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Diario de una cocainómana
Diario de una cocainómana
Diario de una cocainómana
Libro electrónico268 páginas5 horas

Diario de una cocainómana

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Información de este libro electrónico

Siempre he pensado que de los libros no hay que hacer tráiler en la contraportada. Que hay que meterse de lleno en el libro, de cero, sin previa sugestión. Simplemente porque ese libro te llama, te da curiosidad. Y una vez inmerso en su historia, disfrutarla. Y en las mejores y más reales historias, replantearte muchas cosas. Cuestionarte. Hacerte preguntas.

¿Cómo se llega hasta el pozo más oscuro de la vida? ¿Cómo sabes que estás tocando fondo o incluso si ya lo has tocado? ¿Tienen patrones comunes todas las personas que tienen una adicción? ¿Uno sucumbe al problema porque quiere o porque no puede salir? ¿Este tipo de personas lucha por salir del hoyo o son felices en la zona de confort? ¿Quién es más valiente, quien no cae en una adicción o quien lucha por salir de ella después de haber caído?

Todas estas preguntas y más te vendrán a la cabeza con este libro. Seguramente, hasta las respuestas. Pero, a veces, las respuestas son subjetivas en función de quién se las pregunte y cómo se las responda uno mismo. Quiero que disfrutes de esta historia, que la vivas y que saques tus propias conclusiones. Tus propios pensamientos hacia ello. Seguramente, hasta puedas sentirte identificado en algunas o muchas de las vivencias de la protagonista.

Siéntate y disfruta de esta historia tan real como la propia vida.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 ene 2024
ISBN9788411819534
Diario de una cocainómana

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    Diario de una cocainómana - Lorena Campos Lillo

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    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Lorena Campos Lillo

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1181-953-4

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    A todas las personas que me quieren

    y siempre confiaron en mí.

    0

    A veces somos tan felices que no somos conscientes de lo felices que realmente somos

    .

    Nací en pleno invierno, cuando más frío hacía. Quizá presagio de la familia donde había sido destinada a nacer. Nací Sagitario, y siempre he creído en los signos del zodiaco, que no en los horóscopos. Creo que eso marcó la personalidad que tendría conforme fuera creciendo.

    Nací en una familia de dos, un padre y una madre, Leo y Ágata, que decidieron traerme al mundo en una relación tóxica y prácticamente rota. No tengo demasiados recuerdos de esa época, ya que se separaron cuando apenas tenía 2 años y medio, pero sí puedo llegar a recordar ciertos episodios de malos tratos hacia mi madre. Nunca había entendido el porqué de las mujeres que aguantan ese tipo de situaciones y sufrimiento hasta años más tarde.

    Cuando mis padres se separaron, al parecer fue el desencadenante de una especie de ‘Guerra Civil’, aunque cuando se calmó la tormenta y todo pasó, mis padres llegaron a tener una relación cordial. Empezaron a tener madurez en su relación interpersonal, por lo menos para no convertir sus vidas en un infierno, ya que tendrían que seguir teniendo trato al menos hasta mi mayoría de edad.

    Mi madre no tardó mucho en rehacer su vida. Cuando yo tenía 3 años ya tenía nueva pareja, Jesús. No parecía tener muy buen ojo para elegir las parejas. Creo que yo heredé eso de ella. Eligió a un hombre con todas las cualidades que ella, se supone, detestaba. Cosa que yo no entendía, pero bueno, cosas del ser humano, o del amor, supongo. Él era un hombre fiestero, derrochador, que le gustaba mucho la fiesta, la noche y la mala vida. Eran la noche y el día entre él y mi madre.

    Mi madre aun así decidió apostar por esa relación. A pesar de tener toda esa lista de ‘cualidades’, hay que decir que realmente era un hombre con muy buen corazón, y supongo que eso era lo que a mi madre le compensaba realmente después de todo el daño amoroso vivido en el pasado.

    No tardaron en querer darme un hermanito y cuando tenía 6 años llegó. Fue muy anecdótico cómo me enteré de la noticia, sobre todo porque hace un guiño a la inocencia que un niño de esa edad puede tener. Vino mi madre a recogerme del colegio y me dijo ilusionada:

    —¡Vas a tener un hermanito! —Me quedé mirando desconfiada y le aseguré que no me lo creía. Mi madre se sorprendió y me lo confirmaba una y otra vez. Al día siguiente cuando se levantó por la mañana la mire y la dije:

    —¿¡Ves como no estás embarazada?!

    —¿Por qué dices eso? Sí lo estoy hija.

    —Pues porque no tienes la tripa gorda y grande.

    A mi madre le dio un ataque de risa al ver semejante inocencia e ignorancia. Yo estaba convencida de que la panza salía de un día para otro.

