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La Fuerza de la Bondad
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Libro electrónico656 páginas9 horas

La Fuerza de la Bondad

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En este emocionante romance, el Espíritu Lucius nos remonta a los luminosos momentos vividos por la humanidad al tiempo de Jesús, involucrando al senador Públio Lentulus, su esposa Livia, Zacarías, Fúlvia y Pilatos, entre otros. A través de sus dramas y experiencias, el lector se sentirá que, a pesar de nuestras caídas y errores, el Amor nunca nos abandona al desamparo, ayudándonos a salir de los abismos oscuros donde fuimos lanzados por nuestra ignorancia.
Los procesos de rescate en las regiones espirituales inferiores, el amparo luminoso del mundo invisible en la hora del sacrificio, la importancia de la bondad como factor de victoria en las luchas de cada día, son algunos de los temas espirituales abordados por Lucius en esta obra que da continuidad a la historia de los personajes Pilatos, Fúlvia, Sulpicio, Zacarías, Livia, Cleofás, Lucilio y Simeón, que tuvo inicio en el romance "El Amor Jamás te Olvida."
 

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 ene 2023
ISBN9798215342855
La Fuerza de la Bondad

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    La Fuerza de la Bondad - André Luiz Ruiz

    LA FUERZA DE LA BONDAD

    Por el Espíritu LUCIUS

    ANDRÉ LUIZ RUIZ

    Traducción al Español:

    J.Thomas Saldias, MSc.

    Trujillo, Perú, Mayo 2019

    Título Original en Portugués:

    A Força da Bondade © André Luiz Ruiz, 2004

    Caratula:

    Triumph of Faith Christian Martyrs in the time of Nero

    by Eugene Romain Thirion (1839- 1910)

    Diseño:

    Santiago Salazar Mena

    Revisión:

    Ailen Tapia Granados,

    Lima, Perú

    Victor Hugo Torres Garcia,

    Villahermosa, Tabasco, México

    World Spiritist Institute      

    Houston, Texas, USA      

    E–mail: contact@worldspiritistinstitute.org

    Del Médium

    André Luiz de Andrade Ruiz

    Se inició en el conocimiento espírita a través de los ejemplos recibidos de sus padres, Miguel D. D. Ruiz y Odete de Andrade Ruiz, igualmente admiradores de la doctrina codificada por Kardec.

    Nacido en la ciudad de Bauru, Estado de São Paulo, Brasil el 11 de Agosto de 1962, desde la infancia estableció residencia en Birigui, en el mismo Estado, de donde se transfirió para Campinas en el año de 1977.

    En 1979 pasó a frecuentar la Sociedad Beneficente Bezerra de Menezes, donde se encuentra hasta la actualidad, desarrollando, al lado de muchos companheros dedicados al ideal cristiano, la labor fraterna de atención a los hermanos en la caminata evolutiva.

    Del Traductor

    Jesus Thomas Saldias, MSc., nació en Trujillo, Perú.

    Desde los años 80's conoció la doctrina espírita gracias a su estadía en Brasil donde tuvo oportunidad de interactuar a través de médiums con el Dr. Napoleón Rodriguez Laureano, quien se convirtió en su mentor y guía espiritual.

    Posteriormente se mudó al Estado de Texas, en los Estados Unidos y se graduó en la carrera de Zootecnia en la Universidad de Texas A&M. Obtuvo también su Maestría en Ciencias de Fauna Silvestre siguiendo sus estudios de Doctorado en la misma universidad.

    Terminada su carrera académica, estableció la empresa Global Specialized Consultants LLC a través de la cual promovió el Uso Sostenible de Recursos Naturales a través de Latino América y luego fue partícipe de la formación del World Spiritist Institute, registrado en el Estado de Texas como una ONG sin fines de lucro con la finalidad de promover la divulgación de la doctrina espírita.

    Actualmente se encuentra trabajando desde Peru en la traducción de libros de varios médiums y espíritus del portugués al español, así como conduciendo el programa La Hora de los Espíritus.

    Sinopsis

    En este emocionante romance, el Espíritu Lucius nos remonta a los luminosos momentos vividos por la humanidad al tiempo de Jesús, involucrando al senador Públio Lentulus, su esposa Livia, Zacarías, Fúlvia y Pilatos, entre otros. A través de sus dramas y experiencias, el lector se sentirá que, a pesar de nuestras caídas y errores, el Amor nunca nos abandona al desamparo, ayudándonos a salir de los abismos oscuros donde fuimos lanzados por nuestra ignorancia.

    Los procesos de rescate en las regiones espirituales inferiores, el amparo luminoso del mundo invisible en la hora del sacrificio, la importancia de la bondad como factor de victoria en las luchas de cada día, son algunos de los temas espirituales abordados por Lucius en esta obra que da continuidad a la historia de los personajes Pilatos, Fúlvia, Sulpicio, Zacarías, Livia, Cleofás, Lucilio y Simeón, que tuvo inicio en el romance El Amor Jamás te Olvida.

