Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

El Pasado No Importa
El Pasado No Importa
El Pasado No Importa
Libro electrónico387 páginas5 horas

El Pasado No Importa

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

¿Qué impulsa a la gente al odio, la venganza, el egoísmo y la traición?


En la siguiente historia, María Luisa, Marcela, Jerusa y Don Carlos tienen la oportunidad de superar estos sentimientos, porque Dios, el Padre amoroso, nos da, en todo

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 jul 2023
ISBN9781088227220
El Pasado No Importa

Lee más de Elisa Masselli

Relacionado con El Pasado No Importa

Libros electrónicos relacionados

Cuerpo, mente y espíritu para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para El Pasado No Importa

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    El Pasado No Importa - Elisa Masselli

    Romance Espírita

    CUANDO EL PASADO

    NO IMPORTA

    ELISA MASSELLI

    Traducción al Español:      

    J.Thomas Saldias, MSc.      

    Trujillo, Perú, Junio, 2020

    Título Original en Portugués:

    O PASSADO NÃO IMPORTA

    © Elisa Masselli

    Revisión:

    Heidy Carmen Pardo Cabellos

    World Spiritist Institute      

    Houston, Texas, USA      
    E–mail: contact@worldspiritistinstitute.org

    De la Médium

    Nacida el 11/9/1943, Elisa Masselli era una niña pobre, pero nunca infeliz. A los 17 años, su hermana Nair, quien la crió, cayó en una profunda depresión hasta que intentó suicidarse dos veces. Después de varias hospitalizaciones, su hermana finalmente se suicidó ahorcándose en la ducha.

    En 1991, sin saber por qué y cómo, empezó a escuchar voces y una de ellas le había dicho que tendría que escribir novelas con enseñanzas. Para la psiquiatría, esto no fue más que una crisis psicótica. Después de una fase turbulenta de depresión y dudas, se le ocurrió la idea de escribir un libro, que comenzó a apoderarse de sus pensamientos, por lo que decidió escribir solo como un hobby. Así nació la escritora Elisa Masselli.

    Del Traductor

    Jesus Thomas Saldias, MSc., nació en Trujillo, Perú.

    Desde los años 80's conoció la doctrina espírita gracias a su estadía en Brasil donde tuvo oportunidad de interactuar a través de médiums con el Dr. Napoleón Rodriguez Laureano, quien se convirtió en su mentor y guía espiritual.

    Posteriormente se mudó al Estado de Texas, en los Estados Unidos y se graduó en la carrera de Zootecnia en la Universidad de Texas A&M. Obtuvo también su Maestría en Ciencias de Fauna Silvestre siguiendo sus estudios de Doctorado en la misma universidad.

    Terminada su carrera académica, estableció la empresa Global Specialized Consultants LLC a través de la cual promovió el Uso Sostenible de Recursos Naturales a través de Latino América y luego fue partícipe de la formación del World Spiritist Institute, registrado en el Estado de Texas como una ONG sin fines de lucro con la finalidad de promover la divulgación de la doctrina espírita.

    Actualmente se encuentra trabajando desde Peru en la traducción de libros de varios médiums y espíritus del portugués al español, así como conduciendo el programa La Hora de los Espíritus.

