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Lo que ellos perdieran: Vera Lúcia Marinzeck de Carvalho
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Libro electrónico278 páginas3 horas

Lo que ellos perdieran: Vera Lúcia Marinzeck de Carvalho

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Este libro nació del trabajo de un equipo del plano espiritual que participó en algunos casos de obsesión. 
¿Qué piensan y sienten los que quieren venganza? ¿Y los obsesionados? La víctima en ese momento. ¿Es solo una cuestión de contexto? 
Esta lectura nos lleva a veces a sentir las emociones del obsesor, a veces los dolores del obsesionado. Durante un tiempo, tanto el obsesor como el obsesionado estuvieron unidos. ¿Y qué les faltó? 
Para averiguarlo, tendrás que leer esta preciosa obra.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 jul 2023
ISBN9798223049685
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    Lo que ellos perdieran - Vera Lúcia Marinzeck de Carvalho

    Romance Mediúmnico

    Lo que ellos Perdieran

    Psicografía de

    VERA LÚCIA MARINZECK

    DE CARVALHO

    António Carlos

    Traducción al Español:      

    J.Thomas Saldias, MSc.      

    Trujillo, Perú, Julio, 2023

    Título Original en Portugués:

    O que eles perderam

    © Vera Lúcia Marinzeck de Carvalho , 2019

    World Spiritist Institute

    Houston, Texas, USA      

    E–mail: contact@worldspiritistinstitute.org

    De la Médium

    Vera Lúcia Marinzeck de Carvalho (São Sebastião do Paraíso, 21 de octubre – ) es una médium espírita brasileña.

    Desde pequeña se dio cuenta de su mediumnidad, en forma de clarividencia. Un vecino le prestó la primera obra espírita que leyó, "El Libro de los Espíritus", de Allan Kardec. Comenzó a seguir la Doctrina Espírita en 1975.

    Recibe obras dictadas por los espíritus Patrícia, Rosângela, Jussara y Antônio Carlos, con quienes comenzó en psicografía, practicando durante nueve años hasta el lanzamiento de su primer trabajo en 1990.

    El libro Violetas na Janela, del espíritu Patrícia, publicado en 1993, se ha convertido en un éxito de ventas en el Brasil con más de 2 millones de copias vendidas habiendo sido traducido al inglés, español, francés y alemán, a través del World Spiritist Institute.

    Del Traductor

    Jesús Thomas Saldias, MSc., nació en Trujillo, Perú.

    Desde los años 80s conoció la doctrina espírita gracias a su estadía en Brasil donde tuvo oportunidad de interactuar a través de médiums con el Dr. Napoleón Rodriguez Laureano, quien se convirtió en su mentor y guía espiritual.

    Posteriormente se mudó al Estado de Texas, en los Estados Unidos y se graduó en la carrera de Zootecnia en la Universidad de Texas A&M. Obtuvo también su Maestría en Ciencias de Fauna Silvestre siguiendo sus estudios de Doctorado en la misma universidad.

    Terminada su carrera académica, estableció la empresa Global Specialized Consultants LLC a través de la cual promovió el Uso Sostenible de Recursos Naturales a través de Latino América y luego fue partícipe de la formación del World Spiritist Institute, registrado en el Estado de Texas como una ONG sin fines de lucro con la finalidad de promover la divulgación de la doctrina espírita.

    Actualmente se encuentra trabajando desde Perú en la traducción de libros de varios médiums y espíritus del portugués al español, habiendo traducido más de 240 títulos, así como conduciendo el programa La Hora de los Espíritus.

    Índice

    CONVERSACIÓN ENTRE AMIGOS

    PRIMERA HISTORIA

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    SEGUNDA HISTORIA

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    TERCERA HISTORIA

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    CUARTA HISTORIA

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    QUINTA HISTORIA

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    SEXTA HISTORIA

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    SÉPTIMA HISTORIA

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    CONCLUSIÓN

    CONVERSACIÓN ENTRE AMIGOS

    En una soleada tarde de domingo, en un día muy agradable, nos juntamos, amigos afines, y disfrutamos de una cálida conversación; el tema se convirtió en una obsesión.

