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Despertando la sensibilidad
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Libro electrónico903 páginas9 horas

Despertando la sensibilidad

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En la era de las telecomunicaciones, algunos vivimos más desconectados que nunca de nosotros mismos y de nuestro entorno, especialmente de la naturaleza, que tantos y tantos regalos nos ofrece con su sostén y su belleza, con la expresión de sus ciclos cambiantes y sus ritmos, tan suyos como nuestros.
La sensibilidad es un don elevado que brota directamente del corazón, la morada del alma. Con este don, nuestro ser logra atravesar las barreras impuestas hasta alcanzar al otro, construyendo puentes, uniendo, integrando y abrazando, haciéndonos conscientes de nuestro mundo interno y la tierra que habitamos.
80 aceites esenciales y cristales se presentan aquí como símbolos o tótems que la autora utiliza para ayudarnos a hacer un boceto en nuestra mente de conceptos tan antiguos, y a la vez tan atemporales, como el Yin y el Yang o la teoría de los Cinco Elementos. Su forma de narrar es una invitación directa a la aceptación y la compasión, a la búsqueda y encuentro de nuestra libertad a través de la sensibilidad, y al abrazo con eso que realmente somos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 ago 2023
ISBN9788411144070
Despertando la sensibilidad

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    Despertando la sensibilidad - Sabela Cea Bao

    1500.jpg

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Sabela Cea Bao

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    Imagen de portada: Maribel Bao

    ISBN: 978-84-1114-407-0

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    Este libro no es un libro de consulta médica.

    Es un libro que plasma un tramo de mi proceso personal y profesional.

    Es una ventana desde donde contemplar una senda escogida por una persona que podría ser cualquiera; una persona que no posee la verdad absoluta.

    No creas nada de lo aquí escrito, simplemente valóralo y reflexiona sobre ello hasta alcanzar tu verdad.

    En caso de malestar, dolencia o enfermedad, acude a tu médico o sanitario especialista.

    .

    A mi amigo del alma.

    .

    «Contempla cada camino de cerca,

    entonces hazte esta pregunta crucial:

    ¿me lleva el corazón por esta ruta?

    Si lo hace, entonces el camino es bueno.

    Si no es así, es inútil»

    Carlos Castaneda.

    Introducción

    Recuerdo mi infancia como un baile entre la vida y la muerte; entre lo creado y lo imaginado, entre lo conocido y lo extraño, entre la fe y el miedo, entre luces y sombras. También recuerdo que en mi interior se extendía un pasto interminable de posibilidades, todas ellas increíbles, y cómo, despierta o en sueños, podía acceder a cualquiera de esos universos fantásticos que creaba a todo color, llenos de personajes y lugares extraordinarios donde era siempre la heroína, siempre la protagonista del cuento.

    A medida que crecía, mi forma de percibir e interpretar el entorno y mi sensibilidad en general, fueron aumentando con cada año que cumplía hasta convertirse en un verdadero calvario. Sentía el mundo que me rodeaba increíblemente grande y agresivo, y a mí, cada vez más pequeña y vulnerable. No sabía ni comprendía lo que me pasaba. Solo sabía que sentía muchas cosas diferentes a la vez y que ninguna me gustaba; entre ellas estaban frustración, miedo, tristeza y una gran culpa, como si algo sucio y oscuro habitase dentro de mí. Recuerdo la ansiedad por intentar no hacer algo mal y ser juzgada, y aunque solo pude comprender este sentir con el paso de los años y mucho trabajo consciente al lado de buenos terapeutas, negar que esta sensación siempre estuvo ahí sería negarme a mí misma, y ahora lo sé, pero durante mucho tiempo… me negué.

    No sé cuándo empezó, pero mis mundos imaginarios comenzaron a traspasar la barrera de lo irreal, presentándose ante mí completamente materializados, absolutamente palpables y reales. De día era terrible, pero de noche era aún peor. Se me aparecían imágenes distorsionadas que me llenaban de miedo y que no podía controlar, hasta el punto de que era rara la noche que no despertaba a mis padres con potentes gritos de pánico. A ellos les decía que aquello eran pesadillas, pero yo sabía que no lo eran; estaba completamente despierta. La vergüenza podía conmigo y no me sentía capaz de decirle a mi familia que lo que veía lo podía hasta oler. ¿Y si no me creían y pensaban que me lo inventaba para llamar la atención? ¿Y si pensaban que estaba loca? Tenía la cabeza tan saturada de cosas y el cuerpo tan agotado por una lucha en solitario, que ya no podía más. Además, tenía las emociones a flor de piel y estaba muy susceptible, por lo que cualquier comentario que me hicieran era motivo para echarme a llorar. Todo lo sentía como un ataque personal.

    Hasta los veinte años no tuve fuerzas para contarles aquello a mis padres, pero ya a los doce me di cuenta de que podía sentirme mejor de lo que me sentía, que algo que no comprendía me estaba haciendo daño y que esto podía cambiar. Aún conservaba suficiente fe, y sin saber nada más que lo que puede saber una preadolescente del tema, le dije a mi madre:

    —Mamá, necesito ayuda. Quiero ir a un psicólogo.

    Y mi madre, que es muy sabia, no se lo pensó ni un segundo y buscó un profesional que me pudiese atender y ayudar enseguida. Encontró a una psicóloga a la que iba una vez por semana. Me dedicaba a sentarme frente a ella y a responder a las preguntas que me hacía, sin ningún tipo de feedback. Ni que decir tiene que aquella primera experiencia poco impacto tuvo sobre mi persona. Me pasó de largo como pasan las hojas de los árboles un día de viento, pero en ningún momento me desanimé. Tenía claro que aquella psicóloga no era representativa del gremio al completo, y me convencí de que seguro que había alguien especial para mí que sabría cómo llegar al jardín oculto que había creado en mi interior; alguien que realmente me pudiese ayudar. Mientras tanto, había tomado la decisión de esperar pacientemente a que pasaran los años, intentando encontrar en el tiempo algo de alivio, como se suele decir. Fui formándome poco a poco en diferentes disciplinas, pensando siempre que era primero para mí, a nivel personal, y con el tiempo ya se vería si lo aplicaba a otros o no. El trabajo de acompañamiento no tardó en llegar; fue algo natural que tenía que pasar, pero lo más importante fue todo el desarrollo en mi interior que comenzó a florecer.

    Con el masaje comprendí la importancia y la necesidad del contacto. Necesitaba muchísimo contacto, ¡y ni siquiera lo sabía! Aprendí a dar, desde luego, pero sobre todo aprendí a recibir. En mi casa no teníamos carencia de contacto, todo lo contrario, pero tengo que confesar que, ser la tercera de cuatro hermanos, a mí me supuso tener que pelear por la atención de mis padres. No les pasó lo mismo a mis hermanos; sin embargo ahí está la prueba de que, incluso prestando igual atención a nuestros hijos, toda de la que somos capaces, aun dando todo lo que tenemos y más, es posible que para uno de ellos todavía sea insuficiente. Apunto que para mí, mis padres son un ejemplo de paciencia, atención y servicio desinteresado, un ejemplo de auténtico amor incondicional a sus hijos. Yo no fui consciente de mi necesidad de contacto y de recibir hasta que comencé a aprender masaje. Hasta ese momento, vivía creyendo que justamente ahí no podía haber ningún conflicto porque, como he dicho, mi familia de origen es una familia amorosa. Pero el vacío existía.

