El «niño interior» es un concepto de éxito dentro de la psicología popular que coloquialmente usamos cuando queremos perimetrar, en una persona adulta y sana, la expresión voluntaria de ciertos comportamientos desinhibidos, lúdicos, divertidos e ingenuos, que son más propios de la infancia que de lo que cabría esperar de un «adulto serio».
El mejor ejemplo de la manifestación de ese niño interior, aunque circunscrito a un escenario en el que está tan normalizado que pierde su significado en favor de su funcionalidad, es en el de la crianza, cuando madres y padres son capaces de jugar, canturrear y hacer todo tipo de «tonterías» con tal de divertir a sus pequeños. Esto lo vemos tan normal que se vuelve invisible, pero nos puede servir de guía para poner en práctica esa pauta lúdica en nuestro día a día más allá de las condiciones de padres y madres. Sin embargo, antes de trazar nuestro plan de juegos para añadir diversión, endorfinas, alegría y mayor vitalidad y positivismo a nuestras vidas, resulta necesario abrir un paréntesis para analizar la dimensión y profundas implicaciones que en la psicología profesional y en la psicoterapia tiene