    – Yo, Antônio Carlos, ya obsesioné a alguien – dije, recordando el pasado –. Actué mal y, normalmente, cuando actuamos mal, ponemos excusas o culpamos a alguien. Eso fue lo que hice. Traté de justificar mis malas acciones diciendo que era por las circunstancias del momento, miedo de enfrentar la situación, de no tener el coraje de abandonar la comodidad, de decir no a las comodidades y que me animó una persona, quien se sentía como yo: ¿Cómo perder el prestigio? ¿Cómo vivir con menos dinero? ¿Escapar? ¿A dónde ir? etc. La desencarnación me sorprendió. Entonces fui acusado de mis acciones. Los desencarnados se vengaron. Sufrí mucho. Todo pasa; esos espíritus que querían venganza se cansaron y me dejaron en el Umbral, así que logré razonar y, en lugar de concluir correctamente que cometí un error y tuve la revancha, culpé a alguien más. La odiaba. Así que fui tras esa enemiga y la encontré reencarnada en un cuerpo masculino. Me rebelé. Ella desencarnó, sufrió, pero no fue perseguida como yo. Era como siempre o como era, no había cambiado: amaba el estatus, el dinero, vivía en la ociosidad. Quería venganza y lo planeé. ¿Esta persona no me hizo mal? Porque eso era lo que se suponía que debía hacerle a ella, quien en ese momento era él. No fue difícil, tenía tendencias que comencé a fomentar. Lo hice errar, cometer actos indebidos. Fue asesinado por estas razones, por haber dañado a una persona que se defendió. Cuando lo vi muerto y su espíritu no quería dejar la materia, me asusté. No me gustaba verlo sufrir así. Pregunté, pedí ayuda. Él fue ayudado y yo también. Estábamos separados.

    Terminé mi historia con un profundo suspiro.

    No es fácil recordar los actos ilícitos que hemos cometido.

    Fue José quien rompió el silencio:

    – Hace años que trabajo en Centros Espíritas y siempre estamos lidiando con procesos obsesivos, he notado que cambias mucho de lado, a veces obsesionado, a veces obsesionando. Antônio Carlos, eras un obsesor. ¿Estaba obsesionado?

    - No recuerdo haber estado obsesionado. Cuando esto sucedió, me justifiqué que, débil, hice lo que el otro quería; en mi caso, un encarnado. No era obsesión, solo estaba discutiendo. Lo que realmente recuerdo son mis acciones como obsesor. Sé que nuestras malas acciones nos marcan más. Este espíritu, que me obsesionaba, no tomó represalias. Primero me tenía miedo, no podía acercarse a mí porque estaba aterrorizado, luego sintió aversión. Con el tiempo nos reconciliamos y hoy somos amigos.

    – Mucha gente, como tú – opinó Huberto – actúa así. El error, la culpa, es del otro; el éxito es mi mérito. Pero la ley Divina del universo es que nuestras acciones nos pertenecen. Esto se debe a que podemos usar o abusar de nuestro libre albedrío, que es una gracia que Dios nos ha otorgado. Es por libre albedrío que tenemos la posibilidad de hacernos buenos o malos. Así, nos hacemos mejores o peores de lo que Dios nos hizo. En la obsesión, deduzco lo siguiente: nadie puede destruir el libre albedrío de los demás. Uno puede dañar o intentar, en este caso, obsesionar al otro. Sin embargo, es cierto: donde hay culpa, hay sufrimiento. Con el obsesor desencarnado, tema de nuestra conversación, digo que: la muerte del cuerpo físico no destruye lo negativo. Aquel que hizo muchas malas acciones, cuando encarnó, sigue siendo el mismo desencarnado. El descarriado materialista burlón se convierte aquí o allá en materialista sufriente, encarnado o desencarnado, hasta que decide modificarse, reconociendo los errores cometidos y decidiendo hacer el bien que no hizo. El libre albedrío es un atributo del espíritu y no de la materia física. Los encarnados y desencarnados pueden mejorarse a sí mismos cuando lo deseen. Es por nuestra voluntad que podemos obtener nuestra paz, o sufrimiento, construir lo positivo o destruir con lo negativo. ¡Qué gran responsabilidad! El obsesor ciertamente piensa que tiene razones, como escuchamos de Antônio Carlos, pero en vez de pensar, concluir y esforzarse por salir de la negativa del error, no lo hace y sigue equivocándose.

    – Y tú, José, ¿qué te parece? – Urbano quiso saber.