    Descubrí también por aquella época los aceites esenciales y, casi de forma casual, cómo podían afectar a mi estado de ánimo. Recuerdo lo animada que me sentía cada vez que daba un masaje con aceite esencial de limón. Al principio no fui consciente de ello, pero con el paso del tiempo pude ver la relación y ya no pude parar de investigar. Fue tan revelador este hecho, darme cuenta del vínculo entre aroma y emoción, que inmediatamente quise saber más. No me interesaba tanto si les sucedía a otros o qué les sucedía, sino más bien qué era lo que me sucedía a mí. Estaba tan ansiosa por sentirme estable y asentada, sin miedos que gobernasen mi vida, que casi inmediatamente me hice con un interesante «botiquín» de aceites esenciales. Aunque me formé y aprendí sus beneficios a nivel físico, tengo que reconocer que lo que siempre me ha llamado la atención ha sido su relación con la mente, las emociones y sentimientos, seguramente por mis circunstancias personales.

    Recuerdo pensar un día: «Si los aceites esenciales pueden ayudarme a generar un estado emocional concreto a través del sentido del olfato, ¿podría utilizar los otros sentidos para obtener resultados parecidos? Y si es así, ¿qué puedo utilizar y cómo?». El sentido del tacto ya lo estaba estimulando a través del masaje, y obtenía buenísimos resultados, pero ¿y el oído? ¿Y el gusto? ¿Y la vista? Me di cuenta de que en todo momento estos sentidos estaban recibiendo estímulos, durante todo el día, pero no les estaba prestando atención; los daba por sentado, y fue maravilloso redescubrirlos. Mi autoestima fue recomponiéndose paso a paso, muy lentamente, así que decidí continuar. Desempolvé mi pequeña colección de minerales y busqué libros sobre ellos; de geología, mineralogía, cristalografía, y por supuesto sobre gemoterapia. Todos ellos me dieron el impulso y el ánimo para hacer lo que luego se convirtió en un hábito, que todavía se mantiene a día de hoy: escribir un diario personal lleno de reflexiones y conclusiones nacidas de mi relación con los cristales y la pura observación interna. Era como encontrar un pequeño hilo, un hilo que crecía al ir tirando de él; un hilo con nudos que aparecían cuanto más tiraba y, con cada nudo, aprendía algo nuevo de mí misma. Cada vez que observo de nuevo un mineral me evoca algo diferente. Es como cuando vuelves a leer un libro y te das cuenta de algo distinto, algo que antes no habías visto.

    Entonces llegaron mis veintitrés años. Me fui a Madrid a aprender Shiatsu y allí, en la escuela, a través de profesores y compañeros, no solo descubrí otra forma maravillosa y auténtica de contacto, además aprendí que conceptos creados hace miles de años al otro lado del mundo podían representar una realidad totalmente actual, rindiendo culto a la naturaleza al completo, exponiendo sus ciclos y ritmos, sus colores y sonidos, sus luces y sus sombras. En aquella escuela aprendí a escuchar más y mejor a mi cuerpo y al mundo que me rodea, aprendí a comprenderme pero, sobre todo, aprendí lo que realmente significaba aceptarme. Entendí que todo lo que me pasaba tenía un sentido y un porqué, y que tenía la opción de elegir entre sentirme mejor o peor, a pesar de mis circunstancias. Pude continuar a partir de ese momento, pero esta vez con mucha más calma y siendo más consciente de mí misma. Si tuviera ahora mismo que describir el Shiatsu con una sola palabra, una que se acercase a la esencia de esta disciplina, diría que es integrador. El Shiatsu une, da soporte, acompaña, suma, recompone y completa. Todo ello es lo que a mí me aporta e infinitas cosas más. Con él he podido vincular las diferentes herramientas con las que trabajo, haciéndolas colaborar entre ellas y, sin lugar a duda, comprendiéndolas cada vez más y mejor. No puedo estar más agradecida…

    Llegando casi a los treinta conocí a un ángel con el nombre de Eva; un alma grande y noble que, con muchísimo amor del de verdad y muchísimo arte, supo encontrar la llave de mi jardín interior. Ella era la psicóloga que necesitaba. Entró, se remangó y sentí en su mirada estas palabras: «Sabela, vamos a poner un poco más de orden aquí, que aún se le pueden dar un par de vueltas a esto». Si lo que estaba buscando era orden, no había nadie mejor para mí, y entre las dos nos pusimos a trabajar. Hicimos inventario de lo que había allí dentro, hicimos unos cuantos listados de lo que necesitábamos y de lo que ya no. Desbrozamos, embolsamos, reciclamos y tiramos muchísima basura. Una aventura extraordinaria de la mano de una grandísima profesional y mejor persona, de la que aprendí infinidad de cosas sobre mí misma. Con su presencia, su intensa y brillante luz y su sensibilidad, supo mostrarme que yo, con mi claridad y mi sombra, también soy maravillosa y, sobre todo, importante para la Vida.

    Ahora mismo continúo con mi trabajo personal. Sigo escuchándome, descubriéndome, sigo cayendo y levantándome, cometiendo unos cuantos errores y también algunos aciertos, caminando lo mejor que sé y esforzándome todos los días por hacerlo algo mejor. Con los años fui aprendiendo métodos nuevos, conociendo herramientas nuevas; unas me dieron mejores resultados, otras menos, pero con cada una he seguido avanzando, y estoy segura de que no lo dejaré de hacer.

    Hace más de seis años que me decidí a escribir este libro. Ha tenido muchas formas y continuará transformándose a la vez que yo misma me transforme, pero su esencia siempre se ha mantenido intacta. Mi intención con él no es más que la de exponer una pequeña parte de mi vida, una parte de mi proceso de autoconocimiento y desarrollo. Es un puñado de las reflexiones que he hecho a través del estímulo generado por aceites esenciales, cristales, los conceptos del Yin-Yang y los Cinco Elementos de la tradición china. Nada de lo aquí escrito es una verdad absoluta, simplemente es mi verdad actual que, sinceramente, anhelo ver crecer, transformarse y ampliarse.

    Tanto tiempo he pasado en contacto con aceites esenciales y cristales que casi los siento como si fuesen personas con las que puedo tener una conversación; por ello me he atrevido a plasmar en cada una de las ochenta fichas que he creado una tendencia, una forma de expresión, de manera que, con sus características, también mostraran aspectos de los cinco elementos tanto en estado de equilibrio como en desequilibrio. Con respecto a esta parte, he de decir que no he conocido a ninguna persona expresándose en su totalidad en uno de ambos polos. Nos movemos entre uno y otro, entre luces y sombras, como lo que somos: simples y a la vez complejos… seres humanos.

    Esta tendencia está basada, por un lado, en las respuestas que ha generado mi cuerpo físico y psicoemocional a lo largo de estos años y, especialmente, en lo que he podido observar en las personas que han pasado por mi consulta. En el caso de los minerales también me he inspirado en su génesis, estructura, forma y comportamientos fisicoquímicos, y en el caso de los aceites esenciales en sus propiedades terapéuticas demostradas. En muchos casos pueden manifestarse de forma parecida, pero es el concepto con el que se trabaja en cada una de ellas lo que las hace diferentes y únicas. Se podría decir que el concepto marca su enfoque; es la debilidad y a la vez la fuerza de cada una de ellas.