    ÍNDICE

    PREFACIO

    PRÓLOGO

    EL REENCUENTRO

    UNA NUEVA VIDA

    CONVERSANDO SOBRE EL PAÍS

    LA HISTORIA DE LUISA Y TOBÍAS

    IDEAS EN CONFLICTO

    MELODÍA CONOCIDA

    TIEMPO DE REUNIÓN

    REVISANDO CONCEPTOS

    DESACUERDOS

    RECONOCIMIENTO

    CONVERSACIÓN ELEVADA

    EN BUSCA DE LA LEY

    ATRAYENDO COMPAÑÍAS

    FIN DE LA TRANQUILIDAD

    ATROCIDAD

    LA FUGA

    CONVERSANDO CON RODOLFO

    TIEMPO DE DECISIÓN

    EL PAPEL DE LA DICTADURA

    FIN DE LA MISIÓN

    TOMANDO ACCIÓN

    LLEGANDO A DESTINO

    LA CONFESIÓN

    PRIMER CONTACTO CON  EL PASADO

    EN EL CAMINO AL MORRO  DE LAS CRUCES

    EL DESCUBRIMIENTO

    PLAN PERFECTO

    FINALMENTE NOTICIAS

    MOMENTO DECISIVO

    ENCUENTRO INESPERADO

    SITUACIÓN QUE SE REPITE

    VISITA INDESEABLE

    CONOCIENDO LA HISTORIA

    EPÍLOGO

    PREFACIO

    Como siempre, una mañana, me desperté, escuchando El pasado no importa. Aunque ya estoy acostumbrada a estas advertencias cuando se escriba otro libro, encontré ese nombre extraño, ya que algo que siempre suele suceder es el tema del próximo libro que llega de esta manera. Sabía que la explicación vendría de alguna manera. Cuando encendí mi computadora, hablé con mi hija. Hice clic incorrectamente y abrí el documento que contenía el libro "Cuando el pasado no pasa. Sonreí, pensando que estaba equivocada. Pasó el tiempo y me llevó mucho tiempo entenderlo. Varias mañanas, me despertaba para escuchar: el pasado no importa. Cada vez que encendía la computadora, por una razón u otra, me equivocaba y ahí estaba: Cuando el pasado no pasa."

    Finalmente, entendí que debía escribir la continuación de ese libro. No me gustó, porque la segunda película o libro nunca es igual a la primera y así esta historia sería aun más difícil. No me imaginaba cómo sería esa historia. Comencé a escribir, ella comenzó a emerger y su trama me cautivó cada vez más. Los hechos tienen lugar mucho más tarde, en los años setenta, cuando el mundo estaba experimentando una transformación. Los mismos personajes regresan, solo que con una forma diferente de ser y vivir. Al final, como siempre sucede, me gustó mucho. Estoy escribiendo este prefacio para que la gente entienda lo que pasó. Aquellos que hayan leído Cuando el pasado no pasa no tendrán problemas para reconocer a los personajes. Incluso aquellos que no lo hayan leído encontrarán una hermosa historia con muchas enseñanzas.

    Espero que les guste y agradezco el cariño que he recibido de todos ustedes.

    Un abrazo

    Elisa Masselli

    PRÓLOGO

    Un auto corría veloz por la carretera.

    – No corras demasiado. Me gusta disfrutar del paisaje...

    – ¡Realmente, estas montañas son hermosas!

    – También lo creo. Me encanta pasar el fin de semana en la hacienda. Tu abuelo, aunque tiene más de ochenta años, todavía está lúcido. ¿Qué te pareció la historia que nos contó el abuelo sobre su nacimiento en un campamento gitano y que su madre era negra y que se suicidó?

    – No lo sé, pero no es solo él quien cuenta. Mis primos también escucharon esta misma historia de sus padres. Vas a ver, ¡era cierto!

    – No sé si era cierto, pero es una historia hermosa. ¡Y este collar que me regaló hoy! Es muy bonito. Dijo que su abuela lo recibió de esa gitana. Dime nuevo, ¿Cuál era su nombre?

    – Creo que Zara... un lindo nombre...

    – Ya sabes. Este collar no se puede vender, debe permanecer en la familia para siempre.

    – Claro que así será. ¡Detente! ¡Para el coche! Cuando puedas, ¡da marcha atrás!!!

    – ¿Qué sucedió?

    – Mira a esa pareja. ¡Parece que están en problemas! Creo que la chica se desmayó.

    – ¡De acuerdo, doctora! La señora ordena.

