Todos los desastres que me llevaron hasta mí
Por Nadia Verástegui
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La vida va más de aprender a afrontarla que de intentar controlar cómo venga.
Todos los desastres que me llevaron hasta mí es una recopilación de textos. Es una mirada al pasado con los ojos llenos de cariño. Es una voz que les dice a los jóvenes que piensen por ellos mismos, que construyan su propia mente. Que rompan con lo establecido, que se guíen por todo aquello con lo que pasen horas soñando. También es la conciencia, diciendo que cualquier edad es buena para comenzar a no juzgar tan gratuitamente. Un ejercicio de introspección.
Es un perdón a uno mismo, y a quienes alguna vez en nuestra vida nos hicieron daño. Es un libro real, con hechos reales, amores reales y vivencias que escapan a la imaginación. De ahí el sentimiento y la autenticidad.
Refuerza la autoestima y la confianza. Un ejemplo de que si yo, a pesar de todo y de tanto, hoy he cumplido mis sueños, tú, que me estás leyendo y llevas fuego dentro,también podrás.
Nadia Verástegui
Nadia Verástegui (agosto de 1991). Nací en un pueblecito lejos de ella, pero siempre me sentí conquense. Cuenca fue mi trébol de cuatro hojas y hoy, refugio. Mi cajita de recuerdos está entre aquellas calles. Mi vida es cerveza, libros y la profesión más bonita del mundo. Elegí vivir en pijama, es algo así como ser escritora, nace de dentro. Comencé a escribir desde mi primer diario, no sé cuántos dientes tenía por entonces. Lo que sí sé es que las letras han sido tabla en cada naufragio, oxígeno cuando me faltó el aire y sueño hasta llegar aquí, a ti, que me lees. Gracias por elegirme. De la vida, créeme, sé poco. Voy aprendiendo por páginas. Espero que te acomodes y te tomes tu tiempo. Todos nos necesitamos, aunque lo pasemos por alto con demasiada frecuencia.
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Todos los desastres que me llevaron hasta mí - Nadia Verástegui
Prólogo
Un día comencé a saber quién habitaba mi mente, quién llevaba las riendas de mi vida. Antes no daba valor a aquella persona que guardaba sus escritos como si de vergüenza se trataran. Como si hubiera que empaquetar el alma para mantenerla intacta. Después hubo alguien tan cercano que quiso descubrir la locura que alberga que en acciones cotidianas debas dejar de hacer lo que estabas haciendo y te aísles del mundo por unos minutos.
Recuerdo ese día en la cocina de casa cuando su tozudez consiguió que finalmente le mostrara lo que llevaba años manteniendo en secreto. De aquello me quedó una imagen, mientras leía, lágrimas recorrían sus mejillas. Debo confesar que aquello me impactó. Yo, sin pretensión ninguna, había provocado algo en alguien. Mis letras, esas que se agolpaban en cajones sin ningún orden, de una vida poco ordenada, hicieron que otra mente, otro corazón, otra vida se sumergiera en la mía y ahondara dentro haciéndola suya. Han pasado años desde entonces, sin embargo, hizo que aquella semilla fuera creciendo con el paso del tiempo.
Madrid significó el desnudo de sentimientos que tanto ansié y temía. A partir de ahí, comencé a compartir mis escritos, mis reflexiones, textos y poemas, sin más intención que caminar hacia un sueño disfrutando del camino. Y así nació este libro. Textos que han sido escritos en distintas etapas, en distintas ciudades, con distintos amores, trabajos y mente. Una evolución constante, una introspección que comenzó al marcharse Ana y que se agudizó al ver veintiséis velas en aquella tarta.
De este libro te revelaré lo justo. Tan solo tres cosas:
Uno, Ana existe. Es el nombre que doy a la anorexia desde el día que decidí mirarla de frente.
Dos, sepo está bien dicho, al menos para mí. En un par de veces, te habrás acostumbrado.
Y tres, quererme fue el sendero que fui haciendo a cada paso mientras escribía todas estas páginas hasta alcanzar tus manos en formato libro. Por lo tanto, mi único fin es que cuando termines de leerte a través de él, creas en ti y en todo aquello por lo que un día te dijeron: «Eso no te dará de comer».
Autora
«Un minuto de silencio por todos aquellos
eso no te dará de comer
.
Pobres,
no sabían que justo era lo que alimentaba
mi alma,
que solo por ello,
me sentía rica».