    A la tendencia le añadí dos partes: el aprendizaje (con atención al concepto que se va a trabajar) y su momento, que no es más que una parte de lo que personalmente he aprendido con ellos y una guía de en qué momento se podrían utilizar. En el aprendizaje, añado al final una serie de ejercicios en forma de preguntas que nos invitan a mirar hacia adentro y a seguir descubriendo eso de lo que estamos hechos. Desde el momento en que me decidí a escribir este libro, las preguntas han estado presentes como parte importante de mi propio proceso, ayudándome a explorar, a abrir la mente, a acercarme a eso que soy, y siento que también a aceptarme. En definitiva, me han ayudado, y lo siguen haciendo, a despertar mi sensibilidad.

    Estas fichas no son dogmas, no son inamovibles ni pretendo que lo sean, sino todo lo contrario. Estas no son más que mis propias impresiones en este momento de mi vida, y cada cual tendrá las suyas. Seguramente lo aprendido cambie o se transforme con el tiempo. Es lo suyo…

    Lo maravilloso de esta forma de trabajar es que habrá tantas impresiones como personas en el mundo, y es esa riqueza la que puede hacer que crezcamos más como seres, compartiendo, colaborando y respetando esta diversidad.

    Crea tus propias fichas, escribe tu propio diario, investiga y reflexiona sin culpa ni juicios, a poder ser, sin el peso de lo aprendido. Sepárate por un momento de cada una de las enseñanzas que has tenido, de lo que te han dicho o contado, de toda prueba científica e incluso de la memoria de tus maestros y ancestros. Pon en duda todo, incluso este libro que tienes entre las manos. No me creas ni creas nada de lo que te crees. Siente, como si fuese la primera vez. Siente, experimenta y escribe, y saca de ahí tu verdad.

    En este libro he decidido resaltar y prestar atención a diferentes capacidades y valores, y reflexionar sobre conceptos concretos que necesitaban (y necesitan) vigilancia por mi parte, con la intención de intentar acercarme lo máximo posible al hogar, a ese lugar interno y mágico desde donde puedo volver a ser. Puedes hacer lo mismo o no, como desees. Cada cual es dueño de su proceso y de su verdad. Lo que creo que es más importante es que, hagamos lo que hagamos, ahora y siempre, intentemos hacerlo desde el Corazón, desde ese lugar elevado donde mora el Alma.

    Con amor,

    Sabela.

    Descubriendo Oriente

    «En armonía con el Tao el cielo es claro y espléndido,

    la tierra es sólida y plena,

    las criaturas florecen juntas satisfechas con lo que son,

    en interminable multiplicación,

    en interminable renovación»

    Lao Tse.

    Tao Te King.

    .

    El Yin y el Yang.

    Desde mi punto de vista, y me atrevo a decir que desde el de muchos otros terapeutas, este concepto es la columna vertebral de la medicina tradicional china.

    El Yin y el Yang son dos caras de una misma moneda. Representan los ciclos naturales que conforman la naturaleza y todo el universo. Son el día y la noche, el frío y el calor, lo femenino y lo masculino. Pero no describen solamente los extremos, también lo que pueda hallarse en medio. Así de relativo es este concepto. Para hacernos una idea sobre esta relatividad, tomaremos el ejemplo de la temperatura del agua. El agua a temperatura ambiente es más Yang que el agua algo más fresca, que sería más Yin, y a su vez el agua algo más fresca es más Yang que el agua helada. Así siempre, en constante movimiento y transformación.

    También describe la relación entre diferentes ciclos o estados, es decir, su interdependencia. Por ejemplo, el día y la noche o las épocas del año, los conceptos arriba o abajo, duro o blando, activo o pasivo, y así hasta el infinito. Uno no puede existir sin el otro. A continuación expongo una pequeña tabla de referencia, donde se pueden apreciar de forma sencilla las diferencias entre los dos polos.

    YIN YANG

    frío calor

    abajo arriba

    dentro fuera

    interno externo

    descanso actividad

    introspección extroversión

    femenino masculino

    El concepto del Yin-Yang es también la base que he utilizado para tratar de comprender los conceptos de «energía femenina» (Yin) y «energía masculina» (Yang). Quiero dejar claro que en este libro en ningún momento tengo la intención de referirme al sexo o género de una persona cuando me expreso en estos términos. Justamente pretendo que se aprecie un punto de vista integrador, en el que podamos ser capaces de percibir ambas energías en cada uno de nosotros, tal y como indica el concepto del Yin-Yang. La una sustenta a la otra y están ambas en constante movimiento y transformación. Es el conjunto de las dos lo que conforma al ser humano como individuo, siendo imposible separarlas.

    En el apartado dedicado al Sagrado Femenino y Sagrado Masculino hablaremos más de ello.

    Los Cinco Elementos.

    El concepto de los Cinco Elementos es maravilloso. Describe de manera hermosa tanto los ciclos naturales de la Tierra, como de cada ser vivo que la habita. Cada elemento o fase tiene unas características que lo definen, de manera que podremos catalogar nuestro estado actual, o del entorno, según corresponda a cada uno. Como en el caso del Yin y el Yang, no existe un elemento sin los otros cuatro; están íntimamente relacionados. Estos Elementos son: Agua, Madera, Fuego, Tierra y Metal. A cada uno le corresponde una estación del año, un color, un sabor, una emoción, un sonido, un órgano o víscera, un fluido corporal, un punto cardinal, una nota musical, una forma de pensamiento o una etapa del desarrollo humano.

    Dentro de estos Elementos también se manifiestan el Yin y el Yang. Así, el Fuego representa el máximo Yang, con el verano como su estación, con el calor y la alegría, y el Agua el máximo Yin, con el invierno, el frío y el miedo. Los otros tres elementos representarían los estados intermedios, indicando los movimientos de expansión o contracción que avanzan hacia su máxima expresión.

    Podemos observar cómo la naturaleza mantiene su equilibrio gracias a diferentes formas de autorregulación. Estas tendrán sus representantes dentro del circuito de los Cinco Elementos, y se denominarán «ciclo de generación o nutrición», y «ciclo de control o inhibición». Así que el Agua nutrirá a la Madera para que pueda crecer y esta a su vez alimentará al Fuego. El Fuego generará una Tierra fértil gracias a sus cenizas, que a su vez nutrirá al Metal, formando los minerales que la componen. El Agua se alimenta del Metal, que le aporta calidad gracias a esos minerales.

    El ciclo de control actúa de la siguiente forma: el Agua controla al Fuego para que este no se exceda. A su vez, el Fuego funde el Metal, el Metal corta la Madera, la Madera contiene la Tierra y la Tierra frena al Agua. Y así se mantiene el equilibrio, tanto fuera como dentro de nuestro cuerpo. Efectivamente, dentro de cada ser vivo se manifiestan todos los Elementos, sus características y sus ciclos transformadores. Aquí he decidido presentar de forma muy escueta las características de cada Elemento, permitiendo en parte que sean las distintas «tendencias de carácter» las que nos permitan hacer un boceto en nuestra mente de las particularidades que poseen. Evidentemente no están todas expuestas, pero lograremos captar su esencia, que es lo que personalmente me interesa.

    Por cada Elemento hay dos palabras clave. Son palabras asociadas a su estado Yin o Yang, que nos dan una idea general de su función, y a la vez nos sirven como conceptos comodín para entender de manera sencilla su forma de expresarse. Tengo que decir que esta idea no es mía. En mis apuntes de Shiatsu se me presentaron así. Han sido los profesores de la escuela Amigos del Shiatsu los que nos aportaron (a los alumnos) esta forma de comprender un sistema tan complejo; yo simplemente he escrito sobre ello, sobre cómo lo entiendo en este momento.

