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El Esclavo. De África a la Senzala: Vera Lúcia Marinzeck de Carvalho
El Esclavo. De África a la Senzala: Vera Lúcia Marinzeck de Carvalho
El Esclavo. De África a la Senzala: Vera Lúcia Marinzeck de Carvalho
Libro electrónico288 páginas4 horas

El Esclavo. De África a la Senzala: Vera Lúcia Marinzeck de Carvalho

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Nuevo libro de la autora del bestseller Violetas en la ventana. Uba vivía tranquilamente en un pueblo de África con su mujer y sus dos hijas, cuando fue invadido por mercenarios en busca de esclavos. Uba vio matar a su esposa y no pudo ayudarla. Allí comenzó una vida diferente para él, una de privaciones y humillaciones. 
Sin entenderlo, lo arrestaron junto con otros hombres y, en un barco, se lo llevaron. Vino a Brasil, fue comprado como una mercancía y llevado a una hacienda, a la senzala. Empezó a llamarse João y todo cambió. Poco a poco, comprendió lo que era ser un esclavo. Fue en el cautiverio que su espíritu aprendió muchas cosas y cambió su relación con el trabajo.
El Esclavo, de África a la Senzala es un libro emotivo. Vale la pena leer esta obra que, en forma de novela, cuenta un poco de lo que era ser esclavo en tierras brasileñas.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 jun 2023
ISBN9798223451402
El Esclavo. De África a la Senzala: Vera Lúcia Marinzeck de Carvalho

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    El Esclavo. De África a la Senzala - Vera Lúcia Marinzeck de Carvalho

    Romance Espírita

    El Esclavo

    De África a la Senzala

    Psicografía de

    VERA LÚCIA MARINZECK

    DE CARVALHO

    António Carlos

    Traducción al Español:      

    J.Thomas Saldias, MSc.      

    Trujillo, Perú, Junio, 2023

    Título Original en Portugués:

    O Escravo. Da África para a Senzala

    © Vera Lúcia Marinzeck de Carvalho, 2017

    World Spiritist Institute

    Houston, Texas, USA      

    E–mail: contact@worldspiritistinstitute.org

    De la Médium

    Vera Lúcia Marinzeck de Carvalho (São Sebastião do Paraíso, 21 de octubre – ) es una médium espírita brasileña.

    Desde pequeña se dio cuenta de su mediumnidad, en forma de clarividencia. Un vecino le prestó la primera obra espírita que leyó, "El Libro de los Espíritus", de Allan Kardec. Comenzó a seguir la Doctrina Espírita en 1975.

    Recibe obras dictadas por los espíritus Patrícia, Rosângela, Jussara y Antônio Carlos, con quienes comenzó en psicografía, practicando durante nueve años hasta el lanzamiento de su primer trabajo en 1990.

    El libro Violetas na Janela, del espíritu Patrícia, publicado en 1993, se ha convertido en un éxito de ventas en el Brasil con más de 2 millones de copias vendidas habiendo sido traducido al inglés, español, francés y alemán, a través del World Spiritist Institute.

    Del Traductor

    Jesús Thomas Saldias, MSc., nació en Trujillo, Perú.

    Desde los años 80s conoció la doctrina espírita gracias a su estadía en Brasil donde tuvo oportunidad de interactuar a través de médiums con el Dr. Napoleón Rodriguez Laureano, quien se convirtió en su mentor y guía espiritual.

    Posteriormente se mudó al Estado de Texas, en los Estados Unidos y se graduó en la carrera de Zootecnia en la Universidad de Texas A&M. Obtuvo también su Maestría en Ciencias de Fauna Silvestre siguiendo sus estudios de Doctorado en la misma universidad.

    Terminada su carrera académica, estableció la empresa Global Specialized Consultants LLC a través de la cual promovió el Uso Sostenible de Recursos Naturales a través de Latino América y luego fue partícipe de la formación del World Spiritist Institute, registrado en el Estado de Texas como una ONG sin fines de lucro con la finalidad de promover la divulgación de la doctrina espírita.