    Tan pronto como pudo, retrocedió y detuvo el auto cerca de un joven alto y guapo, pero se veía triste y afligido. Tenía un niño en su regazo y estaba tratando de revivir a su esposa.

    – ¿Qué está pasando?

    – ¡Ella está muy cansada y débil! Se Desmayó.

    Ella sacó al niño de los brazos de la chica que estaba desmayada. Mientras su esposo la revivía, el muchacho decía:  

    – Por favor, señor, ayúdenme. Estamos tratando de llegar a la ciudad para llevar a nuestro hijo al hospital, ya que mi esposa no podrá...

    – Luana, toma mi maleta...

    – Claro...

    Luana le entregó la maleta a su esposo, quien abrió la manta donde estaba envuelto el niño. Vieron a un niño que presentaba deformaciones en ambas piernas y necesitando ayuda.

    Cuando Luana vio a ese niño, sintió una mezcla de horror y ternura. La joven despertó; era rubia con ojos azules:

    – ¿Dónde está mi hijo? ¡Oh! ¡Dios mío! ¿Qué he hecho tan mal en esta vida para sufrir tanto? No puedo soportarlo más... ¡Prefiero morir!

    Luana miró a la joven, que lloraba desesperadamente. Esos ojos se encontraron. Esos ojos se conocían. Una sentía mucha ternura... mucho amor por la otra.

    – Tu hijo está aquí... no te preocupes más. Ahora, él está conmigo... tú también. ¡No tendrás que morir! Tu vida cambiará con nosotros. Felipe, ¿qué te parece? – Somos doctores. Tenemos un hospital en la capital. Rodolfo, mi hermano, se ocupa exactamente de enfermedades como la de su hijo. Les ayudaremos y cuidaremos de él.

    – No tenemos dinero. Ni siquiera un trabajo...

    – El hospital es grande. Necesitamos empleados Vivirán y trabajarán allí. A cambio de eso, podremos ayudar a su hijo y a otras personas que también lo necesitan.

    – ¡Muchas gracias, doctor! Caíste del cielo. ¡Dios bendecirá toda esa bondad!

    – Me ha bendecido. Me dio un cuerpo perfecto y la mujer que amo. No necesito nada más. ¿No es así, mi amor?

    – De nada. ¡Solo queremos ayudar a tu hijo! ¡Vamos!

    La joven miró hacia el cielo, agradeciendo a Dios en sus pensamientos. Luego preguntó:

    – ¿Huelen ese perfume de rosas?

    Los demás trataron de oler el perfume, pero no olían nada.

    – ¡No siento nada! ¿Y ustedes? – Sacudieron la cabeza y dijeron que no...

    No lo sentían, pero si pudieran, hubieran vistos como caían pétalos de rosa sobre ellos, arrojados por amigos del cielo animados celebraban esa reunión.

    EL REENCUENTRO

    Felipe, al examinar al niño, se dio cuenta que no estaba bien, pero no quería preocupar a los padres más de lo que ya estaban. Miró a Luana significativamente. Ella entendió el mensaje y, con una mirada le indicó que fuera rápido. Entonces Felipe aceleró el automóvil para que pudieran llegar al hospital lo más rápido posible.

    Estaba conduciendo, cuando de repente escuchó un grito:

    – ¡Mi hijo se está muriendo!

    Miró por el espejo retrovisor y vio que la joven, mientras gritaba, sacudía al niño, que se estaba poniendo pálido.

    Luana también estaba desesperada:

    – ¡Detén el auto, Felipe! ¡Para el coche!

    Felipe notó que no había arcén en la carretera y que estaban cerca de una curva. Tan pronto como la pasaron, pudo ver que la carretera era en doble sentido e incluso había una línea. Aun arriesgándose, detuvo el auto en una esquina del camino, que no tenía mucho tráfico. Él y Luana rápidamente abrieron las puertas del auto y salieron. Felipe abrió la puerta de atrás, con una mano le indicó a la madre del niño que saliera. Ella obedeció de inmediato.

