De neblina
Las ovejas no se hicieron precisamente a un lado para dejarme pasar a lo largo del acantilado. Si me detenía, ellas también lo hacían. Cuando caminaba, trotaban delante de mí en un pequeño tropel para mostrar sus sucios cuartos traseros; de vez en cuando volteaban como si esperaran una explicación conveniente: "¿A dónde vas? ¿De paseo? ¿Viajas sola? ¿Tienes pareja?".
“Quería tomar unas vacaciones para caminar”, les contesté, al tiempo que apoyaba los pies con cuidado sin perder de vista el mar abajo. Secciones claras de agua turquesa parchaban el agua oscurecida por las algas. Cada cierto tiempo, esta formaba una ola grande que se estrellaba contra los acantilados y producía un estruendo que tardaba en llegar a mis oídos.
“Las tensiones políticas en mi país hicieron que quisiera alejarme
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