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Buscando el final feliz: Hacia una nueva lectura de los cuentos maravillosos
Buscando el final feliz: Hacia una nueva lectura de los cuentos maravillosos
Buscando el final feliz: Hacia una nueva lectura de los cuentos maravillosos
Libro electrónico752 páginas11 horas

Buscando el final feliz: Hacia una nueva lectura de los cuentos maravillosos

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¿Besos consensuados (o no)?, ¿cuestiones de género?, ¿existe el final feliz?
Los cuentos maravillosos desde otra mirada, original y sorprendente, con heroínas activas y firmes, absolutas protagonistas de su viaje interior. Y héroes que las acompañan mientras realizan el propio.
Una lectura diferente: a través del símbolo, y no lineal como se hizo hasta ahora.
Una ruptura del estereotipo de príncipes y princesas. 
Un recorrido para aprender a reinar en nosotros/as mismos/as y habitar nuestro castillo interior: mirarnos en el espejo ("Blancanieves") y animarnos a entrar al bosque ("Caperucita"), besar la sombra ("La Bella y la Bestia"), despertar al don (o dones) que tenemos y que tal vez ignoramos ("La Bella Durmiente"), esforzarnos para perseverar en ese don ("La doncella sin manos"), buscar el equilibrio interior integrando las polaridades ("Hansel y Gretel"), abrir la puerta prohibida y revisar nuestros mandatos ("Barba Azul"), sentir la fuerza de nuestra autonomía ("Rapunzel"), descubrir nuestro propio tesoro ("El tesoro embotellado", "Aladino", "Pinocho"), comprender la profundidad del amor incondicional ("La Sirenita") y danzar con la muerte o las muertes cotidianas ("La mujer esqueleto") a fin de renacer de las cenizas como el ave fénix ("Cenicienta").
Un encuentro con los diferentes arquetipos para poder encarnarlos y reconocer a todos los personajes que nos habitan. Y para relacionar cuentos y mitos, que tanto se parecen.
"Ser y no ser", al unísono y en paralelo.
Cada relato un desafío, como en la vida. Hasta encontrar el final feliz.
 
Ana Guillot ha realizado un trabajo minucioso y ha arribado a conclusiones originales y sorprendentes. Su aporte es mucho más que una nueva lectura de los cuentos maravillosos, es la fundación desde ellos de una mirada fortalecida sobre la vida. 
Interpretaciones reveladoras y conclusiones sugestivas sobre: Blancanieves, La bella durmiente, La doncella sin manos, Pinocho, Barba Azul, La Bella y la Bestia, Las mil y una noches, Hansel y Gretel, Rapunzel, Cenicienta, La sirenita, y otros cuentos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 ene 2023
ISBN9789876096072
Buscando el final feliz: Hacia una nueva lectura de los cuentos maravillosos

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    Buscando el final feliz - Ana Guillot

    Imagen de portada

    Buscando el final feliz

    Ana Guillot

    • Buscando el final feliz •

    (Hacia una nueva lectura de los cuentos maravillosos)

    Índice de contenido

    Portada

    Portadilla

    Legales

    Érase que se era

    Capítulo 1. La oralidad y los cuentos infantiles. El viaje como leitmotiv

    El viaje, siempre el viaje

    Y siempre, siempre la niñez

    Viajar y vivir

    ¿Empezamos?

    Algunos viajes literarios

    Sintetizamos

    Definamos la hermenéutica

    Hagamos un poco de historia

    El viaje como iniciación

    Vayamos hacia lo eterno, hacia el reino de los paradigmas y arquetipos

    Viajemos de una buena vez

    Capítulo 2. La oralidad y los cuentos infantiles (Tradición y cronología de epopeyas y cuentos)

    La oralidad

    La huella mnémica (o en busca del limo esencial)

    Qué dice la literatura al respecto

    Cuentos maravillosos y epopeyas, ¿se parecen?

    Qué diferencias hay entre unos y otros

    Acerca de las epopeyas y sus héroes

    Cerremos

    Capítulo 3. Acerca del origen de los cuentos

    Breve cronología

    Las mil y una noches

    Hagamos un alto en el camino

    Vamos a conocerlos un poco más

    Concluyamos

    Capítulo 4. Estructura de los cuentos. Morfología de los cuentos maravillosos

    Cuál es la estructura de los cuentos maravillosos

    Veámoslo en un cuento bien conocido

    Revisemos sus funciones según Propp

    Capítulo 5. La bella durmiente o el despertar del don

    Ahora según los hermanos Grimm

    Lectura simbólica de ambas

    ¿Sentamos diferencias?

    Veamos los números

    ¿Lo sabe cada autor?

    Los números de Perrault

    Qué números mencionan los hermanos Grimm

    Capítulo 6. La doncella sin manos o las pruebas que acarrea la conquista del don

    Un poco de historia

    Para sintetizar

    Veamos algunas versiones

    1- La historia de la paloma de oro y la hija del rey, de Víctor Chauvin recogida de la versión de Breslau de Las mil y una noches)

    2- La versión morisca en caracteres latinos

    Y hay más versiones aún

    Nos centramos en el cuento

    Algunos relatos que derivan de este núcleo central

    Una gran tentación

    Perceval y la doncella sin manos

    ¿Y cuál es la herida?

    ¿Y cuál es la pregunta que hay que hacer?

    Qué ocurre entonces con la Doncella

    Con respecto a los números

    Conclusión

    Capítulo 7. El espíritu embotellado o la liberación de lo que permanece oculto

    Los más antiguos

    Detengámonos un momento en el pez

    Qué ocurre en los cuentos

    De homúnculos y otras yerbas

    ¿Y Pinocho?

    Integremos

    En busca del tesoro

    Agreguemos un número aún no considerado

    Un ejemplo más: Aladino

    Hablemos de cuevas

    Alí Babá y los cuarenta ladrones (y su cueva)

    ¿Y por qué Sésamo?

    ¿Y por qué cuarenta?

    Volvamos a la historia

    Sinteticemos

    Capítulo 8. Barba Azul o el coraje de abrir la puerta prohibida Barba Azul de Charles Perrault

    Algo acerca de Nariz de plata

    El pájaro del brujo, de los hermanos Grimm

    Comparemos los tres cuentos

    ¿Y por qué la menor?

    Sinteticemos

    Volvamos a Barba Azul

    ¿Entramos en territorio prohibido?

    Cerremos el capítulo

    Capítulo 9. La Bella y la Bestia o la belleza de la sombra

    Acerca de la versión

    Analicemos

    El número seis

    Veamos el número diez

    Detengámonos un momento para decir algo más respecto de la sombra

    Definamos la noche

    ¿Y por qué a las nueve?

    Volvamos al cuento

    La clave

    Pongámonos el anillo

    Sigamos

    ¿Y las hermanas?

    Conclusión

    Y colorín colorado...

    Dos consideraciones finales

    ¿Y la varita mágica?

    Cerramos el capítulo

    Qué importancia tiene la belleza en el relato

    Capítulo 10. Hansel y Gretel o la integración de la dualidad

    Revisemos algunos pares de hermanos célebres

    Veamos quién gana

    Cerramos y llegamos a casa

    Capítulo 11. Rapunzel o la conquista de la propia autonomía

    Hablemos de las versiones y del síndrome Rapunzel

    Qué es eso de Rapónchigo

    ¿Y los cabellos?

    ¿Y la trenza?

    Hablemos del desierto

    ¿Y qué ocurre cuando la encuentra?

    Capítulo 12. Cenicienta o el propio don siempre se manifiesta y llega (aún en aquel lugar que nos parece el más miserable)

    Hagamos un poco de historia

    Veamos la versión de Estrabón

    Ahora la de Claudio Eliano, que retoma a Ródope en su libro Varia Historia

    Compartamos la versión egipcia de Ródope, ya como cuento de hadas

    También hay una versión china

    Y una versión vietnamita

    La Cenicienta abenaki

    ¿Pero cuál es la Cenicienta original?