    En mi clasificación, cada Elemento tendrá como representantes cinco aceites esenciales y cinco cristales. El Elemento Fuego lo he dividido en dos, tal y como se contempla en la medicina tradicional china: «Fuego primario» y «apoyo del Fuego» o «Fuego secundario», cada uno con su correspondiente ficha.

    Me he permitido hacerle un guiño a mis orígenes celtas en el Elemento Tierra, al que le he puesto a su estación el nombre de Samaín, que significa «final del verano», justamente la estación del año que tiene que ver con este Elemento. Evidentemente el final del verano no es una estación en sí, pero en el concepto de los Cinco Elementos sí se hace referencia a él de esta manera, indicando además que la Tierra marca no solo esa estación, sino también los cambios entre una y otra; y es que el Elemento Tierra, como veremos, tiene que ver entre otras cosas con la manera de gestionar los cambios y transiciones de nuestra vida.

    Aromaterapia

    «Los hombres podían cerrar los ojos ante la grandeza,

    ante el horror, ante la belleza,

    y cerrar los oídos a las melodías o las palabras seductoras,

    pero no podían sustraerse al perfume.

    Porque el perfume era hermano del aliento.

    Con él se introducía en los hombres y si estos querían vivir,

    tenían que respirarlo.

    Y una vez en su interior, el perfume iba directo al corazón

    y allí decidía de modo categórico entre inclinación y desprecio,

    aversión y atracción, amor y odio.

    Quien dominaba los olores, dominaba el corazón de los hombres»

    Patrick Süskind.

    El perfume.

    .

    Cuando un aroma nos toca el corazón.

    Todos tenemos alguna referencia, por pequeña que sea, de los efectos que pueden tener algunas plantas; y si no, hoy en día, en la era de las comunicaciones, podemos acceder con un clic a prácticamente toda la información que queramos sobre el extenso mundo vegetal. Con respecto a los aceites esenciales, existen interesantes experimentos y estudios enfocados en sus efectos para la salud. Uno de los aceites esenciales con más referencias es el de bergamota, aunque podemos encontrar de muchos otros. En PubMed, sin ir más lejos, encontraremos algunos.

    En cualquier caso, sin duda los aromas pueden evocarnos miles de recuerdos diferentes. Aún viene a mi memoria el olor a cacahuetes y bizcochos que nos daba mi abuela cuando íbamos a su casa, y de esto hace ya unos cuantos años. Este recuerdo siempre me hace sentir confiada y tranquila, me recuerda la seguridad y la calma que se respiraba en aquella casa. Ese es uno de los maravillosos efectos de los aromas, el de generar un estado concreto, capaz de transformar nuestra persona.

    Una fragancia en particular puede estimular rápidamente la mente y llevarnos a responder a ese estímulo de una forma diferente a como lo habríamos hecho sin ella. Es esa capacidad de estímulo-respuesta en parte lo que a mí me interesa. Los aceites esenciales pueden ayudarnos a «preparar el terreno» para que nuestra esencia pueda expresarse. Pueden ser estímulos desde los que podamos crear un estado de relajación, reposando las emociones y los pensamientos agitados. Podemos aplacar la sensación de ansiedad, o incluso despejar la mente cuando la sentimos saturada o pesada, o también reactivar el organismo, poniéndolo en marcha para la acción. Todo esto es importante para que el equilibrio vuelva a nuestra vida. Sin este equilibrio físico y psicoemocional, difícilmente podremos acceder a un estado de calma desde donde construir puertas a la verdad que nos rodea.

    Dependiendo del aceite esencial y la persona que se lo aplica, se generarán unos efectos concretos en áreas determinadas del individuo. El mismo aceite puede llevar a una persona hacia un estado de relajación y a otra hacia un estado especialmente despejado y vital, o incluso pueden darse ambas opciones. Somos seres complejos y diversos, y el impacto de un aroma específico en cada cual será distinto. La atracción o repulsión de un aceite esencial también puede ofrecernos información sobre qué aspectos de la personalidad debemos pulir o a cuáles darles más visibilidad, e incluso podemos utilizar estas sensaciones para determinar por dónde comenzar a trabajar.

    Los aceites esenciales, utilizados con respeto, pueden ser una herramienta fabulosa para ayudarnos en el imparable proceso de autoconocimiento, y la naturaleza nos regala tantos como aspectos por trabajar.

    Formas de aplicación de los aceites esenciales.

    Existen varias formas de utilizar nuestros aceites esenciales y sacarles el mejor partido. Las siguientes son algunas de ellas, las que personalmente más utilizo, pero hay más.

    En el baño.

    Es importante mezclar primero los aceites esenciales con un emulsionante, no echarlos directamente al agua, o no se diluirán en ella. Si las gotitas de aceite quedan suspendidas en el agua, al contacto con la piel pueden producir irritaciones, y en algunos casos quemaduras, según qué aceite hayamos utilizado. Así que mezclaremos bien de cinco a siete gotas en total de aceite esencial con un emulsionante tipo lecitina de soja líquida, una crema base o incluso un poquito de gel de baño (mi opción preferida), e incorporaremos esta mezcla a la bañera.

    A partir de otoño, en mi casa, todos nos hacemos baños que incluyen aceite esencial de niaulí, lavanda o mandarina (entre otros); así nos aseguramos de fortalecer nuestras defensas, despejar las vías respiratorias, fomentar la relajación y, por qué no, hacer del momento del baño algo más rico e interesante.

    En masaje.

    Para un adulto, mezclar una gota de aceite esencial por cada dos mililitros de aceite portador, tipo almendras, sésamo o nuez de albaricoque. Aplicar a la zona a tratar esta mezcla y masajear.

    En niños o embarazadas recomiendo utilizar la aromaterapia siempre bajo supervisión de un especialista. Son etapas delicadas que necesitan consideraciones especiales, y cara al trabajo psicoemocional que aquí propongo, en un primer momento no las contemplo, a excepción de casos puntuales. Al igual que tenemos mucho cuidado con las dosis cada vez que tomamos cualquier medicamento, respetando lo que nos dicta nuestro médico, con los aceites esenciales es exactamente igual. Consultaremos a un terapeuta cualificado y trabajaremos con las dosis que nos indica. Que los aceites esenciales provengan de plantas no quiere decir que no tengan contraindicaciones o efectos adversos.

    En difusión.

    La cantidad del aceite esencial que echaremos en el difusor (recomiendo los de ultrasonidos mejor que los de vela), dependerá del tamaño de la habitación y por supuesto del tiempo que deseemos difundir el aroma.

    Para una habitación de diez metros cuadrados y una difusión de quince minutos, podemos echar en el difusor entre tres y cinco gotas de aceite esencial. Si queremos difundir más tiempo, una hora por ejemplo, podremos echar de doce a quince gotas. Debemos recordar que no todos los aceites esenciales tienen la misma densidad. Con los más densos corremos el riesgo de obturar los conductos del difusor, así que o los utilizamos a través de otro método o, si los difundimos con estos aparatos, debemos hacerles después una buena limpieza por dentro para mantenerlos en buen estado.

