven, que era amada por todos. Dieciséis años, hermosa, con una larga cabellera negra y ojos marrones claros, que parecían dos gotas de miel. Rosa María fue la que se encargaba de la plantación de flores y ayudó a su madre en las tareas de la casa.

    Las flores, cultivadas con cariño, se vendían en el pueblo. Llevaban una vida tranquila, cada uno cuidando de su obligación. Tadeo padre e hijo iban al centro del pueblo para comercializar las ovejas, la lana y las flores. Cada año, en junio, hubo una gran fiesta en el pueblo en honor a San Antonio de Padua. Esta fiesta fue largamente esperada, no solo por todos los residentes de los alrededores, sino también por aquellos de lugares lejanos. Siempre en esa fecha, la señora María Teresa preparaba con afecto la ropa de todos para que estuvieran bien vestidos, porque allí se reunían con conocidos. Este año, ella preparó cuidadosamente la ropa de los chicos, sin olvidar la banda de la cintura, que tendría que coincidir con la boina. Para Rosa María, hizo un hermoso vestido rosa con una falda bien redonda, cintas y muchos encajes. Su cabello estaría pegado con una hermosa corbata de cinta.

    En esta fiesta, había muchos juegos, bailes y, principalmente, mucha comida, que es lo que más gusta a los portugueses. La imagen de San Antonio, todo engalanado en un anda, seguiría en procesión por toda la ciudad. Tadeo hizo hincapié de comprar un sombrero nuevo cada año. Era su única vanidad.

    El gran día había llegado, adornaron el carro con flores y banderas hechas de papel. Al llegar al lugar de la fiesta, Rosa María no pudo ocultar la emoción. Todo muy colorido y adornado con banderas. Gente que va y viene. Mujeres y niños jóvenes felices desfilaron su ropa nueva. La familia fue al lugar donde se servía la comida: muchas patatas, bacalao, repollo y huevos cocidos, todo bañado con mucho aceite de oliva portugués y vino, mucho vino. No te puedes imaginar una fiesta portuguesa si no hay vino. Todos comieron a voluntad. En cuanto a la comida, Tadeo no hizo una economía. Después del almuerzo, él y su esposa estaban hablando con un par de amigos que no habían visto en mucho tiempo. Tadeo hijo, siendo el mayor, no le gustaba pasar el rato con los más pequeños, como José y Rosa María lo llamaban. Se fue por su cuenta. Rosa María y José, muy apegados, fueron de la mano mirando todo, deteniéndose a jugar en algunas tiendas, riendo, felices de estar allí.

    Vieron a lo lejos a algunas personas rodeando a un hombre que estaba sentado con las piernas cruzadas en la posición de Buda. Frente a él, había hierbas medicinales de todas las calidades. Era el curandero de la ciudad. Dijeron que él con sus plantas curaba cualquier tipo de enfermedad. Crecían en el patio trasero de su casa, que estaba lejos del pueblo, pero todavía la gente iba allí. También dijeron que él adivinaba y auguraba el futuro. Rosa María había oído hablar de él, pero no lo conocía. No cobraba nada para servir a la gente, pero todos sabían que vivía de sus plantas y curas, así que todos dieron lo que pudieron en pago. Usó lo que necesitaba para vivir. Dio lo que le quedaba a la gente más pobre. Para muchos, era considerado un santo. Rosa María y José se acercaron para observar y conocer a este hombre tan comentado por todos.

    Después de consultar, prescribir y darle a alguien algunas hierbas, el viejo curandero levantó la cabeza y miró a su alrededor. Sus ojos se encontraron con los de Rosa María. La miró fijamente por un tiempo y dijo:

    – Niña, ven a acercarte a mí.

    Rosa María miró atemorizada a José, que hizo una señal con la cabeza, diciéndole que se fuera. Se acercó tímidamente. El anciano le pidió que se arrodillara frente a él para poder verla mejor. Rosa María se arrodilló y se puso frente a él, con los ojos en los ojos.

    – Niña, ¿cómo te llamas?