    El embarazo transcurrió con normalidad, esperábamos con ansia y alegría la llegada del nuevo miembro en la familia. Se adelantó el parto. Y lo que se supone que es un día bonito y lleno de alegría como el nacimiento de alguien, se tornó en triste.

    Al nacer mi hermana, Paola, nos dieron lo que en ese momento fue el peor jarro de agua fría que puede recibir alguien. Tenía síndrome de down. Y a ello le sumaron el tener que operarla a vida o muerte el mismo día de su nacimiento por problemas en algunos de sus órganos.

    Estuvo ingresada en el hospital varios meses, en los cuales, tanto mi madre como Jesús, fueron la viva imagen de lo que es querer a un hijo y de lo que eres capaz de hacer por ellos. Fueron meses de incertidumbre, ya que, en estos casos, no te ves con experiencia de saber afrontar algo así, pero no te queda otra, aunque te de miedo.

    Esos meses se compensaron al momento, en el mismo segundo que, cuando por fin pudo venir a casa, pude verla allí en su cunita. Dormida y preciosa. Un sentimiento indescriptible. Ojalá mi hermana hubiera nacido sin esta condición, pero a día de hoy, no la cambiaría ni por mil hermanas sin síndrome de down.

    Mi etapa en el colegio fue muy feliz. La verdad que añoro muchísimo aquella época. Creo que cuando estamos en esa etapa somos tan felices que no somos conscientes de lo felices que somos realmente.

    1

    En ocasiones es peor el remedio que la enfermedad

    .

    Pronto cambiaron las cosas y empezó a torcerse la vida. El paso al instituto no fue nada fácil. El primer curso ya empecé «haciendo amigos» y sufrí acoso escolar a diario. Me acosaban en el recreo y a la salida. Se metían conmigo, me intentaban pegar, me insultaban…

    El problema era que, como buena sagitario, aunque supiera que tenía las de perder contra tanta gente, tenía claro que yo igualmente les iba a plantar cara y demostrar que no tenía miedo. Aunque por dentro estuviera hecha un flan. Aun así, no era una situación muy agradable. Con suerte, con el tiempo se fueron aburriendo y acabaron por dejarme en paz.

    Ahí ya empecé a darme cuenta del verdadero significado de la palabra amistad y de cómo corría la gente en cuanto veían problemas.

    Esa etapa dio paso a empezar a descubrir el mundo de las chicas. Quererse empezar a arreglar, ponerse guapas, los primeros tonteos con los chicos, empezar a salir…

    Sería la edad del pavo o llámalo como quieras, pero yo en esa etapa de transición de niña a mujer me veía horrible. Me empecé a obsesionar con el físico y mi autoestima iba cayendo por momentos. Empecé a dejar de comer en condiciones, hasta el punto de que estaba tan delgada que pensaban que tenía anorexia. La verdad, el físico no era por lo único que empecé a dejar de cuidarme.

    En mi casa, a pesar de que Jesús ganaba un buen sueldo y teníamos la casa pagada, había problemas económicos. Todavía no entendía el porqué.

    Con tan solo 11 años me enteré de que a mi madre le habían diagnosticado cáncer. El golpe más duro de mi vida. Ni siquiera me lo contaron, lo escuché por una conversación de la cual me enteré sin intención ninguna. Mi madre estaba muy grave, a parte del cáncer en el pecho, tenía metástasis en el 75% del cuerpo. No daban un duro por su vida. Creo que nunca lo acepté. Llevé la procesión por dentro y creo que eso hicimos todos. Jesús no se iba a desahogar con una niña de mi edad. Además, es el padre de familia y si se derrumbaba él… malo. Mi hermana Paola no era consciente de lo que estaba pasando realmente, aparte de por tener síndrome de down, porque era muy pequeña.

    Mi madre se transformó completamente. En ese momento no lo entendía. Ahora sí. O por lo menos lo intento justificar. Mi madre siempre fue una mujer luchadora, con energía, alegre… Pero todo eso cambió. Puedo decir que no la reconocía en absoluto.

    Cuando empezó el tratamiento se volvió arisca, negativa, amargada y en algunas ocasiones incluso hasta cruel. Desde luego otra persona en el lugar de Jesús se habría marchado sin mirar atrás, pero una vez más demostró que la quería y estuvo al pie del cañón con ella.

