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Piénsalo Bien, Yogui
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Libro electrónico177 páginas2 horas

Piénsalo Bien, Yogui

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Información de este libro electrónico

Él y ella, sobrevivientes de pérdidas dolorosas en sus ya largas vidas, se conocieron en circunstancias tormentosas. Sin esperarlo, y casi sin proponérselo, llegaron a amarse y compartir sus vidas. Se mudaron al campo, a una casita demasiado pequeña con un jardín demasiado grande, donde él se dedicó a cultivar árboles frutales. Por culpa de unos cabros que amenazaban dañarles la siembra decidieron que, para espantarlos, necesitaban un perro. Doña Lolin les regaló su mejor cachorro de raza sata y ellos le pusieron un nobre que resultó nefasto en su vida. A partir de este suceso el perrito se adueña de ests historia de amor llevándolos por insospechables y divertidas aventuras en compañía de su íntimo amigo, el caballito.
Adéntrate en la historia de una mujer (que alega tener poderes síquicos y además de ser ventrílocua) empeñada en convertir un sato en su perrito faldero de raza pura. Conoce un perrito libre, independiente y aventurero, que no acepta tener dueños, que reniega del nombre que le pusieron, y que cumple a cabalidad con el compromiso que hiciera con el Búho Sabio.
Esta es una historia de aventuras y amistad; de aprendizaje y crecimiento; de sufrimientos y alegrías; de fe, esperanza y amor; que a veces te hará reír, y otras veces te hará pensar.
Historia de simbolismos y doctrinas, verdades y ficciones ciertas, que constituye un capítulo de la historia mayor; que quizás se repita en otro tiempo y lugar con diferentes protagonistas.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 ene 2012
ISBN9781466109773
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    Vista previa del libro

    Piénsalo Bien, Yogui - J.D. Bisbal

    Agradecimiento

    Quiero expresar mi agradecimiento a Patricia Díaz Bisbal y a Moraima Román Teissonniere, por leer el original de este libro y ofrecerme sus sinceros comentarios y observaciones. También, por el estímulo que me dieron para publicarlo. Mi gratitud se extiende particularmente a Lucy Fernández, conocida escritora guayamesa, que sometió el original a una revisión rigurosa y me recomendó correcciones muy importantes.

    El sector en el sur en el cual se desarrolla parte de la trama de la obra, es real; los personajes son ficticios con excepción de los protagónicos. Las personas que allí viven son excelentes vecinos; por ellos siento respeto y un profundo aprecio. No conozco ningún río cuyo cauce se remonte desde ese sector del sur hasta las montañas de Cayey cercanas al Cerro Vuestra Madre, pero sí es cierto que pueden verse desde algún punto las costas del norte y el sur. Las razas de los perros villanos son inventadas, para no ofender las razas que conozco.

    El personaje de la rosa es mi humilde tributo a uno de mis libros preferidos, El Principito, y a su autor, Antoine de Saint Exupéry. Son incontables las veces que lo he leído, y no puedo estimar cuantas veces más lo leeré. Alguien a quien le debo mucho, el sicólogo Walterio García, me regaló el libro la primera vez que lo leí; siempre que lo vuelvo a leer, lo recuerdo.

    Dedico este libro a Carlos, porque me dio el motivo trayendo a Yogui a casa. A Carlos también le dedico mi amor.

    J.D. Bisbal

    jd_bisbal@yahoo.com

    Prólogo

    Mi perro desapareció hace ya algún tiempo. Se llamaba Yogui y era un perro noble. Un vecino alegó haberlo visto, se supone que por última vez, durante el más reciente incendio que arrasó la llanura despoblada que queda cerca de donde vivimos. Dijo que el perro estaba acompañado del caballito de los Fernández, y que ambos corrían desesperadamente entre el humo y las llamas, hasta que todo se hizo tan confuso que ya no volvió a verlos. Creé que deben haber muerto a consecuencia del fuego y el humo, porque todo, absolutamente todo, se quemó en el incendio. Añadió que le resultó muy extraño que estos dos animales no intentaran escapar del peligro, pudiendo hacerlo, pues tenían fuerza y capacidad para correr por sus vidas.

    Esta información la obtuvimos durante las investigaciones que hicimos Carlos y yo después de que rebasara el límite de duración que Yogui mismo había impuesto a sus frecuentes desapariciones. Recorrimos los sectores circundantes preguntando por Yogui a todo el que pudiera atendernos. Nadie, aparte del que dijo haberlo visto en el fuego, pudo darnos noticias más precisas sobre él. Los Fernández también hicieron sus averiguaciones. Todas sin éxito. A pesar de que ellos tenían razones de peso para esforzarse, pues el caballito era un purasangre y representaba una costosa inversión como futuro caballo de carrera. Yogui no. Él era sólo un perro sato. Pero era mi perro y yo lo quería, y hasta creo que él también a mí.