    Felipe tomó al niño del regazo de su madre y lo colocó en el asiento trasero. Él comenzó a masajear su pecho y darle respiración boca a boca.

    Mientras tanto, Luana abrió un estuche de donde sacó una jeringa y una ampolla. Puso el contenido de la ampolla en la jeringa y la aplicó al niño que, después de unos segundos, comenzó a llorar.

    Se miraron y sonrieron. Felipe le devolvió el niño a su madre y le dijo:

    – Ahora está bien. Aun así, tenemos que llegar al hospital pronto. Él necesita ser atendido. Mi hermano Rodolfo hará eso.

    La madre, mientras lloraba, también se reía. Con el niño en su regazo y, después de besarlo, tocarlo, ella dijo:

    – Gracias doctor. Gracias a Dios que los encontramos, fue Dios quien los envió.

    Felipe sonrió e instintivamente miró al padre, quien, pálido, todavía estaba en el mismo lugar; sin embargo, en aun, parecía que iba a desmayarse.

    Al darse cuenta de la situación, Luana, que había ido a guardar la jeringa, lo agarró por la camisa y comenzó a sacudirlo y llamarlo:

    – ¡Joven! ¡Joven!

    Unos segundos después, el joven respiró hondo y, al parecer volviendo de otro lugar, miró a su mujer. Al ver que el niño estaba bien, comenzó a llorar y gritar:

    – ¡Luisa! ¡No soporto esto más! ¿Cuánto tiempo continuará? – Ella, al ver su condición, se sorprendió:

    – ¿Qué está pasando, Tobías? Nunca te vi así. Él, llorando, salió del auto y la abrazó, diciendo: 

    – Lo siento, lo siento, pero sabes que cada vez que eso sucede, me da mucho miedo... Creo que morirá...

    Luego tomó al niño de su regazo y lo besó amorosamente. Luana y Felipe siguieron toda la escena. Luego ella dijo:

    – Mantén la calma, porque un día, como todos nosotros, morirá, pero hoy no. Ahora está bien.

    Tobías sonrió. María Luisa, riendo, dijo:

    – No estoy de acuerdo, ¡ya que un hombre de este tamaño puede tener tanto miedo!

    Tobías también se rio. Felipe, ofendido, dijo:

    – ¡Espere! ¡No es así, el hombre no es diferente de la mujer! ¡También tenemos sentimientos!

    – Y tú más que todos, ¿no es así, mi amor...?

    – ¡No bromees, Luana! Este momento fue muy difícil, tenía razón al asustarse. ¡Incluso yo, que soy médico, tenía miedo!

    – ¿Tienes razón, Felipe, ahora, vamos? Subieron al auto. Mientras Felipe conducía, Luana dijo:

    – Tuvimos la suerte de tener la maleta de emergencia, Felipe, si no fuera por eso, me temo que lo peor hubiera pasado.

    – Tienes razón, Luana. Afortunadamente, cuando vamos a la hacienda, siempre la tomamos, en caso que el abuelo lo necesite. Sabes que no está bien...

    – No te preocupes, Felipe. Todavía durará mucho tiempo... Sabes que las personas enfermas son las que duran más. Si no fuera por la artritis que le impide caminar con seguridad, estaría bien, sin sentir nada. Su cabeza está bien como siempre –. Felipe se echó a reír:

    – Es verdad. El abuelo solo vive para contarnos la historia de la familia. Él quiere que conozcamos a todos nuestros antepasados, dice que eran muy importantes.

    – Llámalo por el intercomunicador y pídele que se encuentre conmigo en emergencia.  

    La madre del niño sonrió y respondió a los pedidos de Luana. Ella, dirigiéndose a los padres del niño, dijo:

    – Pobrecito, poco sabe que no estamos interesados, mucho menos nuestros hijos. El pasado no importa. Estamos viviendo en el presente y eso sí importa.