    Otra forma de hacer difusión es colocar de cuatro a seis gotas de aceite esencial en una bola de algodón y colocar esta sobre el radiador de casa cuando esté encendido. El calor hará que el aceite se evapore y perfume el ambiente. Esta podría ser una buena opción para los aceites esenciales más densos. Por supuesto, este método nos puede servir solo para radiadores de agua, o eléctricos que funcionen sin resistencia, ya que con esta, el algodón con el aceite podría prender y hacer que nos llevemos un buen susto. Ante todo seamos precavidos y usemos el sentido común.

    En inhalación.

    Podemos colocar dos gotas de aceite esencial puro en un pañuelo de algodón o en una tira aromática e inhalar suavemente.

    En niños también se puede utilizar este método, pero en vez de acercarles el pañuelo a la cara se les puede colocar atado a una esquinita del cabezal de su cama, de manera que puedan percibir el aroma sin saturar sus pequeños cuerpecitos.

    En atomizador de ambiente.

    Me gustan mucho los atomizadores de ambiente. Suelo utilizar alcohol de setenta grados como base. En un frasco con capacidad de cien mililitros echo noventa y siete mililitros del alcohol. A este le añado cincuenta gotas en total de aceite esencial. Cierro el frasco, agito bien y ya está listo para utilizar. Sencillo y cómodo. Con este método podemos fabricar un atomizador de ambiente, brumas para la almohada o la ropa, tónicos capilares (yo hago uno de árbol de té para mis hijos, para la época de piojos) o desodorantes.

    Para estos dos últimos recomiendo utilizar agua destilada como base y un emulsionante, que podremos encontrar en tiendas especializadas. La fórmula para cien mililitros sería casi la misma: cincuenta gotas en total de aceite esencial, la correspondiente cantidad de emulsionante y el resto de agua destilada. Es un formato muy cómodo y versátil que en mi casa nunca falta.

    En una mascarilla de barro.

    Mezclar dos gotas del aceite esencial puro que se desee, por cada dos cucharaditas de arcilla en polvo. Mezclar esto con agua destilada o algún hidrolato que nos guste, hasta conseguir una pasta homogénea, y aplicarlo a la zona a tratar.

    Esta dosificación es apta para aplicación facial. Si queremos hacer un emplasto corporal, la dosis sería de seis gotas de aceite puro por cada cuarto de taza de barro en polvo.

    Como nota…

    Existen muchas otras formas de aplicar nuestros aceites esenciales. Aquí he expuesto algunas de las que más me gusta utilizar. El baño y el masaje son una terapia en sí mismos, sin necesidad de incorporar aceites esenciales, pero combinarlos hace de la experiencia un auténtico deleite para los sentidos, además de que seguiremos aprovechando nuestros aceites de tratamiento para continuar con el trabajo de desarrollo personal que estemos haciendo en ese momento.

    Es importante cuidar la calidad de los elementos que añadimos a nuestro baño, y de la misma forma cuidar también de la propia salud seleccionando bien a nuestro masajista. Un terapeuta sensible y consciente, con un carácter agradable y manos amorosas, puede obrar milagros sin utilizar un solo aceite.

    Mimar nuestros aceites.

    Cuidar de que nuestros aceites se mantengan intactos a lo largo del tiempo es fundamental, para conservar su calidad y asegurarnos de que cada vez que trabajemos con ellos sigan teniendo los mismos efectos beneficiosos sobre el organismo.

    Lo primero que debemos hacer antes de adquirir un aceite esencial es observar bien su etiqueta. En ella deben venir detalladas el mayor número de características posibles (nombre común, especie botánica, parte destilada, número de lote, etc.) y su procedencia, al igual que la fecha de caducidad. Cuantos más aspectos botánicos se incluyan, mejor que mejor y, por supuesto, su «quimiotipo» si lo tiene. En la página web de Pranarom, empresa dedicada a los aceites esenciales desde 1991, definen así este concepto:

    «En función del biotipo (días de sol, clima, composición del suelo, altitud…), una misma planta puede producir esencias muy diferentes desde el punto de vista bioquímico. De estas variaciones de la composición bioquímica de los aceites esenciales surge la noción de quimiotipo. Dos quimiotipos del mismo aceite esencial presentan no solamente propiedades terapéuticas diferentes sino también índices de toxicidad muy variables».

    Como ejemplo de esto último, ponen el aceite esencial de tomillo.

    El tomillo QT (quimiotipo) tuyanol tiene una tolerancia cutánea óptima, mientras que el tomillo QT timol es cáustico para la piel.

    Si queremos cuidar nuestro cuerpo como es debido, debemos preocuparnos por darle los productos de mejor calidad que podamos conseguir.

    Una vez tenemos nuestro pequeño kit aromaterapéutico, lo siguiente que debemos considerar es el lugar donde guardarlo. Debe ser un lugar fresco y seco, preservado de la luz y el calor, y por supuesto fuera del alcance de los más pequeños de la casa.

    Desde mi punto de vista, los aceites deben guardarse juntos, bien etiquetados (la propia etiqueta también nos ayuda a evitar el paso de la luz) y evitar en todo lo posible frascos con tapón tipo pipetero, que puede llegar a corroerse y dejar inservible el propio aceite esencial que intenta proteger.

    Precauciones a tener en cuenta.

    Saber utilizar con conciencia y respeto nuestros aceites esenciales hará que la aromaterapia se abra a nosotros como una flor en primavera. Nos brindará todo su fragante potencial y descubriremos nuevos caminos que nos llevarán hacia la armonía.

    A continuación expongo las que creo son las precauciones más importantes que tomar:

    Sobre la piel…

    Aunque creamos que no nos pueden hacer daño porque son un producto natural, no es así. Algunos aceites esenciales son irritantes o fotosensibilizantes, como el de la canela o los cítricos. Conocer bien lo que tenemos entre las manos nos ofrecerá la tranquilidad y seguridad necesarias para aplicar el producto, y nos evitará disgustos innecesarios.

    Seguir las dosis recomendadas según el aceite y las características de la persona a quien lo apliquemos es un factor importante. En el caso del trabajo que nos ocupa, que es la aromaterapia psicoemocional, las dosis empleadas para un adulto serán de una gota por cada dos mililitros de aceite portador. Si tenemos dudas con respecto a la sensibilidad que pudiera tener la piel, es mejor probar antes el preparado en una zona como la muñeca. A los pocos minutos la piel de esta zona reaccionará si sufrimos alguna intolerancia o alergia.

    Hay que tener en cuenta también las alergias no solo a los aceites esenciales, sino también a los aceites vegetales que utilicemos como portadores, como el de almendras, por ejemplo, o el de avellanas. Mi hijo mayor es alérgico a estas últimas, y el contacto con ellas nos asegura la visita a urgencias del hospital inmediatamente después de la inyección de adrenalina.

    Aplicación de un aceite puro…

    Aunque existen aceites esenciales que no implican peligro a la hora de aplicarlos puros sobre la piel, son los menos, y desde mi punto de vista no nos hace falta esta manera de aplicarlos para encontrar los beneficios que buscamos en el trabajo psicoemocional. Mi recomendación es diluir siempre nuestros aceites esenciales en un vehículo portador, ya sea un aceite vegetal, una crema base o un gel.

