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Con La Fuerza Del Gran Yo Soy: ¡Todo Es Posible!
Con La Fuerza Del Gran Yo Soy: ¡Todo Es Posible!
Con La Fuerza Del Gran Yo Soy: ¡Todo Es Posible!
Libro electrónico205 páginas2 horas

Con La Fuerza Del Gran Yo Soy: ¡Todo Es Posible!

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Información de este libro electrónico

Contarle a usted algo de lo mucho que ya viv, es parte de la historia eterna que Dios est dejando en m
Con este libro usted aprender cmo
~ Ganar en su crecimiento espiritual.
~ Fortalecer la fe en los fundamentos cristianos.
~ Entender la razn de su subsistencia y propsito.

Saily Fuentes Santos, naci un 23 de Agosto de 1978 en Holgun, Cuba. Su infancia y juventud transcurri en un hogar sostenido principalmente por su madre. De pequea desafi dismiles perodos y ampar su corazn con esperanzas a la espera de un futuro mejor. Subsisti solidariamente a un sinnmero de cubanos regidos por un rgimen desptico e indefinible .Sin libertad de expresin y sin derechos, maniobrados y de brazos cruzados con la frase comn e inmutable: No puedo, no tengo, no es fcil
Emigr de su tierra natal dejando atrs innumerables recuerdos de la vida que llev sin Dios, sin credo y sin nada. Desde el ao 2001 reside en Naples, Florida, Estados Unidos junto a su esposo Carlos Prez y sus dos hijos Carlos y Rolando. Recibi y convirti a Jess de Nazaret en su salvador personal en el ao 2003. Sus escritos llevan a la reflexin y expresan reconocimiento al autor y consumador de toda la creacin: Dios. Utiliza el don de escribir como medio de evangelizar.
Autora de los libros: YO SOY LA HIJA DE MI MADRE!
SIGUIENDO TUS PASOS JESS

Otra vez visit el cielo y recorr el infierno
Tomada de Su mano, con la fuerza del Gran Yo Soy comprend que: Todo es posible!
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento5 may 2014
ISBN9781463383121
Con La Fuerza Del Gran Yo Soy: ¡Todo Es Posible!
Autor

Saily Fuentes Santos

Saily Fuentes Santos, naci en Holgun, Cuba. Desde el ao 2001 reside en Naples, Florida. Autora de Yo soy la hija de mi madre! Siguiendo tus pasos Jess, Con la fuerza del Gran Yo Soy. Sus escritos llevan a la reflexin y reconocimiento al autor y consumador de toda la creacin: Dios.

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    Vista previa del libro

    Con La Fuerza Del Gran Yo Soy - Saily Fuentes Santos

    Copyright © 2012, 2014 por Saily Fuentes Santos.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2014907457

    ISBN:   Tapa Dura               978-1-4633-8314-5

                 Tapa Blanda            978-1-4633-8313-8

                 Libro Electrónico   978-1-4633-8312-1

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Las opiniones expresadas en este trabajo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente las opiniones del editor. La editorial se exime de cualquier responsabilidad derivada de las mismas.

    El texto Bíblico ha sido tomado de la versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso. Reina-Valera 1960™ es una marca registrada de la American Bible Society, y puede ser usada solamente bajo licencia.

    Fecha de revisión: 27/05/2014

    Para realizar pedidos de este libro, contacte con:

    Palibrio LLC

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

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    Fax: 01.812.355.1576

    ventas@palibrio.com

    398402

    Índice

    Sin Dios, sin credo, sin nada

    No mata, fortalece

    Sin olvidar de dónde vengo

    Dios nos ha dado promesas

    De aquí para allá

    Todo requiere Su Tiempo

    Pasa y se olvida

    ¡Lo que otros no Pueden ver!

    Levante su rostro

    Humillaciones que bendicen

    Perdón en práctica

    Lo sabía y ¡Me descuidé!

    11484.png11497.png

    Dedicado a ti, mi Dios

    ¿Cómo olvidar que escribo por ti, Jesús? No sabría yo hacerlo sin la sublime gracia que me proporciona tu inigualable poder. No hay palabras que puedan expresar mi gratitud hacia a ti.

    Eternamente a tus pies, mi Dios.