    ÍNDICE

    Palabras de Lucius

    1. RECORDANDO LA HISTORIA

    2. EFECTOS DE LA MALDAD

    3. FRENTE A SÍ MISMA

    4. LAS CATACUMBAS

    5. PALABRAS PROFÉTICAS

    6. TESTIMONIOS ASUMIDOS

    7. EL CÁNTICO DE LA BONDAD

    8. EL AMPARO ESPIRITUAL

    9. MANOS QUE SE EXTIENDEN

    10. EL BIEN COMO PREMIO A LA BONDAD

    11. APRENDIENDO CON EL AMOR

    12. PALABRAS DE ZACARÍAS

    13. EL ABISMO

    14. EL ESFUERZO DEL BIEN

    15. EL RESCATE DE PILATOS

    16. EL RESCATE DE FÚLVIA

    17. EL TURNO DE SULPICIO

    18. FUERZAS MAJESTUOSAS

    19. EXPLICACIONES ANTES DEL REGRESO

    20. EL REGRESO

    21. UNA VEZ MÁS LA VIEJA ROMA

    22. CLÁUDIO RUFUS

    23. LAS MISERIAS DE LA CAPITAL IMPERIAL

    24. SERAPIS

    25. EN EL PALACIO

    26. LA EXPERIENCIA DE SERAPIS

    27. SENTIMIENTOS E INTERESES

    28. EGOÍSMO EN ACCIÓN

    29. EL ENCUENTRO Y LOS REENCUENTROS

    30. AMPARO ESPIRITUAL

    31. DECISIONES INFELICES

    32. LA NUEVA RUTINA

    33. EL AMARGO SABOR DE LA PASIÓN

    34. AFECTO ENFERMIZO

    35. EL VIEJO ESCENARIO PARA  LOS      

    MISMOS ERRORES

    36. LICINIO CRISTIANO

    37. LA INSENSATEZ SEMBRANDO DOLORES

    38. SORPRESAS TRÁGICAS

    39. LA FALTA DE DIOS EN LOS CORAZONES

    40. LECCIÓN PARA LICINIO

    41. FIDELIDAD AL BIEN

    42. RENUNCIA Y CONSCIENCIA

    43. DESCUBRIENDO LA VERDAD

    44. LA FUERZA DE LA BONDAD

    Palabras de Lucius

    Estimado Lector,

    Volvemos a su corazón con la continuidad de los mismos personajes del libro El Amor Jamás te Olvida, relatando las consecuencias de los actos humanos sobre la realidad de sus Espíritus inmortales, así como los efectos de nuestras elecciones de cada día repercuten en nuestra existencia futura.

    Más que producir un impacto incómodo, nuestro objetivo es revelar cómo funcionan, con exactitud y clemencia, los mecanismos de la Justicia Divina, buscando amparar a las criaturas inmaduras con el manto de la Augusta Misericordia.

    Que su corazón consiga abrirse para La Fuerza de la Bondad del mismo modo sensible como recibió el abrazo de El Amor Jamás te Olvida, recordándose que ellos fueran escritos para que usted se enriquezca con el ejemplo del Bien y se lo convirtiese en actos de Bondad que vengan a beneficiar a los que crucen en su camino.

    ¡Usted es el único que puede hacer eso consigo mismo!

    ¡Que brille su luz!

    Mucha paz,

    Lucius.

    1.

    RECORDANDO LA HISTORIA

    En el lejano año 38, la figura de Pilatos ingresara en un período aun más turbulento ya que su conducta infeliz de poner fin a su propia vida lo transfiriera para el mundo espiritual prácticamente sin ninguna protección o amparo que le pudiese servir de ayuda en el enfrentamiento de la nueva situación.

    Preso en la experiencia del exilio, aunque sin la presencia de Zacarías, que hubiera partido para la vida espiritual meses antes, victimado por el veneno que era destinado para él mismo, Pilatos, podría allí comenzar a rescatar a través del dolor algunos de los desórdenes cometidos, madurando el espíritu y aprendiendo a conquistar una cierta humildad frente a la adversidad.

    Allí en la cárcel de la antigua guarnición donde hubiera conquistado algunas de sus glorias mundanas, podría mejor evaluar la transitoriedad de las cosas, la manera caprichosa como la vida fluye, en un vaivén, en un efecto balancín que coloca al hombre en lo alto, luego después, conducirlo al nivel más inferior que el de los sencillos esclavos.

    A pesar de las maneras crueles que el poder mundano tenía para punir a las personas que no les servían más a sus intereses, el castigo infligido al antiguo gobernador poderoso le fue dado de acuerdo con las necesidades evolutivas para que propiciasen su renovación interior.

    La ley del Universo no estaba preocupada en mantener al hombre disminuido en su falsa condición de poderío y nobleza. Según las reglas espirituales, la intención primordial era y siempre será la de encaminar a la criatura para la verdad y para la madurez real.

    Así, su destierro a una prisión en aquel mismo lugar de donde saliera como un respetado comandante romano era lo que le podría ser, más beneficioso que cualquier otro destino que le fuera ofrecido, ya que la vergüenza vendría a romperle las fibras arrogantes, la humillación propiciaría en su espíritu la búsqueda de nuevos caminos para comprender la transitoriedad de las glorias humanas.

    Para eso, la bondad divina y la fuerza del Amor verdadero habían garantizado para él la constante compañía de Zacarías que, desde Jerusalén, se desdoblaba para que Pilatos fuese ayudado y no estuviese solitario en la larga jornada de la caída que vendría por delante.

    Además de eso, Zacarías había conseguido el apoyo de Lucilio que, aun en su falta, podría seguir siendo un protector y ampararle las necesidades más urgentes.

    Mientras tanto, nada de eso consiguiera sensibilizar el alma debilitada de aquel hombre que había sido vencido por las propias trampas.

    Su fragilidad moral quedara expuesta en su consciencia y el cariño que recibía de Zacarías y del mismo Jesús, que no se había descuidado de él desde antes de haber sido su víctima, lo trastornaban en vista de la vergüenza que sentía, vergüenza que no tenía cómo superar.

    La verdad, era que una gran mezcla de sentimientos contradictorios se establecía en lo más íntimo de su espíritu.

    Y, la falta de Zacarías, el gran amigo y generoso consejero, lo dejara perdido en medio de la tormenta moral que vivía, sin valor para seguir, sin conseguir ver el apoyo que Lucilio podría concederle y sin fuerzas para enfrentarse en gran tragedia del Calvario de la cual se sentía responsable por no haber hecho nada.

    De ese modo, no le fue difícil escoger el camino aparentemente más fácil, menos deshonroso para un soldado en desgracia, pero infinitamente más doloroso para el espíritu acobardado ante las decepciones de una vida adversa.

    El suicidio fue el último acto de su débil espíritu, desprovisto de las grandes decisiones espirituales que involucrarían siempre renuncia, paciencia, comprensión de las propias debilidades y culpas y el esfuerzo paciente de recomenzar.

    La perturbación espiritual también le hiciera la compañía necesaria al desequilibrio personal.

    Eso porque Sulpicio Tarquínius, su brazo derecho durante largos años de gobierno en la provincia, su cómplice en los delitos, su ayudante de mando inmediato, encubridor de sus debilidades, su compinche en los desórdenes y en los hurtos había sido transferido para el lado espiritual de la vida años antes, con ocasión de la ejecución del viejo Simeón, en Samaria, cuando la gran y pesada cruz de madera donde hiciera amarrar al anciano que estaba siendo azotado, después de no soportar más los embates del suplicio, se dislocó de su base y cayó inesperadamente sobre el verdugo, lanzándolo al suelo, lo que le ocasionara la muerte inmediata.

    Desde entonces, el espíritu atrasado y violento de Sulpicio se mantenía pegado al del gobernador como a servirle o a influir en las decisiones odiosas, manteniendo el mismo orden de complicidad negativo. Lo instigaba a la crueldad, le producía las sensaciones provocantes que lo inducían a la negligencia, a buscar nuevas aventuras, en lo que se podría considerar un perfecto matrimonio entre un espíritu y un encarnado, en la afinidad de gustos, deseos e inferioridades.