    Actualmente se encuentra trabajando desde Perú en la traducción de libros de varios médiums y espíritus del portugués al español, habiendo traducido más de 240 títulos, así como conduciendo el programa La Hora de los Espíritus.

    Índice

    Explicación del autor espiritual

    1 - La aldea

    2 - En el barco

    3 - La espera

    4 - El viaje

    5 - La hacienda

    6 – La Senzala

    7 - La visita

    8 - Desencarnación

    9 - El castigo

    10 - Los señores

    11 - La nueva dama

    12 - Preocupaciones

    13 - La emboscada

    14 - Un cambio importante

    15 - Las bodas

    16 - Volviendo al plano espiritual

    17 - A los pies del Maestro

    Explicación del autor espiritual

    Personas fueron encarceladas en diferentes lugares del continente africano, hablando diferentes dialectos. Cuento la historia, verdad, usando términos actuales, basándome en ideas, porque sería difícil entender la escritura como se hablaba el portugués en esa época, y muchos términos eran desconocidos. Así que opté por ceñirme al significado, a lo que cada palabra y construcción pretendía expresar.

    1 - La aldea

    Uba estaba sentado en una roca a la orilla del río. Miró a los peces nadando, pensó que eran hermosos y disfrutó observándolos. También vio su reflejo en las aguas claras. El espejo de agua reflejaba la imagen de un hombre joven, sonriente, de labios gruesos, dientes blancos y sanos. Era alto, fuerte y guapo. Le gustaba el lugar donde vivía, el bosque, el río, su pueblito, su casa y sus hijas, tenía dos. La mujer, Mua, no tanto. Su matrimonio fue determinado por el líder y, a veces, la encontraba aburrida.

    Esperó tranquilo, y tres peces entraron en su trampa, que era de hojas trenzadas con una abertura solo de un lado, una canasta larga; los peces entrarían a comer el cebo, generalmente insectos, y tendrían dificultades para salir.

    Sacó su instrumento de pesca del agua, atrapó el pez, lo dejó cerca de una roca y caminó sin prisa hacia el pueblo. Prestaba atención al camino. A pesar de siempre pasaba por el mismo lugar, veía cosas diferentes. El nido de los pájaros esa tarde estaba vacío, los polluelos se hicieron adultos y se fueron volando. Una flor floreció y despidió un dulce perfume. Un grupo de monos hacía alboroto, los pájaros volaban. Distraerse. Disfruté admirando el paisaje.

    - ¡Qué hermoso es todo aquí! - Uba exclamó feliz.

    Llegó el pueblo. Había pocas casas. Todos allí eran parientes o amigos.

    - ¡No hay mejor pueblo que este en el que vivo!

    ¡Todo aquí es bueno y hermoso! - Siempre exclamaba.

    Colocó el pez encima del tronco de un árbol. Una mujer vino a limpiarlos, serían asados. La comida era para todos. Para la cena comieron pescado, caza, harina y fruta. Todas las noches se sentaban alrededor del fuego, contaban historias y reían.

    El líder del grupo era siempre el mayor y era quien resolvía los problemas y aconsejaba. Todos obedecieron sus decisiones.

    Contaban el tiempo por las fases de la luna. Observaban las estrellas para guiarlos por la noche y, durante el día, eran guiados por el sol.

    Cuando llegó la hora de descansar, todos entraron a sus casas, las cuales estaban construidas de madera y follaje. Solo había lugar para dormir. El área de cocina era espaciosa y comunal, solo estaba cubierta.

    Uba entró en su choza y miró a sus hijas que dormían, eran dos lindas niñas: la mayor tenía cuatro años y la menor dos años. Estaban pensando en ampliar su familia. Las parejas de los pueblos tenían muchos hijos.

    Se acostó junto a su esposa. Él la miró.

    - Es bonita – pensó -, lástima que siempre se esté quejando.

    Mua había querido y pedido un adorno de plumas durante días. Recolectar plumas era laborioso y a Uba no le gustaba trabajar. Hacía tareas porque tenía que hacerlas, todos tenían que participar para promover el bienestar del pueblo.

