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Morí, ¿y ahora?
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Libro electrónico210 páginas2 horas

Morí, ¿y ahora?

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Información de este libro electrónico

La muerte del cuerpo físico es inevitable. Para que el lector comprenda mejor esta realidad, el espíritu Antônio Carlos explica el testimonio de varios espíritus - historias reales que la vida escribió.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 abr 2023
ISBN9798223384908
Morí, ¿y ahora?

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    Morí, ¿y ahora? - Vera Lúcia Marinzeck de Carvalho

    Introducción

    He desencarnado muchas veces. Y en todos ellos me preguntaba, cuando era consciente que había cambiado de plan: ¿Qué será de mí? Tuve miedo, en la mayoría de mis desencarnaciones, ante esta situación. Y la respuesta fue solo calma, cuando las buenas obras me acompañaban. ¡Morí! ¡Desencarné! ¿Cómo definir este pasaje?

    ¿Es un viaje que hacemos? ¿A dónde iremos? ¿Cómo estaremos? ¿Cómo será nuestra vida en el Más Allá? ¿Quién irá con nosotros? ¡Muchas preguntas! Y como tememos las respuestas... ¿Viajes? Tal vez sea mejor decir cambiar. Y hay muchos lugares a los que podemos ir. La espiritualidad es enorme.

    Hay lugares hermosos, y otros no tanto. Y solo nos acompañan nuestras obras. Los prudentes llevan consigo las buenas obras que enseguida les dan frutos agradables, el mérito de ser acogidos en las alturas donde hay amigos que los guían y ayudan. Desgraciadamente, las malas obras son pesadas y encarcelan a quienes las recogen en lugares no tan agradables, y sus frutos son amargos. También hacer este cambio sin obras es como estar hueco, vacío e infeliz.

    Seguimos en el Más Allá como estamos, con los mismos conocimientos, costumbres, odiando o amando a los demás.

    Y la mayoría de la gente, teniendo su cuerpo físico muerto, pregunta: ¿Y ahora qué? Y los acontecimientos vienen a la mente. ¡El cambio está hecho! Será un paso feliz para los que vivieron encarnados haciendo justicia por el mérito de ser ayudados y permanecer entre amables amigos. Habrá sorpresas desagradables para los que actuaron sin piedad y sin seguir las enseñanzas de Jesús, que nos recomendó hacer a los demás lo que nos gustaría que se les hiciera a ellos.

    Invitamos a algunos amigos a narrar cómo fue enfrentar la desencarnación.

    Espero que nuestros lectores crean los casos aquí narrados, porque son ciertos. Y que aprovechen la oportunidad de la encarnación, viviendo en el bien por el bien, para merecer, al desencarnar, ser ayudados.

    Antônio Carlos

    Verano 2004

    Capítulo Uno

    La enfermera

    Llegué tarde. Me levanté a la hora habitual.

    Como de costumbre, cada mañana en casa era un apuro. Mis dos hijos, un niño y un adolescente, se despertaron para ir a la escuela y mi esposo para ir a trabajar.

    Esa mañana mi hijo me preguntó:

    – Mami, por favor, cose el botón de mi camisa, quiero ir a la escuela con ella.

    Y me fui a coser el botón. Todos se fueron, llegué tarde, no cogí el autobús a la hora habitual, sino otro, diez minutos después. Tarde, crucé corriendo la avenida frente al hospital donde trabajaba y un auto me atropelló. Sentí el golpe y me vi tirada en el suelo. No sentí ningún dolor, estaba mareado y lo que me pasó después, me parecía que estaba soñando.

    Vi que me subieron a una camilla, entraron conmigo al edificio del hospital, fueron a urgencias.

    No podía moverme ni hablar. Reconocí a las amables enfermeras a mi lado, mirándome preocupadas. Sentí que el Dr. Murilo me examinaba y escuché: ¡El estado de Sônia es muy grave!

    Dio órdenes que pensé que eran correctas.

    –¡No sirve de nada! – Escuché y reconocí la voz de Ivone, pero enfermera competente.

    –¡Ella murió! – Alguien dijo.