    Por vía interna…

    Aunque hay muchos terapeutas que utilizan la aromaterapia por vía oral, yo no lo recomiendo para trabajar a nivel psicoemocional. Esta vía de administración implica unos riesgos innecesarios y existen otras formas de aplicación para obtener resultados sin necesidad de ingerir ningún aceite. En el caso de querer, por alguna razón, administrar aceites esenciales por esta vía, recomiendo antes que se consulte con un médico o un aromaterapeuta cualificado. La vía oral es una vía de administración estupenda para casos concretos, pero hay que tener muy claro cuándo, cómo y en qué dosis pautarla.

    Para el trabajo que aquí nos ocupa podemos utilizar la vía olfativa y la cutánea, pero no la oral.

    Nota aromática.

    Hace ya bastante que los aceites se empezaron a clasificar dentro de tres notas aromáticas concretas dependiendo del tiempo que permanecen presentes en el ambiente. Estas notas son altas cuando el aroma persiste un breve lapso de tiempo, con un primer mensaje de entrada que, aunque puede llamarnos la atención, suele evaporarse rápidamente. Notas medias que se mantienen más y tratan de alcanzar con insistencia al corazón, deseando llevarle su mensaje, o notas bajas, de base o raíz, con una capacidad de anclaje lo suficientemente fuerte como para fijar ese mensaje al punto deseado. Imaginemos un barco velero; las notas altas serían las velas, las medias serían el armazón del barco y las de base serían el ancla. Todos los aceites tienen en su interior estas tres notas desde donde se expresan, todos son ese barco; pero hay una nota que predomina en ellos, y es atendiendo a esta como los clasificaremos. Al unirlos en mezclas o sinergias unos se ayudarán a otros, permitiendo que lo mejor que tiene cada uno en potencia aflore con el máximo esplendor posible.

    Notas altas: presentan la mezcla. Es la primera fragancia que percibimos. Como ejemplo de aceites esenciales característicos de este grupo tenemos los de cítricos o algunas flores de aroma fresco.

    Notas de corazón o medias: dan cuerpo al preparado, siendo habitualmente de aromas dulces y suaves, como el de geranio, hinojo o rosa.

    Notas base: fijan la mezcla dándole anclaje, profundidad y permanencia. Aquí nos solemos encontrar resinas y algunas maderas, como el vetiver, el incienso, la mirra o el sándalo.

    Aunque son tres las notas, no por ello tenemos que utilizar en todos los preparados tres aceites diferentes. En muchos preparados nos llega con utilizar dos o incluso un aceite nada más, y también podríamos hacer mezclas de muchos más aceites diferentes, todo va a depender de lo que queramos conseguir. Recordemos que las tres notas están presentes en todos los aceites esenciales. Yo particularmente me rijo por el concepto de «menos es más». En mi caso es raro que trabaje con más de un aceite esencial; prefiero ir de uno en uno e ir averiguando qué respuestas genero según qué aceite o cuál es el mensaje que recibo de cada una de sus notas. El trabajo con un aceite esencial o cristal en particular me permite conocerlos de forma individual, tomar nota de cómo mi ser al completo reacciona ante su aroma, su contacto o su visión. Pero esta es mi forma, no tiene por qué ser también la tuya. Te invito a probar. Acércate a los aceites esenciales a tu manera, siempre con respeto y mimo, y averigua cómo y qué te inspiran a ti.

    Gemoterapia

    «Las piedras preciosas nacen de la lucha,

    de matrimonios forzosos entre elementos químicos hostiles,

    y son lo suficientemente duras

    para sobrevivir a cataclismos que arrasan con todo a su alrededor».

    Natalie Angier.

    (Fragmento de uno de sus artículos,

    publicado en 2015 en The New York Times).

    .

    Aclarando conceptos.

    Antes de nada me parece interesante considerar el significado de algunas palabras que nos podremos encontrar tanto en este libro como en muchos otros, porque no es lo mismo un mineral, que una gema, que una piedra preciosa o un cristal. A pesar de ello, cuando normalmente se habla de gemoterapia o terapia con cristales, se incluyen a todos los ejemplos siguientes:

    Un mineral es un elemento sólido, natural e inorgánico de la corteza terrestre con una composición química específica.

    Un cristal es un mineral con una estructura cristalina en la que todas las moléculas siguen un orden geométrico determinado.

    Una piedra preciosa es un mineral con unas características concretas de belleza, color y resistencia, entre otras.

    Las gemas pueden tener un origen mineral, animal (como las perlas) o vegetal (como el ámbar y el azabache). Una gema se suele utilizar para la confección de joyas o elementos relacionados con el arte, y quizá, una de sus características principales, aparte de su belleza y dureza, es su escasez.

    Los mineraloides no cuentan con una estructura cristalina definida, por eso también se les conoce como «amorfos». Ejemplos de estos serían la obsidiana o el ópalo.

    Los cristales se dividen en siete familias o sistemas cristalinos, según la figura geométrica que forman sus moléculas. Estos sistemas son: triclínico, monoclínico, rómbico, tetragonal, hexagonal, trigonal y cúbico.

    Además, los cristales tienen unas características o propiedades específicas que también nos ayudan a identificarlos, como por ejemplo su dureza, brillo, color, exfoliación, raya, etc.

    En cualquier caso, la naturaleza nos brinda la oportunidad de disfrutar sobremanera, poniendo al alcance de nuestras manos muchos de sus tesoros cristalinos, algunos ya descubiertos, otros esperando el momento de darse a conocer, pero todos ellos un regalo para los sentidos.

    Mi forma de entender la gemoterapia.

    La pregunta que muchas personas se hacen es: ¿pero cómo funciona realmente la gemoterapia? ¿Cómo funciona un cristal para que tenga los efectos que se supone que tiene?

    Estas preguntas me las he hecho yo misma infinitas veces y es que, si preguntas a un médico, a un químico, físico o biólogo, te dirá que es imposible que la cercanía o contacto con un cristal tenga efectos físicos sobre el cuerpo humano. Y tienen razón, porque tampoco existen hoy en día estudios científicos sobre el tema que demuestren estas teorías. Personalmente, después de veinte años de trabajo con minerales, poniendo a prueba lo que otros autores y terapeutas afirman sobre ellos, dudo que tengan alguna capacidad curativa. Yo no he observado resultados concluyentes que me hayan llevado a pensar que son los cristales los que disponen de la capacidad para sanar. Pero entonces, ¿qué sucede con ellos? Para responder a esta pregunta me limitaré a explicar cuál es mi forma personal de entender la gemoterapia.

    Desde que era muy niña me han llamado la atención los cristales y las piedras de colores que me encontraba. Las guardaba en cajas y me pasaba el tiempo contemplándolas. ¡Me parecían verdaderos tesoros! Recuerdo la sensación al sujetarlos entre las manos; sentía que poseía algo de mucho valor, y no hablo de su valor económico, hablo de lo especial que era la experiencia. Recuerdo sentirme como la portadora de un secreto que solo yo conocía. Aquello me generaba muchísima confianza, y el valor que les daba a aquellos cristales de repente pasaba a mi persona.

    Durante mucho tiempo, incluso en mis primeros años como terapeuta, dejé los cristales a un lado. Pero ellos, siempre pacientes, volvieron a mi vida en cuanto estuve preparada para prestarles verdadera atención y, paso a paso, los he integrado en el corazón y en mi día a día.