    – Sí, Luana, pero no hace daño prestarle atención cuando nos cuenta sus historias.

    – Dejamos bien al abuelo. Está bajo el cuidado de Severina, sabes lo dedicada que es. Lo trata como a un niño. Por lo tanto, no debemos preocuparnos, porque si algo sucede, nos lo comunicará. Ahora, tenemos que preocuparnos por este chico y llevarlo al hospital.

    Después de unas horas de viaje, finalmente llegaron a una calle arbolada con pocas casas. Las que existían allí eran enormes.

    El bebé estaba durmiendo y sus padres, admirados, miraban todo con atención. Nunca habían estado en la ciudad, mucho menos en una calle como esta.

    Felipe entró por una gran puerta y siguió por un carril. Aparcó el auto frente a una puerta y dijo:

    – Luana, entra con ellos. Lleva al niño a emergencia, necesita atención. Busca si allí está Rodolfo está allí. Mientras tanto, voy a estacionar el auto y luego iré a buscarte.

    Luana, sabiendo la gravedad de la situación, dijo:

    – Bien, hagamos esto.

    Miró a la joven que estaba con el niño, que aun dormía en su regazo. Parecía tranquila y confiada. Luana dijo:

    – Vamos, cuidemos de tu hijo. No hay por qué preocuparse, está un poco deshidratado por la fiebre, pero pronto estará bien. Puede estar segura que tu hijo está en buenas manos, incluso diría que las mejores. La joven sonrió y, abrazando a su hijo con cariño, todos entraron rápidamente. Tan pronto como llegaron al mostrador donde estaba una recepcionista, Luana dijo, tratando de ocultar su nerviosismo:

    – Por favor llame a una enfermera y lleve a este niño a la sala de emergencias.

    – Claro, doctora.

    – ¿Rodolfo está trabajando hoy?

    – Sí, está.

    – Llámalo por el intercomunicador y pídele que se encuentre conmigo en emergencia, por favor.

    La madre del niño sonreía y prestaba atención a las acciones de Luana. Ella, dirigiéndose a los padres del niño, dijo:

    – Me reuniré con mi cuñado, él es neurocirujano y va a examinar al niño. Esperen aquí, por favor. Volveré pronto.

    Confiados y sonrientes asintieron, diciendo que sí. Luana se alejó.

    Estaba llegando a la sala de emergencias cuando encontró a Rodolfo apurado. Cuando la vio, le preguntó:

    – ¿Qué haces aquí, Luana? Pensé que estaban en la hacienda y que no volverían hasta mañana...

    – Tienes razón, Rodolfo, pero, aunque no entendí el motivo, de repente sentí la necesidad de volver.

    – Tampoco entiendo, ese lugar es maravilloso. Simplemente no voy allí con más frecuencia, debido a la falta de tiempo. ¿Dijiste que no entendías y ahora entiendes?

    – Sí, creo que fue para ayudar a una pareja y a su hijo enfermo. Si no hubiéramos estado allí, en ese momento, el niño habría muerto.

    – ¿Crees que es por eso querías volver?

    – Estoy casi segura, porque nunca nos habríamos ido si no hubiera una razón mayor. Ya sabes lo difícil que es tomarse un fin de semana libre.

    – Es verdad. Lo he estado intentando por mucho tiempo. Quizás tengas razón: estar allí en ese momento puede haber sido obra de Dios.

    Luana se rio y preguntó:

    – ¿Hablando de Dios, Rodolfo? ¿Tú? ¡Parece que Marília está logrando hacerte reflexionar!

    Hemos estado hablando mucho, por lo tanto, creo que, si no es una coincidencia, todo lo que dice solo puede ser cosa de Dios. Me llamaron para un caso de emergencia, no sé por qué, todos saben que no contesto una emergencia.

    – Yo fui quien pidió que te llamaran.

    – ¿Tú? ¿Para qué?