    La forma de vida en el pequeño pueblo era rutinaria, lo nuevo eran los matrimonios, los nacimientos, la caza que les costaba más trabajo y el cuidado que tenían que tener con los animales más feroces.

    Escucharon historias de ríos muy grandes, cuyas aguas tenían un sabor extraño, muchos peces y no se podía ver el otro lado. Que había hombres y mujeres de piel blanquecina, de pelo claro, como hojas que empezaban a envejecer.

    - Es difícil imaginar gente así. ¡Deben ser muy feos! Era la opinión de todos, y se reían.

    - ¡Esto debe ser una leyenda! - Dijo uno de los residentes -. No debería haber gente así. Tenemos el mismo color, somos hermosas, nuestro cabello es rizado. ¿Cómo puede alguien tener el pelo liso?

    - Sí, deben existir - dijo el líder. - Dicen que un guerrero se perdió en la selva, caminó durante días y vio un pueblo más grande, con diferentes casas y gente así, blanquecina, estaban mezclados con otros como nosotros. Tuvo miedo, se escondió; De noche vio el río, robó una canoa y remó contra la corriente durante días, pasando por pueblos y contando su historia. Logró encontrar su hogar. Muchos piensan que está loco, otros creen.

    - ¿Podrían ser seres malvados? - Preguntó una mujer joven.

    - Debe haber buenos y malos entre ellos - concluyó el dirigente.

    Como no había muchos temas, siempre se hablaba de seres blanquecinos, pardos claros, amarillentos, no eran blancos como las nueces de los cocos.

    Una tarde, la madre de Mua llegó al pueblo para visitar a su hija. Había venido sola, era una mujer valiente. Había tomado una canasta de comida y dormido en el bosque. A Uba no le gustaba su suegra, pensaba que se entrometía en sus vidas. Fueron hospitalarios, ella fue bien recibida. Mua estaba contenta con la visita y sus hijas también. Pasaría días con ellos.

    - Vine a convencerlos que vivan en nuestro pueblo - dijo la señora.

    - No lo haremos - respondió Uba -, tu aldea parece estar escondida. No es fácil encontrarla. El río está lejos. El lugar es alto y en el camino hay piedras, es peligroso.

    - La caza es abundante - argumentó la madre de Mua -. Del bosque tomamos alimentos y medicinas. Plantamos semillas, y ellas nos dan alimento. El lugar es hermoso, desde la cima podemos ver todo el valle. En peligro, podemos escondernos en cuevas.

    A Uba no le gustaba el pueblo donde se había criado su esposa. Era de difícil acceso, parecía que el lugar había sido elegido para estar escondido. Para ir allí, subí una colina y di la vuelta a otra por un camino angosto, bordeando un precipicio. Tenía agua de un pequeño arroyo, cuya fuente estaba entre las piedras cerca del pueblo.

    - Gua previó el peligro - dijo la señora.

    Gua era una anciana líder de su pueblo, que decía ver el futuro a través del juego de ciertas hojas.

    - No para nuestro pueblo - continuó la señora -, para los de abajo. Dijo que seres extraños, demonios, atacarían el valle con armas que escupen fuego. Son fuertes y malvados. Muchos morirán y otros serán llevados a trabajar para ellos.

    - ¿Son los blanquecinos? - Mua preguntó con miedo.

    - Eso no lo sé - respondió la señora.

    - ¿Tendremos guerra? - Preguntó Uba -. Llevamos mucho tiempo en paz con nuestros vecinos. ¿Escupir fuego?

    ¿Podría ser un animal? ¿Gua está bien de la cabeza?

    - Él está bien. Mi esposo y yo estábamos preocupados y decidí venir porque él lo dijo en la luna llena y dijo que estos eventos se llevarían a cabo antes de la próxima luna llena. Mua es mi único hijo, tengo cinco hijos que viven en nuestro pueblo. Vine a invitarte. Uba, por favor ven a vivir con nosotros. Debemos irnos pronto.