    Al principio de mi andadura con ellos me guiaba por las experiencias de distintos autores, pero me di cuenta, con el paso del tiempo, de que no conectaba con la filosofía o creencias de lo que se considera como gemoterapia. Así que me dediqué a hacer trabajos de visualización, percepción y relajación con los poquitos cristales que tenía a mano. De esta forma comencé a hacer mis propias fichas de cada cristal, una especie de diario personal que completaba con las diferentes experiencias que me aportaban algunos de los clientes que se prestaban a hacer sesiones con ellos —y a los que estoy eternamente agradecida por ello—.

    En lo que a minerales se refiere, el no contar con estudios científicos que certifiquen ninguna propiedad terapéutica, hasta puede convertirse en algo a favor, porque nos permite «jugar» a ser exploradores, cartógrafos de nuestro mundo interior. No hay nada escrito sobre ellos (con base científica) que tenga que ver con posibles propiedades curativas, pero eso no quiere decir que no los podamos utilizar conscientemente como símbolos o tótems, estímulos que abran la puerta de nuestra mente y corazón para poder conocernos mejor a nosotros mismos.

    Cuando contemplamos una obra de arte, escuchamos una melodía o leemos un libro especial para nosotros, cuando disfrutamos de una deliciosa comida o vemos una obra de teatro, no estamos ingiriendo un medicamento; pero algunos podríamos decir que experiencias de este tipo han sido totalmente reveladoras y terapéuticas en ciertos momentos de nuestras vidas, y que han generado un cambio trascendental en la forma de entender el mundo que nos rodea. Experiencias de este tipo han sido estímulos tan potentes que me han llevado a estados concretos y profundos en mi interior, me han llevado a reflexiones y descubrimientos sobre mí misma tremendamente especiales. Con los cristales me ha pasado lo mismo. Observarlos, tocarlos, conocerlos… ha sido y sigue siendo maravilloso. El percibirlos con mis sentidos y tratar de entender sus propiedades físicas ha hecho que también haya podido establecer paralelismos con las diferentes circunstancias de mi vida y cómo respondo en cada una de ellas. Han sido el estímulo que necesitaba en algunos momentos para empujarme y motivarme a investigar sobre mí misma.

    Te invito a que contemples un cristal, el que sea, y escribas sobre lo que te inspira. Al principio puede parecerte un ejercicio complicado y abstracto, quizás porque no estés acostumbrada/o a intentar identificar qué sientes o qué piensas en este momento, o a hablar sobre ello y desarrollarlo, pero con el tiempo quizás te sorprendas con la evolución y los resultados. Este ejercicio lo puedes hacer con cristales, o con cualquier cosa que te guste o te llame la atención. Al final se trata de utilizar un elemento que te genere una sensación especial y observar la respuesta interna que se genera, sin juzgarla. Estar en ella y luego hacer una reflexión.

    Ahora mismo podemos encontrar mucha información sobre propiedades terapéuticas de los cristales a nivel físico. Yo prefiero no meterme ahí porque, como he dicho antes, es algo que me genera dudas. Los utilizo desde otro punto de vista, prestándole más atención a las respuestas que genera todo mi cuerpo que a las propias herramientas, ya sean cristales, aceites esenciales o cualquier otra cosa. Me gusta trabajar con ellos como si fuesen una obra de arte; y es que, para mí, verdaderamente lo son, tanto los aceites esenciales como los cristales. Son obras de arte bellísimas que la Tierra nos ofrece. ¿Por qué no utilizar su belleza para conocernos, y encontrar la nuestra?

    Formas de utilizar un cristal.

    Estos son algunos ejemplos de cómo podemos dar uso a nuestros cristales. Como se puede observar, en esta lista no están los formatos de elixir, macerado o ungüento. Aunque otros terapeutas utilizan estas formas, yo prefiero percibir el cristal directamente, como mínimo con uno de los cinco sentidos. Así es como personalmente he podido observar resultados.

    Exponiéndolos en casa o el trabajo.

    En forma de joya.

    Sobre el cuerpo en una sesión de relajación, meditación o terapia.

    Sujetos a alguna parte del cuerpo con un esparadrapo, sintiéndolos sobre nuestra piel.

    En el bolsillo, por ejemplo, donde podamos acceder a ellos sin problemas cuando nos apetezca.

    Mimar nuestros cristales.

    Cuidar y mimar nuestros cristales es importante para evitar que se dañen, además con estas atenciones enviamos un mensaje positivo no solo al elemento que cuidamos, sino a nosotros mismos. La dedicación que ponemos en nuestros cristales puede ser un reflejo de la forma en que nos prestamos atención a nosotros mismos. Así que… ¡Manos a la obra!

    Existen varias formas de limpiar los minerales, y dependiendo de sus características físicas utilizaremos unas u otras. Si te dedicas a extraer minerales de la tierra seguramente ya conozcas algunas, pero voy a dar por sentado que si estás leyendo este libro es porque te interesan los cristales de forma parecida a como me interesan a mí, como herramientas para fomentar el autoconocimiento, así que lo que voy a hacer es exponer aquí unos consejos básicos de conservación de nuestros cristales (y alguna reflexión personal), para evitar que pierdan brillo o puedan incluso estropearse hasta el punto de no tener arreglo.

    Para mantener nuestros minerales en buen estado, los podemos guardar en bolsitas de algodón, y si puede ser no mezclarlos por si se dañan unos a otros. Una de mis selenitas es la prueba de que para algunos cristales es mejor un compartimento aparte, así de delicada es ella. También se pueden guardar en cajas de madera bien forradas con tela de algún material natural, y he visto a alguna amiga dejar sus piedras en los huecos de una caja de bombones que previamente había decorado con tela. De todos modos, a mí me encanta exhibirlos. ¡Que se vean! El disfrute que se obtiene con la contemplación de estas maravillas de la naturaleza no tiene igual.

    Si los tienes expuestos, es interesante que los coloques en una vitrina cerrada, de forma que estén protegidos del polvo y de la luz, pero también de la humedad. Muchos minerales se deterioran con la luz solar, tanto directa como indirecta, se estropean con el calor, con distintos ácidos o los simples vapores de productos de limpieza, y muchos otros pueden llegar a deshacerse si entran en contacto con un ambiente húmedo, no digamos directamente con el agua. Un mineral es un elemento que en su ambiente natural está sometido a una presión, temperatura y humedad determinadas. En el instante en que lo sacamos de este contexto y lo trasladamos a otro muy distinto, lo que sucederá es que su estructura de base original comenzará a cambiar, mostrando en su «cuerpo» las señales inequívocas de este proceso. Si en su medio ambiente, antes de ser extraído, un cristal no llega a estar a más de veinticinco grados, por ejemplo, podemos imaginar qué sucederá en su constitución cuando lo acerquemos a nuestro cuerpo, con una temperatura diez grados superior. Ese cambio de coloración o las clásicas estrías internas que de súbito aparecen no significan que el cristal haya «absorbido nuestra energía negativa» (lo místico y sutil es muy atractivo, pero quizás sea más interesante empezar a aplicar un pensamiento más crítico). Si a una estructura cristalina la sometemos a un cambio brusco de temperatura (como por ejemplo de diez a quince grados de diferencia —si no más—, que es lo que le sucede cuando pasa de una temperatura ambiente de veinte grados a una de treinta y seis al pegarlo a un cuerpo humano vivo), este impacto podría generar deformaciones microscópicas que dan lugar en poco tiempo a esas grietas y «fantasmas» en su interior o, incluso, a un cambio perceptible y evidente en su tono, coloración y brillo. Si hay variaciones constantes y algún que otro pequeño o gran golpe, pues sí, evidentemente, nuestro cristal puede llegar a romperse. Cuando nos revienta la luna del coche, lo habitual es pensar que ha sido por el impacto de una pequeña piedra o por un cambio importante en la temperatura, pero no aplicamos la misma lógica para nuestros minerales cuando los utilizamos para algo más que para adornar (muchos de ellos considerablemente más delicados que una luna o el vidrio, este con una dureza media de 5-6 en la escala de Mohs). Vaya usted a saber por qué.