    – Quiero que examines a un niño que está muy enfermo.

    – ¿Dónde está?

    – En la sala de emergencias.

    – Entonces, ya debería estar siendo atendido. ¿Porque me necesitas?

    – Tan pronto como lo veas, lo entenderás.

    – Bien, vamos rápido –. Llegaron a la habitación y entraron. Luana se acercó a un médico que atendía al niño y le preguntó:

    – ¿Cómo está, Cayo?

    – Está muy débil y deshidratado, ya pedí que le pusieran suero.

    – Gracias.

    Rodolfo se acercó, miró al niño que tenía los ojos cerrados y estaba sin ropa, acostado sobre la mesa. Cuando se acercó, se dio cuenta que sufría de parálisis cerebral. Miró a Luana y le preguntó:

    – ¿Cuántos años tiene él, Luana?

    – No sé, nos encontramos con los padres en el camino y no pregunté.

    – Necesito saberlo.

    El niño abrió los ojos y lo miró. Rodolfo, mirando a los ojos del niño, sintió un escalofrío recorrer su cuerpo y palideció. Luana se dio cuenta y preguntó, angustiada.

    – ¿Qué pasó, Rodolfo? ¿Sientes algo?

    – No sé, de repente me sentí mal.

    – Fue después que miraste al chico, ¿no?

    – Sí, pero no entiendo. Sabes que me he dedicado a cuidar las enfermedades cerebrales durante mucho tiempo. Ya nada me sorprende, pero cuando miré a los ojos de este chico, sentí algo que no puedo explicar.

    – Entiendo lo que quieres decir, también tuve la misma sensación cuando lo vi en el camino.

    – Extraño. ¿Por qué pasó esto?

    – No lo sé, pero ¿crees que puedes hacer algo por él?

    – Sabes que en casos como este, poco se puede hacer, Luana. ¿Dónde están los padres?

    – En la sala de espera.

    – Vamos, necesito saber su edad –. Cayo dijo:

    – Por ahora, estará bajo observación. Veamos cómo reacciona a las drogas.

    Mientras tanto, Felipe estacionaba el auto. Se estaba yendo cuando vio a su hijo Danilo, quien también estaba estacionando su automóvil y, cuando lo vio, le preguntó:

    – ¡Papá! ¿Qué haces por aquí? ¿No estabas en la hacienda?

    – Hola, hijo. Sí, estábamos en la hacienda, pero tu madre de repente quiso porque quiso, regresar. Ya sabes cómo es, cuando quiere algo, nadie la hace cambiar de opinión.

    – ¿No quería quedarse en la hacienda?

    – No, de repente dijo que necesitaba irse. Solo tenía que obedecer.

    – Como siempre, ¿no, papá? – Preguntó, riendo con ironía y haciendo una mueca.

    Felipe sonrió y respondió:

    – Sí, como siempre. Sabes que ella me gobierna... – dijo él, también riendo, con ironía.

    – Lo sé, pero ella sabe cómo ordenar – Felipe se echó a reír y dijo:

    – ¡Sabes que es la mujer de mi vida!

    – Es cierto. Como también sé que eres el hombre de su vida. Hacen la pareja perfecta.

    – Tienes razón, creo que, como dicen los antiguos, nuestro matrimonio fue tallado en el cielo.

    – Esto es difícil de suceder, ¿no? – Felipe, abrazando a su hijo, dijo:

    – Tienes razón, hijo mío, creo que nacimos el uno para el otro, pero, ¿qué haces aquí? ¡Sé que odias los hospitales!

    – Realmente los odio, pero no pude dormir bien esta noche. Sentí mucho dolor en el estómago. Tan pronto como desperté, fui a la universidad, pero el dolor continuó y decidí venir a hacerme ver.

    – ¿Todavía te duele?

    – Sí, es un dolor constante.

    – ¿Qué comiste ayer?

    – Nada diferente. Comí lo que todos en casa comieron.

