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El instrumento y la magia de los caballos para despertar la consciencia
El instrumento y la magia de los caballos para despertar la consciencia
El instrumento y la magia de los caballos para despertar la consciencia
Libro electrónico266 páginas6 horas

El instrumento y la magia de los caballos para despertar la consciencia

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Información de este libro electrónico

El Instrumento es un libro que conecta la tierra y el cielo, la materia y el espíritu con la magia de los caballos como una pista o un camino por donde el hombre puede encontrar liberación y verdad.
¿De qué se trata vivir, de qué estamos hechos, para qué estamos y dónde están los botones secretos que traemos para explorar la vida, expandirnos y ascender? son preguntas que los caballos nos están ayudando a responder.
Ellos han sido clave para el desarrollo y evolución de la humanidad. Pero en esta era, si estamos dispuestos y nos atrevemos a explorar y experimentar caminos nuevos, traen algo distinto para ofrecernos, algo bastante mágico y casi de otro plano.
Los caballos dibujaron en mi vida un atajo, un camino veloz, que me ayudó a saltar tiempo y espacio para acceder a lo más divino y puro que he podido conocer de mí misma. Eso mismo que habita también en ti, querido lector.
Quiero presentarte este atajo, por si te interesa explorarlo…
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 jul 2021
ISBN9788413868523
El instrumento y la magia de los caballos para despertar la consciencia

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    Hace poco inicie a convivir con caballos y el libro me ayudo entender lo que estoy percibiendo
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    Uno de los mejores libros que he leído en mi vida. La forma de narrar de Victoria me encanta, se siente su espiritualidad, su amor puro por la vida y la conexión divina con los caballos. Felicitaciones y Gracias

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El instrumento y la magia de los caballos para despertar la consciencia - Victoria Beláustegui

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© Derechos de edición reservados.

Letrame Editorial.

www.Letrame.com

info@Letrame.com

© Victoria Beláustegui

Diseño de edición: Letrame Editorial.

ISBN: 978-84-1386-852-3

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

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«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

.

En servicio

al Plan de Amor y de Luz

Agradecimientos

Hacía mucho tiempo que tenía la idea de escribir este libro. Fue gracias a una persona -que no conocía y que me contactó en las redes- que empecé a dar forma a esa idea. El mismo día en que esta persona me escribió alentándome a que lo escribiera, otra persona me envió unas fotos de un libro de caballos y personas diciéndome que ya era hora de que escribiera el mío. Esa sincronicidad fue suficiente para captar el mensaje y ponerme en marcha. Agradezco, pues, a estos dos seres, que sin saber dieron las puntadas perfectas para iniciar el tejido.

Agradezco al tiempo de introspección y quietud externa que me ofreció el contexto global de la cuarentena por la pandemia del famoso virus, que me permitió dedicarle el tiempo necesario y ponerlo en marcha mucho más rápido de lo que hubiera podido en tiempos «normales».

A mi amada familia -Kico, Salva, Juan y Plumi-, que siempre me apoya y me alienta en todos mis proyectos, me dan el espacio para contarles lo que voy descubriendo, escuchan y aportan su mirada.

A Juan Ángel Moliterni, un maestro silencioso en mi despertar espiritual, por su generosidad en leer el manuscrito y darme su amorosa devolución. También a la Dra. Raquel Bianchi, por darme la posibilidad de compartir el borrador del libro y alentarme a seguir.

A vos, querido lector, por abrir esta puerta y darme la posibilidad de conectar contigo.

Dejo para el final mi agradecimiento más profundo. A Zorzal, Siri, Sandy, Savia, Reina, Catalina, Luna, Venus y Nevada y a todos los caballos del mundo, por su amorosa paciencia con el ser humano.

.

La magia es la medida de mi ignorancia.

Llamo magia a lo que aún no soy capaz de comprender ni de explicar los mecanismos por los cuales sucede. No lo puedo explicar, pero existe y funciona. Solo puedo aventurar.