    Mientras tanto, con el pasar del tiempo y la aproximación de Zacarías, Sulpicio comenzó a percibir las modificaciones de Pilatos y la inclinación para otro camino, lo que le causó un verdadero pavor, ya que no se concebía desvinculado de aquel que consideraba el jefe al cual debería obedecer.

    Con eso y sin poder, efectivamente, imponerse frente a las fuertes vibraciones de Zacarías, Sulpicio comenzó a nutrir un fuerte deseo de obligar a Pilatos a salir de tal influencia y, de una forma directa, tuvo participación en la trama sombría que llevó a Zacarías a ingerir el veneno que Sávio había puesto en el agua que llevara a la cárcel de Pilatos.

    Espíritu ignorante, creía que, ayudando a alejar a Zacarías de la presencia del gobernador, sería más fácil de conseguir recuperar la influencia y el control que mantenía sobre él.

    Sin embargo, después que Zacarías murió, todo se puso mucho peor, ya que la pérdida del mejor y único amigo tornó a Pilatos aun más vinculado a las enseñanzas que el viejito le había dejado, haciéndolo pensar en las cosas de un modo diferente, sin aquella maldad característica de los viejos tiempos.

    La imagen de Jesús no era olvidada por el preso y, muchas veces, Pilatos había sido atrapado por Sulpicio realizando oraciones para ese profeta judío, lo que producía en su espíritu una inmediata reacción de revuelta.

    Así, creyendo que el gobernador estaba bajo el efecto de alguna alucinación, algún hechizo que le quitara la capacidad de pensar o de actuar, Sulpicio deliberó que debería hacer todo lo posible para que Pilatos se transfiriese al mundo espiritual, a fin de que, dejando esa vida de dolores y decepciones, pudiesen retomar el camino de los desórdenes, aunque lejos del cuerpo de carne.

    Además de eso, Sulpicio se dejara llevar por un sentimiento de cólera contra Lucilio y hasta incluso, en algunas ocasiones, contra el propio Pilatos, a quien creía que, si no estuviese victimado por un nuevo hechizo, su transformación era un indicio seguro de traición.

    Y él, fiel lictor que diera su vida para servir a aquel hombre déspota y poderoso, no dejaría que las cosas siguieran por ese camino, donde el gobernador decidía cambiar de bando, pasar a ser el buenito, cambiar de dioses – lo que era considerado una herejía de las más graves en la antigua creencia de los romanos – sin que él, Sulpicio, interviniese.

    Fuese para intentar salvar al prisionero de ese camino torturante, fuese para castigarlo por sus nuevas conductas que eran consideradas flaquezas inaceptables, lo cierto es que Sulpicio pasó a influir aun más directamente sobre el gobernador, transmitiéndole pensamientos inferiores, apegándose a sus debilidades morales, haciendo que las ideas negativas le poblasen los sueños, sin permitirle al cuerpo el descanso indispensable.

    Más que eso, durante el reposo, innumerables veces, Pilatos se veía perseguido por seres oscuros, horripilantes, acusadores y desfigurados que, en verdad, eran sus antiguas víctimas arrebañadas por el espíritu de Sulpicio, que las traía de las cuevas oscuras donde la revuelta y el odio las había proyectado para que lo ayudasen a aumentar el cerco sobre aquel fracasado dirigente terreno.

    El espíritu del lictor, sabiendo que Pilatos hiriera mucha gente con su comportamiento, en la idea de aumentar el peso negativo sobre la mente y el espíritu de este, propiciara que muchos hombres y mujeres que se habían transferido para el mundo espiritual con odio y deseo de venganza contra el gobernador consiguiesen hacerlo ahora que el mismo estaba derrotado y reducido a la condición de miserable preso.

    Esa medida propició un agravamiento del estado moral de Pilatos, pues, a través de las brechas de sus culpas y de sus pensamientos inferiores, una gran cantidad de entidades se ligaba a su estructura magnética y pasaba a succionarle las fuerzas vitales, produciendo un estado de debilidad muy grande, alterando su consciencia sobre las cosas, aprovechándose de los complejos de culpa contra los cuales Pilatos no luchara, haciéndolos aun peores.

    Con todo eso, el preso se iba abatiendo.

    Voces interiores, ecos del pensamiento y de las palabras de sus antiguas víctimas se aprovechaban de su fragilidad y se imponían a él con insinuaciones maliciosas, acusaciones siniestras, persecuciones constantes que no le daban tregua.

    Además de eso, conseguían siempre influenciar a alguno de los soldados del campo para que se acercase de la puerta que guarnecía la celda para burlarse de su estado, acusándolo de estar avergonzando a la legión en la que sirviera anteriormente, colocándolo en mala situación delante del emperador.

    Eran viejos servidores que nutrían un orgullo de casta y que la simple presencia de un gobernante militar en desgracia era un demérito para aquella organización.

    Pilatos tenía que escuchar todo eso y sólo contaba con la palabra amiga de Lucilio, ahora que Zacarías había muerto.

    Las influencias de todos los lados, sumadas a la flaqueza moral de su carácter tibio, hiciera que él viese en la espada que le fuera ofrecida en cierta ocasión, colocada a su alcance por uno de los que se burlaban de él y deseaba librarse de esa vergüenza, el último recurso para salir de esta vida.

    Así, no titubeó cuando, agarrado al metal frío y rígido de la espada romana, se lanzó contra la pared de la celda, enterrándola en su vientre en aquello que consideraba una muerte al menos digna para un soldado.

    Nada consiguió disuadir a Pilatos de esa actitud.

    Del lado de allá, un cortejo tétrico lo esperaba. Ahora no más compuesto solamente por Sulpicio, que ostentaba la apariencia sórdida de un espíritu fracasado, pero sí, compuesto de tantos cuantos fue posible encontrar para perturbarlo en una forma de venganza previa, a fin de traerlo para el mundo invisible donde podrían, efectivamente, ejercitar el castigo que consideraban más adecuado.

    Innumerables mujeres desfiguradas, vestidas con andrajos e infectos se acercaban, ahora, de su espíritu perturbado y confundido y se lanzaban sobre él, hablando cosas lujuriosas y sensuales, ofreciéndose como si fuesen sus nuevas elegidas. El horroroso estado con el que se presentaban producía náuseas en aquel espíritu inmaduro, haciendo que intentase huir de allí, sin conseguirlo.

    Eso, porque, el suicida no se ve con fuerzas para dejar sus propias construcciones mentales y asilarse en un ambiente que le propicie un poco de paz.