    – Rosa María, señor

    – Rosa... Ese es el nombre de la reina de las flores. Gracias a tu perfume y belleza, despierta, tanto en los que dan como en los que reciben un sentimiento de ternura y amor. Adorna todos los lugares donde se presenta. Es bien aceptada en una fiesta, boda o entierro, pero a pesar de toda esta belleza tiene espinas puntiagudas que sirven para protegerla, pero que también pueden lastimar. Tú, jovencita, tendrás una larga vida. Regresaste a la Tierra para cumplir una misión. Tu vida estará llena de sorpresas. Habrá momentos en los que te sentirás perdida, sin rumbo y sin saber qué hacer. Serás muy feliz y muy infeliz. Amarás y serás amada. Serás traicionada y engañada. En el tiempo de mayor desesperación, tus espinas te protegerán. Irás a una tierra lejana, al extranjero. Te vas a sentir sola, desprotegido. Volviste a rescatar, ayudar y proteger. Tendrás toda la ayuda que necesitas para poder cumplir tu misión con éxito. Todo depende de ti. Pero recuerden: por peor de lo que puede parecer el momento, nunca, nunca olvides que Dios es nuestro Padre y que nunca, nunca nos abandona. Creador de todo y de todos, lo sabe todo y permite que el ser humano evolucione siempre para bien. Recuerda siempre que lo único que lleva a esta evolución es el perdón. Siempre perdona. Es la única manera de llegar a Dios. Recuerde también que todo está bien como está, que todo el mundo está siempre en el momento y lugar correctos y con las personas adecuadas. Nunca dudes de la bondad de Dios y nunca dudes que él está a tu lado en todo momento de tu vida.

    Dejó de hablar, se volteó hacia otra chica que lo estaba escuchando y le preguntó:

    – ¿Cómo te llamas?

    José tomó a Rosa María de la mano y la tiró rápidamente.

    Temblando, ella dijo:

    – ¡Este hombre está loco! ¡Me asustó! ¿Cómo se supone que estoy sola? Los tengo a todos. ¡Imagínate ir a muy lejos! ¿Misión? ¿Qué misión es esa? ¡¿Volví?! ¿Cómo volví si nunca salí de aquí?

    José la calmó lo mejor que pudo. También estaba furioso, pero necesitaba calmar a su hermana.

    – No te preocupes. Olvídalo. Es solo un loco que quiere jugar inteligente. Volvieron con sus padres, quienes, ajenos a todo eso, hablaron emocionados con sus amigos. Rosa María estaba muy nerviosa, pero no quería arruinar la tranquilidad de sus padres. José también guardó silencio.

    Hacía mucho calor. La señora María Teresa pidió a sus hijos que fueran a la fuente para obtener agua, que brotaba fresca y agradable. Rosa María recogió un frasco y junto con José fue a buscar agua. En el camino, vieron a Tadeo bailando con una chica. Los dos se miraron el uno al otro con una mirada de complicidad y se rieron. Algunos amigos llamaron a José, quien comenzó a hablar con ellos. Rosa María, aburrida con esa conversación, dijo:

    – José, sigue hablando. Voy a la fuente a buscar el agua.

    – Muy bien, iré enseguida.

    En la fuente, Rosa María bebió un poco de aquella agua fresca y cristalina. Llenó el frasco. Volvía con José cuando oyó gritos de dolor y mucho alboroto. Fue a la escena y vio a un hombre golpeando a un mendigo con un látigo que, con sus manos, se cubrió la cara y pidió ayuda, pero nadie lo ayudó. El hombre que lo golpeó era alto, bien vestido, llevaba un traje y una hermosa capa negra con el forro rojo, además de un sombrero de copa y guantes en sus manos. Era un hombre guapo y elegante. Ella saltó y abrazó al mendigo tan rápido que casi recibió un latigazo también. Levantó la cabeza y preguntó:

    – ¿Por qué haces esto?

    – ¡Ese bastardo! Se atrevió a tocar mi ropa.

    – ¡Eso no te da el derecho de golpearlo!

    Él la miró con tanto odio que llegó a estremecer, pero no apartó la mirada. Recogió su látigo y se fue, rápidamente. Ella se puso de pie y ayudó al mendigo a levantarse. Iba a darle un poco de agua, pero el frasco estaba en el suelo, vacío. Cuando saltó para ayudar al mendigo, el frasco cayó y ni siquiera se dio cuenta. El mendigo besó sus manos y huyó, llorando. José y sus amigos, que hablaban, oyeron todo ese ruido. Fueron allí para ver qué estaba pasando. Para cuando llegaron aquí, todo había terminado. Solo Rosa María estaba allí, de pie, estática, llorando de mucho odio.

    – ¡Es un animal! ¡Cómo lo odio! – José preguntó:

    – ¿Qué pasó aquí? ¿Por qué lloras?