    - No lo haré – pensó -, los habitantes de las montañas trabajan mucho. La vida allí es mucho más difícil. Me gusta aquí.

    - No quiero moverme - dijo Uba -. Aquí está mi lugar. La nuestra, de mi familia. No te preocupes, no hay peligro. Somos todos amigos. Nos ayudamos unos a otros en estos pueblos. Y no hay arma que exhale fuego.

    La suegra de Uba guardó silencio, pero a la noche siguiente volvió al tema con su hija y su yerno en la choza, sin querer discutirlo con todos.

    Después que la suegra se durmió, Uba le comentó a Mua:

    - Tu madre te quiere cerca de ella. ¡Mi suegra miente!

    Gua no debe haber dicho nada de lo que dijo.

    - Gua dice cosas verdaderas. Las hojas te hablan. Cuando yo era joven, miraba las hojas por mí. Dijo que me iba a casar con un apuesto joven de uno de los pueblos debajo de la colina y que me iba a morir con una herida violenta en el pecho. Me asusté mucho y Gua dijo que tomaría un tiempo, que primero tendría hijos.

    - ¡Muere viejo! - Dijo Uba -. No te preocupes.

    La noche siguiente, la madre de Mua habló:

    - Como pensé, tú, Uba, no creas. Tal vez tengas que seguir tu destino, irte lejos, tener una vida difícil. Mua debe seguir su destino, que la Gran Madre ha preparado para ella. Gua dijo que no moriría en estas próximas lunas. Me quedaré en la tierra. Criaré nietas.

    Uba no entendió lo que dijo su suegra y no le importó, tampoco a Mua.

    Tres días después, las mujeres estaban preparando el almuerzo y los hombres estaban esperando hablando cuando el líder pidió silencio.

    - Huelo diferente. ¡No es un animal!

    Como no sintieron nada, volvieron a hablar. De repente, escucharon un fuerte crujido. Admirados, vieron hombres con el cuerpo cubierto y blanqueado. Se dieron cuenta que las grietas procedían de un objeto que escupía fuego.

    Las mujeres y los niños corrieron a sus casas, los hombres intentaron defender el pueblo. Las armas que escupen fuego dolían y la sangre fluía profusamente de las heridas.

    Los hombres tomaron lanzas, cuchillos y lograron herir a dos de los invasores.

    No entendían lo que decían. Los blancos dijeron palabras extrañas, solo entendieron que estaban enojados. Uba notó que perdonaron a los jóvenes. Fue golpeado en la cabeza, aturdido, y rápidamente atado, con los brazos detrás de la espalda y los pies metidos detrás. Observó, asustado, cómo mataban a los hombres mayores. El líder cayó junto a él con una herida en el pecho.

    Las mujeres fueron arrastradas fuera de las chozas. Escucharon muchos gritos, de los aldeanos y de la gente blanca.

    Uba vio con desesperación que Mua era sacada de su choza y arrastrada del brazo por un hombre y, detrás, otro que sostenía a su suegra ya sus dos hijas.

    - ¡Guau! - Mua gritó. Corrió hacia él.

    - ¡No! ¡Mua, no! - Uba también gritó.

    Un invasor dio un paso adelante, colocándose entre Uba y ella. Mua tropezó con el hombre blanco que al sentirse atacado le disparó, quien cayó a dos pasos de su marido. Los dos se miraron. Mua colocó su mano sobre su pecho, del cual burbujeaba sangre. Uba se desesperó, trató de liberarse, fracasó; mirando a su esposa, vio que había dejado de respirar. Había muerto.

    Los hombres invasores reunieron a los aldeanos en el espacio donde estaban cocinando. Ataron a los jóvenes, los acostaron en el suelo, se acurrucaron juntos.

    Todos estaban muy asustados, los niños lloraban, abrazaban a las mujeres. Estaban desesperados y con mucho miedo. Permanecieron cerca el uno del otro. Los muertos yacían donde los golpearon.

    Un hombre que parecía ser el líder habló moviendo sus brazos y manos, dando órdenes. Los nativos entendieron que él organizó la acción.