    – Sônia, desafortunadamente, no pudo resistirse, ¡está muerta! – Se expresó el Dr. Murilo.

    –¡Yo no! – Pensé con tristeza –. ¿Qué pasa Dios mío? ¡Por qué creen que estoy muerta! Tengo que hablar, reaccionar y demostrarles que estoy viva.

    –¡Cálmese, enfermera Sônia! Cálmese. Sabemos que estás viva. ¡Duerme! Escuché y no identifiqué quién habló. Una mano cálida cerró suavemente mis ojos. Creí que me habían dado algún sedante. Sentí que me estaban medicando y dormí.

    Pero no fue un sueño tranquilo. A veces sentía que se metían conmigo. Traté de tranquilizarme, pensando que me estaban operando o que me estaban vendando.

    Luego escuché llorar a los miembros de mi familia, especialmente a mi hija, madre y hermana. Pensé: Ya lo saben y están llorando junto a mi cama. Eso no está permitido. ¿Hicieron una excepción porque trabajo aquí?.

    – ¡Murió tan joven!

    – ¡Pobre Sônia, la atropellaron camino al trabajo!

    Me sentía entumecida y no podía entender lo que me estaba pasando. Llegué a la conclusión que era la anestesia lo que me estaba haciendo delirar.

    – Sônia – escuché una voz fuerte que me hablaba – llevémosla a un lugar tranquilo. Cálmate y trata de descansar.

    –Voy a la U.C.I. - Yo pensé.

    - Y traté de estar tranquilo.

    Sentí que alguien movía mi cuerpo, pero no sentía dolor, solo ese terrible estado de entumecimiento. Sentí que estaba soñando, quería despertar y no podía.

    Sentí que me llevaron a otro lugar y me acostaron en una cama. Abrí un poco los ojos y vi que estaba en una sala. Personas de blanco me acogieron cariñosamente y una de ellas me dijo:

    – ¡Sônia, dormirás tranquila!

    Todavía podía escuchar gritos y lamentos; luego me dormí.

    Me desperté. Ese extraño letargo había terminado. Miré el lugar donde estaba, era una sala bien cuidada, muy limpia y silenciosa.

    – ¿Dónde estoy? – Escuché mi voz preguntar y resonar por la habitación. Dos señoras me miraron. Nadie respondió.

    –Estoy en el hospital – pensé –. Qué pregunta tan tonta para mí. Estoy recordando. ¡Me atropellaron!

    Curiosa, levanté la sábana. Estaba vestida con un camisón blanco y me quedé asombrada: sin heridas. Me moví con facilidad y pensé: ¡Algo extraño ha sucedido! ¿Qué podría haber ocurrido? Quizás me golpeé la cabeza y ahora estoy saliendo del coma. ¡Es eso! Pero, ¿por qué no estoy en la U.C.I.?

    ¿Por qué no estoy en una habitación privada? ¡Tenemos un trato!

    Un señor entró en la habitación y una de las señoras que me miraba dijo:

    – Doctor José Augusto, ¡Sônia ya está despierta!

    – ¡Que bien! ¿Cómo estás, chica? – Preguntó mirándome y sonriendo.

    Parecía que lo conocía, pero no podía recordar dónde. Lo observé bien. Estaba seguro que no era médico en el hospital.

    –¿Me han transferido? –Pensé.

    Cuando no respondí, volvió a preguntar:

    – Sônia, ¿cómo te sientes?

    – No sé, creo que estoy bien. ¿Estoy saliendo del coma?

    –No, no estabas en coma - respondió el caballero suavemente.

    – ¿Dónde estoy?

    – En la otra parte del hospital.

    – ¿Qué otra parte? – Pregunté con curiosidad.

    – El del otro lado - respondió una de las damas, entrometiéndose en la conversación.

    – ¡¿Otro lado?! – Tartamudeé.

    –Del Más Allá - habló rápidamente y en voz baja.

    – Sônia – dijo el caballero – poco a poco irás comprendiendo lo que te pasó, es muy importante hacer un esfuerzo por mantener la calma y la tranquilidad para recuperarte.