    Ella se lo dijo. Miraron para otro lado, pero el hombre ya no estaba allí. Solo quedaban unas pocas personas para comentar lo que pasó. José y sus amigos no podían hacer nada más. Fueron a buscar más agua, luego volvieron con sus padres, que seguían hablando sin saber nada. Al final del día, regresaron a casa. Rosa María estaba en silencio, triste y pensando: Cuántas cosas desagradables sucedieron hoy. Primero, el adivino diciéndome todas esas cosas horribles, luego ese hombre malo. He esperado tanto tiempo para este día... No fue nada agradable.

    Al llegar a casa, la señora María Teresa, que había notado la tristeza de la hija, preguntó:

    – Hija mía, ¿qué pasó hoy? Me pareces tan triste. ¡Estabas tan ansiosa de ir a la fiesta!

    Ella le contó todo a su madre. La señora María Teresa escuchó pacientemente. Cuando Rosa María dejó de hablar, la abrazó, diciendo:

    – No te preocupes por todo esto. Lo que el curandero dijo nunca va a suceder. Tienes una familia que te ama. Si muero, tu padre estará acá y si él muere, estaré yo. Si ambos morimos al mismo tiempo, aun tendrás a tus hermanos. Hija mía, todo esto es una tontería. Nunca saldremos de aquí. Nunca irás a tierras extrañas. Te vas a casar y seguro que construirás tu casa aquí, y estaremos juntos por mucho tiempo. Quiero conocer a mis nietos, tanto tuyos como los de tus hermanos. Ahora, vete a la cama. No te preocupes, tienes toda tu vida por delante y eres muy querida por todos nosotros. Siempre tendrás nuestra protección. Tu padre nació y creció aquí. Nos casamos aquí, y los tuvimos a ustedes aquí. Nos encanta este lugar y nunca saldremos de aquí. Estaremos enterrados aquí. En cuanto al otro hombre, no guardes tanto odio. ¿No ves que, aunque tenga tanto dinero, es infeliz? Olvida todo eso. Vete a dormir. Mañana será otro día, Dios vela por todos nosotros –. Rosa María fue a la habitación acompañada de su madre, que la acostó y, besándose la frente, dijo:

    – Buenas noches, hija mía. Que Dios proteja tu sueño y tu vida.

    – Buenas noches, mamá. Te quiero mucho.

    La señora María Teresa sonrió. Salió de la habitación, pensando: Dios proteja a mis hijos. No dejes que les pase nada malo. Rosa María cerró los ojos, pero no pudo dormir. La imagen de esos dos hombres que arruinaron su día no salió de tu mente. Rodó de lado a lado, hasta que finalmente se durmió. Soñó que estaba en un claro en medio de un bosque colorido con varios tonos de verde y con muchas flores. El cielo estaba despejado y brillante por el sol. Su vestido era de color rosa claro, casi blanco. El vestido, demasiado largo, bajaba por la piedra. Vestido y cabello adornados por flores diminutas y brillantes. Frente a ella, hombres, mujeres y niños bailaban y ponía flores y frutos de diversas calidades y colores a sus pies. A lo lejos, el ruido de un riachuelo. El ruido era fuerte. Se dio la vuelta y vio una hermosa cascada. Encontró aquel lugar mágico. Desde el medio de las aguas, vio a un joven que se acercaba, sonriendo y trayendo en sus manos un hermoso ramo de rosas. Ella también estaba feliz de verlo. Alto, hermoso y con una hermosa sonrisa. Ella lo conocía. Estaba vestido de blanco con ojos brillantes de felicidad. Cuando se estaba acercando, apareció aquel hombre con el látigo en sus manos y comenzó a azotar a todos. Se asustó y se despertó. Se sentó en la cama y miró por todas partes. Estaba en tu cuarto, se dio cuenta que era solo un sueño, pero ¡había parecido tan real! Durante un tiempo, siguió pensando en el sueño: ¡Todo era tan real! ¿Qué hay de ese chico? ¿Quién será? ¡Tan bonito como no he visto antes! Lo conozco, estoy segura, pero ¿dónde?

    Por la mañana, se despertó con una sensación de felicidad. Lo estaba haciendo muy bien. Le contó a su madre sobre el sueño, quien le preguntó:

    – ¿Ves cómo no tienes que preocuparte por nada? Ese sueño fue una señal para darte la certeza que todo está bien.

    – ¿Qué pasa con el hombre látigo?

    – Apareció porque debiste haberte ido a dormir pensando en él y estabas muy enojada.