    – Yo, en efecto – dijo José – he visto muchas obsesiones; Trato de ayudar a los involucrados, alertándolos con citas de Jesús sobre la ley del retorno. Lo que le hacemos a los demás, primero nos lo hacemos a nosotros mismos. Jesús dijo: No juzguéis para no ser juzgados;¹ con la misma medida, serás medido.² Esto es tener cuidado con los actos indebidos. Para mí, la frase más hermosa que particularmente tengo como meta en la vida es: sé misericordioso para recibir misericordia.³ No es necesario que el ofendido quiera vengarse, para hacer castigar al ofensor; eso es porque lo que recibiste puede ser la cosecha de una plantación de malas acciones. También pudo haber sido una prueba, y si lo fue y terminó obsesionando, no fue aprobada y seguramente habrá que repetirla. Como nuestras acciones nos pertenecen, si el ofendido, el perjudicado, el que ha recibido un mal, perdona, comprende y cuida su vida, es lo mejor que hace. Porque el que hizo el mal, lo recibirá de vuelta, es la ley de Dios. La siembra es gratuita, pero la cosecha es obligatoria. Sin embargo, una cosecha difícil se puede facilitar con amor, que todo lo suaviza, y con mucho trabajo en el bien.

    – Lo que hago – opinó Eulalia – es con amor, trato de cuidar a los dos, obsesionada y obsesionante, con mucho cariño. Enfócate en el perdón, en la necesidad de perdonarte a ti mismo. Si se practicara el perdón, no habría obsesiones, posesiones, deseos de venganza. Si nos amáramos como Jesús nos enseñó, no tendríamos ofensores ni ofendidos. Muchos de los ofendidos están teniendo la oportunidad de aprender a no ofenderse. Amigo Antônio Carlos ¿por qué no escribes algo sobre esto? Es interesante saber lo que siente, piensa un obsesor. Sé que sueles sufrir mucho.

    - Puedo intentarlo, pero les ruego mis amigos que me ayuden -, respondí –.Trataré entonces de escribir lo que pasó siendo fiel en la opinión, lo que dijo cada miembro de este equipo.

    - Si eso pasa, les pido que participen - se interesó Huberto –. Tenía poco conocimiento, cuando estaba encarnado, sobre este tema, sobre esta posibilidad; desafortunadamente, no profundicé más en este estudio. Tenía a alguien cercano a mí que estaba obsesionado. Me enteré de este hecho solo cuando desencarné. Pensé, cuando eso pasó, que era una enfermedad física, aunque sabía eso: espíritu sano, cuerpo sano. Había conmigo una persona que necesitaba sanación espiritual. No pensé mal, de hecho era un espíritu que cometía muchos errores y estaba recibiendo retroalimentación para aprender. Pero con él iban tres seres desencarnados que lo odiaban y, aun viéndolo en un cuerpo deficiente, no era suficiente: querían castigarlo más. Noté que cuando rezaba cerca de él se calmaba. Le enseñé a la madre a orar y comencé a orar más por él. Lo envolvió en un manto de luz que yo había creado por amor. Funcionó. Dos obsesores se retiraron y uno, más endurecido, se quedó con él hasta la desencarnación del niño inválido, que fue rescatado. Este espíritu obsesivo, durante años, siguió sufriendo, hasta que aceptó ayuda para modificarse. Me gustaría participar como estudiante. ¡Será muy interesante!

    – Vamos entonces – decidí – a organizarnos y hacer este trabajo que, seguramente, como todas las tareas en y para siempre, nos dará muchos conocimientos.

    El trabajo estaba organizado. Tendríamos días y horas para resolver estos asuntos, tan graves y dolorosos como los de la obsesión.

    PRIMERA HISTORIA

    Capítulo 1

    Olga, sintiéndose inquieta últimamente, salió al patio trasero y miró hacia el cielo.

    – ¡No hay nubes y hace mucho calor! ¡Que calor! Miró la pared y recordó:

    Fue en ese día que Mateo se cayó y se rompió el pie. Le venían a la mente las escenas, pero no solo la suya, también las de dos desencarnados: Clemente, el marido, y Mateo, el hijo.

    Recordaron: Mateo, de doce años, trepó la pared y se balanceaba sobre ella. Olga, la madre, al verlo, se asustó y gritó, asustando al niño, que cayó.

    – ¡Qué prisa! – Exclamó Olga, quien últimamente hablaba mucho para sí misma y en voz alta.

    - Sola - es como ella pensaba que estaba, pero siempre acompañada por su hijo y muchas veces por su esposo.

    – Telefoneé – siguió hablando Olga, como si hablara con alguien, y los dos la oyeron – a Clemente, y lo llevamos los dos al hospital. Pasó muchos días sin poder poner el pie en el suelo; me quejé, pero disfruté cuidándolo, siempre lo he hecho. Quizá debí haber tenido más hijos, solo teníamos a Mateo, nuestro todo. ¡Qué ingratitud! ¡Qué vida tan cruel! ¿Por qué me llevaste Mateo? ¡No la vida! ¡Muerte! ¡Qué desgracia!