Prólogo

Habiendo vivido un buen número de décadas, me doy cuenta de que amo al ser humano. Me interesa todo de él, su inteligencia, sus ideas, su organización, su vida, lo que muestra, lo que oculta, lo que guarda escrito en el cuerpo, su biología. Me interesan sus vínculos, sus modos, sus rebusques, sus intentos, sus hazañas y no tanto. Siempre me interesó la historia, la economía, la política, la sociología, todo lo relativo al ser humano como especie. Hasta que empecé a trabajarme internamente a mí misma -con la ayuda de los caballos- nunca me había interesado demasiado en el ser humano como individuo, ni su psique. No sabía muy bien qué era esto de pensar, sentir, actuar, decir, heridas, dolores, traumas, bloqueos, enfermar, sanar…

Como amo también a los caballos y a toda la naturaleza, no me fue nada difícil integrar todo en una misma mirada: el hombre como especie, como individuo y los caballos. Pero no fue eso realmente lo que motivó escribir este libro, ni tampoco -incluso- lo que motiva mi servicio entre personas y caballos, sino algo más grande.

Nada tendría sentido sin la mirada espiritual. La que me permite ver más allá del mundo físico y la existencia material. El mundo espiritual es expansivo e inmortal por definición. Es un lugar para habitar y, desde ahí, vivir. Los caballos dibujaron en mi vida un fast track, un atajo, un camino veloz que me ayudó a saltar tiempo y espacio para acceder a lo más divino y puro que he podido conocer de mí misma. Eso mismo que habita también en ti, querido lector.

Quiero presentarte ese atajo, por si te interesa explorarlo.

La idea central de este libro es que, como seres humanos, tenemos a disposición todo lo necesario para jugar y ganar el juego de la vida. Tenemos un cuerpo físico con una tecnología imbatible que necesitamos conocer, descubrir y profundizar para usar a nuestro favor. Tenemos la naturaleza y los caballos que forman parte de este sistema como grandes ayudas o cartas comodín que nos permiten evolucionar más rápido. Tenemos conciencia, que es el hilo que teje todo el tapiz. Es la consciencia la que nos permite comprender cada vez más de qué se trata la vida, la que permite mirar desde una perspectiva unificadora y encontrar un sentido que valga la pena vivir. Este viaje, o este juego, sin consciencia no tiene sentido porque está lleno de sinsabores, cimas y valles y un destino movido por lo externo. El camino espiritual, en cambio, te permite vivir en este mundo sin ser de este mundo, experimentar sin confundirte con la experiencia, descubrir tu poder interno y amar vivir y ser humano.

Integro, en una mirada holística, el servicio que los caballos nos prestan a este despertar. Ciencia, magia, misterio, servicio… Un poco de cada cosa.

El libro está dedicado a toda persona con inquietud de algo más. Aquellos que se dedican al trabajo terapéutico con caballos encontrarán historias y experiencias en las que se sentirán reflejados. Los especialistas en caballos seguramente pasarán más rápido la parte en la que hablo del caballo, aunque presento una mirada tal vez no tan común para el típico amante o especialista en caballos. Los médicos, terapeutas, sanadores y especialistas en salud podrán descubrir otras dimensiones de la sanación y el bienestar. Las personas comunes y corrientes que se preguntan qué es la vida, para qué estamos y qué rol tiene la naturaleza en nuestra evolución encontrarán, espero, inspiración.

El libro está dividido en tres grandes capítulos. El primero, El Instrumento, se refiere a nosotros, nuestro cuerpo físico, nuestras funciones de pensar, sentir, actuar. Es conocer el vehículo con el que andamos por la vida, sus principales funciones biológicas, fisiológicas, psíquicas y su naturaleza espiritual. Es un breve manual de instrucciones.

En el segundo capítulo hablo del caballo, de su historia, su evolución, la relación con el humano y la mitología. Especialmente, aporto la mirada del caballo en su estado natural, la etología y sus principales atributos que los posicionan como oportunos maestros.