    Me da vergüenza aceptar lo difícil que se me hacía describir a mi perro físicamente. Es un perro sato común y corriente, decía yo, de color marrón claro tirando a café claro, o más bien, gris claro tirando a marrón. Usted sabe, de ese color impreciso que son todos los satos. No, no tiene señas particulares, ni manchas que lo distingan, como una estrella o un lucero en la frente. Solamente tiene un poco de blanco en la cara, que se le extiende por el cuello y el pecho llegándole hasta las patas. La punta de su activo rabo también es blanca. Ante mi incapacidad de describirlo regresamos a casa y buscamos un retrato.

    Pero cuando se trataba de describir la otra parte de su personalidad, entonces sí me sobraban adjetivos. Y decía: Si lo conoció seguro que lo recordaría, porque es amable, juguetón, alegre, activo, vigoroso, locuaz, amigable (aunque arisco), incansable, agotador, mentiroso, ladino, farsante, pendenciero y testarudo. No acepta que lo amarren. Si pudieron amarrarlo, entonces no era Yogui. Pero sobre todo… es un perro noble, muy noble. Las personas, mirándonos entre confundidas y extrañadas, movían las cabezas negativamente como diciendo que no entendían nada, o que no lo habían visto. Tuvimos que desistir y regresar a casa sin saber que había sido de Yogui. A esperar con calma que pasara el tiempo, para ver lo que pasaba.

    Cuando por las noches me siento a solas bajo las estrellas a pensar en él, me pregunto. ¿Por qué se fue? ¿Por qué quiso dejarnos? ¿Qué pasó en realidad? Entonces una lágrima se me escapa y me pregunto: ¿Regresará algún día?

    1: Ese perrito tiene algo especial que lo protege.

    Yogui nació a mediados de la primavera, en plena cuaresma, en lo alto de una loma en la finca de Doña Lolin. Ella era la dueña de una porqueriza que de vez en cuando era saqueada por unos rateros que venían desde un barrio cercano de muy mala fama. Como con frecuencia desaparecía uno que otro cerdito, Doña Lolin acogía los perros que sus dueños abandonaban en las cercanías para que hicieran trabajo de vigilancia. El recurso daba resultado, pero no totalmente. Uno de estos perros era la mamá de Yogui.

    Los perros vivían en incontrolado apareamiento y las pariciones se daban de acuerdo al ciclo natural. Yogui fue el último en nacer de una camada de siete perritos, exactamente a las siete de la mañana de un día siete; y en el orden de la numerología esa repetición del siete lo dotó de inteligencia, sensibilidad, suspicacia, y extra sensorialismo. No había pasado mucho tiempo cuando todos en la porqueriza notaron que el perrito tenía algo diferente. Lo notó su mamá, los demás perros, los cerdos y hasta las aves de presa que por allí sobrevolaban.

    En una ocasión en que se apartó de su mamá, dejándose llevar por una prematura curiosidad, que sería después una de sus principales características, alcanzó a verlo un halcón que se encontraba en lo alto de un árbol seco oteando los alrededores en busca de comida. Creyéndolo presa fácil el halcón se lanzó en picada, pero una fuerza inexplicable lo obligó a retroceder, y cambiando el rumbo desapareció en el espacio mientras murmuraba, Ese perrito tiene algo especial que lo protege. Y decidió mejor irse a buscar una culebra o un pollito.

    Al momento de nacer el perrito levantó su cabecita como saludando la vida con alegría, mientras su mamá lo lamía amorosamente. A medida que iba creciendo daba muestras de ser listo, muy listo. A simple vista era un sato común y corriente. Color de sato, orejas de sato, cara y cuerpo de sato, y para que no quedara duda, rabo de sato. Tiempo más tarde, cuando fue a vivir con ellos, los que vinieron a ser sus dueños, la mujer acostumbraba reclamarle cuando él se dejaba llevar por sus momentos de euforia:

    -Yogui, por favor, deja de batir ese rabo que me molestas.

    Para qué le sirve el rabo a un perro si no es para batirlo cuando está contento? Más tarde, alegaría que también le molestaba el ruido que hacía al sacudir las orejas. Ella siempre fue tan quisquillosa. Por eso Yogui nunca la quiso.

    Progresivamente el perrito fue dándose cuenta de que los animales pueden comunicarse entre ellos. Aun cuando sean de especies diferentes todos poseen un decodificador natural que interpreta en su propio idioma el mensaje del otro animal. Así, cuando un ruiseñor canta en una rama llamando a su ruiseñora, su mensaje también llega a todos los demás animalitos que lo oyen. Hay sus excepciones: los animales pequeñitos como las moscas, gusanos, libélulas, peces, mariposas, hormigas, pulgas y otros que no emiten sonidos audibles. Estos, en cambio, se comunican perfectamente bien entre ellos haciendo uso de un sistema particular aparentemente basado en las vibraciones de sus movimientos o de las ondas que emiten. Su proceso evolutivo requerirá de miles y miles de años para incorporarlos a la red comunicativa del resto de los animales. Entre estas excepciones se encuentra, además, el animal mayor, el humano, con el que tampoco pueden entenderse, excepto en circunstancias en que la naturaleza da su permiso debido a razones muy especiales, casi siempre relativas a los sentimientos, más bien al amor. Y aunque con el humano no se entienden ¡qué bien se entienden en esas excepciones!

