Relatos de un Vidente: Segunda parte
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En esta entrega de Relatos de un Vidente II, se incluyen historias de temas diversos. Son experiencias personales en su contacto con otras personas, señala el autor; a las cuales ha ayudado por medio de la transmisión de energía positiva. Ha tomado cursos de Reiki, hipnotismo y meditación, mismo que lo han ayudado a potenciar sus experiencias mentales.
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Esta es la segunda parte de estos relatos memorables esperando que superen a los anteriores, que traigan de nueva cuenta la magia y que disfruten de su lectura tanto o más de lo que un servidor disfrutó escribiéndolos para todos.
J. F. Benítez
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Son Cosas de la Suerte Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesRelatos de un Vidente: Primera parte Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
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Relatos de un Vidente - J. F. Benítez
RELATOS DE UN VIDENTE
J. F. BENÍTEZ
1a. edición, enero 2022
© RELATOS DE UN VIDENTE
© J. F. BENÍTEZ
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Queda prohibida toda la reproducción total y/o parcial de este documento, así como cualquier forma de plagio sin el previo consentimiento por escrito del autor o editor, caso contrario será sancionado conforme a la ley de derechos de autor.
A petición de mis queridos lectores de la primera parte de Relatos de un vidente, inicio la segunda parte de estos relatos memorables esperando que superen a los anteriores, que traigan de nueva cuenta la magia y que disfruten de su lectura tanto o más de lo que un servidor disfrutó escribiéndolos para todos.
Si bien es cierto que dichos relatos están basados en acontecimientos y experiencias personales, los nombres de los personajes son ficticios, y muchas circunstancias narradas son licencias literarias para enriquecerlos. Cualquier parecido con la realidad, es mera coincidencia.
J. F. BENÍTEZ
AGRADECIMIENTOS
Mi principal agradecimiento es para todos los personajes que habitan el universo de mis relatos. Todos ellos representan a personas reales con las cuales tuve el privilegio de entrecruzar destinos, momentos, situaciones irrepetibles, las cuales enriquecen los recuerdos y memorias que ahora comparto en estas páginas.
Por supuesto, a mis queridos lectores que me animaron a realizar este segundo libro, porque es una muestra de que el primero les gustó. Dice el dicho que sin lectores no hay escritores
, y en esta nueva entrega me he esforzado para relatar mejores historias, con más madurez en la narración, tratando de que sean únicos en su género.
Agradecimiento aparte, y muy especial, para la Lic. Maricela Gámez Elizondo, quien me ha apoyado durante la realización de esta pequeña obra literaria aportando sus consejos, ideas y correcciones para que este escrito adquiriera la solidez necesaria y sea interesante para el lector.
A la Universidad Autónoma de Nuevo León, mi Alma Mater, la cual me acogió en la Facultad de Contaduría Pública y Administración, FACPYA.
PRÓLOGO
Antes de narrar las experiencias contenidas en este libro, quiero hacer una reflexión sobre esta habilidad mental, poder paranormal, empatía emocional o cualquier nombre que se le quiera dar a esto que considero un verdadero don, y del cual me he ido dando cuenta a través de muchos años.
Al principio, consideraba los episodios de percepción como casualidades
, o coincidencias
o, como dije antes, una empatía superior hacia alguna persona. Las primeras manifestaciones de que yo tenía una capacidad espiritual para comprender a otras personas, me pasaron casi desapercibidas.
Creo que, si no se es un charlatán, otros videntes habrán experimentado esta misma sensación de asombro hacia lo desconocido, lo indefinible, lo que poco a poco se va haciendo más y más común, y muy profundamente, dentro del ser, se acepta como lo que es: una comunión total con el Universo, que estamos obligados, como seres bendecidos con algún don especial, a compartir con nuestros semejantes.
ÍNDICE
Laura Elena
La ingratitud toca a mí puerta
Tres son multitud
El huésped desconocido
La mecedora de bejuco
El libro que no se dejó leer
Mi gata Pame y yo
La hermandad
Poder mental
Amor de hermano
¿Pues qué pasa con los juguetes?
Celos de ultratumba
Papá protector
Cuando pasé de ser santo a ser diablo
Amor de hermanas
Amor con barreras
Mi experiencia en el Reiki
Cuando no es tu momento de partir
Mi amigo Carlos
Cuando la maldad toda a tu puerta
Cuando el mundo colapsó
Todos somos familia
CAPÍTULO 1 LAURA ELENA
La experiencia que les voy a narrar ahora sucedió hace muchos años, cuando empezaba yo a percibirme como persona especial que podía transmitir mi ayuda a quien la necesitara, misma que con mucho gusto brindé en este episodio.