    Rebelde por naturaleza, le compete ahora cargar con sus decisiones personales y caprichosas, teniendo que enfrentar el momento de la cosecha de las espinas que sembrara.

    Pasaban las mujeres y venían sus maridos heridos y avergonzados, llevados a la infelicidad y a la destrucción de sus sueños a causa de los desmanes de aquel autoritario y lujurioso gobernador.

    Después venían los que él había mandado a apresar injustamente, los que había despojado de sus bienes, los que habían sido victimizados por su arrogancia, los que había perjudicado en la vida personal, en la política, en las injusticias de sus juicios sumarios, lo que murieran en las persecuciones sanguinarias, cuando la muerte de Sulpicio, etc.

    Después venían los que lo acusaban de haber matado al hijo de Dios, de no haber hecho nada para impedir su asesinato. Así, tales entidades burlonas reproducían a sus ojos, la escena postrera donde él se lavara las propias manos y, en el momento preciso en que repetían tal acto, de la suntuosa jarra, en vez de agua cristalina, salía sangre burbujeante que humeaba al contacto con sus manos.

    Esa visión era la que más le dolía en el alma.

    Además de todo, en su cuerpo espiritual Pilatos sentía profundo dolor en el vientre, en el lugar donde fuera herido por la perforación de la espada, como si todavía la tuviese enterrada en el vientre, sangrando sin cesar y sin conseguir recursos para detener la herida.

    En el auge de la desesperación, Pilatos vislumbró la figura de Sulpicio que lo observaba sin intervenir.

    Un destello de esperanza se posesionó de la mirada del insensato suicida, creyendo que Sulpicio lo ayudaría.

    En vano pronunció su nombre, como si lo estuviese nuevamente convocando para una tarea como hacía en el tiempo de su relación en la corte romana.

    Sulpicio no se movía del lugar y su inmovilismo oprimía a Pilatos aun más.

    Las lágrimas de desesperación llegaran naturales a sus ojos y, así que comenzaran a ser vertidas, una onda de estruendosas carcajadas llegó hasta sus oídos y las acusaciones mezquinas e irreverentes, irónicas y crueles le eran lanzadas en su cara:

    – ¿Desde cuándo una serpiente es capaz de llorar? – decía uno de los más agresivos.

    – Esas lágrimas son de ácido que van a corroerle las carnes – decía otro, imponiéndose a la víctima como para hipnotizarlo, lo que producía en Pilatos la alteración de las facciones, como si surcos profundos fuesen marcando el camino por donde la gota cáustica escurriese.

    El gobernador estaba, ahora, entregado a sus actos y a la siembra que hiciera en el pasado, frente a los frutos amargos que lo procuraban, como si le estuviesen devolviendo el esfuerzo de la siembra en una carga correspondiente a la calidad de lo que plantara.

    Su estado emocional y mental se aproximaba a la alucinación, intentando hacer de todo para salir de allí, alejándose de los cuadros horrorosos que no se alejaban de él.

    No sirvieron de nada palabras de perdón, ni una postura de arrepentimiento. Parecía, al contrario, que cuanto más él se mantenía humilde o se humillaba frente a aquella turba, más sarcasmo e ironía escuchaba, por no creer en sus nuevas disposiciones. Ninguno de los presentes estaba dispuesto a dejar que, ahora, él se modificase antes de ajustar las cuentas por lo mucho que habían sufrido en sus manos despiadadas.

    Frente al escenario perturbador, Pilatos intentó retornar al cuerpo físico que había sido depositado en una cueva pobre del terreno alejada del campamento, así como tratando de hacer que el cuerpo volviese a levantarse, ya que no tenía cómo explicar la sensación de vitalidad que lo envolvía.

    Sí, había pensado en matarse. Sin embargo, aunque se acordase de gesto alocado que viese su cuerpo herido y sangrando, aun así, no conseguía entender por qué no había muerto.

    Su conciencia estaba lúcida, ningún antepasado estaba a su lado extendiéndole la mano como le hubiera sido enseñado desde larga data.

    ¿Dónde estaban los dioses de su devoción que, desde la juventud, habían recibido sus favores y sus homenajes en forma de ofrendas?

    Aquella persecución era incomprensible para él y, por eso, creyendo que estaba teniendo una cruel pesadilla, buscó retomar el cuerpo como se acostumbra hacer cuando un mal sueño nos hiere la sensibilidad.

    De ese modo, sintiéndose fuertemente atraído, para el lugar donde sus despojos habían sido sepultados, se vio tentado a meterse nuevamente en ellos para despertar de aquella situación y vencer la mala impresión de aquellas voces que lo perseguían, inflexibles. Sin embargo, se encontró nuevamente con otra tragedia.

    Aunque se hubiese sumergido en el montón de tierra que le cubría la sepultura sin desear indagar por qué fuera traído para allí, tan pronto como se vio envuelto por la densa masa del suelo que pesaba sobre el cuerpo, una aterradora sensación nuevamente lo envolvió. Era como si millones de púas o dientes dilacerasen sus carnes, modificándole toda la estructura ya debilitada por la persecución de sí mismo y de los otros.

    Pasara a ligarse, nuevamente, al cadáver en putrefacción y, en un instante, sintiera todo el mal olor que producía. Los millones de agudas y tenebrosas púas eran las sensaciones producidas por los millones de colonias de gusanos y microorganismos que devoraban la carne muerta, reprocesando la materia para que ella viniese a ser utilizada nuevamente por la naturaleza en el modelaje de nuevos cuerpos.

    Nada en el mundo había sido tan desesperante para su alma que aquella visión tétrica, donde se identificara a sí mismo de manera tan grotesca, sin entender cómo eso estaba pasando.

    Frente a tal descubrimiento, las persecuciones de sus víctimas eran suave veneno, preferible a cualquier idea de aproximarse de aquel lugar.

    Sin embargo, su conducta suicida lo aprisionaba al sepulcro y, por más que desease alejarse, ahora, se sentía imantado a las sensaciones cadavéricas. En un esfuerzo hercúleo, consiguió levantarse de la cueva como quien se libera de una trágica visión de una película de terror. Mientras tanto, seguía vinculado al cuerpo físico por lazos magnéticos que él pasara a ver y que, en vano, tratara de romper con las manos.

    Tales cordones lo mantenían en contacto directo con las fuerzas biológicas que destruían sus vísceras y demostraban a su antiguo poseedor que no es posible despedirse de un cuerpo antes de la hora sin tener que enfrentarse a las consecuencias del acto alocado e insensato.

