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Discapacitado Mental. ¿Por qué fui uno?: Vera Lúcia Marinzeck de Carvalho
Discapacitado Mental. ¿Por qué fui uno?: Vera Lúcia Marinzeck de Carvalho
Discapacitado Mental. ¿Por qué fui uno?: Vera Lúcia Marinzeck de Carvalho
Libro electrónico188 páginas2 horas

Discapacitado Mental. ¿Por qué fui uno?: Vera Lúcia Marinzeck de Carvalho

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Información de este libro electrónico

Si Dios es soberanamente justo y misericordioso, ¿por qué permite que los espíritus reencarnen en una condición de discapacidad? ¿Cual es la razón? 
A partir de las memorias de quienes vivieron con una discapacidad mental, el espíritu António Carlos esclarece, a la luz de la Doctrina Espírita, las causas que nos llevan a la comprensión. Recordando que se trata de experiencias transitorias que sin duda les llevarán a valorar el uso de la razón y la inteligencia. 
También se narra lo que les sucedió cuando desencarnaron. Al recordar sus encarnaciones pasadas, entendieron por qué. 
Son magníficas historias de vida que nos llevan a comprender la gran oportunidad de revestirnos de un cuerpo físico para progresar en el bien y ser profundamente agradecidos.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 may 2023
ISBN9798223247784
Discapacitado Mental. ¿Por qué fui uno?: Vera Lúcia Marinzeck de Carvalho

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    Discapacitado Mental. ¿Por qué fui uno? - Vera Lúcia Marinzeck de Carvalho

    Conclusiones de

    Antônio Carlos.

    Somos lo que hacemos. Imprudentes, muchas veces no apreciamos lo que recibimos gratis para progresar espiritualmente.

    Una vez que el individuo se hunde en un estado de profunda perturbación, no tiene forma de reajustarse, de rehacerse a sí mismo. Un esclavo no puede liberar a otro esclavo. Solo un liberto puede liberar a un esclavo. Por lo tanto, solo uno equilibrado puede ayudar a uno desequilibrado.

    Así Dios socorre a Sus hijos, a través de Sus propios hijos. Esta es la necesidad que tenemos de ayudarnos unos a otros, porque nosotros mismos aun no hemos encontrado la armonía total para vivir. Al ayudar a los más necesitados, nos estamos olvidando de nosotros mismos, ejerciendo unidad del ser humano y predisponiéndonos a recibir ayuda de quienes son mejores que nosotros. Por tanto, ayudar no es caridad ni abnegación, es una necesidad del vivir bien.

    Acabo de recordar un ejemplo muy simple:

    Una señora, tiene una casa en la costa, pasar el tiempo sin ir, sin usarla, la dejó en desorden y suciedad. Queriendo disfrutarla, contrató a tres señoras de la limpieza para ayudar a hacerlo habitable. Ella y las tres señoras trabajaron todo el día limpiando, ordenando, y al final del día la casera exclamó:

    ¡Está en orden!

    Por mal uso o por falta de uso, por descuido y mucha imprudencia, dejamos nuestro espíritu en desorden, desequilibrado, y habrá que reconciliarlo algún día.

    Es un intenso trabajo de organización, de recuperación, en el que siempre tenemos que contar con la ayuda de los demás.

    ¡Qué limpieza! ¡Qué gran limpieza! - Nuestra amiga, Deise, nos dijo que tiene una gran experiencia en su hijo, Fábio. ¡Es trabajo para toda la vida!

    Sí, es verdad, Deise lo sabe, porque su lucha no es solo por recuperar a su hijo, sino también a tantas otras personas discapacitadas. Nos ayudó con el préstamo de libros y con la investigación, colaborando con nosotros en la elaboración de este libro. Y te estamos muy agradecidos.

    Sin miedo al trabajo, Deise podrá decir como muchos otros padres. ¡Hecho! ¡Lo hemos logrado! ¡Qué bueno es este reconocimiento!

    Todos estos hechos mencionados no tendrían por qué suceder. Vivimos hoy los resultados de nuestras acciones de ayer. Por tanto, el hombre es quien decide, a través de sus actitudes hoy, cómo será su vida en el futuro. Si nos detenemos un momento y miramos con detenimiento y atención esta realidad, excluiremos al ochenta por ciento de dolor, angustia y conflictos, que son el resultado de la vida egoísta y malvada que estamos viviendo hoy. Dios no tiene como principio castigar a sus hijos, al contrario, nos concede todo para que su manifestación en el hombre y fuera de él, sea apoteosis de plenitud.

    Antônio Carlos

    Unas palabras

    de nuestro amigo,

    José Carlos Braghini.

    Hoy nuestro planeta atraviesa momentos difíciles y perturbadores, vemos emerger la basura del pasado como agresiones de la maldad, el odio y el irrespeto al prójimo. Vemos al hombre, a nuestros hijos, a nuestros seres queridos, destruyéndose en la drogadicción, el alcohol, la animalidad. Vemos también el prototipo del futuro, espíritus que aman profundamente y dedican su existencia al bien colectivo. Hombres que luchan por construir la igualdad entre los hombres, la felicidad para todos, en definitiva, por un cielo nuevo y una tierra nueva. Y tenemos la oportunidad única de estar aquí y participar en el inicio de la construcción de un mundo nuevo.