Todavía seguía yo desempeñando mi cargo como delegado sindical, cuando por iniciativa del Dr. René Guajardo, fui transferido a otro centro de salud del cual él era el director. El Dr. Guajardo era hombre recto y cabal, tan generoso como estricto pues, aunque éramos compañeros de equipo, me daba las órdenes de trabajo de manera seria, y yo respetaba su autoridad.
Me asignaron un área en donde tenía un pequeño escritorio. El cuarto era un espacio de lo que hoy llamaríamos de usos múltiples o área común, pues servía, además de bodega, como área de comedor, de descanso del personal, etc., y yo como recién llegado no podía poner ninguna objeción, sino por el contrario, disfrutaba el gran ambiente que existía en ese lugar. Ahí se reunían a conversar futuros médicos y enfermeras que realizaban su servicio social y sus pasantías, así como personal de otras áreas. A mí me agradaban mucho estas visitas de aquellos jóvenes pasantes que llenaban de alegría el espacio al llegar a comer o platicar.
Así fue como conocí a una joven, pasante de doctora, a la que se le había destinado el consultorio 1 para atender a los pacientes que acudían a solicitar servicios médicos al Centro de Salud. Era una mujer entusiasta y dada a la camaradería con los otros compañeros. Ella había llegado al Centro antes que yo, y el día que la conocí se presentó ante mí, que en ese momento estaba solo.
—Ah, buenos días. Yo soy la doctora Laura Elena, soy pasante y estoy haciendo mi servicio social. ¿Usted quién es? —me preguntó con una vocecita muy dulce y aguda.
Era una joven de presencia muy agradable, de figura delgada y tez pálida, y al ser muy blanca, se acentuaba más su palidez.
—Buenos días, doctora.
Y seguí mencionando, con todo respeto, mi nombre, mi trabajo como delegado sindical, así como mi reciente llegada para hacerme cargo del mantenimiento de los centros de salud que correspondían al área.
—¡Ah qué bien!
Sólo eso dijo. Luego desempacó un envoltorio y enseguida procedió a dar cuenta de un sándwich.
—Provecho —dije.
—Gracias— respondió ella—. ¿Y los demás? ¿No han llegado aún?
—Pues...no.
Contesté sonriendo ante la obviedad del espacio vacío en el que sólo estábamos ella y yo. Desde ese momento nos hicimos los mejores camaradas de oficina. No obstante ser casada, ella era muy comunicativa y servicial con todos nosotros, que logramos formar un estupendo grupo de compañeros de trabajo, en nuestros diferentes oficios: el Dr. René, director del Centro; Javier Blanco, administrador de la unidad; Raúl, mi compañero en el mantenimiento; Carolina, una pasante dentista muy alegre; Paty la secretaria; Humberto otro de mis compañeros; una que otra enfermera que de vez en cuando se unía, y yo. Me sentía muy contento en este ambiente de trabajo tan amigable.
Uno de esos días en los que cada quien estaba dedicado a su actividad personal y yo me encontraba solo en el salón, como casi siempre, ocupado en la revisión de una laptop que me habían prestado, llegó la doctora Laura Elena y se sentó a un lado mío. De repente, con expresión preocupada, empezó a hablarme con una voz que mostraba que me tenía confianza —No sé qué me pasa. Me duele mucho la cabeza.
Acto seguido recargó su cara sobre un brazo posándolo sobre mi escritorio, como queriendo dormir un poco.
Su gesto me sorprendió por la familiaridad, pero no lo tomé a mal. Tenía ante mí a una criatura desamparada, tan débil, tan casi niña, que sólo pensé en ayudarla a calmar su inquietud o sufrimiento físico.
—¿Me dejas ayudarte, doctora Laura Elena? – le pedí con todo respeto.
Tengo que aclarar, si no lo he hecho antes, que había una gran diferencia de edades entre los dos, pues ya dije que ella era pasante de medicina, y yo tenía ya muchos años laborando para el sector salud. Podía entonces intentar ayudarla sin que hubiera malos entendidos de mi intención humanitaria hacia ella.
Con un mohín medio indiferente, levantó levemente la cabeza de su brazo y me dijo con voz queda y los ojos cerrados:
—Sí, señor Beni. Ayúdeme si puede, por favor. Este dolor no me deja en paz.
Le pedí que permaneciera como estaba, con su cabeza recostada en el escritorio, y pasé mis manos por encima de ella, sin tocarla, y le dije:
—Confíe en mí, doctora. Voy a tratar de hacer una alineación de su energía corporal.
Mantuve mis manos sobre su cabeza, sin ningún contacto físico, e inicié una meditación profunda para que su malestar físico la abandonara. Pasaron unos minutos, y poco a poco