Luego hablo de la magia. De eso que sucede entre caballos y personas cuando hay un entorno propicio y preparado, que no comprendemos pero experimentamos. Comparto algunas experiencias propias y de otros a modo ejemplificador. Lo que cuento no es único ni especial, es la historia del caballo y el hombre.

Finalmente, explico de qué manera todo esto nos ayuda a despabilarnos, a darnos cuenta de que tenemos un inmenso poder aguardando ser despertado y puesto al servicio. Porque allí está el verdadero despertar, cuando nos sentimos uno.

A todos invito a mirar y reflexionar este texto con una mente abierta, curiosa, despojada de ideas preconcebidas. Que las palabras tintineen en tu corazón y abran, ojalá, una nueva puerta.

Con todo el amor,

Victoria Beláustegui

Mi historia

Mi relación con los caballos empezó desde que nací. Me crie en el campo, crecí entre sus patas y sus lomos. Entablé con ellos una relación natural, eran mis compañeros habituales, mis amigos. Para mí éramos lo mismo, la misma especie.

Tengo guardadas en la memoria imágenes claras de mis tardes de juego con ellos en el campo. Uno blanco, viejo, manso como pocos, se quedaba tardes enteras parado en la misma posición, sin mover ni una pata, para que no se nos desarmara la casita. La escalera de las camas cuchetas servía para movernos entre los pisos: el lomo era el dormitorio, debajo de la panza el living. Galopar en el don Manuel, gateado de crines negras, era el pasaje hacia mi mundo imaginario. Soñaba despierta, hablaba con ellos, descubría cosas, nunca me sentí sola.

En mi adolescencia, tiempo turbulento para mí, fueron mi cable a tierra sin darme cuenta. Fui petisera de mi padre -la única mujer en un mundo completamente masculino-, incursioné en el salto, también en el polo, cualquier cosa que fuera a caballo me venía bien. Ahora, tantos años después, entiendo quizá lo que sucedía en el fondo, no era consciente de mi amor y pasión por los caballos. Simplemente sucedía y era lo normal para mí. Quería vivir con los caballos, dedicarme todo el tiempo a ellos, criarlos. Soñaba sin límite.

La película El corcel negro generó en mí tanta excitación que terminó de sellar mi deseo profundo de estar siempre con ellos. Soñaba con ser como el chico protagonista que salvaba a los caballos del sufrimiento y se convertían en amigos inseparables para siempre. Tan en el recuerdo de lo agradable me quedó esa película que cuando mis hijos crecieron se la hice ver, pero a ninguno le generó nada en especial, más bien se reían de mí, de lo antiguo que les resultaba todo, las imágenes no HD, el sonido. Aunque para mí volver a verla fue reencontrarme otra vez con mi sueño de niña.

Fui creciendo y dejando que mi sueño se entibiara. Dejé de creer en él, tal vez guiada por juicios y creencias de lo que debía hacer, de que ese no era un mundo para una mujer, que tenía que estudiar y triunfar en otro ámbito. En el interior hay un dicho muy usado que dice que Dios está en todas partes, pero atiende en Buenos Aires. Así que, como yo quería que me atendiera Dios, desterré totalmente la idea de los caballos y me fui a Buenos Aires cuando terminé el colegio. Quería triunfar, conquistar el mundo, estudiar, aprender, desafiar los límites, ser alguien importante.

Al principio los extrañaba muchísimo. Cada fin de semana que podía volver a la casa de mis padres, me iba con los caballos a dar una vuelta, a estar con ellos. Pero, de a poco, la vida urbana me fue conquistando y me fui alejando cada vez más de ellos, tanto física como emocionalmente. Estaba apasionada con mi nueva vida, con la universidad, con el trabajo, sentía el mundo en mis manos. Así que me saqué completamente de la cabeza la idea de dedicarme a los caballos. «Lo dejaré para otra vida», me consolaba a mí misma.

Establecí mi vida en la zona norte de Buenos Aires, formé mi familia, tuve mis primeros dos hijos y me dediqué de lleno al trabajo profesional. Estudié Economía y me especialicé en Políticas Públicas, Medio Ambiente, Desarrollo Sustentable. Toda mi energía estaba puesta al servicio del bienestar del hombre y el medio ambiente. Me sentía feliz con lo que hacía, muy apasionada, entusiasta, todo me gustaba.