    Si podemos vencer los impulsos inferiores heredados de la raza y el ambiente hostil de hoy, no solo seremos la base de esta nueva humanidad, sino que lo lograremos. Pero mucho mejor que estar realizados es que nos dignifiquemos, con la personalidad que hoy representamos, y participemos efectivamente del esfuerzo de la naturaleza por sacar lo mejor de todas las criaturas.

    São Sebastião do Paraíso, octubre de 1997.

    Adolfo

    Es con gran placer que aprovecho para dictar mis experiencias con la intención de alertar a todos, especialmente a mis hermanos que están encarnados en este momento.

    - Dol... Dolf... - Hablaba con dificultad.

    No podía pronunciar bien las palabras, hablaba poco, mal y así respondía cuando alguien me preguntaba mi nombre. Y siempre, ya sea mis padres o mis hermanas, respondieron por mí. Los escuché con alegría, pensé que mi nombre era hermoso.

    - Su nombre es Adolfo.

    Traté de repetirlo mentalmente, pero cuando llegó el momento de hablar, me interpuse y solo salieron fragmentos. Era el hijo mayor, después de mí nacieron Iana y Margareth, Gá, que me quería mucho.

    Pensé mucho en cómo describir mi última encarnación. Pensé que lo mejor era hacerlo como lo sentía, y luego dar algunas explicaciones que solo lo entiendo ahora, después de recuperarme y sentirme saludable.

    Me arrastraba por el suelo, a veces sentía que me ardían las palmas de las manos y las piernas, pero no me importaba, porque era la única forma en que podía llegar a donde quería. Y yo quería poco, caminando por la habitación, tratando de jugar con la radio. Me gustaban las canciones. Sabiendo esto, mamá o Gá lo llamarían. Era extraño, de esa cajita salían voces agradables. No podía entender cómo funcionaba, pero me gustaba. ¡Esto es tan extraño! ¿Muchos no disfrutan de varios objetos sin saber por qué funcionan? Cuando me interesé por la radio, pensé que había alguien escondido, después que había gente dentro de la caja. Pero si tuvieran voces hermosas y me hicieran feliz, solo podrían ser buenas.

    A veces, en raros momentos, me sentía triste, podía ver, me daba cuenta que era diferente, más feo, más suave y que no podía caminar y hablar como los demás. ¿Por qué? - Me preguntaba. ¿Por qué no puedo? ¿No puedo? Pasó pronto. Estaba distraído por algo.¹ Me gustaba ver a mamá, era tan bonita, dulce y buena. Movía las piernas con facilidad, caminaba, ¡yo tenía tantas ganas de hacer lo mismo! Incluso lo intenté, me caí y lloré, a veces porque algo me dolía o porque no podía imitarla.

    No pensé mucho. Era extraño, las ideas llegaban rápido, y como venían, se iban.

    Si tenía hambre, hacía señas con la mano, sabía dónde estaba la comida. Pronto me trajeron. Me dieron en la boca. Me gustó, sentí una sensación agradable. Preferí la papilla amarilla, estaba más rica y me la comí toda. Risa...

    No me gustaba mojarme ya veces me ensuciaba y olía desagradable. Me tomó un tiempo entender que yo era el que estaba haciendo eso. Mamá me explicó, me mostró y logré entender que podía pedir hacerlo para no mojarme ni ensuciarme. Pero, lamentablemente, a veces no podía pedirlo y lo hacía en la ropa, incomodándose.

    Apenas desencarné estos recuerdos me entristecieron. Hoy, años después, entendiendo el porqué de todo, veo, narro como si fuera una película no solo vista sino sentida. Agradezco al Padre Mayor por la oportunidad de empezar de nuevo, de reencarnar, a mis padres, a mis hermanas y en especial a la dulce y suave Gá, por cuidarme tanto. Como narraré más adelante, mi padre y yo estuvimos juntos en otras encarnaciones. Mamá no, nos conocimos en este, ese espíritu bondadoso me recibió con amor y dedicación. Iana y yo somos viejos conocidos, ella me animó a cometer errores, en este le caía bien, pero trata de aprender, lucha con sus imperfecciones, estaba cerca de mí, pero distante. Margarita, la hermana quien realmente estaba a mi lado ayudándome, me amaba mucho, no éramos conocidos, pero esta encarnación fue suficiente para que realmente nos volviéramos amigos, ella aprendió a amar.

    Volvamos a mis recuerdos. Me gustaban los juguetes, jugar, prefería una pelota amarilla a la que llamaba ¡bó! Me reí cuando la vi saltar, quise hacer como ella, pero no funcionó, no pude, pensé que era hermosa. También me gustaba salir, caminar, que agradable era ver la calle, la gente pasar, me parecían tan hermosos!