    Vayamos a las versiones más conocidas

    Analicemos lo que nos dice Perrault

    ¿Y por qué un zapato y/o una zapatilla?

    Volvamos a Cenicienta

    Qué es la gracia

    Vayamos con los hermanos Grimm

    Desmenucemos la ramita

    Ahora nos ponemos el sombrero

    Primera huida

    Segunda huida

    Tercera ¿huida?

    Primera tentativa

    Segunda tentativa

    La tercera es la vencida

    ¿Hay castigo? (Vladimir Propp, función 30)

    Conclusión

    Capítulo 13. La Sirenita o el amor incondicional

    Hablemos de sirenas

    Terminemos de definir su origen

    Volvamos al cuento

    Emerjamos juntos (creo que ya es hora)

    Concluimos, concluimos

    Capítulo 14. La mujer esqueleto o danzar con la Muerte

    ¿Nos animamos?

    Hagamos historia

    Sigamos haciendo historia

    ¿Bailamos?

    Sigamos enlazados

    Miremos a este Cuervo

    ¿Y Sedna?

    Concluimos

    Cierra Chevalier

    Ahora cierro yo y/o nosotros

    ¡Y colorín colorado!

    Bibliografía

    © 2014, Ana Guillot

    © Editorial Del Nuevo Extremo S.A., 2014

    A. J. Carranza 1852 (C1414COV) Buenos Aires, Argentina

    Tel/Fax: (54-11) 4773-3228

    e-mail: editorial@delnuevoextremo.com

    www.delnuevoextremo.com

    Imagen editorial: Marta Cánovas

    Diseño de tapa: Sergio Manela

    Diseño interior: ER

    ISBN 978-987-609-607-2

    1ª edición: octubre de 2014

    Primera edición en formato digital: diciembre de 2022

    Versión: 1.0

    Digitalización: Proyecto 451

    Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso del editor.

    Hecho el depósito que marca la ley 11.723

    • Agradecimientos •

    A mis ancestros: abuelos/abuelas, padre/madre y, antes de antes, desde el comienzo de los tiempos, por cada relato que dejaron en mí

    A mi príncipe Juan (y a nuestras respectivas sombras), porque reinar/amar/perdurar es mi intención y mi meta

    A mis hijos/hijas, nueras y yernos que trenzan amorosamente cada subida y bajada de la torre

    A mis nietos: varita mágica, objeto luminoso, dadores absolutos. A sus risas y preguntas y demandas. A cada uno, una corona... ¡y a jugar!

    A mis amigas y amigos, que me proveen un corazón generoso y un espacio de reflexión: semillas valiosas para atravesar el bosque y volver a casa sin perderme

    A Celina Gerardi y Jessie Souss, hadas madrinas que siempre convirtieron la calabaza en magnífico carruaje

    A mis alumnos del colegio Santo Tomás de Aquino, porque me ayudaron a crecer y aún perduran; porque siempre hicieron la pregunta correcta

    A mis Tangerinos amados, porque escriben sus historias mientras completan la mía; porque danzamos juntos, con el zapato preciso

    A Pablo Coll, Marcelo Mansour, Nora Rousseaux, Lili Saban, Juan Carlos Gossis, que acompañaron el proyecto fértilmente

    A Miguel Lambré y Carlos Sáez, mis escuderos; por entender, esperar y alentar mi escritura. A Mónica Piacentini, por su atenta y emotiva mirada. Y a la Editorial Del Nuevo Extremo en general, porque me hacen sentir reina de verdad

    A Consuelo, siempre, por su bella transparencia

    A Alejandro, el padre de mis hijos; porque, aunque ya no está entre nosotros, sostiene (estoy segura) una parte del Grial

    A los poetas y narradores que amo: una larga lista de hermosos encuentros y coincidencias

    A la niña que soy

    A los personajes de este libro. A cada una de mis lecturas. A todas las historias con final feliz

    • Érase que se era •

    O ...Había una vez un libro. Yo era chica y no lo sabía, pero ya estaba escribiéndolo. Cada vez que leía algo o iba a ver las películas de Walt Disney y el príncipe besaba a la princesa, iba incorporándolo, aprendiendo. Y también, cada vez que me demoraba mirando por la ventana de mi dormitorio en la casa de mi infancia, jardín y tilo en el medio, y abuelos y padres viviendo juntos. En esa época había un gato, que me acompañó hasta la secundaria, y no había hermanos (ni hay). Así que yo leía, conjuraba, me iba por ahí, volvía y seguía leyendo y conjurando, embelesada, anárquica, buscando no sabía bien qué. La Universidad puso sistema en el caos y trajo a los griegos con su tremendo caudal: una inundación en el cuerpo. Los respiraba como si fueran parientes: Aquiles, Andrómaca, Tiresias, Helena y Paris, Antígona, Casandra, Odiseo. Todos en mí. A puro placer me dieron forma y me llevaron otra vez por donde quisieron. Y los seguí.

    Después, la vida. Con la turbulencia que a todos nos llega. No importan las vicisitudes y las secuencias, pero juro que hice el viaje (y sigo). A los tumbos a veces, agonizante en otras, gozosa y recuperada otras tantas. Como pude. Y siempre escribiendo este libro sin saberlo. Ahora me doy cuenta de que si llegué hasta acá, este es el resultado de cada costura/pulsión/suspiro/desesperación/jadeo/llanto/equivocación. ¿El libro de mi vida? Sí, a pleno. Pero en los aconteceres de otros, y en la reminiscencia de la que soy y fui. ¿En otras vidas? Tal vez, eso siento en el fondo. Pero no importa qué es lo que yo creo ni cómo es la cosa. Lo indispensable es lo que ellos me mostraron.

    Los cuentos maravillosos son un enorme reservorio, generoso y agradecido, si nos decidimos a visitarlo. Allí también están los griegos (aunque no lo parezca). Aquiles llora ante Príamo y devuelve el cadáver de Héctor justo cuando Hansel y Gretel se amigan con su padre. Y Odiseo llega a Ítaca porque Penélope hila con los cabellos de Rapunzel. No lo duden: es verdad eso de la historia sin fin (1) porque en el fondo es la misma, invariablemente. Casi me resultó imposible entrar en materia sin contextuar: 1) el viaje en sí mismo (y su héroe y/o heroína buscándose), 2) la relación entre las epopeyas y los cuentos, 3) Vladimir Propp y su aporte gigantesco; y recién entonces, sí, 4) los cuentos en sí mismos, con una simbología que fue abriéndose incluso a medida que escribía. Muchas veces pensé que mi lectura iba hacia un lado y en mitad de la cuestión se me ocurrían otras posibilidades que me llevaron a investigar, buscar, urdir, preguntar y recontarme a través del imaginario de esos símbolos. Por eso menciono a Carl Jung; pero sobre todo a Jean Chevalier, mi escudero literario durante todo el viaje.

    Ustedes pueden elegir el trayecto que deseen: abordarlo completo, de a partes, zigzagueando. Cada capítulo puede leerse como un compendio acerca de algunos temas y/o como un viaje reflexivo y amoroso (mente y corazón juntos, como decían los griegos) hacia la profundidad del ser, ahí donde late lo mejor de nosotros. Ojalá las dos maneras sean fértiles. Cada uno de los relatos cubre un tramo del camino y enlaza con el próximo, de tal manera que, al menos a mí, me llevaron en forma paulatina más hondo y, paralelamente, más cerca del palacio.