Hasta que la vida nos fue trayendo, tímidamente, al campo otra vez. Nos mudamos a Chascomús, a un lugar bellísimo, rodeado de agua y naturaleza para que nuestros hijos crecieran más serenos y pudieran estar en contacto pleno con lo esencial. Ahora vivíamos en el campo, aunque Dios atendiera en Buenos Aires.

La primera señal que sentimos de que habíamos tomado una buena decisión fue que al mes de mudarnos me quedé embarazada por tercera vez, después de casi siete años de intentar infructuosamente quedar embarazada, aun con tratamiento y todo. Cuando decidimos cambiar de vida, acercarnos a la naturaleza y a una vida más serena, inmediatamente ahí llegó esta nueva alma a nuestras vidas con mensajes fuertes y claros para mí. Así lo he vivido.

Mudarnos al campo fue el primer movimiento que abriría camino a mi sueño, otra vez. Esta es una zona ganadera, de campos con vacas y caballos. De pronto, empecé a ver caballos por todas partes, a mirarlos otra vez, dejé que volvieran a mi vida. Me compré algunos caballos para andar, para que los chicos aprendieran, para que los conozcan.

A ninguno le generó lo que a mí de niña, pero la excusa sirvió para que me volviera a parar frente a ellos. Retomé la esencia del vínculo, esa sensación de poder hablar con ellos con mis gestos, con la mirada, con la presencia. Descubrí que, al final, mi modo de relacionarme con los caballos era puramente intuitivo y que mucha de esa comprensión que naturalmente tenía de ellos se enseñaba ahora y se validaba en las técnicas de doma y manejo natural tan de moda. La vida me estaba armando el escenario sin que yo fuera consciente del propósito de fondo.

Encuentro en los caballos un refugio, son mis mejores amigos, me divierto con ellos, son mis confidentes, mis pares.

Pero hubo un punto de inflexión en este reencuentro. Mudarme de la ciudad al campo inició un camino de transformación profunda en mí. Me obligó a poner mi vida en punto muerto. Dejé de ser la profesional que andaba viajando por el mundo, o trabajando a tiempo completo en una oficina, para ocuparme de mi casa y de mis hijos. Implicó un gran choque de creencias y esto hizo que una parte de mí se empezara a desmoronar.

Ser alguien para mí era ser profesional, reconocida, tener logros y éxitos en el mundo del trabajo y el estudio. No en la casa. Pero ahora me encontraba frente a esta nueva vida sintiéndome poca cosa, aunque una parte mía la hubiera elegido con convicción. Tan pequeña y de poco valor me sentía que realmente creía que no tenía sentido mi vida, ni todo lo que había hecho hasta ese momento, ni todo lo que había estudiado, ni la experiencia que tenía. Nada me servía para llenar un vació inmenso que crecía y se hacía cada vez más grande.

Sí, tenía una familia lindísima, donde reinaba el amor y el buen trato, padres y hermanos, amigos, una hermosa casa, no me faltaba nada. Pero me faltaba todo. ¡Cuánta paradoja! Me sentía un barril sin fondo, nada se quedaba en mí, nada me llenaba por completo. Ser madre y ama de casa me parecía un desprecio frente a tanto que me había preparado para triunfar en el afuera.

Pero el afuera ya no me llenaba. Me alejé del mundo de los estudios, el trabajo, los organismos internacionales, los gobiernos, todo me parecía de pronto sin propósito ni sentido. Ya no tenía cabida ahí. Pero tampoco la tenía en otro lado, me sentía en un limbo, inservible y frágil.

Un día decidí limpiar mi vida pasada y tirar todo, tal vez así podía aliviar el desasosiego que sentía. Ordené en cajas y en bolsas apuntes y libros de la facultad, de los miles de cursos y másteres que había hecho, acomodé ahí también mis títulos oficiales de economista y todo lo demás, y los mandé a tirar a la basura.