    Por más que se alejase ahora del pedazo de tierra que le sirviera de última morada, cargaba consigo las sensaciones crueles de la descomposición.

    Su fuga, sin embargo, no lo llevaba a mejores lugares.

    La turba de los holgazanes y oportunistas, espíritus succionadores de los fluidos vitales, lo buscaban como si fuesen vampiros a la cata de sangre para sentirse alimentados.

    Naturalmente, tal referencia es apenas una comparación inadecuada, ya que sabe, lector querido, que la figura vampiresca es fruto de un mito engañoso con el cual se pretendió oscurecer un poco más la atmósfera terrena con un mensaje de terror.

    Sin embargo, en el plano espiritual, una gran cantidad de entidades que perdieran el cuerpo físico buscan encontrar una fuente de energía vital, en general conseguida de cuerpos recién desechados, humanos o de animales recién sacrificados, a fin de absorberles las fuerzas biológicas que les produzca la vana y temporal sensación de vitalidad corporal.

    Y como el suicida es un individuo que carga consigo una buena carga de ese tipo de energía, ya que su cuerpo no sufrió los naturales desgastes fruto de la enfermedad prolongada o de la vejez que consume las fuerzas, es una fuente generosa de ese tipo de recurso, lo que atrae siempre entidades que desean succionarlas y, por eso, son consideradas como tales vampiros sin poseer, con todo, los trazos y apariencias que fueron patentadas por la industria cinematográfica para el referido personaje.

    Por eso, al alejarse del pobre sepulcro, Pilatos se veía perseguido por numeroso grupo de entidades que señalaban en su dirección y corrían como si deseasen destrozarlo, infundiéndole un miedo aterrador, ya que se sentía impotente para esconderse.

    Sin salida inmediata, ya que la presencia de aquel cordón energético era como el hilo de Ariadne que señalaba el camino para que Teseo saliese del laberinto donde había ido a matar al minotauro en la mitología griega, señalándole el escondite, sólo encontraba refugio seguro contra tales entidades nuevamente sumergiéndose en la fría cueva, en la cual escondía la ligación magnética de las miradas ajenas, que lo perdían de vista, sin entender lo que había sucedido con el perseguido suicida.

    Volviendo a la cueva, necesitaba contenerse para soportar las mismas sensaciones por un tiempo hasta que tales grupos aterradores hubiesen pasado, a fin de poder salir nuevamente. Así, la saga del gobernador en la prisión de Viena había sido extremadamente ligera respecto a lo que él era obligado, ahora, a enfrentar, en la recolección de sus hechos, en la forma de espinas dolorosas.

    La desesperación había se había apoderado de su ser y, por más que desease encontrar una salida, parecía que esa salida nunca le llegaba.

    Además de eso, la imagen del suicidio en que veía aproximarse contra la pared de la cárcel con la espada puntiaguda apuntada contra sí mismo, se repetía sin parar.

    Cuando no estaba huyendo en la sepultura, o huyendo de las entidades chupadoras volviendo al sepulcro, o cuando, distante de él, no se veía perseguido por sus víctimas, era esclavizado por la visión constante de la escena del suicidio que parecía repetirse millones de veces a sus ojos impotentes para impedir que tales imágenes se sucediesen.

    No tenía más noción del tiempo, no sabiendo decir cuántos días habían pasado.

    Tenía hambre constantemente sin conseguir comer nada.

    Cuando se aproximaba a algún curso de agua, al ingerir los primeros sorbos le parecía que estaba bebiendo sangre, ya que sus manos se mantenían rojas como en la visión que le era proyectada por sus perseguidores, cuando las lavara en el juicio del Cristo y que aceptara su culpa por la conciencia pesada.

    Sucias de sangre, contaminaban el agua con su sabor acre y el color rojo, impidiendo que él sorbiese y matase la sed. El estado general del gobernador se deteriorara profundamente y otra cosa no hacía sino ensimismarse en su desesperación y procurar esconderse en las cavernas que había en aquella región astral donde se encontraba, única manera de conseguir ocultarse un poco de todos los perseguidores, bajo la vigilancia de Sulpicio. En verdad, Pilatos permaneció en ese estado por todo este tiempo, hasta el período en que los primeros mártires fueran devorados por los leones en Roma, en el año 58.

    Zacarías lo visitaba en las cavernas, pero Pilatos no era capaz de sentir su presencia.

    Y era tanta novedad aterradora en la vida del gobernador y tanta la falta de noción de qué hacer que Pilatos no se animara a retomar las nociones elevadas que le habían sido sembradas en el alma.

    Conducido por Sulpicio, fuera llevado como un autómata para encontrarse con Fúlvia, la antigua amante, igualmente a surgirle frente a los ojos espirituales como si fuese un alma desfigurada, sobre todo ahora que ya se encontraba en el reino de los muertos, en deplorable situación espiritual.

    Poco después, era reconducido a las mismas cavernas, como si el antiguo socio en los crímenes lo estuviese guardando al mismo tiempo que, eventualmente, lo azotase con paseos aterradores.

    A la puerta de tales grutas, centinelas pretorianos subordinados a Sulpicio montaban guardia vigilante, impidiendo la entrada a cualquiera que no fuese autorizado por el lictor, que se destacara por su crueldad y mezquindad.

    Pilatos aun no había recurrido a la verdadera oración ni se consideraba digno de pedir la ayuda de Jesús para su caso. Sus manos aun estaban rojas y su consciencia también.

    2.

    EFECTOS DE LA MALDAD

    Otro personaje de nuestra historia, igualmente vencida por la propia insensatez, sucumbiera al destino trágico que espera a aquellos que se entregan al camino de los desvaríos, de las intrigas, de la maldad deliberada, de la calumnia y del crimen. Se trata de Fúlvia, la que dispersó espinas por donde pasó y que, en los últimos años de su vida recibió en su propio cuerpo el sufrimiento indispensable para el inicio de la propia rectificación. Sabemos que, después de sus aventuras junto a diversos lechos en los cuales conseguía obtener la aquiescencia de los poderosos para la elaboración de sus planes, Fúlvia intentara quitarle la vida a Pilatos, a través de un amante que, al final, terminara envenenado por ella también, como premio a su dedicación.

    Después que Sávio perdiera la vida en los estertores dolorosos del envenenamiento cruel, Fúlvia se quedó a la espera de la llegada de la noticia oficial de la muerte de Pilatos, información que no llegaba a la velocidad que esperaba, exactamente porque el militar enviado para darle el veneno no consiguiera matarlo gracias a la acción decisiva de Zacarías, que ingirió el tóxico para salvar al gobernador prisionero, siguiendo la promesa que hiciera a Jesús. El panorama en Roma se estaba modificando rápidamente después de la muerte del emperador Tiberio, algunos meses antes del actual suicidio de Pilatos.