    Ahora, en algún lugar, alguien acontece alrededor del fuego, narrando. Ese ancestro está en mis manos, que tipean. Nada me pertenece en realidad. Es él quien cuenta por mí.

    1. La historia interminable, novela de Michael Ende (Baviera, 1929 – Baden, 1995). Recibió el Premio Janusz Korczak.

    • Capítulo 1 •

    La oralidad y los cuentos infantiles.

    El viaje como leitmotiv

    La búsqueda del príncipe contiene muchas sorpresas, y una de las mayores es el darnos cuenta de que cada uno de nosotros es al mismo tiempo el príncipe, el dragón, la perversa madrastra, el animal servicial y la amada; y que, también al mismo tiempo, somos el narrador y la búsqueda.

    Guía astrológica para vivir con los demás

    Liz Greene

    El viaje, siempre el viaje

    Érase que se era... y más allá de la memoria aún, más allá de los orígenes de todos los tiempos, en algún lugar una madre o una abuela están narrando. O un grupo se reúne alrededor del fuego a escuchar; o un aedo canta hazañas maravillosas para que todos puedan aprender. Cerrar los ojos implicaría entresoñar escenas fascinantes: hadas que amadrinan y llegan en el momento justo; espadas que ponen a prueba al héroe (que, justamente porque puede dominarlas, sabrá que lo es); dragones temibles, siempre vencidos; puentes levadizos que solo permiten el paso de aquel que esté elegido para atravesarlos; besos que despiertan; zarzas que impiden o retrasan; besos que retornan (indefectibles) a fin de sellar una bella e interminable historia de amor. Muchos argumentos e infinidad de temas; miradas que, según una u otra cultura, parecen diferir entre sí. Pero siempre, por detrás, un devenir semejante. ¿O acaso no se parecen un poco todos ellos? Algunos buscan la verdad; otros, la inmortalidad; la mayoría, el amor (sin excluir las variantes anteriores): anillos, copas, navegaciones, islas, paraísos, axis mundi, peregrinaciones, cuevas... sería interminable. Pero en todos hay desplazamientos, derroteros, algún sitio al cual es preciso llegar cueste lo que cueste. De todos los tópicos de la literatura universal, es el viaje el que se impone como uno de los más comentados y analizados; tanto en su significado real (salir de un lugar concreto para dirigirse a otro), como en su resonancia simbólica: tomar la vida misma como un viaje; y el trayecto, como el tránsito que irá presentando las instancias necesarias para encontrarnos con el ser que somos (y que muchas veces desconocemos y hasta ignoramos). Sucede en realidad que tales viajes no se cumplen sino en el propio interior del ser, dice Jean Chevalier en su Diccionario de los símbolos. De modo que cada una de las historias que hemos escuchado, y cuyos orígenes se remontan a los comienzos de la humanidad, podría sintetizarse en la necesidad que tenemos, como seres humanos, de experimentar para aprender y, en todo caso, de intentar una suerte de progresión espiritual; siempre una aventura que permita acceder a un nuevo lugar y/o estado (una suerte de iniciación).

    Tomemos la acepción que tomemos (como una realidad en tránsito o simbólicamente hablando), planificar un viaje siempre nos invita a delimitar un camino y a llevar adelante un plan: 1) tener un objetivo (o destino, o punto de llegada), 2) elegir la ruta (opciones, encrucijadas, abismos o mesetas), 3) padecer o disfrutar de idas y venidas, tropiezos, buenos momentos, descansos o detenciones, hasta 4) llegar a la meta y descansar; o, muchas veces, simplemente volver a partir. El viaje supone movimiento y búsqueda, también estar dispuestos a toparnos con peripecias o circunstancias impensadas que hasta podrían cambiar el rumbo del mismo. Si los hados son benéficos el resultado conlleva un descubrimiento y un ansiado disfrute; y si no lo son, es seguro que algo habrá que aprender y/o modificar. Es que, más allá de todos los trayectos (cartográficamente hablando), la vida, desde el nacimiento hasta la muerte, es un itinerario intrigante, contundente y ejemplificador; y nos conduce, además, a la búsqueda más importante: la de uno mismo.

    Vivir es viajar: experimentar, equivocarse, perderse, recomenzar. Y es también recordar: para deleitarnos con lo que pasó, para aprender y aplicarlo, para no repetir errores. Desde niños viajamos o jugamos a viajar, inventamos historias, nos instalamos como héroes o heroínas de un relato, sin sospechar que en realidad estamos ya elaborando el más fantástico de los itinerarios, ése que nos definirá como aquel que finalmente elijamos ser. Por eso, de todos los espacios recordables, es la niñez el que encierra las mayores respuestas respecto del adulto que somos.

    Y siempre, siempre la niñez

    Resulta tentadora la inmersión en esa etapa en la que fuimos héroes o heroínas. Cuando la risa era espontánea y el reloj parecía no funcionar. En nuestra fantasía estábamos afuera, tanto del tiempo como del espacio. Nos encontrábamos (aunque lo ignorábamos) en un lugar sagrado, u-topos (del griego: sin lugar, no lugar, no place) o eu-topos (del griego: lugar ideal, buen lugar, good place). Perfecta, bella utopía en la que nos sentíamos libres y absolutos. Las traducciones (y ambas son aceptadas) nos remiten a: 1) un no-lugar, equivalente a un nirvana o a un espacio trascendental, infinito, no-manifestado y 2) al mejor de los lugares (que también podría considerarse un nirvana, espacio sagrado-trascendental, infinito). Es decir que, en el fondo, ambas acepciones resuenan de manera parecida: ese no-lugar podría ser (o es) el mejor de los lugares; por lo tanto, en cuanto mejor (diferente, excluyente, supremo), un espacio casi inexistente o, al menos, bastante desconocido. Y es la infancia, generalmente, la que nos provee de ese reservorio listo para ser llenado (u-topos o eu-topos) que nos convierte en seres mágicos: con una franca imaginación a cuestas y grandes transformadores de la realidad, porque todo está por hacerse. Y aunque es verdad que también existen infancias trabajosas y difíciles, el juego o la lectura (no puedo evitar esta inmersión en mi propia experiencia) se convierten siempre en una zona donde guarecerse cuando queremos volar, viajar o, en el peor de los casos, cuando no hay ningún otro mejor lugar adonde ir.

    En su libro Reflexiones sobre la vida, Joseph Campbell dice que cuando Carl Jung quiso descubrir el mito por el cual estaba viviendo se preguntó cuál era el juego que le gustaba de niño. Su respuesta fue construir pequeñas ciudades y rutas con piedritas. Entonces Jung se compró un terreno y empezó a construir una casa. Era mucho trabajo; por lo demás, totalmente innecesario, pues él ya tenía una casa. Pero fue un modo apropiado para crear un espacio sagrado y, por lo tanto, la experiencia (aun en su adultez) se transformó en algo lúdico para él, sigue explicando Campbell. Así que, si nos apropiamos de la pregunta (qué juego preferíamos cuando éramos niños), nuestro viaje literario tiene ya destino: ir hacia la infancia, a fin de recordar dichos juegos y releer aquellas historias que alguien alguna vez nos contó. Seguramente, en ellas vamos a encontrar respuestas, datos, complicidades con lo que ahora somos y con lo que elegiremos ser de acá en adelante. Seguramente, también, algunas de esas historias nos resonarán más que otras (por afinidad, por empatía, por contacto); aunque todas, en definitiva, aportarán certezas en la medida en que hayan dejado algún sedimento en nuestro interior.

