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El Perrito Rojo
El Perrito Rojo
El Perrito Rojo
Libro electrónico242 páginas3 horas

El Perrito Rojo

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“El Perrito Rojo” es la historia de un perrito muy particular. Su pelo era de un color rojo intenso. Claro, el color natural de su pelo no era así. Era de un hermoso color castaño claro, pero su amo quería vanagloriarse de poseer el único perro rojo del mundo y le teñía constantemente su pelaje para poder así engañar a todos.

La vida de Roji transcurría normalmente hasta que un día se mudó frente a su casa una perrita blanca cuya belleza lo cautivó desde el primer momento. A partir de entonces, su vida cambio por completo. Su amo le negó el permiso para conocer a su nueva vecina.

Esta es la historia de un gran amor y de las batallas que Roji tuvo que librar en busca de sus sueños. En ella también se refleja la importancia de la libertad, de la amistad, así como del uso de las diversas características de cada cual para la ayuda mutua.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento24 jun 2019
ISBN9781506529189
El Perrito Rojo
Autor

Orestes Plá Naranjo

Orestes Pla Naranjo (Matanzas, Cuba - 1947), Licenciado en Lengua y Literatura Inglesa y Norteamericana, Especialidad Lingüística, Universidad de La Habana (1975). Aunque ya esta retirado, sigue trabajando como traductor. Fue profesor universitario, especialista en Relaciones Publicas Internacionales y en Comercio Internacional, así como Representante Comercial de empresas cubanas en otros países y Gerente General y Comercial de varias empresas en su país.

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    El Perrito Rojo - Orestes Plá Naranjo

    Copyright © 2019 por Orestes Plá Naranjo.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2019907945

    ISBN:   Tapa Dura         978-1-5065-2917-2

    Tapa Blanda       978-1-5065-2919-6

                 Libro Electrónico   978-1-5065-2918-9

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 21/06/2019

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    798547

    Prefacio

    Aunque éste es una fábula dedicada a una niña, no es sólo una alegoría infantil. Su propósito no es exclusivamente entretener o divertir. Ha sido escrito con el fin de trasmitir enseñanzas.

    Una de las consecuencias más dramáticas de la historia más reciente de nuestro país, ha sido el exilio. Durante las últimas décadas, cientos de miles de cubanos han decidido emigrar hacia otros países.

    El exilio ha sido siempre fuente de sufrimiento y dolor. Tan es así, que desde los inicios de la sociedad fue utilizado como instrumento de castigo. Si alguien cometía un error muy grave, era expulsado de la tribu. O de su grupo social. O de su país. Era un castigo sólo superado por la condena a muerte.

    José Martí, nuestro gran humanista, fue obligado a pasar la mayor parte de su vida en el exilio. Como castigo. Y en toda su obra se refleja el sufrimiento y la nostalgia ocasionados por la separación de sus seres queridos y de su patria.

    El ser humano lleva arraigado en su naturaleza un profundo sentido de pertenencia. Como ya se ha dicho repetidamente, el hombre es un ser social. Necesita sentir que es parte de un conjunto. Necesita reconocerse como parte de una familia, de un grupo social, de una sociedad.

    El exilio arremete precisamente contra esa necesidad. Por una parte, nos separa de nuestro conjunto. A todos los niveles. Por la otra, nos obliga a intentar insertarnos en otro conjunto social al cual, por lo general, nos es muy difícil adaptarnos.

    Esto atenta contra nuestro sentido de pertenencia.

    En el caso de nuestro país, esto se agrava aún más, pues ha surgido una nueva expresión del fenómeno: el exilio interno. Convivimos en una sociedad que en ciertos aspectos nos margina como ciudadanos y que por tanto, nos ha llevado de forma paulatina a disminuir nuestro sentido de pertenencia a la misma.

    La prueba está en que, por muy convencidos que estemos de la necesidad de cambiar nuestra sociedad, la reacción en general es la de buscar el exilio. Ya no queremos mejorar nuestra casa. Preferimos abandonarla.

    Hemos perdido la esperanza.