    Fue entonces cuando vieron a Babau vestido como los invasores. Babau era un nativo que no se portaba bien. Era de un pueblo cercano. Fue expulsado por no respetar las reglas de su grupo. Ningún pueblo vecino lo quería. Salió.

    Lo vieron y lo escucharon hablar con los invasores, eran amigos.

    - Babau nos traicionó - dijo uno de los detenidos -. Ciertamente trajo los demonios blanquecinos al pueblo.

    - ¿Por qué nos arrestarían? - Preguntó otro.

    - Seremos prisioneros - dijo un joven. Había dieciocho hombres arrestados.

    Uba, atenta a todo lo que sucedía, volvió a mirar el cuerpo de Mua y a las hijas abrazadas a su suegra.

    Los invasores hablaron. El líder dio órdenes a Babau, quien, después de escucharlo, gritó:

    - ¡Aldeanos! Vamos y llevemos a los que están atados. Los ancianos, las mujeres y los niños se quedarán.

    - ¡Traidor! - Gritó uno de los hombres atados.

    - ¡Cállate la boca! ¡Traidores son ustedes que no me aceptaron!

    - Mejor cállate - aconsejó otro.

    Los invasores se acercaron a los dieciocho prisioneros, les soltaron los pies, los levantaron y, con cadenas, les ataron el pie derecho, que estaba conectado entre sí. Ellos, que nunca habían visto una cadena, pensaron que era una especie de vid fuerte y dura entrelazada.

    Todos estaban en pánico. Uba miró a sus hijas y su suegra habló en voz alta para que él escuchara.

    - ¡Gua tenía razón!" Mua murió de una herida en el pecho, te irás muy lejos. Llevaré a las niñas a mi pueblo, las cuidaré.

    Uba negó con la cabeza y las lágrimas rodaron por sus mejillas.

    El líder de los invasores gritó y Babau repitió.

    - Tú que no estás atado, quédate aquí. Los atados van con nosotros. Camina, no tienes alternativa, no podrás escapar. Si no obedecen, serán golpeados.

    Mostró el látigo. Un hombre tomó el extremo de la cuerda que les ataba las manos, el extremo de la cadena y tiró de ellos; otro hombre estaba de pie entre ellos, y otro detrás.

    - ¡Vamos, ve! - Gritó Babau.

    Siguieron el camino hasta el río. La misma ruta que tanto le gustaba hacer a Uba. Caminaban con dificultad porque estaban atados. Parecían inconscientes, todos estaban heridos, recibieron golpes en la cabeza, piernas y espalda, por haber sido amarrados violentamente y por haber tratado de liberarse. El dolor más grande estaba en el alma, por haber presenciado tanta violencia y por haber visto cómo mataban sus afectos.

    En el pueblo, los que se quedaron permanecieron en silencio observándolos irse. Cuando ya no los vieron, lloraron. La esposa del líder luchó por recuperar el equilibrio y ordenó:

    - ¡Por favor! ¡Paren de llorar! ¡Escuchen! Quedémonos aquí cerca uno del otro. Según tengo entendido, nos atacaron y los hombres fueron hechos prisioneros. Las personas blanquecinas realmente existen. Vamos a organizarnos. Nosotros, los ancianos, atenderemos a los heridos. Los niños se cuidarán unos a otros; ve a mi choza, quédate ahí. Consigan comida. Ustedes - llamó a cinco de los niños mayores que quedaban -, ¡vengan aquí!

    Los invasores se llevaron a niños mayores de doce años. Las madres estaban desesperadas, y la líder, con autoridad, pidió calma, tenía que ayudar a los que se quedaron.

    Tenemos a tres de nuestros hombres cazando en los bosques del este. Tú - señaló a un niño -, toma una lanza, un silbato y ve con cuidado para allá. Intenta encontrarlos antes que oscurezca, cuando el sol esté a esta altura, vuelve aquí si no los has encontrado. Si los encuentra, dígales lo que pasó y pídales que regresen, los necesitamos aquí. Ustedes dos vayan lo más rápido que puedan al pueblo vecino río abajo; usted, nuestro vecino de arriba. Tuia, ve al pueblo en el centro del bosque. Cuéntales qué nos pasó y diles que se escondan. Come, toma algo de comida y agua. ¡Vete pronto!