    Fúlvia, en medio de las tempestades políticas, se mantenía navegando por mares revoltosos, siempre procurando llevar su influencia hasta los más importantes hombres de gobierno, ahora todo empeñado para colocar a su hija Aurelia en ventaja en el seno de aquella sociedad corrupta y alejada de los valores morales de los antiguos tiempos.

    Aurelia era la copia empeorada de la madre.

    Adiestrada en la malicia, en la seducción, en las conductas inmorales y amorales, la joven no se dejaba sensibilizar por ningún argumento de orden ético. Buscaba solucionar sus problemas a través de caminos tortuosos que le parecían más fáciles y adecuados, aunque tuviese que pasar por encima de las convenciones sociales, de los padrones de respetabilidad y de las normas de conducta decentes.

    Sin embargo, el tiempo cobró su precio y, alrededor del año 51, al mismo tiempo en que el pretor Sálvio Lentulus, su marido, regresaba al mundo espiritual, Fúlvia presentara señales ineludibles de debilidad orgánica.

    Dolores abundantes se esparcían por todo su cuerpo físico, ahora reducido a andrajos por un cáncer violento que le consumía los tejidos y estaba localizado en los órganos genitales, abundantemente utilizados por Fúlvia para los innumerables delitos que cometiera, usando el centro sagrado de la vida para convertirla en un arma de ataque.

    Esas áreas presentaban heridas extensas que, no bastase el pésimo olor que producían, aun le infligían inmensos sufrimientos, pues estaban siempre infectadas en vista de las necesidades fisiológicas que, por tener que ser realizadas sin que la enferma se levantase de la cama, eran depositadas sobre las mismas ulceraciones abiertas, produciendo aun más infecciones purulentas e intolerables.

    Los cabellos blancos acusaban la llegada de la vejez, acompañados del estado de desgaste físico en virtud de las innumerables aventuras vividas a lo largo de su juventud, perjudicando todo el equilibrio vital y abriendo espacio para la infestación de larvas psíquicas en todo el campo del organismo vibratorio, preludio del sinnúmero de manifestaciones mórbidas que herirían el cosmos físico y la llevarían a la desencarnación.

    Por todos estos motivos, a lo largo de dos años la figura de Fúlvia pasó a sufrir la triste consecuencia de los actos practicados anteriormente, efectos éstos que estaban apenas en sus inicios.

    La hija única, que le podía servir de compañera en el dolor del período final de la existencia, estaba siguiendo rigurosamente los mismos pasos aprendidos con la mamá, ocupándose de los encuentros sociales en los cuales jugaba con los sentimientos ajenos y se comprometía con la infidelidad, faltando el respeto al marido digno que el destino le favoreciera.

    Frente a sus dolores atroces y del peso de su conciencia, en los días finales de su agonía Fúlvia alternaba momentos de razonable lucidez con momentos de profundo desequilibrio, durante los cuales volvía al pasado, vociferaba obscenidades, lanzaba reproches e injurias contra fantasmas que solo sus ojos podían divisar en la atmósfera penumbrosa de su cuarto.

    Atendida siempre por su servicial yerno, el militar Emiliano Lucius, buscaba muchas veces aliviarse de las pesadas corrientes de dolor y de arrepentimiento, ahora en que el abatimiento físico la encaminaba para el destino que espera a todos los seres sobre la Tierra.

    Estaba llegando el momento del reencuentro con los que hiriera, con aquellos que ya había ido para la vida verdadera antes que ella, cargando las espinas que sus manos clavaran en sus espíritus victimizados por su astucia y por su veneno.

    Así, en las horas de cierta lucidez, Fúlvia se dirigía a Emiliano que se colocaba a su cabecera, enfrentando las ondas nauseabundas del mal olor, provenientes del cuerpo físico degenerado, que se iba pudriendo aun antes de que ella muriese.

    – Hijo mío... eres la única cosa que me queda en este mundo, ya que me esperan trágicas consecuencias en el reino sombrío de la muerte – decía la enferma, angustiada.

    Deseando darle fuerza y retirar de su cabeza ideas negativas, Emiliano intentaba cambiar el rumbo de la conversación.

    Sin embargo, sintiendo que su vida se estaba agotando, Fúlvia mantenía la misma dirección en el asunto, como si desease castigarse a sí misma, como un imperativo de la consciencia de culpa, ampliamente ignorada por la indiferencia.

    – No, hijo mío, no puedo retribuir tu dedicación con la misma indiferencia con la que me mantuve a lo largo de toda una vida.

    Fui esposa infiel, mujer impiedosa y madre desnaturalizada. En la condición de esposa, representé una comedia conyugal, siendo que Sálvio siempre supiera que nos habíamos casado por intereses calculados y para mantener una apariencia necesaria a nuestro modo de ser y a la mentirosa sociedad en que vivimos con las mentiras que engañan para parecer verdades. Incapaz de mantenerme dentro de los patrones de la decencia, mantenía mi corte de amantes entre los hombres más poderosos, pero nunca desprecié una aventura con cualquier otro menos importante, para saciar mis impulsos carnales. Así, no dudé en acostarme con autoridades y subordinados, romanos y extranjeros, desde que de allí sacase alguna ventaja que pudiese utilizar después, en la forma de favores que, más tarde, vendría a cobrar con intereses.

    Fui amante de mi propio cuñado, esposo de mi hermana, dentro de su propia casa, sin que eso me causase el menor dolor de consciencia.

    Cuantas veces sentía a Claudia afligida por las conductas ilícitas de Pilatos y trataba de calmarla con fingidas palabras de comprensión, cuando era yo misma quien le desvirtuara el matrimonio, hiriéndole el corazón generoso y confiado.

    Como mujer, mandé matar a los que no me interesaban más y yo misma envenené algunos otros para que las pistas de mis crímenes fuesen borradas para siempre.

    Y como madre, pasé a criar a mi hija por los mismos caminos tortuosos por donde conducía, adiestrando a Aurelia para ser siempre falsa e inocente por fuera, pero víbora y mezquina por dentro.

    Aunque ya estuviese casada contigo, hijo mío, sabiendo de su profunda inclinación por otro, el joven Plínio Severus todo realicé para que ambos pudiesen consumar su amor aquí mismo en esta casa, durante tu ausencia.