    Como resultado de todo esto, la inmensa mayoría de las familias se han visto afectadas por el dolor de la separación y la nostalgia. Mi familia no es una excepción.

    Tengo tres hijos. Son jóvenes, saludables y emprendedores. Como padre, tengo el privilegio de sentirme orgulloso de ellos. Los tres decidieron vivir fuera de Cuba. Ha sido una pérdida dolorosa para mi familia. Paralelamente, como la pérdida de todo joven, es también una pérdida para nuestra sociedad.

    Pero al menos nuestra familia tiene el aliciente de que ellos crecieron en medio de nuestras costumbres y valores. Pudimos trasmitirles nuestros preceptos morales y principios éticos.

    Diana es mi primera nieta. Tiene cuatro años. Nació y vive fuera de Cuba. En total, sólo he podido tenerla junto a mí de forma esporádica por veinte días de esos cuatro años.

    Como resultado de intereses políticos, las posibilidades de visitarnos regularmente son escasas. Y el futuro es incierto. En fin, no somos más que granos de arena atrapados en el huracán de las políticas.

    Ahora bien, ¿cómo pudiera trasmitirle al menos parte de esos valores, preceptos y principios a una nieta que probablemente no vea mucho más durante el resto de mi vida? ¿O a otros nietos y descendientes que aún no han nacido y que tal vez tampoco pueda ver con la frecuencia deseada?

    ¿Cómo trasmitirle valores tan importantes como los del amor a la familia, la amistad, la importancia de la libertad, la honestidad, la tolerancia y la buena voluntad? ¿Cómo trasmitirle la necesidad de anteponer la ayuda mutua a la confrontación generalizada?

    Ése es el propósito de esta fábula.

    Como no soy un escritor, me he dejado llevar más por la intuición que por técnicas de narración que, como se hará obvio, desconozco. He tratado de apoyarme en el simbolismo -tanto de la trama en sí, como de cada uno de los personajes y sus relaciones- para el logro de dicho propósito.

    Como ya expresé, mi intención no es otra que la de trasmitir enseñanzas. Y a distancia.

    Me siento como el náufrago que coloca un pedazo de papel dentro de una botella y lo lanza al mar.

    Mi mayor esperanza es que algún día el mensaje llegue a un corazón sensible y receptivo.

    Mi mayor frustración sería que se perdiera en el inmenso océano de la indiferencia.

    *******

    A Diana, mi primera nieta, en

    su cuarto cumpleaños.

    A mis otros nietos y descendientes que aún no han nacido.

    2 de junio de 2007

    Había

    una vez un perrito rojo que vivía en una casa muy linda.

    Le llamaban Roji, precisamente por el color rojo tan particular de su pelaje.

    Como es de suponer, el verdadero color de su pelo no era rojo. En realidad, era de un hermoso color castaño claro.

    Pero a su amo le gustaba alardear de que él tenía el único perro rojo del mundo y por tanto le teñía constantemente su pelaje para que siempre se le mantuviera de un color rojo vivo y poder así engañar a todos.

    La casa en la cual Roji vivía tenía un gran patio de césped a su alrededor. Todos los días Roji pasaba horas deambulando por el patio en busca de diversiones y aventuras. Además, Roji también se consideraba el guardián tanto de la casa como de ese patio, lo cual lo hacía sentirse muy orgulloso y responsable.

    El patio tenía varios árboles grandes y frondosos en los cuales habían hecho sus nidos varias familias de pajaritos. A veces, algunos de esos pajaritos se atrevían a bajar al césped en busca de alguna pequeña golosina y entonces Roji correteaba detrás de ellos con el fin de asustarlos y hacer que huyeran volando y piando.

    Realmente, la intención de Roji no era hacerle daño a ninguno de ellos. Su propósito era solamente demostrar que él era el que debía cuidar de ese patio. Además, también era como una especie de juego entre ellos. Cuando Roji corría detrás de algún pajarito ladrando y haciendo mucha bulla, otros pajaritos entonces aprovechaban para bajar al patio de césped a sus espaldas y escamotear alguna semillita antes de que Roji se percatara y entonces corriera tras ellos también.

