MATT FORMSTON tiene un recuerdo de cuando aún podía ver. No está completamente seguro si es real, porque era muy muy chico, tal vez tenía tres o cuatro años de edad. En ese recuerdo, era Navidad, Formston y su familia estaban en la casa de unos amigos que viven en la misma calle en Narrabeen, una ciudad de la costa en Sidney, Australia.
Los papás bromeaban y uno de ellos señaló el cielo mientras una estrella fugaz cruzaba su vista diciendo: “Mira, ¡ese es Santa Claus!”. La razón por la cual Formston piensa que puede ser un recuerdo verdadero es porque la imagen en su mente es nítida: todas las estrellas son claras y después está ese pequeño destello de luz moviéndose a lo largo de la expansión del firmamento. Tal vez una estrella fugaz o tal vez Santa Claus.
En ese entonces todavía podía atrapar una pelota, y podía ver directamente a la cámara cuando sus padres –Don, mánager de marketing de una empresa de cervezas y vinos, y Loraine, estilista– le tomaban fotos. Al poco tiempo, ya no podía hacer ninguna de las dos. Formston fue diagnosticado con distrofia macular, desorden genético que resulta en la acumulación de un pigmento en la parte trasera del ojo. A los cinco años había perdido el 95% de su visión. Actualmente, ve solamente las siluetas borrosas con líneas y puntos. Al centro de su vista no hay nada de nada.
Cuando se dieron cuenta de que su hijo estaba perdiendo la vista, Don y Loraine prepararon una estrategia de ataque. Era en la década de los 80, cuando los conceptos acerca de la discapacidad eran muy distintos, y estaban determinados a que su hijo pudiera tener una vida tan normal como fuera posible. Para las frases de “No puedes hacerlo” que lo rodeaban en el mundo externo, el mensaje en casa era “Encontremos una manera de hacerlo”. Y siguió asistiendo a clases en una escuela común y corriente. Aprendió a andar en bicicleta; lo lograba colocando su pie en el borde del pasto que rodeaba la orilla de su camino. Jugó rugby 15, en el puesto de “ala lado ciego” (ahora dice, al hacer charlas motivacionales, que es su chiste favorito). Se mantenía lejos del balón, pero era fuerte y sabía cómo sí derribar a sus oponentes.
Una vez, cuando era adolescente, iba de regreso a la escuela en su patineta, cargando una mochila llena de libros de texto –debía llevarlos diario a la clase, aunque no estaban en braille y no podía leerlos– cuando las llantas de su patineta golpearon una piedra. La pesada mochila lo hizo girar, se golpeó la nuca contra una pared de ladrillos y perdió el conocimiento. Cuando sus padres llegaron al hospital, el doctor les informó que sospechaban que Formston tendría daño en su vista, porque no podía ver la luz. Sus padres se rieron y le