    – Vamos a examinarte.

    Entraron. La recepcionista les advirtió que Luana y Rodolfo todavía estaban en emergencia. Fueron ahí. Cuando Felipe pasó junto a los padres del niño, él sonrió y, en silencio, siguió caminando. 

    Danilo no estaba bien, así que no notó la mirada de su padre. Tan pronto como llegaron y se acercaron, miró al niño que estaba siendo medicado. El niño, que parecía sentir su presencia, también lo miró. Sus ojos se encontraron. Dos lágrimas corrieron por la cara del niño. Danilo se acercó y preguntó:

    – ¿Quién es este niño, mamá?

    – No sé, nos encontramos con sus padres en el camino. Necesitaban ayuda y los trajimos aquí.

    Danilo pasó con cariño su mano sobre la cabeza y la cara del niño y dijo:

    – Él es muy guapo. No sé qué está pasando, pero siento una profunda ternura por él. ¿Se va a poner bien, tío Rodolfo?

    – Estamos haciendo todo lo posible para que esto suceda.

    El niño, tan pronto como miró a Danilo, pensó:

    ¡Rosa María, Rodolfo y tú Felipe, mi nieto, están juntos y aquí! Cuanta nostalgia...

    – Sí, estamos aquí, viejo...

    – ¡Matilde! ¿Tú también estás aquí?

    – Sí, he estado a tu lado desde que renaciste, pero solo ahora has podido verme.

    – Estoy muy feliz de ver a todos reunidos, pero no entiendo por qué...

    – Regresaron para poner algunas cosas en su lugar. Rosa María y Felipe no necesitan haber regresado, pero eligieron hacerlo para ayudar a los que se quedaron atrás.

    – ¿A mí?

    – No solo a ti, sino también Jerusa y Marcela. ¿Sabes lo que hicieron?

    – Sí, sé. Así como está sucediendo conmigo, ¿ellas tendrán otra oportunidad?

    – Todos siempre la han tenido, pero no siempre aprovechan... 

    – ¿Por qué tengo este cuerpo, Matilde? ¿Por qué tengo que depender de otras personas?

    – Aun no lo recuerdas, pero gradualmente lo recordarás. Cuando estabas a punto de renacer, pediste un cuerpo débil para depender de otras personas para sobrevivir.

    – ¿Por qué pedí eso?

    – Porque, cuando tenía un cuerpo perfecto, usabas el poder y el mal para destruir muchas vidas.

    – Estoy empezando a recordar. Realmente era un sinvergüenza...

    – Desafortunadamente, viejo, pero Dios, que es un Padre amoroso, siempre perdona y nos da, en todo momento, la oportunidad de reparar el mal que hemos hecho. Otra vez tienes esa oportunidad.

    – ¿Cómo puedo reparar algo en un cuerpo como este?

    – Con el tiempo lo descubrirás.

    – Reconocí a Rosa María, Rodolfo y Felipe. ¿Quiénes son las personas que me cuidan hasta ahora?

    – Esas personas de las que estás hablando son María Luisa y Tobías. También acordaron darte la bienvenida como hijo. Aunque pasó mucho tiempo en el valle, aun tienen indicios del suicidio y asesinato que necesitan rescatar. Él, como Rosa María y Rodolfo, no necesitaban regresar, pero él insistió. No quería dejar sola a María Luisa. Sabes que nunca la abandonó, incluso cuando ella estaba en el valle.

    – Realmente la ama. Pero sabes que ella no tenía la culpa, yo fui culpable...

    – Sí, ayudaste, pero ella, ya en muchas encarnaciones, no ha logrado escapar al llamado al suicidio y siempre termina suicidándose. En esta encarnación, ella tendrá otra oportunidad.

    – Y tú, ¿por qué estás aquí? También te hice sufrir mucho...

    – Yo era tu esposa y, como Tobías con María Luisa, también estuve siempre a tu lado, aunque no volví a nacer, como está sucediendo ahora.