    En realidad, era un juego en el que todos participaban y se divertían, aún cuando alguna que otra vez -y como resultado de un descuido- algún pajarito pudiera pasar un buen susto al verse sorprendido por la presencia demasiado cercana de Roji. Pero bueno, del susto nunca pasaba.

    Con el paso del tiempo, Roji y estos pajaritos llegaron a considerarse como compañeros de juegos. Después de todo, Roji llegó a comprender que sin ellos, su vida sería muy monótona y aburrida. Pues ésa era en realidad su única diversión.

    Era cierto que Roji vivía en una casa bonita. Era cierto también que su amo cuidaba de él. Le garantizaba su comida diaria. Tal vez ésta no era tan abundante y variada como Roji deseara, pero al menos le permitía comer algo todos los días, un privilegio que su amo le insistía una y otra vez que muchos otros perritos no tenían.

    Por otra parte, Roji era un perrito muy saludable. Casi nunca se enfermaba. Pero cuando esto ocurría, su amo se ocupaba de que recibiera atención médica y le suministraba las medicinas correspondientes.

    Como se puede ver, Roji tenía así garantizadas sus necesidades materiales más básicas.

    Sin embargo, salvo a través de estos juegos de persecución de los pajaritos, su vida no tenía otra diversión.

    Más bien, era bastante limitada y aburrida.

    Roji tenía que someterse completamente al estricto régimen de disciplina establecido por su amo. Solamente podía comer a la hora que el amo decidiera servirle su comida. Si tenía hambre en otro momento, no le quedaba más remedio que aguantar hasta que el amo decidiera servirle la comida.

    Si quería mostrarle afecto al amo en algún momento en que éste no lo deseara, pues sencillamente se ganaba un empujón de rechazo o a veces hasta un buen manotazo. Siempre acompañados de una frase de desprecio.

    Si ladraba cuando no le convenía al amo, podía provocar hasta que éste le pegara con lo primero que tuviera a su alcance. Pero por otra parte, si no ladraba cuando se esperaba que lo hiciera, entonces también le regañaban y le castigaban.

    Y otra cosa muy importante, Roji no podía salir más allá de la cerca que bordeaba el patio de la casa del amo a menos que saliera acompañado del mismo.

    Incluso cuando el amo lo sacaba a la calle a pasear, le ataba una cadena al collar que tenía permanentemente alrededor de su cuello. De manera que, aún cuando paseaba aparentemente libre por la calle, la realidad era que sus movimientos eran constantemente limitados por el amo.

    Así, si Roji quería detenerse al pie de un árbol y el amo quería que él continuara andando, el amo no tenía más que darle un fuerte tirón a la cadena para obligarlo a continuar andando si no quería verse asfixiado por el apretón del collar en su cuello. Por otra parte, si el amo se detenía y él quería continuar andando, un nuevo tirón de la cadena y otro atragantamiento le indicaban que debía detenerse.

    Además, sabía por experiencia propia que si hacía algo que molestara o disgustara a su amo, el precio a pagar era siempre el del regaño o incluso el del castigo corporal.

    Y por encima de todo, Roji sabía que debía evitar por todos los medios que su amo se enojara hasta el punto de quererle golpear. Había aprendido de la manera más dura que cuando su amo se enojaba hasta este punto, le esperaban manotazos, puñetazos o porrazos en abundancia. El dolor de esos golpes durante varios días le había enseñado que era mejor cualquier cosa antes que provocar el enojo de su amo.

    Todo esto a veces ponía muy triste a Roji. Sin embargo, había llegado a la conclusión de que podía hacer muy poco al respecto.

    Por otra parte, le estaba muy agradecido a su amo que le garantizaba comida, techo y atención médica. Incluso cuando Roji se portaba bien o hacía algo que le agradaba, su amo era capaz de acariciarlo con cierto afecto y a veces hasta de mimarlo.

    Por tanto, desde hacía mucho tiempo había decidido que no pensaría más en ello y lo que haría sería aprovechar al máximo sus andanzas por el patio para divertirse correteando, saltando y ladrando tras los pajaritos en el jardín.