    Una señora me trajo un jugo. No tenía ganas, no quería. El señor se alejó, fue a hablar con otra persona. Me quedé allí aborrecida, sin entender lo que estaba pasando.

    Fingí dormir y cuando el señor se fue y todo estaba tranquilo, me levanté con facilidad y me escapé de la habitación, pasé por un pasillo y vi unas escaleras, bajé y, aliviada, reconocí el hospital donde trabajaba. Estaba como siempre, lleno de gente, yendo y viniendo. Regresé a la habitación y me acosté en mi cama.

    –Debe haber una explicación para estar aquí – pensé.

    – Entonces, claro, ese señor me dirá lo que pasó. Seguro que hicieron, desde algún sector del hospital, este lugar más tranquilo, donde me trajeron para recuperarme.

    Volví a dormir. Me desperté y pensé en todo lo que me pasó y me resultó extraño, principalmente porque escuché, sin entender cómo, a mi hija llorar.

    Ella vino a visitarme y lloró. ¿Por qué no me despertó? ¡Pero ahora está llorando! ¿Por qué la escucho y no la veo?

    Cuando el señor entró en la habitación, lo llamé:

    – Señor, por favor ven aquí un poco. ¿Eres enfermero o médico?

    – Soy alguien que te cuida.

    – Escuché a esta señora llamarlo Dr. José Augusto. No recuerdo a nadie con ese nombre en el personal médico. Bueno, eso no importa. Venía al trabajo, crucé la avenida y me atropelló un carro; entonces no recuerdo exactamente lo que pasó. Escuché al Dr. Murilo decir que mi estado era grave, entré en un letargo, en un sueño extraño, con sueños confusos. ¿Me puedes decir que es lo que paso?

    – En realidad, te atropellaron - respondió, tratando de iluminarme sin sorprenderme –. La llevaron a urgencias. Sônia, tú, siendo enfermera, ya me has visto mucha gente muere, ¿no?

    – Sí, ya - respondí –. Trabajo con pacientes terminales. Al principio me entristecía cuando moría una persona, incluso rezaba por ella, luego se volvió rutina, era mi trabajo, cuidaba a todos con cariño y la muerte ya no me molestaba.

    – ¡La muerte del cuerpo físico es algo natural! ¿Eres religiosa? - preguntó.

    – Sí, voy a la iglesia cuando puedo, me gusta rezar en la tranquilidad de un templo – respondí.

    – ¿Y tú qué piensas de la muerte?

    – No lo sé… - respondí encogiéndome de hombros –. ¿Porque me estas preguntando eso?

    – Porque el cuerpo físico nace y muere. Lo usamos para vivir en la Tierra por un tiempo. ¿No piensas en la muerte, en morir?

    – ¡Yo no! Más ahora que sobreviví a ese atropello con fuga del que todavía no me he recuperado. El golpe en la cabeza me confundió, debió afectar mi cerebro.

    Hablé mucho tiempo sobre lo que sentía y tenía una explicación para todo. El doctor José Augusto me escuchó con atención. Aprovechando mi pausa, dijo:

    – Sônia, no olvides que la muerte del cuerpo físico es para todos, y que somos sobrevivientes después de este suceso.

    Cambié de tema aceptando un jugo que me ofrecieron. No me gustaba nada estar allí, me resultaba muy extraño. Cuando mis compañeros de cuarto estaban dormidos, me levantaba lentamente y salía de la habitación. Una dama de aspecto agradable se acercó cuando estaba en el pasillo cerca de las escaleras.

    – Sônia, ¿a dónde vas? ¿Quieres huir?

    – Acabo de salir a dar un pequeño paseo", respondí.

    – ¿Pediste permiso? – Me preguntó –. No se puede salir a pasear, puede ser peligroso. ¡Por favor regrese! Estás en recuperación y debes cumplir con las normas del hospital. Como enfermera lo sabes, ¿no?