    – ¡Vida miserable! – se quejó Mateo, el hijo desencarnado.

    – ¡El pobre murió! – La madre, lamentándose, comenzó a llorar.

    – ¡Soy un pobrecito! - Mateo gimió.

    – Hijo – Clemente estaba preocupado – ¡Vamos, por favor!

    – ¡No es no! – Gritó enojado Mateo.

    – ¡Mateo! ¡Mateo mío! ¡No me abandones! ¡Me muero sin ti! ¡Mi hijo! – Lloró Olga, lágrimas abundantes corrían por su cara.

    – ¿Ves, papá? ¿Cómo ir? ¡No puedo!– ¡Vamos, esto no puede continuar! – Rogó el padre. Clemente suplicaba, pero pensó:

    - ¿Ir con él a dónde? ¿Sabré cómo volver al Puesto de Socorro? Quiero llevarme a mi hijo lejos de aquí, pero ¿a dónde ir?

    – ¡No voy! ¡Ve tú! ¿Qué padre eres? Nunca amaste a mamá, porque no te importa ella – Mateo se puso nervioso.

    – ¡Ese Clemente! ¡Estúpido! ¡Qué marido! Siempre me atormentó. ¡Nunca podría contar con su ayuda! ¡Ayudé a otros y no a mí mismo! – se lamentó Olga.

    – ¡Dios mío! – suplicó Clemente.

    – ¡Dios mío! – repitió la madre.

    Clemente se sentó en el suelo, en un rincón del patio trasero; Olga entró en la casa y Mateo la acompañó. Madre e hijo se lamentaron, pensaron en lo mismo. La muerte no debe existir o solo deben morir los viejos, los muy viejos y los malos.

    – ¡Quiero leche! – Pidió Mateo.

    Olga abrió el refrigerador, sacó la botella de leche, vertió el líquido en un vaso y bebió. Mateo sintió que la tomaba.

    – ¡Que vida! Mateo se quejó. Repitió Olga.

    – ¡No eres una buena madre, no sales, no vas a discotecas! ¡Quería ir, salir y aquí estoy sin hacer nada! ¡Me duele la pierna!

    – ¡Qué dolor en la pierna! – se quejó Olga –. Parece que está herido, pero no lo está. Qué vida más aburrida, no tengo nada que hacer. ¡Mateo! ¡Mi hijo! ¡Quédate a mi lado!

    Mateo se sintió mareado y se sentó en el sofá. Olga también se sentó. Se acordó de su hijo. Solo hizo esto.

    - Mi hijo era tan hermoso como un bebé. Me llamó la atención cuando salí con él…

    Recordó el embarazo, su bebé, niño, adolescente...– ¡Él llega! ¡¿No piensas en otra cosa?! – Gritó el chico desencarnado.

    - Pensando, pienso, pero me gusta recordar - dijo Olga.

    Sin entender ni ver a su hijo, lo sintió y hablaron. Los dos estaban unidos, y era Olga, la madre, quien lo abrazaba.

    – ¡No me dejes, hijo! ¡No te vayas, de lo contrario me muero! ¡Hijo! ¡Mi pequeño!

    – ¡Olga! ¡Olga! – La llamó la vecina en la puerta.

    – No contestaré – Decidió la anfitriona de la casa.

    – ¡Eso! ¡No contestes! – Pidió Mateo –. Esta vecina es aburrida.

    Olga guardó silencio. Clemente se acercó al vecino y le preguntó:

    – ¡Insista, por favor!

    La vecina no lo sintió, no entendió el pedido del padre desencarnado, pero estaba preocupada por Olga, vivían cerca desde hacía más de treinta años.

    - Olga está allí, estoy seguro, no quiere responderme, vuelvo más tarde.

    – ¡Que dolor de cabeza! ¡Qué dolor insoportable! – Se lamentó Clemente.

    – Estoy con dolor de cabeza. Tomaré un analgésico – decidió Olga.

    - No tengo dolor de cabeza, tengo sueño - dijo Mateo.

    Olga tomó una pastilla y se sentó en el sofá.

    Él pensó: Esa tarde, Mateo fue a una fiesta. Domingo, en el almuerzo, en una finca...

    – ¡¿De nuevo?! ¡¿Piénsalo de nuevo?! – Protestó el hijo desencarnado.

    A Olga no le importó la queja de su hijo y siguió pensando:

    - "Mateo tenía muchos amigos, tenía algunas novias. Fingió tratarlas bien a su alrededor, pero no le gustaban. Todavía no había conocido a ninguna chica lo suficientemente buena para él hasta la fecha. El hecho era que no quería compartir sus afectos con ninguna mujer. Mi hermana dijo que era bueno tener nietos. Tonterías, él fue suficiente para mí.

