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Dios me dijo "Siempre estuve ahí"
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Dios me dijo "Siempre estuve ahí"
Libro electrónico75 páginas53 minutos

Dios me dijo "Siempre estuve ahí"

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Yecenia Veginez

Una mujer que recibió el llamado del Señor en julio de 1977. Ha participado en programas televisivos y de radio, en conferencias para mujeres, predicando la palabra de Dios y haciendo la obra evangelista en las calles con los más necesitados.

Fundó la academia de danza Hadasa Worship Ministry, levantando mujeres adora

IdiomaEspañol
Editorialibukku, LLC
Fecha de lanzamiento24 jul 2020
ISBN9781640866171
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    Dios me dijo "Siempre estuve ahí" - Yecenia Veginez

    INTRODUCCIÓN

    Quiero dar toda gloria y honra a mi Señor Jesucristo por su gracia, amor y compasión para conmigo; por los milagros tan grandes y poderosos que ha hecho en mi vida y en mi familia; por su grandeza y poder; por ser mi Dios, mi salvador y mi esperanza. Sea alabado hoy y siempre por los siglo de los siglos, ¡amén!

    Capítulo 1

    Quién era y quién soy

    Fui la hija de Salvador y Guadalupe Veginez; la sexta de ocho hermanos. Vivía una situación media, no nos faltaba nada material, pero me hacía falta mi padre, el cual salía a trabajar fuera y solía tardar entre diez y quince días en regresar. Mi madre, por su parte, era una mujer muy trabajadora, dueña de un restaurante que abría 24 horas, los 7 días de la semana. Yo era a la que más le gustaba estar en ese lugar, pues disfrutaba sentir el calor de la cocina y los olores de la comida, y cuando no se daban cuenta solía meter mi pequeña manita y saboreaba el delicioso mole; era algo que me deleitaba. Acerca de mis hermanos, siempre les he tenido mucho amor y respeto, sobre todo a Marco, a quien siempre llamo hasta el día de hoy mi padre y mi héroe por sus bellas cualidades, cuidado y amor.

    Estudié primaria y secundaria, equivalente a grado 8, y me gustaba mucho la escuela.

    A la corta edad de 5 años, un vecino mal intencionado, un hombre de más de 55 o 60 años que era el viejo dentista del barrio, me llevó a su consultorio y lastimó mi inocencia en una ocasión en que mi padre se encontraba de viaje y mi madre ocupada en el restaurante, por lo que yo salí a caminar sola, en busca de mis amiguitas. Fue de esa manera que muy dentro de mí inició una rabia y un coraje, preguntándome dónde estaba mi papá; debería haberme protegido.

    Salmo 27:10

    Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo, Jehová me recogerá.

    Recuerdo que mi hermano Marco me hacía mis trenzas para ir a la escuela; de alguna manera, al tenerlo a mi lado, me sentía segura y protegida por él. Dentro de mi angustiado corazón gritaba: ¡¿Cómo no eres mejor tú mi padre?!; así fue como se convirtió en mi héroe.

    El dolor en mi corazón comenzó a hacerme sentir culpable, pues aunque era niña me sentía sucia, rechazada y sin valor, con una baja autoestima. Mi vida siguió adelante; antes de llegar a la adolescencia estudiaba primaria y por fin había dejado de lado todo aquello que me dolía, obligando a mi mente a no recordar más. Pasado ese tiempo mis padres se separaron, aunque nunca vi golpes, gritos, ni cosas por el estilo, al grado de que no sabía que estaban separados. Para ese entonces llegó familia a casa y se quedaron a vivir con nosotros, y por segunda vez llegué a salir lastimada y amenazada sin poder decir nada; ahora mi rabia se había vuelto más grande y mi dolor más profundo.

    Pasó el tiempo y esperé con ansias mis 15 años. Mi madre fue operada, por lo que nadie mencionó nada de mi fiesta; ni siquiera había habido planes, pero igual pasó de largo. Me dolió mucho y pensé: Quizá ellos saben todo lo que me pasó y no soy digna, así que no dije nada y guardé ese dolor inocente.

    Pasado el tiempo da inicio en mi corazón la alegría, pues comenzó el enamoramiento y tuve dos novios, aunque el primero solo duró como tres semanas, pues mi hermano mayor, al enterarse, me dio una gran regañada y terminé con esa relación, que por cierto era mi vecino y vivía frente a mi casa.

    Después de eso y por tercera vez, un varón lleno de maldad me tomó por la fuerza. Ahora tenía un gran odio en el corazón; pensaba: No volverá a suceder. Si es necesario matar, lo haré con tal de defenderme, pero ya no podrán lastimarme más.

    Pasado el tiempo salí embarazada de mi primer y hermoso hijo, y mi madre, en su enojo, me corrió de la casa. Me fui y salí a caminar por las calles triste, con miedo, sin saber qué hacer o a dónde ir, sin dinero y solo con la ropa que tenía encima, y desde luego con temor por mi embarazo. Llegué al centro de la plaza de mi ciudad y vi a una mujer que era hermana mayor de una amiga que yo había conocido en la primaria; ella trabajaba en

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