    Viajar y vivir

    Como vemos, viajar y vivir se asemejan. Estamos siempre en tránsito: del útero a la vida, de la lactancia a aprender a comer y a controlar esfínteres, de la infancia a la adolescencia, de adolecer a encontrar una profesión o un trabajo, a enamorarnos (o no), a tener hijos (o no), y todos los etcéteras. Curiosamente, la mayoría de las veces parece que fuera el acontecer, el día a día, la inminencia, lo que nos va llevando (casi diría arrastrando) de una situación a otra. Es eso lo que sentimos cuando nos llueven problemas del cielo, o nos enfrentamos a serias decisiones, o las cosas no salen tal como esperamos, o sucede algo accidental, o… Sin embargo, no siempre es así, y hasta podría ser al revés.

    Se imponen entonces otras preguntas:

    •  ¿Es que dependemos siempre de las circunstancias o podríamos, tal vez, ser protagonistas de nuestro propio viaje?

    Por lo tanto:

    •  ¿Es factible aunarse al acontecer, fluir y colaborar con él, a fin de acontecer nosotros mismos y dejar de ser meramente acontecidos?

    Y por último:

    •  ¿Es posible convertirnos en nuestro propio, central acontecimiento?, ¿es realmente posible dejar de simplemente devenir a merced del otro o del afuera y centrarnos en nuestra personal, maravillosa travesía?

    Poner la consciencia en lo personal es un gran desafío, pero es también el mejor regalo que podemos hacernos a nosotros mismos. El trayecto habrá de cumplirse igual: destino o libre albedrío son cuestiones que han desvelado (y develado) a pensadores de todas las épocas. Y si bien pareciera que hay situaciones que nos vienen desde arriba (aunque ahora mucho se diga respecto de que es uno quien en realidad las busca, va al encuentro de, aún sin saberlo), el caso es que hay que enfrentarlas, incorporarlas, traspasarlas. De modo que siempre será preferible hacerse cargo: con o sin objeto mágico, con o sin lámpara prodigiosa, con o sin varita, el viaje está por comenzar.

    Habrá pues que decidirse a salir a fin de encontrar, como dice Bruno Bettelheim, un significado a nuestras vidas. Habrá que animarse a atravesar, dudar, optar en las encrucijadas, trepar, internarse en el bosque, dirimir las señales (comenzar a comprenderlas), retroceder y volver a avanzar, a fin de desarrollar nuestros recursos internos e integrar las emociones, la imaginación y el intelecto.

    ¿Empezamos?

    Desde que el mundo es mundo, el niño juega a ser un héroe (ahora un súper héroe o un mago, o el dueño de un anillo mágico); y la niña, a que es una princesa (ahora una Barbie, o Minnie, o Kitty, o Rapunzel, o Ana y Elsa desfreezadas). Ambos viajan en esa ensoñación; son, efectivamente, aquel que creen que son. Por un rato, mientras la diversión permanezca (es decir: otra versión, una versión diversa de uno mismo y/o, sobre todo, la forma idealizada de sí mismo), olvidarán su verdadero nombre y se autoadjudicarán uno nuevo, como si se tratara de un bautismo. Y ya no sentirán que están en el dormitorio, ni en el jardín o la vereda, sino que las variables espacio-temporales quedarán abolidas hasta creer que se mueven en el escenario en el que han decidido imaginarse. Es en ese momento en el que el lenguaje simbólico comienza a reinar: el arquetipo acaba de adueñarse de ellos, aunque lo ignoren.

    La niñez parece un tiempo propicio para incorporar tantas identidades como sea posible, como parezca divertido (o necesario) encarnar. Seguramente, y tal como dice Campbell en referencia a Jung, volver sobre aquellos pasos daría luz respecto de conductas y elecciones que efectuamos luego, a lo largo de la vida. Porque detrás del lenguaje lógico-analítico y de las diferentes circunstancias de cada proceso, el mito o la magia continúan entretejiendo una bella red de significaciones, y narran (describen, delimitan, dibujan, van guiando) nuestro camino. La sensación básica, la percepción fundacional, es que siempre hay un lugar al cual llegar (meta, destino, Ítaca, tierra prometida), aunque más tarde (en aras de la sabiduría) se descubra que siempre se estuvo allí, donde era necesario (pertinente, indispensable) permanecer. Una zona (o aspecto) viaja (o cree que viaja) y otra zona nos aguarda, deseosa de que no tardemos en llegar. Pero incorporar esta sabiduría lleva tiempo y supone haber atravesado muchas y determinadas experiencias (las que necesitemos, las que sean indicadas para nuestro crecimiento interior). Así que lo mejor es apoyarse sobre esa sensación primaria y partir; comenzar, sacar el ticket, hacer el check-in, arrancar: Érase que se era…, Había una vez….

    Una parte es la que viaja (el cuerpo, sus pulsiones, emociones y afectos; sus ideas o la concepción que se tenga del mundo; nuestras manías, neurosis, miedos o habilidades); y otra permanece en latencia, esperando (nuestra esencia, espíritu o Consciencia Superior). Igual que in illo tempore (al decir de Mircea Eliade) ocurrió con Odiseo y Penélope. Sabemos que, terminada la guerra de Troya, él desea volver a su patria, en donde su esposa lo espera, tejiendo y destejiendo un lienzo que le sirve de excusa para no aceptar a los pretendientes que, en ausencia de su hombre, han tomado el palacio. Cabría entonces preguntarse: ¿es él quien concreta el reencuentro porque es el que está en movimiento, el que se dirige hacia una determinada dirección?, ¿o es ella la que, en su aparente quietud, le teje e insinúa (sugiere, inspira, propone) el camino?

    Desde un lugar pedagógico y sencillo (que se aclarará y profundizará a medida que vayamos analizando los cuentos elegidos), son ambos quienes van hacia un recíproco encuentro: la pulsión se produce al unísono. Una parte busca a la otra, simultáneamente y en un continuum (Cronos y Aión para los griegos, lo aclararé más adelante); pues la anácrasis se produce cuando confluyen y se armonizan todas las zonas del sí mismo (el yo, el súper-yo y el ello, según Bettelheim) para luego integrarse con el otro, el ajeno-de-mí (y, en consecuencia, con la Conciencia Sperior). Y si bien Odiseo y Penélope son dos personajes diferentes, hay que poder mirarlos también como si se tratara de dos partes integrantes de un mismo ser (la cita que precede al capítulo es muy orientadora al respecto). De alguna manera, algo penetra (hiende, busca, se interna en) y algo es penetrado; pero lo penetrado, lejos de tener un rol pasivo es, a la vez, el recipiente indispensable para recibir (completar, cobijar) dicha acción. Por otra parte, la pulsión de espera no implica inactividad (mucho menos, inmovilidad): ambos son necesarios, se buscan, se complementan, se armonizan y danzan entre sí. Por eso la danza será la gran protagonista en el último capítulo.

    Cuerpo y alma (o espíritu ya manifestado en el mundo) viajan juntos, igual que el ánimus y el ánima, o la razón y la intuición, o las tribulaciones y la fe (si es que la tenemos). De la misma manera se comportarán el príncipe y la princesa, y solo llegará el final feliz cuando ambas zonas entren en comunión y se amalgamen (comunión denominada coniunctio oppositorum o hierogamia o, simplemente, matrimonio interior). Por eso los cuentos maravillosos desenlazan en ese final feliz (integrador, optimista, auspicioso) que es, en el fondo, lo que fervientemente se espera. Como si se tratara de una revelación o, por el contrario, de una refutación, si los acontecimientos no han sido, en principio, tan promisorios como se deseaba.

    Algunos viajes literarios

    Y porque el ser humano es siempre un transeúnte (en el espacio, y aún más, respecto de sí mismo y de los demás) la literatura está plagada de viajeros. Desde el fundacional Odiseo, pasando por Jonás (el profeta del Antiguo Testamento cristiano y del Tanaj judío), o Ahab y el joven navegante de Moby Dick (de Melville), hasta muchos protagonistas de las novelas contemporáneas.