Autora
Puedes
¿Crees que si yo creyera que no puedo, estaría escribiéndote esta mierda haciendo que, además de mí, otro pierda su tiempo? Puedo. Y, es más, tú, si continúas ahí, lo verás. Pero es que yo, sin saber quién eres, sé que tú también puedes y no te he visto para ver qué refleja el brillo de tus ojos, pero no deberías dejar que se apague, que entre en la rutina de sentirse alguien más. Tú y yo queremos ser inimitables, irreemplazables y unicornios. Lo sé y lo sabes. Será difícil, al igual que cuando miro hacia atrás observo detenidamente cuánto conseguí de todo aquello que un día parecía inalcanzable, que tan solo eran pájaros revoloteando en mi cabeza y hoy son certeza. Y lo cierto es que desde entonces sé —y sé de lo que hablo— que cualquier sueño se puede cumplir, que valgo para hacerte creer que tú también lo vas a conseguir sin venderte solo el bonito envoltorio, el producto final. Qué va.
Vas a tener días de mierda, vas a comer montañas de mierda y gente a la que el cerebro y el corazón le huelen a estiércol. Y habrá quien crea en ti y habrá quienes no den un duro —ni falta que hace, oiga—. También estarán los que no te ayuden a subir y algún día se apunten el tanto. Y luego estarán a los que no sabrás cómo agradecerles tanto, tantísimo. Porque ni siquiera con tu vida podrías devolver toda la que ellos te dieron.
No sé otros, pero tú y yo lo vamos a conseguir. Porque valemos, porque no hace falta tener cojines para querer decir cojones y al final sea valor lo único que haga falta tener, independientemente de tus ovarios o tus pelotas. Ambos tenemos y de sobra, así que mueve todo eso y échale valor para quedar en ridículo, para que se rían de ti y de su ignorancia al unísono, para que alguien tenga tema de conversación. Ten el valor de dar pie a que hagan eso que tanto has odiado y te señalen. Y, además, dándoles de qué hablar, que comenten la jugada mientras comen palomitas y no aplaudan al terminar porque tus finales nunca lo son, porque tienes cojines varios y la o
para hacer de cada uno, un comienzo. Que tampoco apuesten por ellos, que lo vean una locura, pero tú, por favor, sigue siendo un loco, un puto kamikaze de la vida. Sal ahí fuera y sigue imaginando cómo será conseguir tu próximo sueño. Mírate. Lucha por ello y siéntete mal cuando así sea, y siéntate cuando estés cansado, ve a la cuneta y mira pasar otros vehículos, otras vidas mientras la tuya parece quedar en stand by mientras se está cargando de todo eso que más tarde será el motor para continuar y, sobre todo, no continúes cuando otros digan que has de hacerlo. Tápate los oídos cada vez que una frase comience con un «deberías...», «tienes que...». Tápatelos antes de que se meta en ti el germen de lo común. Atrás. Eso no va contigo ni conmigo. Ambos lo sabemos, como sabemos que cambiaremos de opinión mil millones de veces y beberemos dos veces de cada taza que no queramos. Pero, cuando llegue ese momento, que sea por llevar más erratas en nuestro marcador y haber sumado algún éxito a destiempo, que eso a ti y a mí nos encanta.
Vivir en modo experto no tiene por qué ser al ritmo de otros. Joder, piénsalo. Qué aburrido sería si todos escribiésemos sobre lo mismo, si siempre alguien tuviera el consejo perfecto, si tú y yo, además, lo siguiésemos, si pensásemos de forma idéntica. Aburrido, insípido, insignificante, ya sabes que «igual» se parece a todo eso. Y yo no nací para ser igual a nadie ni destacar por ser alguien que no soy. Entiendo que tú tampoco querrás ser una simple copia. Por eso, no seas cometido, salte de la línea al colorear, desaprende todo eso que te enseñaron desde la guarde y que tu inteligencia dé tres vueltas al que te considere tonto por ir tomando otros caminos.
¿Estás viendo? Apunta. La clave está en desaprender, desobedecer y no escuchar, pero escucharte.
Tú puedes. Y no me hagas ni puto caso, no es porque yo diga que tú puedes, porque, al fin y al cabo, no te conozco de nada, pero si así lo sientes, por favor, que nada te detenga, ni siquiera tú mismo en esos días en los que todo son montañas de estiércol. Levanta la vista, ahí está tu objetivo.
Me gustaría verte el día de mañana saliendo en pantalla, escuchando lo que transmites a tus oyentes, visitándote en tu propia consulta, yendo a la presentación de tu libro, a la exposición de arte que organizaste, al desfile de tu firma.
«Puedes, porque así lo sientes. Todo lo demás es no rendirse, nunca».
Me gusta la gente que deja de escuchar el ruido de la sociedad y empieza a escuchar sus propias voces. Esas que, ya desde niño, decían realmente quién querías ser cuando crecieses. Es el momento, ve a por