    – ¡¿Qué?! – se maravilló Mateo –. Las chicas no se quejaron por nada. Tú, ¿eh? Fuiste mala con ellas. ¡Qué cosa!

    - No podía dejar que nadie te alejara de mí– se defendió la madre.

    Mateo siguió sentado en el sofá al lado de su madre, le dolía la pierna derecha, a veces se mareaba, decidió quedarse en silencio y escuchar los pensamientos de su madre.

    - Para mí estuvo bien que Mateo cambiara de novia. Tenía veintisiete años, pensó que era joven para una relación seria. Estudió, fue abogado. Me llenó de alegría cuando aprobó el examen de la OAB (Colegio de Abogados de Brasil). Abrimos una sala, una hermosa oficina para que él atendiera a la gente. Trabajaba con un socio, otro abogado. Los dos se llevaban bien y estaban ganando dinero. Quería que mi hijo disfrutara de la vida, que saliera, viajara y tuviera citas. Cuando su padre vivía, Mateo lo acompañaba unas veces al asilo, otras veces a la APAE (Asociación Padres Amigos Excepcionales); después de la muerte de Clemente, nuestro hijo siguió haciendo la contabilidad y ayudando económicamente a estas entidades. Él era un buen chico. ¡Esa fiesta! Los amigos dijeron que bebía como siempre; es decir, un poco en exceso, volvió solo y ocurrió el accidente.

    Mateo revisó las escenas. Efectivamente estaba borracho. Salió de la fiesta pensando en irse a dormir a su casa. Sabía que el camino era peligroso, ya había habido varios accidentes en él. Pisó el acelerador, estaba por encima de la velocidad permitida. Adelantó a una camioneta y vio una camioneta frente a él, pero no pudo esquivarla, chocó. Sintió el choque, escuchó el ruido y, sin entenderlo, estaba parado al lado de su auto con toda la parte delantera abollada.

    - Veía de forma confusa y me mareaba. Fui al camión, el conductor estaba encorvado sobre el volante. Llegué a la conclusión que se había desmayado, le sangraba la cabeza. Me quedé allí. Otros vehículos se detuvieron, escuché la ambulancia, el rescate, la policía. El camionero que pasó miró al conductor del camión. Escuché de él: '¡Está vivo!'. Ha llegado el rescate. Vi que sacaron al conductor de la camioneta y lo subieron a la ambulancia, estaba desmayado, eso escuché del paramédico. Me acerqué a los tres rescatistas y les pregunté: '¿Me pueden ayudar? No me respondieron. Protesté: 'No es porque sea culpable que merezco ser despreciado'. Nada, me ignoraron. 'Saquemos los vehículos de la carretera', ordenó lo que parecía ser el comandante. Vamos a despejar el camino. Me quedé allí, mareado, mirando y luchando por razonar. Los vi sacar los vehículos de la carretera y ponerlos a un lado de la carretera. Dos hombres comenzaron a cortar la carrocería de mi auto. ‘¡Ah, por fin!’, suspiré cuando vi dos autos de mis amigos que también estaban en la parada de la granja. Los vi salir del auto y Nancy gritar: ‘¡Mamá! ¡Mateo!'. Grita en voz alta. Mis amigos se conmovieron, se acercaron a mi auto. Confundido, yo también me acerqué, quise decirles que estaba ahí, pero no pude, ¡miré dentro del auto y me vi! Sentí que me iba a desmayar y me apoyaron. Mis amigos lloraron y Nancy gritaba. Nuevamente miré dentro del auto. Allí estaba, cubierto de sangre; las piernas, la que vi era la derecha, aplastada; Lo vi porque llevaba pantalones cortos y los dos hombres estaban cortando los herrajes. '¡Murió instantáneamente, en la colisión!', escuché. Tenemos que decirle a su madre, dijo un amigo. '¿Cómo dar la noticia?', preguntó Nancy. Continué allí de pie, mirando de uno a otro y escuchándolos. El rescatista levantó el teléfono y dijo: '¿Doña Olga?

    Lamento informarle que su hijo ha tenido un accidente. ¡Calma! ¡Por favor! Será llevado al hospital. No sé como decirlo El médico lo hará. ¡Tenga calma!'. El hombre le devolvió el teléfono a mi amigo. No comentaron. Sacaron el cuerpo ensangrentado de mi auto. Me desmayé."

    Mateo se secó la cara y

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