ADIÓS A LAS LAMENTACIONES
Las personas que se abonan a las quejas resultan francamente antipáticas para quienes se ven obligados a convivir con ellas. El compañero de trabajo que achaca todos los problemas (los suyos y los del mundo) al gobierno de turno, el familiar que despliega una y otra vez su inventario de enfermedades, el náufrago del amor que se lamenta de su mala suerte, el desconfiado que señala culpables en todas partes…
Son perfiles humanos agotadores que, a la larga, ejercen de vampiros emocionales. Tras un tiempo demasiado prolongado en su compañía sentimos como si nos hubieran absorbido las fuerzas. No obstante, eso no significa que no haya formas positivas de emplear la compasión, tanto si la dirigimos a los demás como a nosotros mismos.
La compasión es la base de la moralidad según muchos pensadores. El filósofo alemán Arthur Schopenhauer decía que es el único comportamiento que posee verdadero valor moral y que genera simpatía, misericordia, perdón, altruismo y bondad amorosa.
Empezaremos el artículo distinguiendo su variante positiva de la negativa.
La autocompasión y la lástima por uno mismo
En muchos manuales de psicología se habla de la autocompasión como de una actitud a eliminar, pues es entendida como un sentimiento que produce rechazo e irritación en aquellos que nos rodean.
Sin embargo, no siempre es así. Nelson Mandela apuntó una vez que la compasión nos une como seres humanos, de forma que aprendemos a darle la vuelta al sufrimiento común para transformarlo en esperanza. Con la autocompasión sucede igual: la amabilidad hacia uno mismo, si no se convierte en victimismo, es un bálsamo para sanar las heridas y
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