    – Aunque no has renacido, ¿estás aquí?

    – Sí y me quedaré hasta que pueda acompañarte, victorioso, de vuelta a casa.

    – Con este cuerpo, ¿qué daño puedo hacer?

    – Puedes probar el amor entre María Luisa y Tobías.

    – ¿Por qué estás diciendo eso? ¿No acabas de decir que siempre se amaron?

    – Dije, es cierto, pero muchas veces, cuando renacen, los espíritus olvidan los planes hechos y, cuando sus deseos no se cumplen, huyen de los compromisos asumidos.

    – ¿Qué quieres decir?

    – Que, muchas veces, los hombres, al tener hijos con el cuerpo que tienes ahora, no apoyan y se alejan, o mejor, escapan de la responsabilidad y la mujer asume la carga de criar a su hijo, sola. Y casi siempre lo hace.

    – ¿Estás diciendo que Tobías puede abandonarnos?

    – No solo él, sino también María Luisa.

    – Espero que esto no suceda...

    – Ojalá, viejo, ojalá...

    – ¿Lo lograré esta vez?

    – Eso esperamos. Todo va muy bien.

    – ¿Cuánto tiempo permaneceré en este cuerpo?

    – Mientras sea necesario.

    – Bien, sé que, después de todo lo que he hecho, tengo que resignarme...

    – Así es, viejo... así es...

    Toda la sala se iluminó. Matilde y el niño miraron hacia la luz. Apareció el pai Joaquim y, sonriendo, dijo:

    – Entonces todo vuelve a juntarse... que Dios te bendiga.

    – ¿Te quedarás a nuestro lado?

    – No será necesario, Siñá. Ustedes está bueno y sé que, con la ayuda de Jesús, Nuestro Señó, eli va cunseguí... Vine aquí solo pa decir eso. Nicisito irme. Tengo otras cosas que hacer, más, si sucede, volveré. Jesús te bendiga.

    Sonriendo, desapareció.

    Danilo, ajeno a lo que estaba sucediendo, se movió y tocó la cabeza del niño, dijo:

    – Mamá, tío Rodolfo, cuídalo bien, sé que él lo necesita y lo merece.

    – ¿Cómo lo sabes, Danilo? Tú no lo conoces...

    – Tienes razón, no lo conozco y ni siquiera sé por qué, pero realmente quiero que esté bien.

    – Lo intentaremos, Danilo. Sabes que no tienes que preguntarnos eso. Siempre hacemos nuestro mejor esfuerzo para ayudar a nuestros pacientes, sean quienes sean.

    – Lo siento, pero me siento tan tierno por él... – Rodolfo y Luana, admirados, se miraron, pero permanecieron en silencio.

    Danilo continuó mirando al niño. Luana y Rodolfo no entendían esa reacción tan diferente de la que tuvieron. Tan pronto como miraron los ojos del niño, se sintieron un poco incómodos. Por el contrario, Danilo fue tocado. ¿Cómo podía ser? ¿Cuál sería la explicación?

    Se quedaron allí un rato más y luego se fueron. No podían imaginarlo, pero tan pronto como se fueron, el niño, con lágrimas cayendo de sus ojos, dijo:

    – Felipe, mi nieto, todavía me quiere, Matilde...

    – Sí, Carlos, todavía te quiere, a pesar de todo lo que has hecho. Además, sabes que no era tu nieto...

    – Lo sé, pero prefiero olvidar lo que hice y recordar los buenos momentos que pasé con él.

    Ella, sonriendo, dijo: 

    – Bien, haz eso...

    Llegaron a la recepción. Luana fue a encontrarse con los padres del niño que todavía estaban allí. Tan pronto como la vieron acercarse, se levantaron. Luana dijo:

    – Está siendo atendido, aunque su situación es grave. Esperamos que pueda estar bien.

    – ¿De verdad cree

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1