    ¡Cuán preciosa, oh Dios, es tu misericordia! Por eso los hijos del hombre se amparan bajo la sombra de tus alas.

    Salmos 36:7.8

    A mis padres, hermanos, esposo e hijos, familiares y amigos.

    ¡Son parte de mi vida! Están en mi corazón y pensamiento. Pido a Dios que les cuide y les guíe, sé que Él lo hace a cada segundo. Les exhorto a que busquen del Señor y le conozcan. ¡Recíbanlo en sus corazones, conviértanlo en su Salvador personal! Les aseguro que sus vidas nunca más serán igual. Jesús les bendecirá, les cuidará y les dará mucho más de lo que pidan. ¡Bendición sin límites lloverá sobre ustedes!

    Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados. Y andad en amor, como también Cristo nos amó, y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante.

    Efesios 5:1.2

    Madre de Carlos y Rolando

    Tía de Fernando y Nuris

    Abuela de Kevin y Keilyn

    Cuando se trata de amar, amémonos todos sin condición

    Reconocimiento especial a mis padres espirituales,

    Fredy y Blanca Lagos, gracias por todo…

    Sin Dios,

    sin credo, sin nada

    Sin Dios, sin credo, sin nada…

    ¿Quién es Él, alguna vez se hizo la pregunta?

    ¿Nació y creció en una familia cristiana?

    Gloria a Dios, en mi caso no fue así, nací y crecí sin ningún tipo de creencia, no daba oídos a las cosas de Dios, menos del hijo, Jesús. En mi estirpe no había ningún tipo de dogma, habitamos sin Dios y sin credo, sin nada. Omitía la existencia de otros dioses o santos. En la vida miré retratos ni efigies de yesos echas de manos de hombres. Eso sí, presté atención al comportamiento de mi abuela materna quien oraba un Padre Nuestro acompañado de un Ave María noche tras noche antes de ir a la cama. No asistía a la iglesia pero creo que Dios le arrimaba el hombro para que siguiera adelante en medio de cualquiera que fueran las circunstancias. Sin pasar por alto nos proveía la bendición y nos llenaba de fortaleza con su único y extremado ejemplo. De manera prepotente se dirigía a mi madre y a mí para repetirnos ¡Tengan mucho cuidado, pórtense bien, no se metan con nadie! Nos inculcó caritativos modales, nos instruyó con excesiva educación acompañada de exigencias y correcciones.

    Todo marchaba bien mientras no hacíamos algo mal o nos comportábamos indebidamente, se equipaba de bravuras y durezas. Aplicaba todo el peso de la disciplina en mi madre y en mí. Si nos daba una orden nos veíamos obligadas a ejecutarla de lo contrario nos caía encima una avalancha de palabras que en ocasiones se convertían en agresiones físicas. Sí, como le cuento, no demoraba un segundo ni lo pensaba dos veces para irnos encima y darnos unos cuantos puñetazos. En esos instantes de mal humor no había individuo que le hablara, menos se le arrimara, exigía conducta, no consentía errores ni ociosidades.

    Busca lana y lino, Y con voluntad trabaja con sus manos. Es como nave de mercader; Trae su pan de lejos. Se levanta aun de noche Y da comida a su familia.

    Proverbios 31:13-15

    Día a día nos repetía la misma oración sin faltarle una palabra: Una mujer siempre tiene algo que hacer en su hogar, expresión convertida en un lema que monótonamente escuchábamos. Me enseñó a lavar y planchar ropas, cocinar y limpiar la casa con poca edad y pequeña estatura. A los nueve años cuando podía jugar con muñecas, trabajaba a la par de mi abuela en las cosas de la casa. Desde que abría los ojos en la mañana arreglaba la cama, recogía el cuarto y limpiaba el baño. Salía para la escuela con la cabeza atestada de preocupaciones, con la mente repleta de preguntas sin respuestas, carente de cariño, sin auxilio y sin comprensión de más nadie que de mi querida madre, quien pasaba todo el tiempo ocupada por la dura e injusta vida que le tocó vivir. Tarde por tarde al salir de la escuela camino al hogar respiraba hondo en cada esquina, encogía los hombros y acortaba los pasos para retrasar la llegada. No tenía dudas, sabía bien claro que al entrar al hogar arrojaría los materiales de estudios a un lado para hacer mandados en el barrio. De una manera u otra buscaba llegar tarde. Ella en su propio afán nos envolvía, recoge aquí, limpia allá, alcánzame esto y lo otro, parecía nunca acabar mientras yo profesaba desfallecer.