    En la mayoría de los casos esos trayectos son geográficamente reales, aunque supongan e incluyan también una dimensión simbólica/arquetípica/metafísica. El Quijote va en busca de aventuras; sale para desfacer entuertos; aunque, y sobre todo, va en busca de su verdadero yo. Innumerables veces Miguel de Cervantes Saavedra hace que su personaje recaiga en la duda y se pregunte si su verdadero nombre es ¿Quijano?, ¿Quesada, ¿Quijada?... ¿cuál, finalmente? Se trata de un evidente cuestionamiento respecto de la propia identidad, pues lo único que él desea es llamarse Quijote de la Mancha (evidente proyección de aquello a lo que aspira o ansía llegar). Y solo sobre el final, antes de morir, anagnórisis mediante, le dirá a su buen escudero, Sancho Panza, que recién entonces él sabe que es Alonso Quijano, el bueno. Este descubrimiento re-nuclea al Quijote consigo mismo y lo asocia con su esencia; pues a lo largo de sus aventuras se ha comportado como el caballero Quijote, aunque ahora sabe y reconoce su verdadera identidad. De modo que el personaje, anacrónico y absurdo en apariencia, ha tenido en realidad un noble objetivo: reinstaurar los valores perdidos (valores que reconocemos eternos y esenciales) para reinstalarlos en un momento en el cual se descree de ellos. Finalmente el personaje ha debido trasvasar su propia identidad para volver a ella y morir en plena consciencia.

    También Dante en La Divina Comedia transita, acompañado en los dos primeros tramos por Virgilio, por una arquitectura metafísica tan imponente que consolida para siempre la construcción del Infierno, el Purgatorio y el Paraíso. En los tres espacios va a encontrar amigos y enemigos, que estarán ubicados de acuerdo a sus propias afinidades o rebeldías (ya que él es tanto narrador como protagonista). Y recién cuando se decida a arder en el amor (arrojándose a las llamas, literalmente; y superando su peor condicionamiento, que es el miedo) verá a Beatrice: su Donna, su inspiración, el boceto más amable de su propia alma (cordial diría él, aludiendo sin disimulo al origen latino del adjetivo, proveniente de la palabra cordis = corazón). Solo entonces entrará (y con ella) al paraíso. Otros trayectos son más metafóricos. Thomas Mann y su bildunsroman o novela filosófica La montaña mágica, en la que describe un viaje más bien espiritual e interior, es uno de los ejemplos más contundentes. Y también Muerte en Venecia, ¿o acaso el profesor von Aschenbach no inicia una aventura hacia su verdadero ser a partir del encuentro con el joven Tadzio?

    Como puede verse, es muy extensa la lista en lo que respecta a este tema, y no ha perdido vigencia en la actualidad; muy por el contrario, florecen sagas y textos que lo retoman. El asunto es que, así como difieren los territorios (adentro o afuera, de este lado o del otro, cruzar las grandes aguas o no), difieren también sus agonistas, exhiben diferentes personalidades, parten hacia distintas búsquedas: cada uno de ellos contempla y avizora una tierra, personal y única, a conquistar. Por lo tanto, como todos somos viajeros, es imposible no identificarnos con ellos; pues son ellos, justamente, quienes nos permiten espejarnos y reflexionar acerca del sí-mismo y, por ende, llegar a un grado de mayor autoconsciencia.

    Sintetizamos

    Tanto el tiempo como el espacio (o las secuencias narrativas en sí mismas) se configuran en estos relatos como meros andamiajes en los que la verdadera acción (interior, profunda, ontológica y hasta metafísica) toma forma a fin de llevarnos hacia el objetivo ansiado. Entonces, desde algún lugar, parecería razonable minimizar la importancia de ambos vectores (tiempo y espacio), pues podrían considerarse como simples excusas para contar lo que está por detrás, el verdadero tránsito o la verdadera historia. Sin embargo, no es tan así; pues de la misma manera en que no hay vida sin experiencia, no hay historia sin secuencias (en un lugar determinado y/o en una época específica). De modo que son dichas secuencias las que en realidad comienzan a dibujar el mandala personal de cada personaje. Que devendrá y conformará a su vez, qué duda cabe, nuestro mandala personal. Es por eso que, aunque los personajes cambien de nombre, ocupaciones, características físicas o emocionales, siempre nos remiten a una serie de arquetipos básicos, que hablan más del yo al que hay que arribar (como raíz esencial) que de la apariencia (máscara, disfraces, ego) de la cual parten.

    Definamos la hermenéutica

    Desde pequeños nos han narrado historias. Por suerte siempre hubo una abuela o abuelo, una madre o un padre. Y luego, libros o revistas. Y si bien aún hoy sería posible (y tentador, y más sencillo) realizar solo una lectura literal de los relatos, conocer y reconsiderar su significado más hondo exigirá un abordaje hermenéutico fascinante y enriquecedor; porque leer los símbolos nos permitirá acceder a un espacio suprasensible, más allá de lo que habitualmente creemos percibir (leer, ver, comprender, analizar). Por otra parte, la inmersión literaria (meternos en sus argumentos y bucearlos) nos ayudará a comprender al otro y a las relaciones que juntos generamos. Pero, y por sobre todo, permitirá que nos conozcamos a nosotros mismos; asimilando, comprendiendo y dominando (o armonizando, domesticando, iluminando) las pulsiones internas que, desde niños, nos han deslumbrado y/o aterrado. Cada objeto, cada número, la mayoría de los personajes dicen por sí mismos y, a la vez, esconden capas y capas de significados. Son como inmensas cebollas que nos alientan a ir arrancando sus túnicas para que podamos llegar al corazón (centro, eje, o bulbo).

    Hagamos un poco de historia

    La hermenéutica, en su aspecto filológico (es decir, desde y a partir del material en sí mismo) surge en Alejandría, ante la necesidad de establecer el sentido auténtico de algunos textos (de los poemas homéricos en particular) y con la intención de rescatar su tono ejemplificador. Es que tanto la Ilíada como la Odisea se constituyen en modelos a imitar, pues narran acontecimientos de una época heroica y fundacional. Por eso ambas retroceden en el tiempo y sitúan la acción unos cuatro o cinco siglos antes de la época en la que vivió Homero... si es que Homero es su verdadero creador, si es que existió, si es que no representa colectivamente en su nombre a más de un juglar. El autor, cualquiera sea (y ojalá se trate de Homero), pertenece al siglo VIII a.C. y la guerra se sitúa entre los siglos XII y XIII a.C. (los datos no son precisos). Igual que en el Quijote, que es producto del barroco pero que reconsidera los valores del medioevo, Homero valida aquella época de intensa lucha y temeraria conquista, enfatizando ante sus oyentes (y luego ante sus lectores) las virtudes que él considera necesario reencarnar (retomar, reconsiderar).

    De todas maneras, son evidentes las diferencias entre ambos textos: la Ilíada tiene a la guerra como telón de fondo aunque se centra en la cólera de Aquiles y en su posterior sofrosine (trágica, íntima), catarsis mediante. En cambio, en la Odisea la lucha ha terminado y su protagonista, Odiseo o Ulises, desea volver a su tierra natal, pues allí están sus afectos y sus raíces. Por eso, regresar a la patria tierra se entiende, metafóricamente, como el deseo de retornar (también y además) al centro de sí mismo, a su propio reino interior. Para ello emprende un viaje que ha de llevarlo desde Troya hasta Ítaca, y desde la hybris (o ubris) al sosiego. Como héroe será el encargado de instaurar una nueva consciencia (más transparente, más sabia y benévola) en el alma del pueblo griego. En verdad, tanto uno como el otro regresan, pero en circunstancias diferentes: Aquiles va desde la arrogancia hacia el olvido de las pendencias y el perdón; y Odiseo, terminada ya la guerra, va desde la ira hacia el amor (y la fidelidad al otro y a sí mismo). La necesidad de ahondar en estas secuencias y de resaltar lo que de universal y pedagógico tienen, exigió en su momento una lectura y un análisis capaces de atravesar lo lineal (o meramente argumental) para dilucidar y extraer las múltiples dimensiones de sus elementos más significativos.