    No me gustaban, me aterraban los médicos, lloraba al verlos y los rechazaba si encontraba a alguno que se le pareciera. Fue, para mí, el yo, alguien que me conmovió y me dio algo que dolía, dolía. Era inyección, ni siquiera sabía hablar. ¡Esa es una palabra difícil para mí! Pero un día, ¡sorpresa! Después de ir al médico, que me miró a la cara, me examinó la vista, mamá me puso la cosa en la cara, gafas, yo veía todo mejor. Que linda sensación mirar a mamá, Iana y mi Gá. Las vi hermosas y vi todo mejor. Me gustó la cosa, a la que llamé polvo.

    Entendí poco, por más que Iana y Gá trataron de enseñarme algo, no pude aprender.

    - ¡Eres un tonto!

    Iana siempre decía y yo me reía. Pero por un momento sentí que todo lo que intentaban enseñarme era fácil. ¿Por qué no pude aprender?

    ¿Qué hacer? Pero luego pasaba y reía, reía...

    Yo estaba sufriendo. Dolía, lloraba y preocupaba a todos.

    - ¡Muéstralo, Adolfo, muéstralo con el dedo meñique donde te duele!

    Decía Ga o mamá, tomando mi mano, mostrando el dedo. Negué con la cabeza, no, mi dedo meñique no me dolía. A veces, el dolor desaparecía solo o con analgésicos.

    Hasta que un día Iana tuvo dolor de muelas, y el dentista le extrajo el diente de leche y fue instantáneo. Papa dijo:

    - Iana tenía dolor de muelas, ¿Adolfo no lo tiene también?

    - ¡Dios mío! - exclamó mi madre. - ¿Está llorando con dolor de muelas? ¡Te llevaré al dentista, y hoy mismo!

    Y lo hizo. Da gusto salir a caminar. Me metieron en una carreta, que no era chiquita, era grande, porque yo era gordo y pesado. Tenía miedo, mucho miedo, de la oficina y del señor sonriente que me atendió. El dentista me era conocido, atendía a toda la familia, conociendo mi miedo, trató de complacerme.

    - Sí, el niño tiene dientes cariados y dolor de muelas - le dijo a mi madre, después de examinarme la boca. No fue un tratamiento fácil. No se detenía quieto y tenía tanto miedo que estaba temblando, aterrorizado. Me sentía mal, sudaba, babeaba ya menudo me ensuciaba los pantalones.

    Todos sintieron lástima por mí. Mi miedo no fue entendido. Mamá me llevó al dentista porque sabía que necesitaba cuidar mis dientes. Sufría más por el miedo que por el trato.

    Hasta que tuve un pequeño entendimiento que este señor sonriente no me estaba castigando y que luego me sentiría aliviado sin los punzantes dolores en la boca. Pero yo estaba terriblemente asustado.

    Tenía una salud frágil y muchos episodios de bronquitis. mamá, sabiendo por miedo, me llevó al médico solo cuando estaba realmente enfermo. Entonces, tuvo una idea, llamar al médico en casa. En mi entorno familiar, no tenía tanto miedo, y Gá tomó mi mano con fuerza y me dijo para calmarme:

    - Adolfito, cálmate, no te pongas nervioso, querido hermanito, Gá está aquí, no te pasará nada malo.

    ¿Entendiste? No, al menos no el significado de las palabras, pero sentí su vibración de amor. ¡Y qué bien me hizo eso! Confié en Gá.

    A Iana le gustaba jugar conmigo, yo era su bebé, su muñeca. Me gustó, pero pronto perdió la paciencia y me gritó:

    - ¡Chico tonto!

    Entonces yo pensaba que era malo y, a veces, venían los azotes que ella me daba, que me quemaban, entonces lloraba. Mamá y Gá me ayudaban y a Iana a veces la castigaban, no me gustaba verla llorar, lloraba aun más. Muchas veces, en sus juegos, Iana trataba de atraparme, ciertamente no podía, era pesado para ella, entonces mi hermana me arrastraba por el piso, tirando de mí por las piernas y los brazos. Me gustó hasta que algo me dolió, luego lloré.

    Gá no, nunca me hizo nada que me doliera. Me gustaba tanto cuando se sentaba en el suelo, ponía mi cabeza en su regazo, me cantaba, pasaba sus delicadas manos por mi cabeza y rostro. ¡Qué bien!

    ¡Qué reconfortante es el amor! Estaba a punto de quedarme dormido. Como me gustaba recibir sus besos, también traté de besarla. Para mí eso significaba: Te amo, eres importante para mí. Le dio un beso extraño, trató de imitarla, hizo una mueca, hizo un puchero y babeó. Gá se rio, encontrándolo hermoso, y yo me reí feliz, en esos momentos estaba realmente feliz por lo que tenía.

    Si en raros momentos me sentí diferente, fue porque mi espíritu sabía que estaba atrapado en un cuerpo deficiente, con un cerebro dañado por una causa física. Por supuesto, el cerebro físico

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