    Cada vez me trataba peor. Y lo peor de todo es que a veces sentía que se reía de mí o quería ridiculizarme, sobre todo en público. Nuestra relación se enfrió mucho. Ella estaba pasándolo mal y lo estaba pagando con las personas más cercanas a ella, que éramos Jesús y yo. Yo también lo estaba pasando mal, como todos, comiéndomelo sola y aguantando ciertos malos comportamientos y eso lo fui reflejando en el instituto. Siempre fui una buena alumna y de repente mis notas bajaron notablemente. Empecé a suspender todo, mi comportamiento hacia los profesores y hacia todo el mundo en general también empeoró… En el instituto las cosas estaban yendo mal y en casa peor.

    Debido a mi comportamiento me expulsaron varias veces. Cada vez que había alguna movida, sabían que yo estaba metida en el ajo, así que ya ni me preguntaban, actuaban directamente.

    Me pillaron en el baño fumando, contestaba mal a los profesores, hacía novillos, e incluso le «tuneamos» el coche a un profesor. Ese día a la salida del instituto estaba con dos de mis mejores amigas de ese momento, Yolanda y Sara. De camino a casa siempre nos entreteníamos por el camino y ese día nos encontramos con el coche de un profesor. No se nos ocurrió otra cosa que putearle…

    Le rayamos el coche entero con las llaves, le pusimos «TOPO» en la puerta del piloto, le desinflamos todas las ruedas y lo peor de todo es que, cuando nos levantamos del suelo, nuestro profesor nos estaba viendo desde la puerta de un bar cercano. Al día siguiente, para variar, al despacho del director evidentemente.

    Otro mes expulsada…

    Mi madre, además de la tensa relación que teníamos, lo que tenía encima ella ya de por sí con su enfermedad y que estaba harta de mis novillos, de mi mal comportamiento en el instituto, de mis malas notas, etcétera, al final me dio por imposible y directamente pasaba de mí.

    La mala economía se iba notando cada vez más en casa. Entre eso, que seguí sin entender el porqué, la enfermedad de mi madre, su comportamiento conmigo y la transición a la edad del pavo, cada vez estaba más quemada. Jesús, al trabajar tantas horas fuera de casa, de la mitad de las cosas ni se enteraba y la que se comió mayormente toda la mierda era yo.

    A veces me preguntaba ¿cómo una madre puede querer hacer daño a su propio hijo? No lo entendía, intentaba humillarme, hablar de mi a la gente victimizándose, no sé con qué fin, parecía que me odiaba, que disfrutaba haciéndome daño…

    El colmo, que marcó un antes y un después decisivo en nuestra relación, fue que un día yendo a servicios sociales, como normalmente hacía para hacer terapia con una trabajadora social, mandada por el instituto por mi comportamiento y absentismo, me encontré fuera fumando a la vigilante de seguridad, que era conocida de la familia. Se me acercó y me dijo:

    —Que sea la última vez que yo me entero de que maltratas a tu madre —Me quedé blanca, se me hizo un nudo en la garganta y solo me salió responder mientras aguantaba como podía las lágrimas.

    —¿De verdad eso te ha dicho? ¿Y tú te lo has creído?

    Al ver mi reacción, se quedó pensativa, viendo que me había sorprendido tanto aquella pregunta. Cuando volví a casa, por el camino lloré mucho y me preguntaba una y otra vez porqué, por qué me hace estas cosas, por qué miente sobre mí, por qué… no lo entendía.

    Llegué a casa y lo primero que hice fue llamar a mi tía Patricia, que vivía justo en frente y quería que hubiese testigos de la conversación. Con ella delante le pregunté a mi madre:

    —¿Alguna vez te he pegado, tocado o hecho amago de ello? —Su respuesta a todo siempre fue no.

    No pude evitarlo y me puse a llorar.

    —¿¡Y cómo puedes ser tan hija de puta de irte inventando eso por ahí!? ¡Te odio! ¡No quiero saber nada de ti! —Jesús de esto tampoco se enteró. Y desde entonces nuestra relación siempre fue pésima.

    Jesús lo achacaba a la rebeldía normal de la edad del pavo, y mi madre nunca le contó el verdadero porqué de nuestra mala relación. Ni su comportamiento conmigo ni nada.

    2

    Empezar a ver el mundo por un agujerito duele, a veces más que una hostia

    .

    Cuando cumplí 14 años conocí al que sería mi primer amor, Carlos. Hasta que no cumplí los 15 años no empezamos a salir. Como se suele decir, el primer amor está súper idealizado. La verdad es que me enamoré perdidamente y al principio era realmente feliz con él. Él consumía porros, solamente, y jamás tuve tentación ni de probarlo estando con él. Era más mayor que yo y tenía piso, felicidad absoluta que no cualquier chica de mi edad podía decir. Pasábamos mucho tiempo juntos, prácticamente medio vivíamos en su piso y acabé dejando el instituto. También, en aquella época en las que las cosas no andaban muy bien por casa, fue como mi bote salvavidas. Mi vía de escape.