    - Es peligroso - dijo una mujer - los niños tendrán que caminar por el bosque. Pueden encontrar animales o tal vez invasores. No quiero que se vaya mi hijo, ya me llevaron mi esposo y mi hijo mayor.

    - Si alguien nos hubiera advertido, nos habríamos escondido. Avisaremos a los vecinos. Si alguien que ha sido elegido no quiere ir, puede declinar.

    Los chicos no se negaron. La mujer pidió ir con su hijo. Tomaron lanzas, armas, algo de comida y se fueron.

    La esposa del líder organizaba las tareas. Atendieron a los heridos, pusieron a los muertos en una choza.

    - Haremos un gran hoyo y los enterraremos a todos juntos - determinó la señora.

    La madre de Mua ayudó con los vendajes. Tan pronto como todos recibieron primeros auxilios, ella dijo:

    - Mañana temprano regreso a mi pueblo con mis nietas. Saldré con el sol. Para venir, caminé sin parar, hice este viaje en dos días, pero con las niñas, tal vez lo haga en cuatro días. Sé dónde acampar para pasar la noche. Tengo cuchillo y lanza para defenderme. Tendré que llevar en el regazo el más pequeño y, quizás, en algunos tramos, también el más grande. El equipaje será pesado. tengo que llevar comida. Pero me iré. Mis nietas tienen parientes allí. Ofrezco mi casa a cualquiera que quiera venir con nosotros.

    Una mujer joven con dos niños pequeños quería ir.

    - Si me llevas, lo haré – dijo -. Se llevaron a mi esposo y a mi hermano, mataron a mi padre. Tu aldea definitivamente no será atacada, es de difícil acceso. Mis hijos tienen seis y cinco años, pueden caminar y yo la ayudaré.

    - Tenemos un par de huérfanos - dijo el líder -. La madre murió hace dos meses y se llevaron al padre. La niña tiene nueve años y el niño cuatro años. ¿Puedes tomarlos?

    - Sí. Empacaremos qué llevar.

    Por la noche, el niño que había ido a buscar a los tres hombres que estaban cazando regresó con los cazadores. Los hombres planeaban, al día siguiente, enterrar a los muertos.

    La suegra de Uba con sus nietas y los que estaban con ella se fueron al día siguiente. Ya no lloraron, estaban tan tristes y solo hicieron lo que tenían que hacer.

    La madre de Mua con la mujer y los niños hicieron el viaje enfrentando dificultades, caminaron despacio, pero llegaron. Todos en el pueblo estaban tristes por la noticia. Decidieron dificultar el camino al pueblo y colocar algunas trampas. Ese pueblo no fue invadido.

    El niño que fue al pueblo debajo del río lo encontró destruido, los invasores también los habían atacado y hecho prisioneros a los hombres. Los sobrevivientes tomaron sus pertenencias y fueron a unirse a los remanentes del pueblo de Uba. Juntos, entraron en el bosque, fueron a un lugar menos cómodo, pero de difícil acceso.

    En el otro pueblo vecino tuvieron tiempo de esconderse, pero los invasores capturaron a algunos hombres que iban de caza y pesca.

    Todos estaban muy traumatizados, sin poder entender el porqué de tanta violencia de personas parecidas a ellos, porque tenían ojos, nariz, orejas, boca, piernas, manos, diferenciándose únicamente en el color de su piel.

    2 - En el barco

    El grupo de jóvenes caminó hacia el río. Un camino que Uba había tomado tantas veces, solo que esta vez no notó nada.

    - ¿Qué sucedió? ¿A dónde vamos? - Gritó uno de los prisioneros.

    Un hombre blanco dijo algo que no entendieron. Babau repitió:

    - Ya te he dicho que te van a

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