    Mi joven madre andaba todo el día atareada en su vocación. Cumplía con ocho horas laborales desempeñando el oficio de profesora docente de la secundaria local. Completaba cuatro consecutivas y extenuantes semanas de compromiso por un mínimo salario de unos doce dólares al mes. ¡Era nada, bien que lo sé! Nefasta entrada de dinero acompañada de la inacabable lista de deudas recibía el día de la recaudación del mes, habitualmente debía más de lo que ganaba. En repetidas ocasiones busco qué comprar con doce dólares; dos hamburguesas y dos papas fritas medianas, no alcanza para más. Sábados en la mañana mi vieja se levantaba más temprano que de costumbre, echaba para un lado la mesa del comedor, cubría una esquina de la misma con varias sábanas, conectaba la plancha al enchufe y me entregaba un bulto de ropas para planchar. Sin pretextos pasaba toda la mañana en el quehacer. Un sábado no contábamos con corriente eléctrica, pensé: ¡qué bueno, hoy no tendré que planchar! Pero mi alegría duró muy poco pues se le ocurrían cada cosa que hoy llegan a mi imaginación provocándome imparable risa, ¿qué se le ocurrió? quedé con la mirada dudosa y el cuerpo rematadamente débil. Creí que escaparía de la agotadora tarea (planchar), pero mi abuela en su afán por trabajar no esperó esa mañana por el regreso de la electricidad. Cuando comenzaba el día cansada e irritada en la espera del fluido eléctrico, abrió el closet que tenía a unos pasos de distancia de la mesa del comedor. Tomó un alicate en su mano y con pasos firmes se dirigió a la plancha eléctrica, la miró y me dijo: como quiera tienes que hacerlo, no puedo quedar mal, di mi palabra. Sin abrir la boca con el rabillo del ojo no perdí de vista a mi abuela. Acerté lo que tenía en mente, se encontraba empecinaba en cumplir su tarea. No buscaba escapatorias para faltar. Enfadada se volvía más terca que lo normal. Comencé a gritar desesperadamente, a pulmón limpio, creí reventar como una bomba atómica, sentí mi pecho roto de gritar.

    -Abuela no, no lo hagas…

    -Abuela estás loca, ¡no, no, no!

    Los vecinos del barrio percibieron mis gritos, abuela no. Ocurrió entonces, no tomó en cuenta mis súplicas y peticiones, protesté lo más que pude, no escuchó, cortó el cordón de conexión eléctrica de la plancha. Una vez más opiné quedar libre de la difícil y aburrida tarea; pero mi abuela persistentemente hallaba salida a la situación. La plancha eléctrica, la misma que había costado un año completo de ahorros fue a parar a las inflamadas y enfurecidas llamas que subían y bajaban del popular e indestructible fogón Pike. Silencié mi espíritu, preferí callar, subsistí muda ante la abrumadora idea de alisar ropas como en los antiguos años. Con el semblante entristecido y el corazón temeroso, carente de fuerzas me ubiqué sobre mis pies y sin peros inicié y terminé el temeroso bulto de ropas por el cual le pagarían a mi abuela veinte centavos por pieza. ¿Imagine treinta piezas por veinte centavos cada una? Con eso comprábamos el pan del día, la leche y alguna que otra cosa. Para mi abuela no había imposibles, vivía carente de muchas cosas materiales pero su dinámico carácter pilotado por positivismo la llevaba a cumplir cuantas tareas se daba al día. ¡No podía quedar mal, ni incumplir con su palabra! Los escenarios económicos de mi humilde hogar menguaban de la noche a la mañana, pasamos momentos duros y días difíciles, pero jamás nos fuimos a la cama con hambre. ¡No teníamos lo que queríamos pero si lo que necesitábamos! No vestíamos a la moda, más vivíamos en paz y armonía los de la casa.