    Es que el dios Hermes (de quien deriva la palabra) sigue haciendo de las suyas y nos habla al oído. En la magna Grecia, el de los pies alados era el mensajero de los dioses y tenía el don de actuar como intercesor entre ellos y los hombres; como una especie de puente desde la vida y lo cotidiano hasta el reino de los muertos (y viceversa), un vocero de lo sagrado, aquel que le permitía al ser humano penetrar en los grandes misterios. En consecuencia, así como antiguamente era él quien se internaba en las plurívocas interpretaciones de las sentencias más oscuras del oráculo, la ciencia que lleva su nombre es la que nos guía en la exégesis de los signos y su valor simbólico. Concluimos, por extensión, que la hermenéutica alude a todo aquello que es hermético (secreto, no develado de manera directa); es decir, refiere a la manifestación de algo mágico, inusual, fantástico, más allá del pensamiento lineal y de la comprensión analítico-racional. Por ende, tiene como finalidad traspasar el símbolo a fin de acceder a su capa más sutil y preeminente. ¡Cáspita!, ¡eureka!,(2) ¡sí, eso es! parece decir. Y es entonces cuando se hace la luz.

    El camino para resignificar toda lectura es pantanoso (esta palabra lo trae por un momento al bonito ogro Shrek): somos muchos los hablantes (lectores, críticos, opinólogos, etc.) y además el lenguaje es complejo y plurívoco. Es por eso que siempre podrá llegarse a conclusiones diferentes e incluso hasta contrapuestas. Y es por eso también que el recorrido durante la lectura, decodificación, retextualización y hasta apropiación por empatía de un texto, puede ser largo e intrincado. Pero no hay vuelta atrás: hay que animarse a salir. A pesar de los a pesares, llenos de miedo o de coraje, de ilusión y de fuerza. Es en estos momentos cuando el niño que fuimos habla para mostrarnos que es en el corazón (centro, eje o bulbo) donde ha quedado la impronta, el sello de aquel día en el que, en algún patio de baldosas (jardín, vereda o dormitorio) fuimos Aladino o He-Man o Harry Potter o Frodo Bolsón o Luke Skywalker; o la Bella Durmiente o Cenicienta o Rapunzel o Alicia o la princesa Leia. Es como morder la madeleine, acotaría Marcel Proust... o las vainillas en la leche o en el Nesquik. O como esperar con ansias el helado de Laponia, o empezar a oler la sopa antes de que toda la infancia vuelva y quede encerrada en el círculo mágico del recuerdo. Dasein (ser en el mundo), al decir de Paul Ricoeur, que deberá extraer el lector (con la espada triunfal, o abriendo las zarzas y despertando) para, hermenéutica mediante, aplicarlo a su propia vida.

    El viaje como iniciación

    No hay dudas entonces: vivir es viajar (y viceversa). Tanto en lo cotidiano/inminente como en la insondable y apasionante búsqueda del verdadero ser. Y, cuanto más consciencia se tenga de ello, más simple y fácil será aprehender y hacerse cargo de lo que vaya ocurriendo en el transcurso. Aprehender en el sentido de leer las señales, apropiárselas, decodificarlas. Los héroes, aún en su espacio bélico o extraordinario, no hacen más que recordarnos que la vida cotidiana es el territorio en el que dicho viaje trascurre. Ellos son, desde los tiempos remotos, los modelos a observar y, en lo posible, a copiar. Ellos son los arquetipos o paradigmas a tener en cuenta. Y es por eso que los viajes (o la lectura de los mismos) es siempre iniciática, pues nos conducen a un nuevo lugar, o a un nuevo estado del ser. Desde luego que comprender no es lo mismo que llevar a cabo: enfrentar, traspasar (un problema, cualquier circunstancia vital). Internarse en el bosque en serio, caer en el abismo varias veces a lo largo de los años; eso sí que es bien difícil. Tampoco es lo mismo pensar o imaginar que poner el cuerpo. Pero al menos conlleva la posibilidad de centrar la atención, la voluntad y el entendimiento con más perspicacia e inteligencia (y hasta indulgencia con uno mismo), a fin de concentrar las potencialidades del ser y beneficiar el proceso integrador o anácrasis. Como consecuencia de esta iluminación, las enseñanzas se manifiestan con mayor transparencia y, por lo tanto, nos consideramos capaces de reparar lo que se perciba como disfuncional y de acentuar lo expansivo-beneficioso.

    Vayamos hacia lo eterno, hacia el reino de los paradigmas y arquetipos

    En su momento fueron los escolásticos quienes utilizaron estas palabras en el sentido platónico (referido al Mundo de las Ideas), y en combinación con la doctrina aristotélica, retomada por santo Tomás de Aquino para aludir a la idea primordial que ha precedido a la creación del mundo. Más tarde, Johann Wolfgang Goethe, en el Fausto, las asimiló a las Madres (¿como paridoras?, ¿como fuente elemental u origen?), quienes, con sus antorchas, símbolo de la luz del buen discernimiento, iluminan la región sombría y van guiando al héroe. Pero es Carl Jung el verdadero introductor del término, al referirse a cada una de las imágenes originarias, constitutivas del inconsciente colectivo (o herencia psíquica). En su opinión, los arquetipos son modelos comunes a toda la humanidad, pues configuran (repiten, muestran) ciertas vivencias individuales básicas o imágenes ancestrales autónomas. Y se manifiestan tanto en los sueños (ensoñaciones, éxtasis, etc.) como en las leyendas, cultos, religiones y/o mitos de todas las culturas. Mircea Eliade, por su parte, habla, desde una perspectiva también neoplatónica, de paradigmas ejemplares y transhistóricos. Ambos autores refieren a imágenes dominantes o primordiales, o a la tendencia innata (no aprendida) que lleva al hombre a experimentar las situaciones de una determinada manera y no de otra.

    De la amplia gama de arquetipos existentes (incluyendo los que refieren a la Cábala o al Tarot; por lo tanto y además, a la Numerología y a la Astrología, así como a la Alquimia y a las tradiciones similares del hinduismo y del budismo), cinco son los que más se mencionan en los análisis meta-textuales, y ellos son también los que reaparecerán muchas veces a lo largo de estas páginas. A saber: 1) ánima, 2) ánimus, 3) sombra, 4) persona, 5) sí-mismo (o sus imágenes equivalentes). Todos serán considerados en cada uno de los capítulos en función de la narración elegida. Pero pongamos un criterio en común:

    1) Ánima significa alma en latín, y en Jung alude a las imágenes arquetípicas de lo eterno femenino en el inconsciente de un hombre, que forman un vínculo entre la consciencia del yo y el inconsciente colectivo abriendo potencialmente una vía hacia el sí-mismo. Es la imagen de mujer o figura femenina presente en los sueños del hombre y, vinculada a Eros, refleja la naturaleza de sus relaciones, especialmente con las mujeres. Puede referir a una mujer joven, espontánea, seductora e intuitiva, así como a una mujer malvada (veremos muchas en nuestros cuentos) o a la madre tierra. En su momento, la Donna será la idealización suprema de este arquetipo... pero para eso falta todavía. El ánima representa una imagen viva del alma, y todos los príncipes se esmerarán por llegar a ella. Robert Graves la asocia a la Diosa Blanca, asumiendo en ella las características de un ánima universal, en sus tres aspectos: como doncella, como matrona y como anciana. La Diosa es para él no solo patrona, sino ama y señora que rige su inspiración y su acción. Y así serán nuestros príncipes, y también nuestras princesas buscando su ánimus. Ambos abrevarán en una misma fuente, pues su final feliz ha de llegar solo cuando se integren ambas polaridades en ese matrimonio que todos esperamos.