    Si queremos limpiarlos de polvo, podemos utilizar pinceles suaves de pintor, para asegurarnos de no rayar la superficie del mineral, o incluso un paño fino de algodón húmedo para los cantos rodados que admitan humedad.

    Precauciones.

    Las precauciones que me parecen más importantes a tener en cuenta son, en realidad, una llamada de atención en relación a tres formas bastante conocidas de utilizar los minerales; formas que me han generado, ya desde hace tiempo, una mezcla entre dudas y alarma.

    Huevos vaginales. Muchos minerales tienen en su composición química elementos claramente tóxicos o perjudiciales para la salud, algo que parece no tenerse en cuenta con respecto a estos huevos y el lugar donde se colocan. ¿Es necesario un contacto directo con la mucosa vaginal para obtener resultados? Si decidimos hablar en términos de energía, ¿no trabaja igual el cristal sin ese contacto directo, tan solo con la cercanía al cuerpo? Creo que reflexionar sobre esto no nos hace ningún daño; quizá lo que nos pueda hacer daño sea no hacerlo. Aunque los veamos tan bien pulidos y labrados, tan «aptos para el contacto», debemos respetar su composición química, la forma en la que trabajamos con ellos y nuestro propio cuerpo, de la misma forma que lo hacemos con los aceites esenciales. Si exigimos cada vez con más ahínco que alimentos, cosméticos o fármacos pasen por cierto tipo de controles de seguridad y calidad, y que se hagan estudios amplios y completos sobre ellos, debemos pedir el mismo rigor a cualquier elemento que nos vendan (teóricamente) para la salud, y mucho más si nos lo indican para estar en contacto con cualquier tipo de mucosa.

    Collares y pulseras de ámbar. Estos collares se venden para niños pequeños en la etapa de la salida de los dientes, para aliviarles el dolor. Sin meterme en si hacen efecto o no, lo que sí es cierto es que se han dado casos de niños asfixiados por culpa de este collar. Debemos tener en cuenta que lo primero es la salud del niño y, si eres de las/os que creen que el ámbar tiene poder y capacidad para aliviar el dolor, seguramente también lo tenga poniendo un trozo de este elemento bajo el colchón a la altura de la cabeza del niño. De esta forma nos evitamos un posible disgusto y a la vez permitimos la cercanía del ámbar al bebé para que genere el efecto que creas que deba generar.

    Poner un collar a un bebé es como darle para jugar una pulsera de cuentas, con las que se podría atragantar. Si vemos impensable una cosa, la otra es exactamente igual. Insisto, no hablo aquí de las creencias, hablo del formato elegido. Poner un collar en el cuello de un bebé es aumentar la probabilidad de que sufra estrangulamiento o asfixia.

    Elixires. Con esta forma de trabajar con los cristales también he sentido cierta alarma, por la misma razón que los huevos vaginales. Si decidimos utilizar elixires de cristales, me parece interesante tener la precaución de que sean elixires hechos por el método indirecto, es decir, que el mineral no haya tocado en ningún momento el líquido que queramos ingerir. Esto se puede conseguir siguiendo el método del «baño María»: el cristal escogido en un pequeño bol y este a su vez dentro de un bol más grande que lleva el líquido que vamos a ingerir. Con este método nos evitamos posibles disgustos y a la vez seguimos trabajando con el mineral a través del formato escogido.

    Sabiduría oriental

    «A mí me parece que antes de emprender

    el viaje en busca de la realidad,

    en busca de Dios, antes de actuar,

    antes de tener cualquier relación con otro (…)

    es esencial que comencemos

    por comprendernos a nosotros mismos»

    Krishnamurti.

    .

    A continuación (y utilizando sus estaciones como referencia) veremos los Cinco Reinos desde los que la Vida se expresa en nuestro interior y exterior: el reino del Agua con el invierno, el de la Madera con la primavera, el del Fuego con el verano, el de la Tierra con Samaín, la etapa del fin del verano, y por último el reino del Metal con el otoño.

    Para cada reino he elegido cinco aceites esenciales y cinco minerales, cada uno con sus características y un concepto de base sobre el que podemos trabajar o explorar. Insisto en que lo aquí escrito forma parte de mi experiencia hasta ahora, por lo que no hay nada inamovible; no es la verdad absoluta, y desde luego tampoco es mi intención que así sea.

    Estas ochenta fichas tienen su índice al final del libro. Propongo iniciar el viaje desde ahí, permitiendo sentir cómo resuena en el interior cada uno de los conceptos que se ofrecen, y leer según esa resonancia y el momento en el que nos encontremos.

    Te invito a hacerte con un cuaderno y con el cristal o el aceite con el que te apetezca trabajar. Haz relajaciones, tu trabajo corporal diario, visualizaciones o medita con ellos, y escribe todo lo que sientas intentando ser lo más honesta/o posible. No temas tus respuestas; abrázalas de la misma forma que abrazarías a tu yo niña/o, expresándote sin el peso de juicios o etiquetas.

    Sin más, te abro puertas a los Cinco Reinos que habitan en tu interior y exterior.

    Que los disfrutes.

    EL REINO DEL AGUA

    Invierno Interior

    El Agua representa nuestro invierno interior. El invierno es una estación fría, de recogimiento. Lo que más nos apetece en esos días lluviosos es quedarnos en casa bien envueltos en una manta y descansando mientras leemos un buen libro, vemos una película o tomamos un café caliente en soledad o con algún familiar o amigo.

    La vida en la calle parece casi inexistente, mientras que en el interior de cada casa se disfruta de la lenta actividad propia de un hogar. Esa es la energía del Agua: interna, profunda, pasiva, oscura y casi solitaria. Su reino es la noche cerrada y oscura, el momento de descansar, de soñar, de recuperarse para poder afrontar la nueva mañana. Fluye silenciosa en las profundidades, como un río subterráneo de gran fuerza y potencia, pero que nadie ve. Su energía es la de la introspección y el reposo, la quietud y la purificación, pero como ese río subterráneo que avanza implacable hacia su destino, también es la energía de la tenacidad, la voluntad y la resistencia. El río no se ve y, en efecto, parece que en él no se dé la vida, que no haya movimiento, pero no es así. Si metes los pies sentirás la corriente profunda que hace que fluya hacia adelante, y si observas bien, podrás percibir la vida en él. Una vida que espera paciente a que llegue la hora de expresarse en la superficie… pero aún no.

    Como en el momento onírico, el cuerpo es casi inamovible, pero internamente todo fluye y vive en la mente del soñador.

    Las semillas se gestan en el Agua, sin ella no se puede perpetuar la especie, así que el Agua también está en nuestro útero, esa maravillosa incubadora de vida, de ideas originales y únicas. El Agua regala el don de la fertilidad al ser humano, tanto en el plano físico como en el mental. Es gracias a su poder que somos capaces de imaginar, que nuestra mente tiene esa capacidad para crear todos los escenarios posibles que luego nos

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