    Deseando herir a la familia del orgulloso senador que siempre me despreció en el afecto secreto que le dedicaba, traté de envenenarle el ánimo contra su mujer, acusándola de liviana sin tener pruebas efectivas de su traición, al mismo tiempo en que me interpuse en el camino de su hija Flávia, que desposara a Plínio, en una forma de unir a las dos familias afinadas por años de convivencia entre los Lentulus y los Severus.

    Sabiendo la gran pasión de Flávia por el joven Plínio, instruí a Aurelia, que también se mostrara interesada en aventuras carnales en compañía del joven, también perteneciente a las huestes militares, atraída por su porte esbelto, en las técnicas de conquista y de seducción que siempre fueron eficaces delante de hombres desprovistos del afecto fiel y seguro del matrimonio.

    No demoró mucho para que Plínio cambiase las alegrías de los brazos de la esposa por las venturosas noches al lado de Aurelia, como la amante lasciva y atractiva que, por caminos tortuosos se hiciera mi arma contra esa familia que no consiguiera conquistar con mi afecto sincero.

    Todo eso, lo hice por envidia y por deseo de vengarme de la felicidad que no pude construir a mi alrededor.

    Estoy segura de que las heridas que hoy me atacan son fruto de ese procedimiento ilícito y bajo que, ahora que me preparo para morir, me veo en la obligación de confesar delante de ti, hijo mío, a quien te pido perdones todo el mal que te estoy revelando.

    Emiliano, aturdido, no sabía que hacer delante de tanta maldad confesada allí, al borde del oscuro precipicio de la muerte, por una mujer que, ahora, era apenas una sombra maloliente de lo que fuese en el pasado.

    Subiera de su estómago una quemazón ácida que parecía querer corroerle las entrañas y, si no fuese por su disciplina militar, vomitaría allí mismo, tal el estado de asco que todo aquello le producía.

    Empezara a entender mejor el comportamiento de Aurelia, siempre interesada en las fiestas, en las compañías extrañas de amigas que no guardaban su simpatía y aprobación, pero que eran utilizadas como disculpa para sus fugas infieles, en la entrega de su cuerpo a la pasión de otro hombre.

    Con el pensamiento divagando sobre todo lo que oyera, se vio llamado a la realidad de la enferma por un brote de aparente locura, que no era otra cosa que el reflejo de sus visiones espirituales, divisando el cortejo negro de entidades vengativas aproximadas a su lecho para que le lanzasen los improperios y reforzasen las promesas de venganza que, pronto, podrían ser realizadas gracias a su inminente desencarnación.

    Así, en esos momentos, frente a los que estaban físicamente presentes en el cuarto, a su lado, parecía que la enferma estaba delirando.

    Sin embargo, eran claras sus palabras y gritos, ligados a los compromisos de un pasado reciente.

    – Emiliano... Emiliano... protégeme, hijo mío... estos malditos no me irán a llevar con ellos...

    – Calma, madre mía, calma, aquí no hay nadie además de nosotros... – respondía el joven sin entender claramente las palabras de la vieja.

    – Pero, ¿no ves cómo es que este cuarto está lleno sombras y de serpientes con cabeza de persona, mirándome...? - preguntaba afligida la mujer que participaba ahora de las dos realidades, la física y la espiritual.

    Veo estas cosas tenebrosas y oscuras, todas obedeciendo a las órdenes del maldito Sulpicio Tarquínius, el lictor de mi cuñado... comanda él una gran legión de soldados enmascarados, dan carcajadas de mí, hablan de mi muerte y me están esperando para retomar nuestras antiguas relaciones...

    Fueran hombres que yo usé en el pasado, incluso Sulpicio que siempre me deseó y con quien me acosté varias veces para obtener favores junto al gobernador o para involucrarlo en mis planes, haciéndolo mi cómplice.

    Ahora está aquí pareciendo un dragón con ojos de fuego y sonrisa de serpiente, extendiendo las manos como queriendo llevarme con él.

    – No voy... no voy... so víbora asquerosa – gritaba la enferma en desesperación.

    – Él me quiere, me está envolviendo el cuerpo con su cola de animal, como queriéndome estrangular para que yo muera más deprisa...

    – Emiliano, ayúdame, no me dejes ir con ese demonio...

    Luchando para tranquilizarla un poco, el yerno buscaba el recurso de la oración a sus antiguos dioses para pedir un poco de paz para aquel corazón afligido que se veía envuelto por las sombras de sus crímenes.

    Después de mucho esfuerzo, parecía que las visiones la dejaban y ella retomaba una razonable serenidad, para volver a conversar con el joven, pero, ahora, se presentaba cansada por el esfuerzo de la lucha cruel que mantenía con aquellas visiones terribles que venían a cobrarle las antiguas conductas y antiguos pactos.

    Viendo su estado de abatimiento, Emiliano pedía que descansase.

    – Y, Aurelia, ¿dónde está? – exigía la madre enferma, sabiendo de las aventuras de la hija.

    – Pronto llegará a casa, madre mía – respondía el marido, confundido.

    – Con seguridad está en los brazos del amante en algún lugar por ahí, hijo. Ocúpate de seguir a tu esposa para impedir que ella prosiga con ese comportamiento bajo, ya que tu no mereces ese tipo de tratamiento...

    – Voy a seguir tus consejos, madre, pero te pido que descanses ahora.

    – Sí, yo me siento abatida. Sin embargo, mañana, quiero que regreses aquí, pues necesito contarte otros secretos infames de nuestra existencia desventurada que involucran la conducta de Aurelia en nuestro día a día.

    Sabiendo que estas podrían ser palabras de una casi loca, el joven prometió que volvería para continuar la conversación, sin percibir que, en el cuarto de al lado, silenciosamente, como era su costumbre, en la astucia de mujer que se hace silenciosa para escuchar conversaciones y confesiones secretas, estaba Aurelia, que había llegado de sus aventuras y consiguiera oír buena parte de las confesiones de su madre y de las acusaciones en su contra y su conducta ilícita.

    Viéndose desnudada a los ojos del esposo y sabiendo que la progenitora pretendía empeorar las cosas para el día siguiente, no pareció existir otra solución sino la de poner fin a la vieja enferma como el corrosivo que ya había ofrecido a muchos de sus amantes y enemigos.

    Así, saliendo del escondrijo como quien nada hubiese escuchado, se aproximó fingidamente del lecho materno con aires de preocupación y deseosa de aliviar sus sufrimientos, no sin antes mudarse las ropas alegres y festivas que le denunciarían la llegada de lugares impropios, aun más para ser visitados en aquel momento en que la madre se encontraba en sus dolorosos estertores.