    2) Ánimus significa espíritu en latín, y en Jung alude a las imágenes arquetípicas de lo eterno masculino en el inconsciente de una mujer, que forman un vínculo entre la consciencia del yo y el inconsciente colectivo abriendo potencialmente una vía hacia el sí-mismo. Refleja la naturaleza de su conexión con el Mundo de las Ideas, mientras Eros refleja la naturaleza de lo relacional. Ambos conceptos se corresponden en todas las historias que luego se analizarán; La Sirenita será, sobre todas las demás, un ejemplo potente de la mirada contemplativa de la mujer respecto del ideal masculino. Asimismo, y como dice Jung, las dificultades vitales que se observen en la mujer derivan de la identificación inconsciente con el ánimus o de su proyección en la pareja. Por lo tanto, veremos padres bondadosos y otros castradores, y nuestra heroína se verá empujada a hacer su camino para resolver la ecuación.

    3) La Sombra es vista por Jung de dos maneras diferentes: por un lado, como la totalidad de lo inconsciente, manteniendo el postulado de Freud que lo define como todo aquello que cae fuera de la consciencia, pero adaptándolo a su propio corpus teórico en el cual tiene, además de la dimensión personal, una colectiva (inconsciente colectivo). En segundo lugar, Sombra designa al aspecto inconsciente de la personalidad, caracterizado por rasgos y/o actitudes que el Yo consciente no reconoce como propios. En tal sentido, Bella y Bestia serán los que con más claridad van a revelar este aspecto, pues su historia alude a esa parte de la personalidad, suma de disposiciones psíquicas personales y colectivas no asumidas por la consciencia al sentirlas incompatibles con aquella que domina en nuestra psique. Como dichos contenidos rechazados no desaparecen, cobran autonomía y se constituyen en antagonistas del yo. Luego veremos que parece un antagonista, pero que ciertamente no lo es. Uno no se ilumina imaginándose figuras de luz, sino tornando la oscuridad consciente, dice Jung en El árbol filosófico. Por eso Bella deberá conocer a Bestia y empatizar con él. La figura de la sombra personifica todo lo que el sujeto no reconoce y lo que, sin embargo, una y otra vez lo fuerza, directa o indirectamente; así por ejemplo, rasgos de carácter de valor inferior y demás tendencias irreconciliables, señala. Y agrega: Si hasta el presente se era de la opinión de que la sombra humana es la fuente de todo mal, ahora se puede descubrir en una investigación más precisa, que en el hombre inconsciente justamente la sombra no solo consiste en tendencias moralmente desechables, sino que muestra también una serie de cualidades buenas; a saber, instintos normales, reacciones adecuadas, percepciones fieles a la realidad, impulsos creadores, etc.. Efectivamente, Bestia, ensimismado por Bella, dejará salir sus mejores cualidades. En general, la Sombra se simboliza en figuras como la serpiente, el dragón, los monstruos y demonios; y también las brujas, ogresas y hadas malas que nos aguardan en los próximos capítulos. Asimismo, existiría además una Sombra de carácter colectivo.

    4) Persona (o máscara, en latín). En su obra Tipos psicológicos, Jung plantea que un individuo normal no manifiesta una pluralidad de personalidades, pero sí puede potencialmente disociar su personalidad (o carácter) según el modo como dicho sujeto se modifique de acuerdo a determinadas circunstancias o al pasar de un ambiente a otro. A veces espacios distintos hasta exigen actitudes distintas. Tales actitudes generan un desdoblamiento del carácter según el grado de identificación del yo con las mismas. Mediante su identificación más o menos completa con la actitud adoptada en cada caso, engaña cuando menos a los demás, y a menudo se engaña también a sí mismo, en lo que respecta a su carácter real, se pone una ‘máscara’ de la que sabe que corresponde, de un lado, a sus intenciones y de otro, a las exigencias y opiniones de su ambiente; y en ello unas veces prepondera un elemento y otras el otro, dice. Y es interesante observar que los verdaderos héroes o heroínas presentan, casi desde el comienzo, una integridad bastante clara, un acuerdo suficientemente firme entre su persona y su sí-mismo; a diferencia de las pérfidas madrastras, los crueles progenitores, los hermanastros y/o hermanastras, etc. En estos últimos la disociación es notable, como si hubieran perdido el rumbo. En cambio, en los protagonistas la fuga (o máscara) es menor (o casi nula) y es la que los impulsa para que ellos/ellas logren alcanzar su excelsitud.

    5) Cerremos entonces con el sí-mismo; en alemán, Selbst. Definido por Jung como el arquetipo central de lo inconsciente colectivo, el arquetipo de la jerarquía, la totalidad del hombre. El sí-mismo es una unión de los opuestos κατ’ εξοχήν (por excelencia). Se representa simbólicamente con el círculo, cuaternidad, niño, mandala, etc., y representa el fin último del proceso de individuación. ¡Maravilloso! Si estamos intentando volver a ser niños, entonces el viaje es francamente prometedor: llegaremos a nuestro mandala personal y a cerrar el círculo. Veamos: El sí-mismo es una magnitud antepuesta al ‘yo consciente’. Comprende no solo la ‘psique consciente’, sino también lo ‘inconsciente’, y por ello es, por así decirlo, una personalidad que ‘también’ somos... No existe posibilidad alguna de alcanzar también una ‘consciencia’ aproximativa del sí-mismo, pues por más que queramos hacerlo consciente siempre existirá una cantidad indeterminada e indeterminable de ‘inconsciente’ que pertenece a la totalidad del sí-mismo. Lamentablemente así es la cosa; sin embargo, y en aras del mentado final feliz, al menos intentaremos el mayor intercambio entre nuestro consciente y nuestro inconsciente, a fin de crear lazos duraderos y reparadores entre ambos, para que puedan, hacia el final, danzar también entre ellos. El sí-mismo es no solo el ‘centro’, sino también aquel ámbito que encierra la ‘consciencia’ y lo ‘inconsciente’; es el centro de esta ‘totalidad’ como el ‘yo’ es ‘el centro de la consciencia’. Centro, o axis-mundi, o corazón de cebolla, o corazón humano, árbol de la vida, montaña... ¡tanto para decir y asociar! El sí-mismo es también la ‘meta de la vida’, pues es la expresión más completa de la combinación del destino que se llama individuo, completa. Entonces... si hay meta... ¡hay viaje!, ¿no se los dije acaso?

    Concluyamos pues con Jung: El ‘símbolo de Cristo’ tiene suma importancia para la psicología, porque es tal vez, junto con la figura del Buda, el símbolo más desarrollado y diferenciado del sí-mismo. Y es por eso que en nuestro derrotero asumirán enorme importancia aquellas figuras sacrificadas, colgadas, descuartizadas, etc.: todas ellas transeúntes momentáneos de una gigantesca fractura, la mayor de las veces, elegida (he ahí la causa de su mérito); y además, asumida por el bien de los demás. Sin la vivencia de los opuestos no existe experiencia de la totalidad y, por ende, tampoco un acceso interior a las figuras sagradas, sintetiza. Como vemos, solo cuando lleguemos al matrimonio interior entraremos de lleno en ese ámbito sagrado, utopos o eutopos... ¡ambos! Y completaremos nuestra propia anácrasis.