    No tardaron en llegar los problemas. Él era muy celoso e inseguro y empezaba a mostrar cierto tipo de violencia. Al principio solo fueron empujones, gritos, amenazas… pero pronto fue a peor.

    Me puso los cuernos con una amiga. ¿Quién quiere enemigos teniendo amigos así? Un momento muy doloroso que me dejó destrozada pero aun así hice lo que hace cualquier persona joven, tonta e inocente. A ella le dejé de hablar, pero a él lo acabé perdonando y volvimos.

    Siempre pensé que era el hombre con el que estaría el resto de mi vida, formando una familia… ¡Qué ilusa!

    Poco a poco todo fue empeorando. Estábamos en su piso y habíamos discutido. Lógicamente después de discutir bastante fuerte, lo que menos me apetecía era tener relaciones sexuales, pero él sí quería. Echó la llave, cosa a la que no le di importancia. Yo estaba en el baño llenando la bañera y él insistía en tener relaciones. Me volví a negar y se puso violento. No se me olvidará jamás esa cara de rabia y locura que tenía en ese momento, me cogió de los pelos y me metió la cabeza en la bañera. Me tuvo varios segundos con la cabeza bajo el agua mientras yo forcejeaba para intentar sacarla. Los segundos más largos de mi vida. Parece que en un momento de lucidez se dio cuenta de lo que estaba haciendo y me soltó. Me puse a llorar y salí corriendo, pero la puerta estaba cerrada con llave y corrí hacia el salón. Él al ver que quería irme a toda costa, corrió hacia mí y me dijo:

    —Esto no habría pasado si no fueras tan cabezona, ¿qué te costaba? —Volvió acercarse con intención de besarme y calmarme a lo cual le quité la cara.

    Su cara volvió a cambiar, me tiró encima del colchón que había en el salón, me cogió del cuello y pego un puñetazo a mi lado para intimidarme.

    —¿¡Por qué tiene que ser siempre cuando tú quieras?! ¡Cómo te muevas te mato! —Me giró violentamente para ponerme boca abajo, con la cara pegada al cojín que apenas me dejaba respirar bien, yo paralizada de miedo y me penetró…

    Cuando acabó me quedé casi en la misma postura, llorando hasta quedarme dormida… Al día siguiente, se volvió a disculpar conmigo como casi siempre que se ponía violento, aunque nunca había llegado tan lejos. Y yo como siempre, tenía esperanza de que cambiaran las cosas, que fuera todo como al principio, y siempre le creía y le perdonaba.

    Los episodios violentos cada vez eran menos espaciados. Habíamos quedado para ir al cine y mientras yo terminaba de arreglarme en casa, él estaba en el bar de abajo tomando algo, esperándome. Cuando bajé se me borró la sonrisa rápido, ya que vi que se le había ido la mano bebiendo y me imaginaba cómo podía acabar esto. De camino al cine le pregunté:

    —¿Era necesario que bebieras tanto para ir al cine conmigo? Mira cómo vas… —En cuestión de segundos se puso a golpear a todos los coches y señales que se encontraba a su paso gritándome.

    —¿¡Qué me estás llamando borracho o qué!? —Al ver que se ponía cada vez más violento salí corriendo, cruzando un parque cercano para irme a casa de mis padres, pero él me alcanzó.

    Me intentó agarrar como pudo, dentro de lo bebido que iba, y al forcejear nos caímos al suelo los dos, nos llenamos de barro toda la ropa. Me intentaba levantar, pero el me cogía de la cabeza por la nuca y tiraba de mí hacia abajo.

    De repente se escuchó una voz.

    —¡Eh!, ¡qué pasa! —Era Jesús, apareció en el momento justo. Fue un momento para mí un poco bochornoso que se encontrara semejante estampa, pero daré siempre gracias por ello…

    Me fui a casa con Jesús y como siempre, intentó llevar la situación de la mejor manera. Admiro su templanza y su saber estar en situaciones difíciles. Todo lo que tiene de cabra loca lo tiene también de adulto cuando quiere.

    Ese día no paré de recibir mensajes de Carlos diciéndome que como le dejara se iba a suicidar. Yo me sentía culpable si por dejarle le pasaba algo, pero era solamente un intento de manipulación más y yo ya estaba empezando a cansarme de esta relación insana y tóxica.

    Llegaron las fiestas de Torrejón de Ardoz y como es tradición salimos en grupo a beber y salir por las peñas. Ese día ya presagiaba que no venía nada bueno. Él estaba más raro de lo normal, nunca me lo llegó a reconocer, pero creo que ese día no solo consumió alcohol y porros, sino alguna droga

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