    Por mucho tiempo visitamos el domicilio colindante para ver la televisión, reflexiono y recuerdo fue toda la etapa de mi niñez. No podíamos renunciar a comer, calzar y vestir para darnos el entretenido lujo de un televisor. Años más tarde mi generosa madre logró fondos realizables para adquirir la ostentación que amenizaría las noches del hogar. Cuando ese día llegó, estábamos tan acostumbrados a salir para la casa del vecino al extremo que no sabíamos cómo adaptarnos a la idea de quedarnos sentados en frente de la televisión. Mi abuela, nacida y criada sin tecnología le importaba poco la existencia de tal aparato. Le concernía únicamente salir adelante trabajando más que un tren en recorrido. Parecía una maquina en marcha debido a la voluntad y firmeza que en su interior había, simplemente para proveerle a los suyos todo lo que a su alcance era permisible. Le tomó una década maniobrar el televisor, enfrentó el refrigerador, peleó y le ganó a la plancha eléctrica. Ignoró las instrucciones de uso de las fosforeras y unas cuantas veces combatió el incendio de las pestañas y la punta de la nariz. Mantuvo el mismo vocabulario, no hubo quien cambiara su manera de dirigirse a los individuos.

    -Prende el aparato, para ver la televisión.

    -Alcánzame la flecha, la fosforera.

    -Dame agua de la caneca cuando quería agua del refrigerador.

    Sin describir todo lo incoherente que hablaba, mi abuela mencionaba muchas cosas que no olvido; el armario o closet de ropas era un escaparate, las sandalias o chancletas las llamaba cutaras y así un sinfín de palabras que recuerdo pero no utilizo. Gracias a Dios mi madre en medio de tantas parquedades optó por los estudios, de lo contrario hubiese platicado como su madre y yo como ella. Pensarían que ninguna vez fui a la escuela o que procedo de una familia de analfabetos. Por obra de Dios mi madre buscó y logró los medios de estudios. Se proyectó vivir diferente a lo que visiblemente percibía. Ejerció una carrera cual desarrolló en talento, ultimando la licenciatura en Español y Literatura.

    Para dar sagacidad a los simples, Y a los jóvenes inteligencia y cordura.

    Proverbios 1:4

    Encantadoras conversaciones y buen adiestramiento emanaban de su vida, nos inculcó tanto a mi hermano como a mí excelentes principios de conducta. A la vez sus enseñanzas pedagógicas fueron puestas en práctica en las escuelas de ambos y dentro del hogar. En las noches luego que regresábamos de ver televisión, nos llevaba a la mesa del comedor con libros, libretas y lápices. Demandaba de mi hermano y de mí vocación al estudio y nos pedía que transcribiéramos del libro a la libreta. Nos advertía que la única manera de instruirse era leyendo. Algo que no puse en práctica, no me gustaba estudiar e iba a la escuela por obligación a pesar de tener buenas notas. Esperé a la edad adulta para entender y apreciar los consejos de mi madre.

    Oye, hijo mío, la instrucción de tu padre, Y no desprecies la dirección de tu madre; Porque adorno de gracia serán a tu cabeza, Y collares a tu cuello.

    Proverbios 1:8.9

    No olvido sus palabras; lee, estudia y escribe. Debido a la falta de madurez sus exhortaciones no quedaban en mi pensamiento, lamentablemente continuaban de largo. Fui inconsciente de sus enternecidas y constructivas doctrinas. No quería invertir mi tiempo en estudios, pensé que no me harían falta. Fallé, defraudé a mi madre, solo cursé noveno grado escolar, por decisión propia a la edad de quince años dejé de ir a la escuela. Después de todo, a pesar de las difíciles circunstancias vivíamos tranquilos, compartíamos lo poco que teníamos, contábamos chistes y nos divertíamos narrando las ocurrencias de otros. ¡Nos faltaba Dios! Desdichadamente no habitaba allí, precisábamos de Él y no lo buscábamos, nos encontrábamos sin Dios, sin credo, sin nada. Transitamos por innúmeras situaciones debido a la falta de conocimiento de quien es Dios. Nos levantamos cada mañana a la espera de un nuevo día lleno de luz. Residimos hartos de incertidumbre, fatigosos de una lucha constante, desprovistos de cosas materiales. Abrir los ojos, levantarnos cada mañana nos inspiraba a seguir adelante. Guardábamos la idea

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