Al día siguiente aparecieron los tubos con los títulos en mi escritorio. «¿Y esto?». «No sé», dice mi marido. «Estaban tirados en el medio del parque…».

Me quedé petrificada, me senté y dejé correr miles de lágrimas por mi cara. Se habían caído misteriosamente en el trayecto hacia la basura. «Esto es muy fuerte», pensé. No puedo eliminar así una parte de mí, borrarla del mapa de mi historia. Esto también soy yo, aunque ahora sienta que gasté 40 años de gusto, tendré que integrarme, unirme, reinventarme. Lloré largamente, como pidiéndome perdón a mí misma por tanto destrato.

Mientras, Paloma iba creciendo y llenando mi vida de risa. Una risa que a mí me era esquiva motu proprio, pero ella era pura alegría, movimiento, música, palabra, y me fue contagiando un poco de vida. Me conectó con la danza y con la música, me invitó sutilmente a poner atención en el cuerpo y el movimiento. Y encontré la biodanza.

Me zambullí en una búsqueda profunda de mí misma. Entré en espacios oscuros, densos, de vacío total, de no saber quién era, qué quería de la vida, para qué estaba. Empezaron las preguntas existenciales a hacer tambalear mi piso. Pero al mismo tiempo una parte de mí comenzó a sentirse viva. Paradojas y contradicciones, caos, preguntas y más preguntas. Inicié un camino de búsqueda profundo, sentía que algo debía hacer o me iba a enfermar de tanta angustia y vacío.

Pues, me enfermé. Tenía un lunar en la pierna que me lo saqué por estética. Después de unos cuantos meses de quedarme en el limbo, decidí ir a un cirujano. Esto abrió la puerta a un tsunami.

Tengo cáncer. Todo el mundo se detuvo para mí, volví a detenerme, pero esta vez hubo algo diferente. El shock de la noticia me permitió experimentar una rara sensación de plenitud. Sí, de plenitud. Saliendo del médico con el papel de la biopsia en la mano, todo lo que me rodeaba se veía en cámara lenta y carente de sentido: los autos, el puesto de diarios, los negocios, la gente caminando apresurada, se veían como muñecos de juguete, todo de mentira, de ficción, mientras yo caminaba por el aire en busca del auto que me volvería a Chascomús.

Ese viaje de vuelta fue el inicio de algo nuevo. Experimenté un vacío liberador, me salí de mis límites físicos, se desdibujaron todos los bordes. Viajé 2 horas de vuelta hacia mi casa en total expansión de consciencia. Algo que nunca había experimentado. No había diferencia entre la ruta y yo, entre el auto y yo, entre el paisaje y yo. Éramos todo uno. Plenitud total, no hay muerte, no hay vida, me sentí inmortal, me sentí esencia y sustancia. Con lágrimas de éxtasis volví a mi casa. El cáncer me estaba abriendo una puerta para mí desconocida.

El tsunami del cáncer me levantó por los aires, me revoleó y me dejó en otro lugar. Me permitió reinventarme, me dio permiso. Me conectó, indefectiblemente, con la muerte, con mi muerte, y eso me trajo más vida. Empecé a dejar cosas que no quería, aunque sintiera que debía, empecé a escuchar mi corazón, a poner todo en duda, en evaluación, a volver a elegir. Empecé a sentirme a gusto siendo madre y ama de casa. ¡Cuánta liberación sentía! Empecé a conectarme con mis deseos profundos del corazón, dejando los mandatos y muchas creencias de lado. La vida me estaba regalando una gran carta blanca.

En este tiempo de reconstrucción apareció la escritura. Siempre había escrito para mí, descargando mis estados de ánimo en diarios o en papeles sueltos que nunca más volvía a leer, pero me servían para reciclarme. Esta vez empecé a compartir mis escritos con mis sentires, dolores y aprendizajes y encontré gran repercusión. Descubrí que los sentires humanos son más o menos los mismos, por supuesto,

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