    Por su parte, los arcanos mayores del Tarot pueden también considerarse figuras arquetípicas: 1) El Mago, 2) La Sacerdotisa, 3) La Emperatriz, 4) El Emperador, 5) El Hierofante o El Papa, 6) Los Enamorados, 7) El Carro, 8) La Justicia, 9) El Ermitaño, 10) La Rueda de la Fortuna, 11) La Fuerza, 12) El Ahorcado, 13) La Muerte, 14) La Templanza, 15) El Diablo, 16) La Torre, 17) La Estrella, 18) La Luna, 19) El Sol, 20) El Juicio, 21) El Mundo o El Eón y 22) El Loco. Cabría pensar solo un instante cuántos cuentos refieren a estos nombres directa o tangencialmente. En cuántos relatos existen magos o magas, o reyes y/o emperadores, igual que reinas y/o emperatrices, carros, torres, diablos, estrellas, lunas, etc. En la mayoría, ésa es la verdad. Por otra parte, asumir ese quantum que supone el arcano implica un viaje hacia el sí-mismo. Ya sea a partir de la Numerología o del Tarot como mancia, lo que las cartas nos dicen es desde dónde partimos y/o hacia dónde nos dirigimos; y por lo tanto, qué es lo que debemos ver, comprender, desechar, encarnar, completar, etc. Es fascinante el viaje que el mismo Jung propone con ellos, y mucha la bibliografía al respecto.

    Hasta las doce sephiroth o senderos de la Cábala egipcio-hebrea son representaciones de ese campo simbólico, si las entendemos como emanaciones del Dios a través de las cuales se creó el mundo. Su diagrama es el Árbol de la Vida: un sistema de relaciones intersimbólico-místicas que sugieren un recorrido interior (una especie de ruta) a fin de expandir la consciencia de cada ser humano, desde Kether o Corona (igual que las de los reyes y reinas, príncipes y princesas de nuestros cuentos), pasando por Chokman o Jojmá (Sabiduría), Bináh (Entendimiento), Chesed o Jesed (Compasión), Geburáh (Juicio/Estrategia), Tipheret (Gloria y/o Belleza), Nezach o Netsaj (Victoria), Hod (Esplendor), Yesod (Fundación) y Malkuth (Reino)... ¿Reino... reino acabo de decir? Nos acompañará hasta el final este concepto, esto de reinar en nosotros mismos y de usar la corona con la sólida alegría de estar en casa; en el sí-mismo, con el Reino alineado a la Corona luego de haber integrado (o de haber intentado integrar) dichas emanaciones o cualidades del dios. Del reino a la corona... ¿puede haber una síntesis más bella y auspiciosa?

    Si pensamos en los elementos que componen mitos y cuentos, y si consideramos a sus protagonistas, no hay duda de que todos estos conceptos (o sus derivaciones y equivalencias) aparecerán mencionados muchísimas veces en los próximos capítulos, y les darán textura a nuestras heroínas y héroes. Pues, tal como señala la doctora Shinoda Bolen, refiriéndose a los dioses y/o diosas (aunque trasladando su conocimiento a este ámbito fundacional), los arquetipos son poderosas fuerzas invisibles que modelan la conducta e influyen en las emociones, y que interactúan afectando a cada hombre y a cada mujer individualmente. Y cada uno de ellos funciona como un principio organizador o esquema básico de conducta sobre cuanto vemos, percibimos y hacemos. Por lo tanto, conocerlos (identificarlos, reconocerse en) es una enorme fuente de poder personal a la hora de querer descubrir y potenciar todos los aspectos que nos integran y de experimentar la dimensión sagrada en nuestras vidas. El objetivo es, pues, que cada uno adquiera la capacidad de utilizar la entidad (o representación) más adecuada en cada situación (como cuando jugaba de niño en aquel patio de baldosas/jardín/vereda o dormitorio), armonizando los dioses/diosas o aquietando las brujas/demonios interiores a fin de ir aceptando y superando los conflictos y desafíos de las diversas etapas. Esto dará como resultado la posibilidad de escribir, finalmente, el mitologema personal.

    Conocerlos nos llevará también a descubrir que no siempre somos la princesa y/o el príncipe, sino que también habitan en nosotros la madrastra o la Bestia, las hermanastras, el ogro, la bruja o brujo y hasta el mismísimo narrador, porque... ¿quién sino nosotros mismos escribe nuestro propio libreto? Es claro que cada uno de ellos es (configura, recrea, representa) un personaje autónomo de los demás. Pero resulta apasionante sumergirse y nadar la totalidad de las aguas. Solo así será posible observar e inteligir cada una de las caras del prisma que componemos... ¿o que nos compone? ¿Penetramos o somos penetrados?, nos preguntamos antes; ¿poseemos o somos poseídos? ¡Ambos! concluimos nuevamente: son pulsiones que funcionan en simultáneo danzando entre sí. El caso es que, sea como sea el gran misterio (el enorme galimatías), siempre estaremos encarnando alguno de estos rostros a lo largo de las muchas situaciones que nos toque vivir. Y requerirá de una enorme paciencia y comprensión (amabilidad, consciencia, humildad y capacidad de perdonar) abarcar la complejidad y la suma del personaje que en verdad somos. Finalmente, conectar los paradigmas entre sí permitirá observar que cada cultura (civilización, grupo étnico, religión) le ha puesto diversos nombres a lo que, en realidad, es semejante. Como vemos, la torre de Babel, y las diferencias idiomáticas en las que concluyó su caída, es bastante más que una bella metáfora a la que hay que revertir, aceptando que todas las culturas y religiones nos hablan parecido o aluden a realidades equiparables.

    Viajemos de una buena vez

    Entonces, manos a la obra: sacamos el pasaje y decidimos el itinerario, que no será otro que revisar juntos el bello material que nos proveen mitos y epopeyas por un lado; y cuentos, por el otro. Y entre ellos, los llamados cuentos de hadas o maravillosos. Descubrir la red que los une será correr el velo, y hacerlo nos permitirá comprobar que nunca los hemos olvidado, pues tanto unos como otros nos han permitido descubrir nuestros más valiosos tesoros. A través de ellos aprendimos que la lealtad confiere belleza al alma, que la pureza es su mayor dicha y que solo en la pobreza comienza a desplegarse el esplendor más íntimo del alma, dice Rudolf Meyer en La sabiduría de los cuentos de hadas. Y también pudimos comprender que a veces se debe arriesgar la vida para conquistar a una princesa, concluye. ¿Debemos entenderlo literalmente? Bueno, sí… pero también no. Pues será menester traspasar lo lineal para, hermenéuticamente, llegar al corazón del asunto. Y claro, para identificarnos (o no) con los arquetipos que se nos crucen en el camino. El Diccionario de símbolos de Jean Chevalier será nuestro gran aliado, escudero, objeto mágico, casi un álter ego en la historia. Así que, como si fueran niños otra vez, pueden sentarse cómodos que voy a contarles. El viaje está por comenzar...

    2. Del griego eurisko: descubrir, encontrar.

    • Capítulo 2 •

    La oralidad y los cuentos infantiles

    (Tradición y cronología de epopeyas y cuentos)

    Armonizarse y sintonizarse con el Universo, y seguir así, es la función principal de la mitología.

    Los mitos en el tiempo

    Joseph Campbell

    La oralidad

    Trasmisión oral y espontánea, libros y editoriales, representaciones teatrales o cinematográficas, ¿cuántas historias se habrán contado a lo largo de todos los tiempos? ¿Cuántas peripecias, clímax, desenlaces tramaron el final feliz o trágico o aleccionador? La materia argumental va y viene, se modifica, se exacerba o se comprime, adquiere mayor o menor valor simbólico, responde a las expectativas y estéticas de cada época. Sin embargo, hay entre ellas un fondo interrelacionado (una especie de rizoma

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