    ——

    En algunas ocasiones, la monotonía se veía quebrantada por la aparición de un gato callejero que a veces deambulaba por la acera frente a su casa más allá de la cerca.

    Cuando este gato aparecía, Roji corría con gran velocidad hacia el lugar por donde se encontraba y comenzaba a ladrarle con furor. A veces era tanto el impulso que traía en su carrera, que apenas tenía tiempo de frenar al acercarse a la cerca y tropezaba contra la misma dándose fuertes golpes en la nariz. Sin embargo, esto no le impedía continuar ladrando sin cesar a ese gato que se atrevía a pasar por delante de su casa.

    Roji sabía que parte de sus responsabilidades era cuidar de que ningún animal ajeno traspasara los límites de la cerca que rodeaba el patio de la casa de su amo. Mucho menos un gato.

    Los gatos y los perros no suelen llevarse bien. No sé por qué razón, pero al parecer es una de esas cosas de la vida que siempre han ocurrido y que nadie se ha detenido a preguntarse el porqué.

    Roji sabía que mostrarse agresivo con los gatos era lo que se esperaba de él y por tanto lo hacía con gran diligencia. Por tanto, cada vez que veía a un gato aparecer por sus predios, salía corriendo como un loco ladrando y ladrando con el fin de asustarlo para que saliera huyendo y se alejara de su casa.

    Esto siempre daba muy buenos resultados. Por lo general los gatos pasaban tremendo susto al oír los ladridos y salían como balas huyendo y alejándose del lugar.

    Excepto con este gato en particular.

    Con este gato, Roji se percataba que toda esta algarabía que él armaba no daba los mismos resultados. Roji le gruñía y le ladraba a través de la cerca y el gato -al parecer seguro de que no corría peligro alguno mientras estuviera del otro lado de la cerca- continuaba su andar parsimonioso ignorando todo el alboroto que Roji se esforzaba en montar. A veces hasta se detenía por un momento y le echaba una mirada altanera por encima del hombro como para indicarle a Roji que no le tenía miedo.

    Como era de esperar, esto enfurecía mucho más a Roji y hacía que éste ladrara cada vez con más y más fuerza y se lanzara infructuosamente una y otra vez contra la cerca.

    Al gato esto parecía más bien divertirle y continuaba su andar arrogante y calmado, sin apuro, mientras se alejaba de la casa de Roji. Así, seguía lánguidamente su andar calle abajo. En algún que otro momento se detenía, miraba hacia Roji y volvía su cabeza con gran orgullo y tranquilidad.

    Roji –fuera de sus casillas- continuaba ladrando aún después que perdía de vista al gato cuando éste doblaba la esquina.

    Nunca se explicaba por qué sus ladridos no asustaban a este gato de la misma manera que asustaban a los demás gatos.

    Roji no sabía que los gatos callejeros, al tenerse que enfrentar a los peligros que les impone la vida cotidiana en las calles, les da la suficiente experiencia como para percatarse de lo que realmente es peligroso o no.

    Aquel gato callejero sabía muy bien que aquel extraño perro rojo no ofrecía peligro alguno siempre y cuando la cerca estuviera de por medio. De ahí la osadía que mostraba ante los intentos de Roji por asustarlo.

    Sabía también que si en algún momento ese perro lograba salvar el obstáculo de la cerca, entonces se vería en un serio problema. Por eso era que no lo perdía de vista ni un momento y le echaba miradas aparentemente arrogantes pero que realidad eran miradas de cautela para velar la posibilidad más mínima de que Roji pudiera salir fuera de la cerca.

    Así lo vigilaba sin dar muestras de temor.

    Sin embargo, a pesar de que el gato callejero no perdía de vista a Roji ni por un segundo, aquel día se pudo percatar de que en el fondo del patio de aquella casa había un gran latón de basura desbordado de deshechos de comida.

    Por unos instantes, el gato callejero se olvidó de todos los ladridos y amenazas de aquel perro rojo y no pudo evitar sentir un retortijón en el estómago

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