    Para Yogui no había excepción. Chiquitos, medianitos, grandes y humanos eran entendibles para él. Con los animales la comunicación era recíproca; con los humanos la reciprocidad ocurriría sólo con personas sumamente especiales. Todo lo cual sucedía debido a su capacidad de percepción producto de las circunstancias numerológicas de su nacimiento. A medida que crecía se perfeccionaba su don y ya no iba necesitando de ladridos para entenderse con los animales. Ladraba, sí, porque era conversador, o por pura diversión, o para avisar del peligro cuando tuvo que trabajar de vigilante, o para amenazar al enemigo, o simplemente para enfatizar su alegría cuando se sentía feliz. Al refinarse su don recibía sus mensajes directamente en su mente y contestaba de igual forma. Fue tal su desarrollo que llegó hasta recibir mensajes de elementos de la naturaleza como la brisa, el fuego, el pasto en la llanura y las flores.

    Como era un perrito tan inteligente rapidito aprendió las enseñanzas de su mamá: lamerse las heridas para que se sanaran, comer yerba para curarse el estómago mediante el vómito y no perseguirse el rabo porque nunca se alcanza. Las que tenían que ver con la autosanación eran fundamentales pues un sato jamás es llevado a un veterinario para que lo cure. De hecho, un sato no sabe siquiera que los veterinarios existen. Su mamá terminaba sus sesiones educativas con ejercicios dramatizados de sus recomendaciones sobre supervivencia perruna, o lo que es lo mismo, sabiduría de la vida aplicada.

    -Vamos. Tienen que convencer a Doña Lolin de que saben cuidar la porqueriza. Si no lo hacen podrían acabar sin techo ni comida por inútiles e innecesarios. ¡Atención! ¡A convencerla! ¡Muévanse! Cuando oigan el ruido del Jeep subiendo la cuesta empiecen.

    Entonces ella hacía su mejor demostración, y todos los perritos la imitaban.

    -Cabeza erguida, cuerpo tenso, patas firmes, rabo y orejas rectas, gruñan enseñando los colmillos y ladren fieramente. -Y pasaba la vista para verificar cómo lo hacían, sintiéndose satisfecha de todos, en especial de su benjamín.

    En eso Yogui llegó a ser un verdadero artista. Cachorrito como era, lo hacía ¡tan bien! y con tal realismo que convencía hasta al más escéptico, hasta a Doña Lolin que era experta en perritos farfulleros. Orgullosísima de esa nueva prole de satos, principalmente de Yogui, comentaba satisfecha:

    -Cuando ese perrito crezca va a ser tremendo perro guardián. ¡Ay del que se atreva acercarse a robarme mis puercos! Ese perrito se lo va a comer vivo. Desde ya se ve que va a ser un perro bien bravo y valiente. -Y mirándolo fijamente sonreía complacida, como contemplando un ejemplar del más puro linaje. -Hasta en la cara se le nota lo inteligente que es. - Y de inmediato le echaba un poquito más de comida.

    Así fue que Yogui se dio cuenta de dos cosas muy importantes en su vida: que mediante su capacidad histriónica podía obtener mayores beneficios (lo cual hizo que su futura dueña lo catalogara de farsante, taimado y ladino), y de que ¡tenía la capacidad de entender lo que decía Doña Lolin! Eso de ganarse comida adicional lo hizo decidirse a perfeccionar su talento actoral. La exclusiva capacidad de entender a los humanos se fue perfeccionando sola. Creyéndose su propia actuación se exhibía orgulloso ante Doña Lolin como si fuera la gran cosa, patrullando la porqueriza cual temible german shepherd. Lolin, complacida, intentaba acariciarlo…pero, ¡hasta ahí llegaba Yogui! Arrumacos y caricias ¡no! No los permitió de pequeñito, ni de grande.

    Siempre mantuvo como principio esencial de su perruna existencia no permitir caricias ni arrumacos de los humanos. Su mamá lo había enseñado a ser arisco: Un sato siempre tiene que estar prevenido, pues nunca se sabe cuando puedan lanzarte una patada. Yogui nunca se dejaba tocar. Su relación con los humanos se daba a distancia, si había proximidad la propiciaba él. De adulto opinó que su dignidad quedaba sumamente maltrecha si se dejaba arrullar como un perrito faldero. Esa era otra de las razones por las cuales antagonizaba con ella, la que vino a ser su dueña. Cuando se empeñaba en cogerlo en la falda para jugar y él se resistía queriendo soltarse, le decía:

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