    Observada por el marido que traía el cerebro hirviendo de pensamientos conflictivos, Aurelia trató de hacerse más dulce y preocupada, alardeando la necesidad de su mamá de reposar. Frente a su llegada, Emiliano se alejó del cuarto para que ambas pudiesen estar más a gusto, sabiendo que la hija, como mujer, podría cuidar de las heridas de la madre sin que su presencia viniese a inhibirla en la delicada e íntima operación.

    Mientras tanto, con la salida del marido, Aurelia pudo dar continuidad a sus planes.

    – ¿Te gustaría tomar un calmante, mamita, para que pudieses reposar más tranquila? – preguntó la hija.

    Y acogida por la palabra confiada de aquella que siempre fuera su socia, su cómplice en todos los errores que cometieran, Fúlvia, se sintiera más segura con su presencia y sus palabras aparentemente dulces.

    Se sentó en la cama, acarició los cabellos de la hija y concordó en recibir el calmante para que el descanso le viniese menos doloroso.

    Trató la joven de prepararle el remedio, no sin dejar de incluir algunas gotas del tóxico veneno letal que guardaba en sus cosas, herencia de las prácticas que su propia progenitora la iniciara en las artes de la maldad, a través de las lecciones que enseñaban cómo librarse de personas indeseables o secretos que no se podrían revelar nunca.

    Y, mientras preparaba el remedio/veneno, Aurelia pensaba consigo misma:

    – Sí, el secreto sólo la muerte puede, para siempre, preservarlo...

    Llevó el recipiente directamente para la madre e hizo que bebiese todo su contenido, sin cualquier temor de consciencia, sin cualquier gesto de vacilación. Alejándose del ambiente en el cual dejara dos siervas para verla el sueño de la enferma, como era costumbre, siguió para sus aposentos esperando el desarrollo de los hechos, aprehensiva.

    No tardó mucho para que el efecto produjese la sofocación fatal que impidiera a la víctima siquiera la expresión verbal de las últimas palabras.

    Llamados al lecho por el estado de desesperación de la enferma, todos en la casa buscaban aproximarse de ella para intentar aliviarle el sufrimiento fulminante.

    En vano se intentaran todas las formas de ayuda y vinieran los que se dedicaban al tratamiento de las enfermedades en aquella época, sin que consiguiesen realizar cualquier diagnóstico acerca del veneno.

    Para todos, la enferma fuera víctima de la propia enfermedad, habiendo sido considerada muerta algunas horas después de la última conversación con Emiliano.

    A pesar de la aparente casualidad, no le pasó desapercibido el hecho que la enferma haya muerto poco después de la llegada de la hija y tal sospecha se vino a juntar a las innumerables otras que le poblaban el alma.

    La desencarnación de Fúlvia fue trágica para su espíritu. De la misma forma que hubiera matado a muchos, directa o indirectamente, fuera también asesinada probando en su propia piel los efectos del veneno que distribuyera, antaño, a los que deseaba sacar de su camino.

    En las palabras sabias de Jesús, era el hierro hiriendo a aquellos que con hierro habían herido, literalmente.

    Ahora, en el mundo espiritual, el cortejo de sus socios, de sus víctimas, de todos aquellos que había pactado en su trayectoria de errores y deslices, la esperaba, ruidoso y aterrante.

    Y al frente de ese cortejo siniestro estaba Sulpicio, el verdugo de todos los antiguos cómplices, que propagara el miedo y la persecución, dominando las almas comprometidas por las brechas que sus errores habían abierto en sus consciencias.

    Estábamos en el año 53 cuando la desencarnación de Fúlvia ocurrió por las manos de la propia hija.

    3.

    FRENTE A SÍ MISMA

    El despertar de Fúlvia en el plano espiritual fue algo tan doloroso como fuera el período final de su vida.

    Podríamos decir que, al arribar al mundo la verdad después que el cuerpo fuera consumido por el tóxico, Fúlvia parecía traer consigo todas las marcas de las fijaciones mentales que hubiera desarrollado durante el tiempo de la vida física, en los hábitos, en las conductas emocionales, como sucede con cualquiera de nosotros que elige los mismos caminos.

    Así, al principio no entendiera lo que le había sucedido ya que el veneno expulsara su espíritu del cuerpo carnal de forma abrupta y cruel.

    Cuando abrió los ojos en la vida espiritual, sentía todas las contracciones de los últimos momentos en la materia, faltándole el aire, como si alguna cosa la mantuviese viva, pero, al mismo tiempo, le impidiese respirar como sentía necesidad de hacerlo. Por causa de su patrón de conducta durante la vida, no fue apenas en el cuerpo físico que la enfermedad cancerosa se había instalado.

    Además, es bueno que se esclarezca al lector que las dolencias que surgen en el organismo son producto de los desequilibrios del alma, acumulados a lo largo de la presente encarnación o provenientes de las anteriores vivencias del alma, sumadas allí a aquellas que son solicitadas por el reencarnante como prueba para su más rápido burilamiento y las que él decide crear con los abusos a los que se entrega.

    Por eso, en Fúlvia, el cáncer era la marca de su realidad espiritual, alimentada por las más bajas vibraciones de su espíritu necesitado e ignorante, acostumbrado a las convenciones mezquinas de una sociedad corrupta en la cual se insertó procurando usar sus armas para conseguir las ventajas materiales que consideraba más adecuadas.

    Así, desarrolló en el área más ligada a su preocupación mental los desajustes correspondientes que vinieran a denunciarle la conducción moral deficitaria.

    Si en el cuerpo físico la materia carnal, ulcerada por los temores, aun presentaba cierta resistencia a las transformaciones impuestas por la mente descarriada, materia esta que sólo lentamente iba siendo corroída, en el cuerpo espiritual de aquella alma infeliz los cambios y desajustes vibratorios se presentaban grotescos, transformándola, por así decirlo, en una mezcla de bruja loca y de monstruo deformado.

    El área genital que correspondía al bajo vientre en su cuerpo fluidico estaba totalmente dilacerada por los vicios sexuales, ampliándose las características morfológicas genitales que Fúlvia había usado de manera indebida y exagerada, aventajándose desmesuradamente.

    No traía apenas el aumento de la forma degenerada, pero, además de eso, la tumoración igualmente era más grotesca y dolorosa, haciendo que Fúlvia necesitase apoyarse a fin de poder caminar con mucha dificultad en el ambiente hostil donde se vio proyectada.

    Necesitaba caminar con las piernas separadas en vista de las alteraciones morfológicas que se impusieran por las

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