    Mientras bebía café, Rosa María no podía olvidar esos ojos y pensar: ¿Quién será? Como cada mañana, Rosa María tomó la canasta de ropa y fue al arroyo a lavarla. Era un lugar de encuentro para las niñas y las mujeres que vivían en esos alrededores. Allí, cantaban y hablaban mientras la ropa estaba siendo lavada encima de los tablones colocados para este propósito. Isabel era amiga de Rosa María. Tenían casi la misma edad, ellas fueron criadas juntas. Isabel vivía en un lugar al lado suyo. Hablaban mucho e intercambiaban confidencias. Cuando Rosa María llegó, Isabel ya estaba allí. Empezaron a hablar. Isabel presentó a una joven que estaba a su lado:

    – Esta es Juana, mi prima. Su marido se fue a Brasil hace dos años. Se quedó aquí trabajando como sirvienta en la casa del barón don Carlos de Albuquerque Sousa. Toda la familia fue a pasar las vacaciones en una hacienda, cerca de Lisboa. Juana, sin ellos en casa, no tiene mucho que hacer, así que vino a pasar unos días con nosotros.

    – ¡Un placer! Me llamo Rosa María, soy la mejor amiga de Isabel. Hablando de eso, Isabel, ¡tuve un sueño extraño pero maravilloso esta noche!

    En detalle, les contó a ambos el sueño. Elizabeth se sorprendió y dijo:

    – ¡Caramba! Esto no fue un sueño, es más como una novela. Dijo Juana:

    – Mi esposo lleva dos años en Brasil, nos veremos pronto. Me escribe diciéndome cosas desde allí. Dice que todo es diferente. No con las familias portuguesas, sino con los nativos. Dice que los esclavos negros tienen muchos dioses. Tocan tambor, bailan y ofrecen flores, frutas y comida. También dijo que son muy sufridos y humillados.

    Las dos chicas quedaron impresionadas por el relato de Juana.

    Para romper ese estado de ánimo, Isabel habló, riendo:

    – ¡Rosa María, verás que eres una diosa negra!

    Rosa María estaba furiosa por el comentario de su amiga, que jugó en un tema tan serio como ese.

    – ¿Estás loca? ¡No soy la diosa de nada!

    Las tres se rieron y continuaron lavando. Pasaron los días, y se encontraban casi siempre. Juana continuaba contando cosas sobre Brasil. Rosa María sabía que Brasil era una colonia de Portugal. Sabía que quedaba lejos. Ahora estaba conociendo otras cosas a través de Juana. Sabía que Don Juan se había ido a Brasil por temor a Napoleón Bonaparte, dejando Portugal en abandono. Por eso los portugueses no querían saber nada de Brasil. En una de sus visitas, Juana les dijo a sus amigas:

    – La casa donde vivo y trabajo es lo más hermoso que he visto. Todo es lujoso allí. Los muebles, las cortinas, todo de primera clase. Las sábanas están bordadas, todas traídas de la isla de Madeira. La habitación de la señorita María Luisa parece la habitación de un cuento de hadas. Como en el cuarto de una princesa.

    Cuando Juana terminó de hablar, Rosa María suspiró y dijo:

    – Me gustaría ver esta casa, especialmente esta habitación.

    – Me gustaría verla también.

    Juana tuvo una idea:

    – Mis patrones están viajando. Si quieren, podemos ir allí. Miras todo y matas tu curiosidad –. Rosa María estaba encantada con la idea. Fue con su padre, le dijo lo que estaba pasando, y terminó diciendo,

    – Ya que realmente vas a la ciudad a comprar, entonces puedes llevarnos. Cuando termines, todo lo que tienes que hacer es recogernos y volveremos.

    Después de mucho pensar, el padre dijo:

    – Muy bien, pero solo con una condición. No voy a llegar tarde por tu culpa. A las 3 de la tarde habré terminado de hacer las compras. Pasaré por la casa y tú ya me estarás esperando. ¿Está bien?

    – Así es, papá, no te preocupes. No vamos a hacerte esperar.

    Fueron al pueblo. El sr. Tadeo los dejó en la casa de los empleadores de Juana, diciendo:

    – ¡Miren, niñas! ¡No me hagan esperar!

    Se bajaron del carruaje. Entraron en la casa, dando una última despedida al sr. Tadeo, que se reía. Al entrar en la casa, María Rosa e Isabel no creyeron lo que estaban viendo. Todo era muy hermoso. Alfombras y cortinas a juego. La habitación era inmensa, con candelabros de plata esparcidas por las paredes para que la misma se

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