    Fingí que iba a volver, pero corrí y bajé. Corrí por los concurridos pasillos del hospital. Entré en el ala de profesores, el vestuario de enfermeras. Me cambié de ropa rápidamente. Salí del edificio, me detuve frente a la avenida, quería estar en casa. Y, pronto lo fue. Aliviada, ni siquiera pensé en cómo llegué, pensé que me estaba olvidando de algunos detalles.

    Mi casa estaba desordenada. Intenté arreglarlo y no pude. Quería poner los objetos en su lugar, pero se quedaron donde estaban. Cansada, me senté en un sillón y me quedé dormida. Me desperté con mis hijos llegando con mi madre. Corrí a abrazarlos, pero no me prestaron atención. No parecían verme. Escuché a mi hija decir:

    – Estamos contentos, abuela, que estés aquí ayudándonos.

    Hablaban sin prestarme atención.

    –Creo – pensé – que están enojados conmigo porque me escapé del hospital.

    Mis dos hijos y mi madre limpiaban la casa. Ella se fue, llegó mi esposo, estaba abatido y triste. Ni siquiera me miró. Lloraba. Y mi niña también lloró. Mi marido la abrazó.

    – ¡Hija, no llores! Todos estamos sufriendo. Intenta reaccionar, tenemos que seguir viviendo.

    – ¡La extraño mucho!

    ¿Mi hija está llorando porque mi madre, su abuela, se fue? – Yo pensé.

    Los tres se abrazaron. Se fueron a dormir, ni siquiera me prestaron atención. Decidí ir al dormitorio. Me acosté en mi cama. Me apoyé en mi marido. Se dio la vuelta, se levantó y fue a la sala de estar, encendió la televisión. Yo también estaba dispuesta a hablar con él.

    Dije por unos minutos que estaba bien, por eso salí del hospital y que no tenían que tratarme así. Mi esposo siempre había sido muy atento conmigo, fingía tan bien que parecía no escucharme. Me senté en el sofá y me dormí.

    Así pasaron los días. Hasta que escuché hablar a mi madre e hija.

    Dijeron que iban al hospital a buscar algunos de mis objetos que estaban allí.

    –Bueno – pensé – si me están tratando así, con desprecio porque me escapé de allí, me voy con ellos, para que me disculpen y todo estará bien.

    Me subí al auto con ellos. Se detuvieron en el estacionamiento del hospital y los seguí hasta el edificio.

    Observé el movimiento y cuando me di cuenta las dos desaparecieron. Decidí ir a la enfermería donde estaba, pero no pude encontrar las escaleras. Iba caminando por el pasillo, terminé yendo al sector donde trabajaba, de enfermos graves. Me quedé en un rincón mirando. Vi a un hombre que ya conocía, era un paciente difícil, exigente y maltratado.

    Maltrataba a quienes lo cuidaban con palabras groseras. Dos veces había pasado sus manos sobre mí. Ahora se estaba muriendo, y murió. Vi dos figuras oscuras tomarlo de los brazos, le dieron un tirón y se convirtió en dos. Uno callado, ahí en la cama, otro gritando y desapareciendo con las figuras. Temblé de miedo. Poco después, otra muerte, una señora tranquila murió rezando y fue envuelta por una luz. También se convirtió en dos. Uno durmió plácidamente, y el otro se fue con la luz.

    Me quedé estupefacta, luego vi a esa señora que trató de evitar que me escapara.

    – ¡Hola Sônia! ¡Es bueno que estés de vuelta! Espero que entiendas lo que te pasó.

    – ¡Creo que estoy loca!

    Ella me abrazó con ternura.

    – ¡No, Sônia! ¡Por favor, no te dejes engañar más! ¡Míranos! Somos, tú y yo, diferentes de estas enfermeras y estos pacientes. ¡Tú no estás loca! Cuando te atropellaron, tu cuerpo físico murió, pero sobreviviste, porque el espíritu no muere.

    – ¡¿Estoy muerta?! ¿Y ahora? – Pregunté angustiada y asustada.

    – Aceptar esta forma de vida. Ven, te llevaré a la parte del hospital donde albergamos a los desencarnados que necesitan orientación.

    Me tomó de la mano y me estaba tirando. Al pasar por el

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